Perdón

Capítulo 1: Verdad

–¿Es todo?

–Sí, mi señor –respondiste, mecánicamente. Antes de que siquiera te lo permitiera, te erguiste desde tu posición arrodillada y, sin dirigirme la mirada, empezaste a retirarte. Amargura me lleno la boca. Sin dejar que te fueras, dejé que se deslizara por mi lengua.

–¿Vas a seguir odiándome por el resto de tus días? –clamé, te detuviste a mitad de camino y sin encararme, respondiste.

–¿Es esa tu manera de pedir perdón? –dijiste, con veneno.

–¿Hablas sobre perdón? –te vi crisparte levemente. Podría haberlo imaginado–. No hay tal cosa para mí. Ni para ti.

Seguiste caminando, alejándote de mi, sin mirar atrás ni una vez. El portón del cuarto cerrándose de golpe fue toda la respuesta que me diste. Solo otra vez, una voz hizo eco.

–No te das por vencido, ¿verdad? –su silueta apreció de entre las sombras.

–Déjame sólo, Cee-Cee.

–Estás tan desesperado, que estás dispuesto a arrastrarte de rodillas frente a él para hacer que te mire.

–Cállate –ordené. Ella simuló una mirada ofendida.

–Él no va a venir a ti si le sigues rogando. Ofrécele algo distinto.

–¿Qué? –escupí.

–La verdad –dijo ella. Un pesado silencio siguió.

–La verdad podría acabar con él. Esa carga es mía.

–Si visión parcial de las cosas también lo va a acabar –dijo, como declarando un hecho–. Puede que él no lo sepa todavía, pero no te queda mucho tiempo. Úsalo.

Silenciosamente, ella siguió el mismo camino que habías tomado momentos antes, dejándome solo con mi trono otra vez.


–¿Llamó, mi señor?

–Siéntate, necesito hablar contigo –en contra de mis palabras, permaneciste de pie frente a mi escritorio–. Iré directo al punto –entonces, hice una pausa. Esto sería duro, pero sólo había una forma de decir lo que debía decir. Sin rodeos–. Quería que supieras que nunca planeé la matanza en la primera Zona Especial de Japón, de hecho la había aceptado –dije. Tu cara no cambió ni un poco–. El geass es traicionero. Mientras más lo usas, más inestable se vuelve –tu seguías sin moverte, tus ojos tan muertos que temí que no estuvieras escuchando en absoluto–. Durante un tiempo fui capaz de activarlo a voluntad. Pero antes de darme cuenta, ese tiempo se acabó. Cuando le di a Euphy esa falsa orden, mi geass no debió haber estado activado. Pero lo estaba. No la pude detener para entonces. Y sabía que la culpa sería demasiado para ella, así que decidí cargar con ella –dije. Hubo un silencio, uno aterrador.

–¿Me estás diciendo que Euphy murió por un accidente? –preguntaste, tu voz monótona.

–Sí.

Se hizo un segundo silencio.

Entonces…

–¡Bastardo! –ladraste, mientras te abalanzabas y de una barrida tirabas todos los objetos de mi escritorio. Furia pura emanaba de tus ojos. Al fin una reacción–. ¿¡La mataste por accidente!? ¿¡Y ahora quieres que te crea!?

–Créeme o no, es la verdad –contesté, actuando en calma. Antes de darme cuenta, rodeaste el escritorio y con la fuerza que sabía tu poseías, me agarraste del cuello de la ropa y me levantaste del suelo.

–¿¡Todavía no estás contento con los que has hecho!? ¿¡Por qué me dices esto ahora!? ¿¡POR QUÉ!? –me gritaste a la cara. Medio ahorcándome con tu firme agarre, me las arreglé para responder.

–¿Habrías… sido capaz… de escuchar antes? –tus ojos se aguaron de la rabia. Me botaste y yo caí. Te precipitaste como un feroz huracán fuera de la habitación, mientras yo yacía en el suelo, luchando para recuperar el aliento y fallando miserablemente.


–¡Leluoch! ¡Por una vez dime la verdad! –una severa voz levantó mis ojos de la lectura. Irrumpiste en el cuarto con pasos decididos. Te sentaste en el sillón frente a mi, y me penetraste con tus verdes y fulminantes ojos–. Todo lo que me contaste sobre Euphy, ¿debería creerlo?

–Sí –respondí.

–¿Por qué? –preguntaste de inmediato.

–Porque es lo que realmente pasó y quería que al fin supieras.

–¿Por qué ahora?

–No era posible antes.

–¿Por qué me mentiste, cuando te pregunté por primera vez?

–Quería protegerte de la verdad. Pero en este punto, no saber podría ser igual de dañino –contesté. Tu apretaste tu mandíbula, tus puños, y miraste hacia otro lado, hacia la ventana. La luna se alzaba afuera, echando en ti su luz plateada.

–¿Qué hay sobre Shirley? ¿Ella tampoco debía morir? –preguntaste, casi con sarcasmo.

–No, ella tampoco debía morir.

–¿Entonces por qué murió? –dijiste, finalmente devolviéndome la mirada. No tenía opción, debía contártelo todo.

–Alguien le dijo a Shirley que yo era Zero, el responsable de la muerte de su padre. Pero la verdad fue muy dolorosa para ella. Así que me borré a mi mismo de su memoria –seguiste mirándome, sin inmutarte–. Bajo circunstancias que supe después, el geass que dejé en ella fue cancelado. Ella recordó todo, y decidió perdonarme. Ese día en Ikebukuro pensé que el mejor lugar para ella era a tu lado. Pero entonces…

–¿Entonces?

–Rolo –dije. Tu te tensaste–. Cuando recuperé mis recuerdos, le mentí a Rolo. Le hice creer que lo amaba como a un hermano.

–Lo convertiste en tu aliado –dijiste con rencor.

–No, en realidad no era un aliado. Despreciaba a las personas que me importaban, porque me quería solo para él.

–No puede ser… –murmuraste.

–No importa si Rolo tiró el gatillo. Fue lo mismo que matarla yo mismo –dije, un apretado nudo en mi garganta. Pero ninguna lágrima caería de mis ojos. Tus ojos por el contrario, estaban sospechosamente brillantes–. Después, Rolo murió salvándome. Se liberó de mis mentiras y decidió morir por mi voluntariamente, como mi hermano –concluí. Me sentí extrañamente aliviado al decirte esto. De alguna manera, mis atrocidades podían ser dichas con pocas palabras. Te tomó un momento poder hablar de nuevo.

–Cuéntame más. Cuéntamelo todo –dijiste, y supe que no podía negarme.


–¿Vas a seguir confesándote? –preguntaste, mientras entrabas al cuarto del trono.

–No. Te llamé para decirte que tomé una decisión. Una importante –te detuviste justo en frente de mi, tus ojos penetrándome a morir–. Suzaku, debes matarme como prometiste –declaré. Tu te quedaste helado. Sin esperar a que te recuperaras, proseguí con la explicación–. De acuerdo al plan, el odio del mundo está concentrado en mi. Lo único que falta es quitar del camino a Schneizel. Entonces, debes convertirte en Zero, el símbolo de justicia, el que liberará al mundo de su tirano. Así, no necesitarás la fuerza de las armas para reunir a las naciones en una negociación por la paz. Una paz duradera –declaré. Un denso silencio siguió. Estabas asimilando mis palabras.

–¿Así que te vas a convertir en un chivo expiatorio? –preguntaste, ni un sentimiento en tu cara.

–El que mata debe ser aquel preparado para ser muerto.

–¿Y quieres que yo sea tu verdugo?

–Será nuestro castigo.