FORGOTTEN
Es que si no fuera prohibido, no lo habríamos deseado más.
–Sesshoumaru-sama. Espéreme, onegai. –suplicó, agitada, pero su amo, más frío que el mismísimo hielo, le ignoró deliberadamente. Como de costumbre.
No esperaba respuesta, porque nunca llegaría. Obviamente.
O, ¿Tal vez, no?
Debía aceptar que desde que el pequeño Jaken-sama desertó, su amo se había convertido en un ser de inestable carácter. Eso le asustaba mucho más. A decir verdad, le atemorizaba a sobremanera no saber de qué manera podría reaccionar Sesshoumaru-sama. De antaño, nada en él llegaba a sorprenderla, pero ahora… la sorpresa, que podría resumirse en ataque de nervios, era peligrosamente cuestionable.
– ¡Sesshoumaru-sama! –exclamó.
Él descendió la velocidad de su paso, aliviando a una cansada Rin. Vaya que el perfectísimo ser que caminaba, ahora, delante de ella, era volátil.
Repentinamente, su amo detuvo el andar. Ella, por inercia, también lo hizo, quedando a no menos de un paso de su magnífico señor.
–Rin. –llamó. La chica dio un par de pasos delante de su amo. Acto seguido, giró sobre sus talones, mostrándole su níveo rostro en una mueca de confusión.
–Dime, ¿por qué deseas permanecer a mi lado? –inquirió.
– ¿Señor? –dijo, agudizando un poco más la mueca contraída de confusión en su rostro.
–Una vez, me dijiste que te producía paz, el permanecer a mi lado. –recordó seriamente.
–Así es, mi Señor. –corroboró, al tiempo que asentía. Sesshoumaru, como pocas veces, esbozó una imperceptible, para el ojo humano, sonrisa.
–Han pasado diez años. –comentó. –Diez años, desde que me sigues. –continúo. –Y exactamente, tres, desde que te ordené que te fueras. –puntualizó.
– ¿Por qué me dice todas éstas cosas? –reclamó ella.
Él sonrió abiertamente, sorprendiéndola.
–Has crecido mucho desde que te conozco. –dijo. –Ahora, eres una mujer.
– ¿Quiere que me vaya? –preguntó atolondradamente. Ése era su mayor temor.
–Te equivocas. –la reprendió. –Deseo algo más. –afirmó, y retomó su marcha.
Rin suspiró aliviada, pero recordó, en un momento de lucidez, lo que su amo puntualizó al final. ¿Qué cosa que deseara su amo, por difícil que fuera de conseguir, no obtendría él?
Ninguna.
–Rin. –le llamó. –Regresaremos al palacio. –informó a su joven pupila.
La chica se acerco, y él se detuvo. Acortó distancia, prudentemente, y se transportó, junto con ella, en una esfera de energía, hasta su "hogar".
Fueron cuatro largos años, los que permanecieron viajando. Lejos de todo.
Y ahora, regresaban. Tranquilamente.
Totalmente inaudito.
Desde que llegaron, y fueron recibidos como se les recibe a un gran rey, y a su princesa, no tuvieron más contacto. Él se dirigió inmediatamente a su recámara. Y ella, se dirigió jardín en el que, si mal no recordaba, y aún primaban las costumbres de antaño, su nana, Hanasaki, estaría, como cada tarde, predispuesta a observar la puesta del sol.
Y en efecto, las costumbres de su nana no cambiaron en lo absoluto. Rin se acercó. Se le veía tan tranquila, que no se perdonaría incomodarle, así que, se retiró.
El palacio de Lord Sesshoumaru era de considerable belleza y confortabilidad. Cuando era solo una niña, la idea de caminar sola por los pasillos de éste palacio, en grandeza de tamaño, se le hacía tediosa. Pero debía de aceptar que amaba éste lugar. Amaba todo de éste lugar, en especial, sus grandes jardines. El palacio estaba rodeado, en cada punto cardinal, de jardines. Había un pequeño laberinto de arbustos sumamente altos en el jardín del sur. Inmenso ante sus ojos, cuando solo era una pequeña niña de nueve años de edad. Lo más notable es que, en cada uno de los cuatro grandes jardines, las plantaciones de flores eran conjuntivamente diferentes: en el jardín del norte, habían solamente rosas rojas; el jardín oriental, estaba plagado de árboles de sakura, que misteriosamente, estaban en flor a cada estación, sin importar cualquiera fuera; en el jardín occidental, primaban unas hermosas flores blancas. Lillium, como solía llamarles Hanasaki okaa-san; y por último, el jardín del sur, que no poseía flores de ninguna especie. Solo arbustos, y caminos en piedra. Simple, ¿no?
Aún así, era el que brindaba una mejor vista del atardecer.
Aún así, era el que más adoraba, sobre todos los demás: era el jardín en el que descubrió, con madurez, la verdad de sus sentimientos.
Después de la muerte de Kagura-san, Sesshoumaru-sama rebozó los confines del odio en su corazón. Y parecía no aparentarlo. Él, siempre tan insensible, pareció no querer suprimir en absoluto sus ya antes reprimidos sentimientos. Odio que fue liberado junto con la muerte del malvado Naraku. Del maldito que asesinó cruelmente a Kagura-san. Por ello se mantuvo alejada. A pesar de ser una niña, no era tonta. Sabía de antemano los sentimientos que Lord Sesshoumaru tenía hacia ésa mujer. Ella había aprendido a conocerle, desde que era muy pequeña. Y con ello, desgraciadamente para ella, también a amarle.
Pero él se comportaba como un padre con ella. Le cuidaba. Le protegía.
Que irónico, ¿no?
Ella jamás se comportaría como su hija.
Será posible que, aún después de la muerte de Kagura-san, ¿su amo siguiera amándole?
No quería saberlo.
Lo que tenía definitivamente claro es que ella, aún si estuviera muriendo, no dejaría de amarle. Sin importar que tan frío y distante pudiera ser su amo. Ella conocía el calor de su corazón, y se culpaba y recriminaba cada vez que podía, por haber sido la primera persona que le descongeló. Y le hizo vulnerable, al saberse vulnerable, porque él arriesgaría su vida cada que fuera necesario. Tal como lo ha hecho antes, infinidades de veces. Tal como lo ha hecho siempre.
Pero, ¿qué sabía ella del amor?
A su corta edad: dieciocho años, ¿qué podría saber del amor?
Mucho.
Y aprendería más aún, para enseñarle un poco a su Lord, siempre que él se lo permitiera.
–Vaya que recostarse a ver las nubes me hace divagar mucho. –pensó en voz alta, para dejar escapar de entre sus labios un largo suspiro. –No vale la pena meditarlo más. –concluyó. Acto seguido, se puso en pie, cuidando no ensuciar su precioso kimono de seda con el lodo, cuando, a decir verdad, ya lo había ensuciado. –Que tonta… Sesshoumaru-sama se enfadará. –soltó entre risitas, reprendiéndose mentalmente.
Luego, regresó al palacio.
Se había oscurecido. Que rápido se había pasado el tiempo. Tan rápido, que ni siquiera pudo percibirlo.
El palacio estaba rodeado –obviamente– de youkais. Para ella, y para todos, era bien sabido, que a Lord Sesshoumaru le desagradaba a sobremanera la raza humana, y todo en relación a ella, así que debía darse por sentado que ella era la única humana en ése lugar. Pero ella era la humana de Lord Sesshoumaru, Señor de las Tierras del Oeste. Con ella era diferente, porque ella le pertenecía a su amo. Y todos la respetaban, y la querían, como si se tratara de su Señor mismo.
Por otro lado, ella era muy abierta con cada inuyoukai del palacio. No les temía, en absoluto. Es más, les apreciaba, y les consideraba como a unos familiares. Y es que de esa manera era que se trataban.
Todos le conocían como "La joven que camina al pie de Sesshoumaru-sama. La humana del Lord de las tierras del Oeste"
– ¡Mi pequeña Rin! –exclamó la inuyoukai de hermosa sonrisa, interceptándola en medio del corredor.
–Oh, nana. –Llamó la muchacha, mientras que corría –literalmente– a los brazos de su nana, olvidándose de su estrecho kimono, y obviamente, resbalando, gracias a un traspié, en medio del corredor.
La mayor se horrorizó al ver la escena, y no pudo más que gritar por ayuda.
Debió haberse dado un golpe muy fuerte, ya que quedó inconsciente, pero Hanasaki decidió no informarle nada a su amo, hasta que Rin recuperara la conciencia.
–Parece que ésta niña no ha perdido lo atolondrado. –comentó al inuyoukai, alto, de tez blanca, ojos jade y cabellos turquí, que tenía a su lado, quién amable, silenciosa, y clandestinamente le ayudó a llevar el cuerpo de la atolondrada jovencita a su antigua recámara.
–Kenji, ¿crees que despertará pronto? –preguntó.
–Bueno, eso espero. Lleva cuatro horas inconsciente. –dijo. –Sesshoumaru-sama notará su ausencia, y estaremos metidos en líos. –comentó afable, entre burlas. –Sabes que la pequeña es de su propiedad.
– ¡Kenji! ¡No te burles!
–Hanasaki-chan, sabes que Sesshoumaru-sama, desde hace mucho tiempo, ha dejado de verle como la niña que ya no es.
–Oh… tienes razón. Pero, jamás lo aceptará. Eso no ayuda. –concluyó. –Pero, ¿¡De qué tonterías hablamos?! –exclamó. –Ese no es nuestro asunto.
–Rin está despertando. –anunció en hombre.
– ¡Mi niña! No me asustes de ésta manera. –reprendió Hanasaki.
–Oh, nana. Estoy tan feliz de verte. –expresó, mientras abrazaba a su nana. –Y lo estaría aún más, de no ser por éste terrible dolor de cabeza…
–Kenji-san. –llamó, luego de haberse separado de su nana. –No has cambiado nada, desde que partimos. –le alagó. –Sigues siendo igual de apuesto como en antaño. –comentó, y el aludido fue víctima de un fuerte sonrojo en sus mejillas.
–Veo que andan muy juntos. ¿Acaso ya son pareja? –inquirió astuta la joven, provocando un sonrojo aún mayor el inuyoukai, y uno creciente en su querida Hanasaki okaa-san. A lo que ambos negaron frenéticamente con ambas manos, en un acto de nerviosismo.
–Nos retiramos, Rin-chan. Debes estar cansada. –dijo evasivamente Hanasaki. –Mandaré a que te traigan algunas hierbas para el dolor. –complementó. Hizo una reverencia, para luego tomar bruscamente la mano de Kenji, y prácticamente, salir corriendo de la habitación de una anonadada Rin.
Hanasaki-san era una inuyoukai muy hermosa. De esbelta figura, ojos perlados; tez pálida, y cabellos negros cual cielo nocturno, que llegaban a alcanzar poco después de sus caderas. No había conocido inuyoukai más bella, y completa; no porque fuera su nana, sino porque tenía un sentido maternal tan fuerte, que sumado a sus demás atributos, le hacían una perfecta mujer. En realidad no entendía, ¿cómo era posible que alguien como ella no tuviese marido? Jamás dejaría de preguntárselo, aunque algo tendría que hacer: Era bien sabido que Kenji-san se sentía fuertemente atraído por ella. Pero tenía la certeza de que no era algo superficialmente banal. Se notaba en los ojos del inuyoukai, que no se quedaba tampoco atrás: esos ojos jade de él hacían juego con los perla de ella. –Me encantaría que se comprometieran esos dos. –pensó en voz alta.
A la mañana siguiente, Hanasaki okaa-san, como solía hacerlo siempre, entró a su habitación, abriendo las cortinas de par en par, dándole paso a la blanca y brillante luz del sol. –Mi niña, despierta. –susurró cariñosamente. – Ohayou Gozaimasu. –saludó. –Son las siete. Tenemos un par de horas para embellecerte.
– ¿Embellecerme? –repitió. – ¿Para qué?
–Pues, para Sesshoumaru-sama. –contestó, como si fuera lo más obvio de éste mundo. –Mira lo que he traído. Mi Lord me ha ordenado que te haga vestirlo. –comentó, mientras extendía en el aire un hermoso kimono de seda blanco, bordado a sus pies con hilos de oro, y un obi de éste material. Sencillo, pero hermoso.
Los ojos de Rin se deslumbraron tras el ostentoso obsequio.
–Linda, ¿te quedarás toda la mañana ahí observando como tonta el kimono, o te levantarás de la cama? –se burló la mayor. –Recuerda que el desayuno será servido a las nueve en punto. Sesshoumaru-sama enfurecerá si no estás ahí.
Rin asintió, e inmediatamente se levantó de su mullido y acolchonado futon, para luego irse hacia el baño, seguida de su querida nana, quien de antemano ya había preparado la tina, con agua tibia, y aceites de cereza.
–Vamos, pequeña, entra ahí. Tu aroma debe ser impecable para el sensible olfato de mi Lord. –aclaró Hanasaki. Le ayudó a desvestirse de sus ropas de sueño, y le dio media hora a la jovencita, para que su piel absorbiera el dulce aroma del aceite, entretanto ordenaba la recamara de su pequeña hija.
–Nana. –llamó Rin.
–Mmm…
–Dime, ¿crees que le agradaré de ésta manera a mi amo?
–Pero que cosas dices, muchacha. Le agradarías de cualquier manera. –le contestó amablemente. –Ahora vamos, saldrás de ahí. –dijo, mientras se acercaba a la tina con una gran manta en sus manos, mientras que Rin se ponía de pie, para enrollar su cuerpo entre ellas.
La condujo fuera del baño, a su habitación, y la hizo sentar sobre la banca frente al tocador, envuelta ahora en un viejo kimono de estar. –Rin, que largo está tu cabello. –comentó. –Ha crecido mucho desde la última vez que lo peiné. –continuó, en tanto tomaba una pequeña peineta, y desenredaba los lacios cabellos de la muchacha, que llegaban mas debajo de su estrecha cintura. –Nana, eso ha sido hace muchos años ya.
La mayor terminó de peinarla, y le hizo poner de pie. Eran las ocho y media, y ya estaba casi lista: Cabello, maquillaje, manos y pies. Solo faltaba vestirla, tarea que cumplió inmediatamente.
–Sólo debo amarrar el obi, y ya estarás lista. –afirmó la nana, mientras ajustaba la tela a la cintura de Rin. – ¡Ya está! –exclamó. –Has quedado perfecta. –dijo orgullosa, mientras le observaba de pies a cabeza. –Eres ya toda una mujer. Y una muy hermosa. –le alagó, haciendo sonrojar a la pequeña jovencita. –Oh nana, muchas gracias. –dijo. –Ven, debes acompañarme. Ya casi es hora.
Acto seguido, ambas damas salieron de la recámara hasta la sala, y de ahí, al comedor.
–Sesshoumaru-sama…
