Disclaimer: Pokémon Special no me pertenece, son propiedad de Hidenori Kusaka.
Advertencias: No shipping, temas fuertes.
Notas iniciales de capítulo: ¡Hola a todos! Aprovechando que tengo poco tiempo y que me he metido (de tonta) en un reto nuevo considerando las presiones escolares que tengo... ¡Aquí les traigo un nuevo fic! Éste, como el de Cuando Celebi no está, está hecho de afán, aunque prometo que el final no será tan terrible como ese XD
Aunque sí que no habrá notas iniciales ni finales de capítulo, pero actualizaré de recorrido (pueden dos caps por día si todo sale bien. En fin, ¡les dejo leer!
Este fic es una participación del reto de este mes "Otoño para salir de viaje", del foro DexHolders del Prof Oak, link en mi perfil.
La tennyo perdida
Acto 01
—*—*—*—*—
En el fondo de un bosque, a las faldas del monte del Este, se escuchaba el fuerte llanto de un bebé, que perturbaba la pacífica noche de invierno; lo habían abandonado, o quizá no, el olor de la sangre y la muerte era claro para los yōkai[1] que habitaban en el área.
—Primero una nevada y luego un bebé —se quejó un zorro de pelaje azabache y brillantes ojos dorados, sentado en el techo de su pequeño santuario—. ¿Por qué los humanos siempre vienen a este bosque a morir?
—No lo sé, pero sería más agradable si dejarás de quejarte —le dijo un chico pelirrojo de ropas ligeras, orejas peludas en su cabeza y cola desde un árbol. —Estoy cansado así que dormiré un poco.
—¿Cómo se supone que podrás dormir con este condenado frío y los chillidos de ese cachorro humano? —Le preguntó el zorro enarcando una ceja retándolo a contestar, pero él le ignoró— Hey, podríamos al menos ser capaces de callar a ese mocoso, ¿no?
—Claro, ve a darle un biberón —contestó el chico restándole importancia, no muy interesado en seguir hablando con su compañero.
—Hablo de lanzarlo a un río —aclaró sabiendo que el ōkami[2] había sido sarcástico—. Aún con este frío no se ha muerto aún y ha estado llorando por una hora sin que ningún animal salvaje se lo haya comido aún, ¿por qué no…?
—Porque no somos asesinos —contestó el pelirrojo sentándose mientras se pasaba la mano por la cabeza mirándolo con sus brillantes ojos plateados serio y cansado, como si esa conversación la hubiesen tenido más de una vez—. Sabes las reglas del dios de la montaña, nada de…
—Nada de matar humanos, lo sé —el zorro rodó los ojos— ¡pero si de todas formas mueren!
—Por cosas de la naturaleza, nosotros no interferimos, así que no vayas diciendo cosas tan imprudentes como si nada, Gold.
Sin decir nada más, el chico se paró en la rama en la que estuvo recostado y saltó perdiendo de entre las demás ramas del árbol, posiblemente para poder dormir tranquilo sin que el zorro negro lo molestara.
Gold bufó. Desde que el dios de la montaña decidió entrar en paz con los humanos todo en ese condenado monte eran reglas; claro que no le molestaba la tranquilidad del todo, pero también añoraba aquella libertad de hacer cuanto le viniera en gana, los humanos le temieron y respetaron en su época y ahora… seguramente hablaban de él como una bestia mitológica o parte de una absurda leyenda.
Los gritos del bebé seguían resonando y su amigo parecía ya haber caído dormido. Sonrió de forma ladina, al menos podría ver como el cachorro de humano moría de hambre o de frío.
No le tomó demasiado tiempo llegar hasta donde éste estaba, apestaba a sangre y los prominentes gritos de éste delataban su paradero. En un pequeño claro encerrado entre pinos que empezaban a perder sus hojas, en una canasta manchada de sangre estaba la pequeña criatura que estaba roja de tanto chillar.
El zorro, fue rodeado por humo para mostrar a un joven muchacho de cabello desordenado azabache del que resaltaban unas orejas negras de zorro, afilados ojos dorados y un yukata[3] rojo con bufanda negra.
Se acercó hasta el bebé con las manos escondidas en sus mangas, enarcó una ceja, no parecía tener frío y aparentemente estaba en perfectas condiciones, entonces… ¿de quién era la sangre?
—¿Quién… —se escuchó una moribunda voz no muy lejos, Gold movió una de sus orejas, dándose vuelta y viendo, semienterrada en la nieve a una mujer moribunda— anda ahí?
—Por el dios de la montaña… —susurró Gold al darse cuenta que a la mujer la atravesaba una espada de costado a costado.
Si bien era un kitsune[4] molesto y algo desinteresado por la vida humana, no era alguien sádico y cruel (o por lo menos había dejado de serlo en el último siglo), Gold se acercó hasta ella preguntándose cómo seguía viva.
—Usted… ¿es… u-un mensajero celestial? —Preguntó la mujer entre jadeos. Gold iba a negar, pero ella sonrió suavemente callándolo, como si estuviese aliviada; era hermosa, eso sí, tenía cabello azabache y ojos de extraño azul, quizá, lo único que le desfavorecía era la palidez que la marcaba ya como un cadáver—. Por favor… salve a mi niña… lleve a mi pequeña Haruka… con… con su amo —tosió algo de sangre, estaba llorando e hiperventilándose, aun así, seguía hablando—. Se lo ruego… por favor…
—Mujer —dijo Gold frunciendo un poco el ceño—, soy un yōkai, ¿confiaría su cría a una bestia?
Ella le miró suplicante, dando a entender que estaba contra la espada y la pared. —Por favor…
La voz quebrada de la mujer se apagó, al igual que su vida. Gold suspiró negando con la cabeza, los humanos morían tan fácilmente…
Se levantó y se acercó hasta el bebé en la canasta, seguía llorando, como si se hubiese enterado de la muerte de su madre. ¿Llevarla hasta el dios de la montaña? Eso era algo riesgoso, no era un mensajero celestial y el dios no lo iba a tener en buenos términos después de haberse dejado ver de una humana, aunque ésta hubiese muerto.
Además, ¿qué clase de vida se le podía ofrecer a un cachorro de humano estando entre yōkais? Muchos intentarían comérsela en los primeros días, o bien intentarían jugar con ella y terminarían rompiéndola. ¿Y cómo se supone que iba a cuidarla cuando creciera? ¿Y dónde viviría? ¿Qué comería? ¿Cómo sobreviviría?
—Para ti sería más sencillo morir aquí mismo, Haruka-chan —dijo con burla su nombre antes de pasarse la mano por el cabello algo contrariado. Tantos años de tranquilidad lo habían vuelto algo débil y más después de ver a aquella humana ensangrentada. Gold siempre tuvo cierta debilidad por las mujeres. —Bien, te llevaré con Mori-kami-sama pero sólo porque podrías llegar a ser tan bella como tu difunta madre.
Tomó la canasta en manos y se fue hasta la cima del monte saltando de rama en rama.
Esa fue la noche en la que un humano entró en contacto directo por primera vez con el dios de la montaña.
.-
Ocho inviernos habían pasado desde entonces, con el tiempo, aprendieron que vivir con un humano podía ser tedioso, pero no imposible; la pequeña Haruka creció con cariño, teniendo como protector a Mori-kami-sama y a Gold como su guardián, quien debía cuidar que nadie intentase o lastimarla o comérsela (y sépase que era complicado considerando el horroroso olor que desprendió en sus primero tres años de vida). Con el paso de cada año, todos aprendieron a tratar de una forma diferente a la cachorra de humano, construyeron una casa para resguardarla de las lluvias y nevadas, la vistieron con ropa digna de una pequeña princesa y la educaron como una chica de bien.
Irónicas acciones viniendo de parte de yōkais crueles y desalmados que en sus tiempos gozaron de ver ríos de sangre humana, pero considerando que existían ciertas excepciones, no fue complicado darle una grata vida a la niña, normal, entre lo que cabía, siendo cuidada por una kitsune enviada por la diosa Inari[5] que le trataba como si fuese su propia cría.
Haruka fue feliz, todo lo feliz que podía ser una niña de ocho años, había adquirido una personalidad agradable, era amable tímida, suave, dulce, generosa y demás, sinceramente, si los demonios del monte no la hubiesen empezado a apreciar, Mori-kami-sama no la protegiera y no tuviera a un kitsune de alto rango como Gold cuidándola, habría muerto. Era demasiado bondadosa como para siquiera sobrevivir en el mundo de los humanos.
Definitivamente era algo que debía ser corregido a toda costa, ocho años de su vida estaban siendo gastados entre flores y risas alegres, ignorante de la malicia que se hallaba fuera del monte (e incluso dentro de éste)… eso era lo que pensaba Gold.
El mismo que en la octava nevada de la pequeña niña de ojos azules y cabellos castaños hubiese dado lo que fuera por mantener su ignorancia e inocencia.
Algo que la kitsune de Inari jamás le enseñó a Haruka fue la malicia del mundo, y entre eso, tampoco le explicó la crueldad con la que funcionaba la ley del más fuerte. Donde te aplastaban cuando te mostrabas inferior.
Por eso, Haruka jamás esperó una reacción violenta de aquellos niños humanos que profanaron el bosque, jamás se le cruzó por su infantil cabeza que un par de chiquillos como ella aborrecieran a los demonios y menos que la usarían en un cruel juego de caza de yōkais.
—¡Ja! ¡Pero si no son nada peligrosos! —Se burlaba uno de los niños con sonrisa torcida y maligna, de ojos rojos y cabello azabache, que sostenía una roca en su mano. —¡Hermano se equivocaba!
Le lanzó la roca a la niña que trataba de huir, pero que cayó a la nieve de nuevo, su kimono azul estaba manchado de su propia sangre y sus ojos estaban inundados de terror, jamás había sido tratada con tal brusquedad por absolutamente nadie.
—Oye Ruby —dijo su compañero acercándose a Haruka, quien estaba bocabajo, ocultando su rostro entre sus brazos y la nieve, la tomó por el cabello y ésta gimió de dolor, mientras se veía obligada a encarar a sus agresores—, tiene unos ojos extraños, como los tuyos, ¿no podría valer algo?
El niño que antes había lanzado la roca se puso la mano en la mejilla meditabundo. —Quizá podría valer en algún circo o en alguna plaza del placer[6], no es fea tampoco.
—Pero Ruby… —un niño idéntico al azabache, solo que en lugar de ojos rubíes unos castaños comunes se acercó tímidamente a ellos, estaba apartado de toda esa matanza, temeroso por las crueles acciones de su hermano mayor y el amigo de éste— ¿seguro que es un yōkai? Yo… yo la veo como una niña normal…
—No seas tonto Yūki —chasqueó la lengua el chico de ojos rojos mientras tomaba un palo del suelo y se acercaba a la pequeña, con el palo la tomó del mentón y la obligó a mover su rostro, aún con el cabello agarrado por su compañero— mírala, sus ojos son azules, está vestida con un kimono muy fino y… —le movió bruscamente los labios con la rama, mostrando sus dientes— unos colmillos afilados, obvio es una yōkai, quizá una Yuki-onna[7]… es muy bonita —dijo fijándose más en el rostro espantado de la niña. —Valdrá mucho y si la matan, pues seremos los primeros en cazar una Yuki-onna, ¿no? Será un honor para nuestras familias.
Cada vez la conversación de esos niños la aterraba más y más, no les bastó con perseguirla como un conejo por todo el bosque, golpearla y humillarla sino que también planeaban cosas horribles como venderla o matarla como si fuese un simple objeto.
Si antes estuvo llorando y no la escucharon, esta vez le prestaron atención mientras gimoteaba impotente.
—Por… por favor… no… no les he hecho nada… —tragó— … por favor… paren… paren… Gold… Crystal…
Yūki la miró sorprendido y realmente preocupado, mas Ruby y su otro amigo que la agarraba del cabello fruncieron el ceño, les parecía un descaro de parte de un demonio pedir piedad, cuando asesinaban a sangre fría a tantas personas de aldeas día a día.
—Odiosa yōkai —gruñó el niño que la tenía agarrada del cabello, mirando a Ruby que se preparaba para agarrar el palo y golpearla con él.
Ella cerró los ojos, esperando un impacto que no llegó, puesto que Yūki, el niño que se había mantenido al margen de todo, saltó encima de su gemelo impidiéndolo lastimarla. —¡Por favor, hermano! —Gritó agarrándolo del brazo con el que sostenía el palo— ¡Fue suficiente! ¡No estás siendo mejor que ellos!
Ruby se detuvo inmediatamente al escuchar a su hermano menor (por minutos) que se detuviera, quizá, sí había ido demasiado lejos con la Yuki-onna, suspiró bajando el garrote y miró a su amigo.
—Vámonos ya.
—¡No, por favor! —Pidió Haruka de nuevo, al sentir que la obligaban a acompañarlos, pero ellos la ignoraron; buscó suplicante la mirada del niño que la había ayudado hace un momento, pero éste se encontraba adelante, lejos de su campo de visión siendo empujado por el niño del palo. Ahora, dejando el temor a sus agresores, se centró en el increíble miedo que le daba salir del monte que era su hogar— ¡Basta, no! ¡Gooold! —Llamó a su guardián como último recurso— ¡GOOOOLD!
—¡Ya cállate! —Le ordenó el niño que la tenía agarrada del cabello, preparado para callarla de una patada, pero no se esperó el brusco movimiento de la apresada.
En un momento de desespero, Haruka sacó toda la fuerza que tenía y le enterró un codo en el estómago al chico que le tenía agarrada del cabello, mandándolo al suelo. Inmediatamente, se lanzó a correr, tropezándose un poco al levantarse, sin embargo, siguió, incluso cuando escuchó a los niños detrás de ella; pero estaba débil y no estaba acostumbrada a esforzarse tanto físicamente.
Una vez se internaron a la parte del bosque donde los árboles se hacían más abundantes, Haruka cayó rendida a las raíces de un ejemplar que se había quedado sin hojas por la nevada. Solo estaba ella, la nieve y el frío tronco del árbol en el que recostó su peso. El par de niños malvados no tardaron en hallarla, ella ya estaba demasiado cansada como para seguir luchando y ellos lucían tan dinámicos…
Para su fortuna, una sombra cayó desde el cielo, aterrizando entre los niños y ella. Haruka abrió los ojos sorprendida, y esta vez lloró de alivio.
—Gold…
El kitsune estaba frente a ella, dándole la espalda, procurando no mostrar su rostro a la niña, porque si lo hacía, posiblemente la asustaría, como lo estaba haciendo con los niños que hace unos momentos estaban llenos de valor. Gold los observaba con un odio y repulsión que jamás había sido expresada por sus dorados ojos, la ira lo carcomía y se empezó a reflejar en las llamas de zorro que aparecieron en sus manos.
Los mataría, los iba a matar… si tan solo Mori-kami-sama no estuviese viéndolo.
—Lárguense —les ordenó, los niños se quedaron estáticos, ese sí era un yōkai tenebroso—. ¿Qué no me oyeron? Váyanse de mi bosque AHORA.
No bastó más, ambos salieron corriendo dejando a Haruka con Gold, que al verla se lamentó haber
llegado tan tarde. Aunque no era su culpa, él perfectamente le había ordenado que no fuera a los
límites del monte, pues su presencia se perdía con los demás humanos que vivían cerca a los inicios del bosque, pero en ese momento no pudo reclamarle nada, porque cuando iba a hacerlo, la vio moribunda y jadeante, llena de su propia sangre y su rostro manchado de suciedad y lágrimas. Temblaba y no sólo por el frío.
Con esos años, había llegado a querer a Haruka, a su manera, pero la quería, y verla así… rompió un pequeño pedazo de su corazón. Se arrodilló hasta su altura, mirándola preocupado.
Ella lo estaba observando fijamente, aun llorando sin hipear, entonces, abrazó fuertemente a su guardián, buscando confortarse en los brazos de éste, que le correspondió, cosa que no hacía muy frecuentemente.
—Lamento haber llegado tarde —se disculpó el azabache aun sabiendo que no era su culpa—. Lo siento… yo de verdad… no quería que aprendieras así.
No quería que aprendiera de la maldad del mundo experimentándola, pero ya era muy tarde para arrepentirse, el daño estaba hecho.
Haruka sólo se aferró con más fuerza al kitsune, escondiendo su cabecita en el pecho de éste. —Los odio… —susurró llorando de nuevo— odio a los humanos, son malos, malos, malos… son horribles.
Gold suspiró, agarró suavemente a la niña de las piernas y la cargó, con ella aun abrazándolo. —Yo también los aborrezco —admitió— pero no debemos hacerles daño, sino, seríamos iguales a ellos.
Haruka no respondió, no negó no asintió, Gold lo sintió normal, después de la combinación de experiencias vividas tan recientemente. Dio un salto y aterrizó en la rama de un árbol, y continuó saltando hasta llegar a la pequeña casa de la infanta.
[1] Yōkai, apariciones, espíritus, demonios, o monstruos, son una clase de criaturas en la cultura japonesa que van desde el malévolo oni al travieso kitsune o la mujer pálida Yuki-onna. Algunos tienen partes animales y/o partes humanas.
[2] Ōkami, lo que en nuestra cultura puede ser conocido como un hombre lobo o licántropo.
[3] Yukata, es un kimono hecho de algodón. Es mucho más ligero porque no tiene la capa que cubre normalmente al kimono.
[4] Kitsune, espíritu del bosque con forma de zorro, cuya función clásica es la de proteger bosques y aldeas. Según la mitología japonesa, el zorro es un ser inteligente que posee habilidades mágicas, las cuales ve incrementadas con la edad y la adquisición de conocimientos.
[5] Inari, es la deidad japonesa de la fertilidad, el arroz, la agricultura, los zorros, la industria y el éxito en general. Los zorros de Inari, o kitsune, son de un blanco puro y actúan como sus mensajeros.
[6] Plazas del placer, lugares donde se prostituían Geishas.
[7] Yuki-onna, la mujer de la nieve, es un espíritu o yōkai encontrado en el folclore japonés. Algunos relatos cuentan que se les aparece a los viajeros que se encuentran atrapados en tempestades de nieve y utiliza su respiración helada para matarlos, otras historias dicen que extravía a las personas haciendo que mueran por hipotermia.
