Disclaimer: Sólo la viñeta me pertenece.

Claim: Carlisle/Edward

Summary:Le preguntó «¿Cómo fue el día?» y Edward respondió con un seco «Bien», la tensión se palpaba en el ambiente. (Tensión sexual, por supuesto).

Notes: Viñeta, 509; Slash; Cítricos; Imágenes mentales orgásmicas; Dedicado a vrydeus.


Vicio.

Las notas del piano sonaban en la estancia, los dedos se deslizaban por las teclas de marfil y —además de «Sinfonía No. 5», por supuesto— reinaba el silencio.

Un segundo y ochenta y seis pasos después, Carlisle estaba en la habitación. Edward sintió el olor invadir sus fosas nasales y el deseo arribarse en su cuerpo.

Simplemente era su droga, no podía resistirse. Era su vicio, era el detonante principal de su pasión y lujuria.

Le preguntó «¿Cómo fue el día?» y Edward respondió con un seco «Bien», la tensión se palpaba en el ambiente.
(Tensión sexual, por supuesto).

Se decía todos los días que no era correcto. Él era un hombre, y era un segundo padre. Aunque no lo veía como un segundo padre, sino más bien como un segundo polvo, o algo parecido.
(Vamos, a veces lo hacían hasta siete veces seguidas y sin parar, bebiéndose el éxtasis del otro).

El sofá había sido partícipe de muchas cosas, (esas cosas como juegos de adultos y posturas sexuales), y el piano muchas veces había tocado desentonado al sentir los dos cuerpos chocar rudamente sobre él.

Había perdido la cuenta, había perdido la cuenta de las veces que sus labios se habían unido. Había olvidado el conteo, el conteo de las veces en las que sus cuerpos colisionaron en ese baile bestial, en ese maldito baile animal que sólo ellos sabían danzar.

Los recuerdos se entrelazaron en sus memorias, recuerdos de él, recuerdos de Carlisle, recuerdos de ambos. Sus recuerdos.
Benditos recuerdos en los que los dedos corrían un poco —mucho— más allá de la línea divisoria entre el cariño fraternal y la pasión descontrolada, (obviamente yendo hacia el lado de la pasión).

Los pensamientos se agolparon en su mente, entremezclados y quizás algo confusos, pero allí estaban. El piano dejó de sonar, la línea entre lo correcto y lo inmoral —no realmente inmoral, pero sí inmoral en varios sentidos—, se desdibujó y simplemente se dejó llevar por los instintos que le decían que debía tocarle y besarle hasta que se cansaran, (es decir, hasta siempre).

Se suponía que una conversación normal entre padre e hijo no pasa de un abrazo fraternal, pero con ellos era distinto. Muy distinto.
Ellos jamás se conformarían con un abrazo fraternal, querrían más.
(Mucho, mucho más. Más del cuerpo del otro chocando contra el suyo. Más).

Las lenguas que danzaban juntas la misma melodía de siempre, la melodía del desenfrenado ímpetu amenazante de hacer estallar dos cuerpos en una misma combustión.

Eran dos piezas del mismo rompecabezas —sonará trillado, cursi y demasiado gastado pero era así— que se complementaban a la perfección, encajando cada curva de sus cuerpos en ese recreo animal y lleno de instintos, de desbordantes gemidos rebozando de los labios, lleno de fuerza desmedida y palabras sucias, lleno de «te quiero» y «mucho más», lleno de algo que sólo ellos podían descifrar.

Era un vicio y su vida un maldito círculo vicioso.
Pero no importaba nada de eso cuando dejaban correr las manos un poco más.