Todos los personajes de Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi.


CAPÍTULO 1: ALMAS EN PENA

La boda había sido un desastre. Después de lo sucedido en el Monte del Fénix Ranma creyó por un momento que al fin podría tener un final feliz con su prometida, cómo en los cuentos, donde el príncipe salva a la princesa de un peligroso monstruo y de su sueño eterno, pero parece que el destino no opinaba lo mismo. Estaba claro que ninguno de los dos estaba preparado para casarse, pero en el fondo ambos lo deseaban. Aunque por mucho que ellos quisieran hacerlo no pudieron evitar que la legión de prometidas de uno y admiradores de la otra arruinaran ese día.

Ranma ya había confesado sus sentimientos hacia Akane, y ella, de alguna forma, lo había oído todo. Aunque el chico de la trenza no había recibido una respuesta directa de la chica, suponía que ella sentía lo mismo. Suponía. El chico, ahora chica, tumbado en el tejado dejaba que la lluvia acariciara su rostro. Era imposible saber si aquello eran solo gotas de lluvia o lágrimas, o tal vez eran ambas cosas. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? Se preguntaba una y otra vez mientras rememoraba lo sucedido hacía ya unas horas: sus "amigos" entrando al dojo, donde se celebraba la boda y cómo destruían todo a su paso, con gritos como "airen ser de Shampoo" o "Saotome no te atrevas a casarte con mi Akane".

Los pensamientos de el chico tomaron otro rumbo, hacia su prometida, lo bonita que le pareció cuando la vió vestida de novia, haciéndole rememorar cómo lo había hecho sentir todo este tiempo desde la primera vez que se vieron. Recordó como la había conocido, el "¿quieres ser mi amiga?" que le dijo en el dojo, que iluminó su corazón. El chico había ido dejando a los amigos que hacía por el camino, como requería el entrenamiento para convertirse en maestro de las artes marciales, por eso estaba muy feliz de haber encontrado una nueva amiga, pero tras lo sucedido en el baño y enterarse que él sería su prometido todo cambió. Akane lo odiaba, y encima el chico empeoró la situación cuando dijo que "su cuerpo cuando es chica está mucho más bien formado que el suyo". ¿Por qué siempre tengo que actuar de esta forma tan estúpida? De algún modo parece que Akane lo perdonó con el tiempo.

Más momentos del pasado pasaron por la mente del chico. Al rememorar el "cuando sonríes te ves linda" que él dijo a Akane una tímida sonrisa se esbozó en los labios del chico, que se desvaneció rápidamente cuando recordó el "para mí es como si nuestro compromiso nunca hubiera ocurrido", que le dijo Akane ya hacía tiempo. El chico no podía recordar por qué Akane le dijo tal cosa pero esa frase se quedó gravada en su mente, una memoria que lo hacía sufrir cada vez que lo recordaba. Esos pensamientos hicieron que Ranma se diera cuenta de una cosa: por cada buen recuerdo que tiene junto con Akane hay diez de malos. ¿Por qué es así? Se preguntó. ¿Es casualidad? ¿O es culpa nuestra?… ¿O mía?

En el tejado, ahora sentado, el chico se tapó la cara con las manos por el dolor que le causaba el pensamiento de que todo es culpa suya. Siempre la hago sufrir, pensó. Ya sea por mis palabras o por lo que hago siempre acaba llorando o pegándome. Soy imbécil.

Se levantó. Tenía que hablar con Akane, no podía dejarlo todo así como está. De un par de saltos se plantó delante de la ventana de la habitación de la chica. Lo que vió allí hizo que su corazón se desgarrara. Akane estaba llorando sonoramente tumbada en la cama con la cabeza hundida en su almohada. Kasumi, detrás de ella le acariciaba la espalda y le suspiraba palabras alentadoras al oído. Nabiki, sentada en el lado opuesto de la cama miraba a su hermana pequeña con cara de pena, era la primera vez que Ranma la veía exteriorizando sus sentimientos, aunque fuera involuntariamente. Soun, de pie, en la puerta, contemplaba la escena con una expresión seria mientras guardaba el anillo que iba a ser para la novia de nuevo en su cajita. Ranma, dolido inmensamente por lo que veía salió corriendo de allí hacia la ciudad.


Caminando, divagando por Tokio, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte estaba el chico de la trenza, absorbido por los neones de la ciudad y la infinita multitud. Lo he vuelto a hacer, pensó. La he vuelto a hacer llorar.


La lluvia se había detenido y Ranma se había convertido de nuevo en hombre echándose agua caliente encima. Los cerezos estaban florecidos. A lo lejos se veía un gran parque teñido de color rosa, donde un montón de gente comía tranquilamente, de picnic, y algunos niños jugaban. Por el lado del chico pasó una pareja de la mano. Ranma se fijó en ellos. Parecían tener unos veintitantos años, la chica un poco más joven que él.

— Keiko eres lo mejor que me ha pasado en la vida — dijo el hombre, mirando a su chica a los ojos.

— Oh Takeshi, casarme contigo me ha hecho tan feliz — respondió la mujer mientras apoyaba su cabeza al hombro derecho de su marido.

Ranma desvió la mirada con una cara de asco al ver tal muestra de pomposidad, pero un pensamiento vino a la mente del chico. Ojalá todo fuera tan simple con Akane. Suspiró y siguió caminando con la cabeza abajada, absorbido por sus pensamientos y una mueca de tristeza en su cara.

Tras seguir andando un buen rato por las calles de la ciudad. Ranma, sin darse cuenta, había entrado en un gran parque. Los cerezos eran abanicados por el viento, haciendo que las copas de los árboles se balancearan suavemente. Los pétalos de los cerezos caían lentamente al suelo. Por un momento la tortura por la que estaba pasando Ranma bajó la intensidad al contemplar tal belleza. Sin previo aviso un fuerte ruido a su lado hizo que el chico levantara la cabeza de golpe para ver de dónde provenía ese sonido. Una bola del tamaño de una pelota de playa inflable aterrizó a su lado dejando un gran cráter, tenía que ser como mínimo de acero para dejar tal marca. Ranma ya había visto esa arma antes… Shampoo.

A lo lejos vió unas figuras peleando entre ellas. Constantemente se oían gritos como ahora "Ranma ser airen de Shampoo", "Ranchan no te quiere a ti" y "jo, jo, jo, jo". Un poco más lejos otra pelea tenía lugar: un chico con una espada de madera intentaba golpear a un cerdo negro mientras ese cerdo le mordía la mano.

— Kuso, ¿aún están así? — murmuró el chico de la trenza entre dientes — ¿No han causado suficiente daño por hoy?

Ranma salió disparado de ese lugar. No quería saber nada más de ellos. El chico se detuvo un par de manzanas de la pelea. ¡Todo es culpa suya! ¡Si no fuera por ellos nos habríamos casado! y… y… seríamos felices, pensó el chico mientras golpeaba una farola, haciendo que esta se partiera por donde el chico había golpeado. ¿A quién quiero engañar…? Es todo culpa mía. Si en su momento hubiera despachado a Shampoo y Kodachi, si hubiera dicho a Ucchan que la quiero, pero sólo como amiga, si hubiera dejado claros a Kuno los límites de su osadía a la fuerza, si hubiera mandado a Ryoga al infierno la primera vez que durmió con Akane… De nuevo, una lágrima se deslizaba por su mejilla. El chico continuó su marcha.

Deambulando como un alma en pena por lo que parecía una eternidad, al oler comida Ranma levantó la cabeza, estaba muerto de hambre, no había ido a cenar a casa de los Tendo y estaba muy lejos para llegar a tiempo. Supongo que tengo suficiente dinero para un bol de ramen, pensó.

Estaba en una calle estrecha con numerosos letreros en ambos bandos, había varios restaurantes, pero no llevaba suficiente dinero encima para comer en ninguno de ellos. Ranma suspiró y siguió andando.

En un rincón de esa calle estaba el restaurante más pequeño que había visto el chico, no debía pasar de los diez metros cuadrados y sólo tenía la barra, con lo necesario para cocinar a un lado y tres taburetes en el otro. Al ver que el precio era muy asequible Ranma apartó la cortina y entró al local. Una señora de unos sesenta o setenta años estaba detrás de la barra sentada y cuando Ranma entró se levantó y le dedicó una sonrisa un poco forzada.

— ¿Qué te sirvo? — preguntó la señora.

— Un bol de ramen por favor.

— ¿Qué quieres que ponga?

— Lo más barato que tengas.

La señora se lo quedó mirando unos segundos, suspiró, y empezó a cocinar. Ranma se sentó en un taburete y en absoluto silencio continuó absuelto en su miseria, tapándose la cara con las manos. Unos minutos más tarde la señora terminó de cocinar el ramen del chico y se lo sirvió, Ranma agarró unos palillos y empezó a comer.

La comida no era nada del otro mundo, más bien dicho, tenía muy mal sabor. La señora se había pasado con la sal y los fideos tenían partes crudas, además había mezcladas unas especias no identificadas que daban un sabor muy amargo al bol de ramen. Aún así, al no ser tan malo como la comida de Akane y con el hambre que tenía, Ranma se lo terminó todo rápidamente.

— ¿Te ha gustado, niño? — preguntó la señora, lavándose las manos y una expresión seria en la cara.

— Emm… no mucho… había trozos crudos… y era un poco amargo… — respondió Ranma, intentando ser amable y sincero a la vez, mientras sacaba su cartera para pagar.

— Oye niño, si no tienes nada bueno que decir es mejor que no digas nada.

Ranma pagó y salió de la tienda dirigiéndose caminando a casa. La frase que le había dicho la señora resonaba en su cabeza: si no tienes nada bueno que decir es mejor que no digas nada… si no tienes nada bueno que decir… es mejor que no digas nada…

Esa frase hizo que el chico recordara todas las veces que había llamado a Akane pechos planos, poco femenina, gorda, etc. Sabía que sus palabras hacían que ella se enfadara, eso es lo que él quería, él quería ver esa chispa en los ojos de Akane que tanto le gustaba, pero se dio cuenta que muchas veces sus palabras habían herido a su prometida, la había hecho llorar numerosas veces. Ranma se odiaba a sí mismo por eso. Una y otra vez por hablar sin pensar le hacía daño. De ahora en adelante no la voy a volver a hacer llorar, pensó. No puedo soportar verla así. Yo no soy bueno con las palabras, si hablamos seguro que acabaré diciendo alguna estupidez. Si no tengo nada bueno que decirle es mejor que no le diga nada.

Sin darse cuenta Ranma ya estaba delante de la casa de los Tendo. Entró. No había nadie, todo el mundo debía estar durmiendo ya, o eso pensó el chico. Ranma entró en su habitación, se puso el pijama, se tumbó en su futon y al minuto empezó a soñar, exhausto por un día tan largo.


Akane estaba mirando por la ventana de su habitación. Tenía los ojos rojos de haber llorado tanto y sus mejillas aún estaban un poco húmedas por las lágrimas. En su mente un solo pensamiento daba vueltas una y otra vez: es todo culpa mía, si yo solo hubiera…