~Edición de Portada: Anatary ~


CAPÍTULO 1. NOS VAMOS DE VIAJE

—¿Estás seguro de que vas a seguirme tan lejos? —preguntó Saitama a su terco aprendiz por enésima vez. Ambos se hallaban sentados en el piso de parqué de la antesala, rodeados de cajas convencionales y otros tantos materiales de embalaje.

—Ya está decidido —sentenció muy seguro de sí mismo, apresurándose a empacar todas sus pertenencias.

—Si tú lo dices. Oye, pásame aquel paquete.

Genos le lanzó una caja reforzada de titanio envuelta en plástico.

—No entiendo por qué está forrada.

—¿Qué no sabes que el plástico ayuda a conservar los alimentos frescos?

—¿Hay comida ahí den… —sacudió la cabeza. Definitivamente no iba a preguntar.

—Te recuerdo que a donde vamos no habrá un solo ser humano. No tendrás a nadie para que haga las reparaciones de tus partes mecánicas.

—No importa —se apresuró en contradecirle—, puedo hacerlo yo mismo. Empaqué las piezas necesarias. Sólo tendría que volver por repuestos en caso de estropear todo el material.

—Si tú lo dices… —. Saitama trataba de pensar en otro inconveniente que alegar pero no se le ocurría nada.

—Subiré el equipaje a nuestro transporte.

Quién diría que conseguirían un doble remolque para llevarlo todo en un solo viaje. De cualquier forma, la principal preocupación del mayor era que había planeado esa excursión precisamente para alejarse por un buen tiempo de Genos y mantener su mente y cuerpo ocupados. Pero, ¿cómo se suponía que se lo dijera? Tendría que darle explicaciones y eso incluía confesar algo que no estaba dispuesto a decir en voz alta, no cuando él mismo se negaba a admitirlo. "¿Cómo me deshago de él sin que se dé cuenta?".

—Sensei, sólo hace falta la mitad de su equipaje. ¿No lleva nada frágil que pueda romperse?

—Emh… no —respondió sin siquiera escucharlo. "¿Y si escapo corriendo? Volaría si fuera capaz. ¡¿Por qué no puedo volar, maldita sea?! Justo ahora que pienso que sería tan útil." El hilo de sus pensamientos fue detenido exabrupto cuando escuchó un crac muy agudo, seguido de una serie de objetos quebrándose en secuencia.

—¡¿QUÉ?! ¡Nooo! ¡Mi colección de abejas!

—¡Pero si usted dijo que no había nada frágil!

—Esa colección tan preciada tenía todos los tipos de abejas existentes en el mundo y otras tantas modificadas genéticamente —. Su tono lastimero precedió a un torrente de lágrimas—. Y tenían su mini-ciudad y todo.

—De verdad lo siento, yo no quería… —. Pero su disculpa fue acallada por un escandaloso zumbido. Lo cierto era que esas abejas habían permanecido cristalizadas. Estaban vivas y ahora eran libres. El mayor corrió escaleras abajo en dirección al sótano, buscando un sitio donde esconderse del enjambre asesino por la seguridad de Genos.

—Maldición, maldición, maldición, maldición —. No paraba de repetirlo aun cuando ya se encontraban en una especie de trampilla en lo más recóndito del sótano.

Se trataba de un espacio muy reducido e incómodo pero era seguro.

—Tranquilícese por favor. Dudo que nos encuentren aquí y además, ¿qué es lo que tienen de especial las abejas modificadas? —quería saber por qué estaba tan preocupado al respecto.

—P-Pueden… rastrearnos… —estaba hecho un manojo de nervios, pero lo que el cyborg ignoraba era que no se debía a las abejas—. Podemos acabar con ellas fácilmente —respiró profundo.

Le faltaba el aire y estaba rojo hasta las orejas. Su estado físico y sus palabras no eran congruentes. Obviamente el Genos estaba cada vez más confundido al respecto.

—No entiendo. Si son fáciles de aniquilar, ¿por qué pareciera que en cualquier segundo le dará un infarto?

—Es… ¡Estás demasiado cerca!

Los aguijones comenzaron a horadar la madera con golpes contundentes, arreglándoselas para entrar poco a poco en el escondite improvisado. Por su parte, Saitama descargó toda su frustración interna dando un puñetazo a la puerta de la trampilla. Ésta explotó junto con los insectos que se habían agrupado encima, destruyéndolos en el acto.

Cuando salieron del diminuto espacio, se percató de la mirada fija de Genos a través de la cortina de humo que se había formado en el aire. El androide siempre hacía eso, se mantenía al pendiente de él en todo momento, como una sombra, un centinela inevitable y omnipresente. Si no fuera por el desconcierto en sus ojos, había imaginado que no conservaba un ápice de humanidad y en realidad lo miraba cual vil objetivo de captura. "Es Genos, ese es el problema. Una máquina con la capacidad de asesinar pero la amabilidad de cualquier amigo, fiel e irreprochable", admitió para sus adentros.

El mayor no fue capaz de desviar la mirada, y lo peor de todo es que sus pensamientos giraban en torno a la comprometedora posición en la que se habían encontrado segundos antes. Recordaba a la perfección el tacto de aquellos muslos bien torneados, el ligero roce de su torso, aquella respiración que por poco y le hace perder el conocimiento. Y ahora esos ojos hipnóticos erizándole la piel y haciéndole perder la cabeza.

—Tú tienes que quedarte aquí —musitó.

Parecía imposible, pero quería que el rubor de sus mejillas se esfumara así que se obligó a clavar los ojos en el piso. Y Genos todavía no comprendía que su sentencia previa hacía referencia al viaje.

—¿Quedarme? —dio un par de pasos acercándose mientras que su maestro retrocedía el doble.

En una micra de segundo, con un ágil movimiento hizo parecer que golpearía al androide en el rostro, pero lo que hizo fue aplastar con su puño un par de abejas restantes. Genos se detuvo en seco, amedrentado por la repentina ira que embargaba a Saitama.

—Maldición… no puedo evitar esto. Y es tu culpa —soltó de pronto.

—¿Mi culpa? —cuestionó contrariado.

Apenas se decidió a acortar la distancia, sintió cómo Saitama sujetaba sus muñecas y lo jalaba hacía sí. No trató de evitarlo, pero antes de caer por la pérdida de equilibrio colocó sus manos en la pared. La distancia era mínima de nuevo. Sus rostros estaban demasiado cerca, casi rozándose.

—Mi corazón no para de latir cuando estás a esta distancia —justificó en un susurro.

Genos empezaba a comprender a qué se refería. De hecho entendía mucho más a través de aquella intensa mirada que por sus palabras. No era la primera vez que notaba ese nerviosismo irracional. Su conducta áspera y distante se había convertido en ley desde que decidió quedarse a vivir con él. Todo se había complicado. Antes pensaba que no mejoraría porque Saitama era incapaz de acostumbrarse a compartir techo con otro ser humano, que eso le ocasionaba pesadez, tensión nerviosa. Cuando más bien la tensión era… sexual.

—Es ridículo —. Un dejo de risa irónica se escapó de los labios del menor, pero entonces contuvo el aliento pues Saitama se acercó más aún.

—Ridículo, ¿verdad? —. Aquellas palabras se esfumaron con la unión de sus labios en un suave roce.

El rubio entrecerró sus ojos. Era la primera vez que experimentaba algo así. Ese peculiar cosquilleo electrizante en su boca lo mantenía muy quieto. De pronto el sentido del gusto le pedía probar más… era delicioso, exquisito. ¿Cómo podía saber tan bien? Sujetó la cintura de su maestro y abrió un poco más la boca. En ningún momento movió sus labios siguiendo el ritmo impuesto por el mayor, más bien permaneció inmóvil cual catador de vinos en pos de descifrar el elixir secreto que deleitaba su paladar.

Saitama lo despertó de su ensoñación al apartarse y cubrir su propia boca.

—¿Qué ocurre? —inquirió el androide al cabo de un rato.

—¿No te parece asqueroso?

No le fue posible distinguir la intención detrás de esas palabras porque, por extraño que pareciera, era como si su maestro hubiera tratado de gastarle una broma y ahora se esforzara por no soltar una carcajada. Si era así, entonces todo lo que creyó apenas un momento no significaba nada. "A menos que estés empeñándote en ocultarlo", reflexionó.

—Si no nos damos prisa, no llegaremos a tiempo a la primera parada programada en la agenda —sentenció Genos, resignado—. Será mejor que partamos, antes de que anochezca —trató de decirlo en el tono más neutral posible, encaminando sus pasos de regreso a la planta baja y de ahí a la puerta de entrada.

Saitama respiró profundo al encontrarse solo. Siguió al androide minutos después de calmar su pulso acelerado. Por supuesto que no iba a declararse, sería ridículo. Y seguramente Genos no había disfrutado aquel beso tanto como él. "Lo dejé en shock, y apuesto a que si hubiera reaccionado a tiempo me habría golpeado".

Desgraciadamente su imaginación le jugó una mala pasada, pues habría jurado que en el último instante el rubio no sólo no impidió que el beso continuara, sino que cedió el paso a su lengua. Y la forma en que sujetó su cintura… "No, sólo lo estoy malinterpretando". Debía dejar de pensar esa clase de cosas y calmar su extraño deseo interno.