Los personajes de Naruto no me pertenecen, pero los OC que podrían aparecer sí. Advierto que los lugares y la trama no necesariamente tiene que coincidir con el escenario de Naruto. Muchas gracias por escuchar y que disfruten de la historia.
PRÓLOGO
Durante años, el mundo se había estado nutriendo con las leyendas que, generación tras generación, los humanos impartían a sus hijos sin necesidad de un papel para relatarlas e infundir el miedo y el respeto por aquellos seres que dominaban las profundidades de cada rincón del planeta. Se decía, que esos monstruos de los que hablaban los relatos, eran libres para hacer y deshacer a su antojo y que, a cambio de su protección, las aldeas pagaban altos tributos para mantener esa estabilidad que habían creado. Sin embargo, nadie pasaba hambre si podía ser evitado, y la paz reinaba en cada esquina. Los hombres vivían en una relativa libertad… podían permitirse dejar las puertas de en par en par de sus casas por la noche, descansar en las horas donde el sol más brillaba, cantar la gloria y grandeza de sus señores en felicidad.
Pero, como en la historia de tantos otros pueblos, quisieron más.
La casta sacerdotal se levantó contra sus amos, llenando los oídos a las personas de fortalecimiento, de un poder que arrodillaría a sus futuros enemigos y los alzaría a la cumbre del poder entre ellos. Y así, los pueblos se alzaron.
La gran guerra estalló, y todos peleaban indiscriminadamente unos contra otros, sin distinción de sexo o edades. Por las calles corrían verdaderos ríos de sangre, de muerte, de injusticia. La miseria se extendió como una plaga por las naciones, los gritos se escuchaban de forma constante en un concierto macabro y cruel. El miedo se apoderaba de la población civil, que era obligada a luchar apoyando la revolución. Para evitar la incorporación de sangre fresca y joven en sus filas, cada vez que se invadía un nuevo territorio eliminaban a los niños y atesoraban a las mujeres como botín de guerra. Sólo cuando las familias de esos demonios fueron atacadas y destruidas, éstos hasta entonces protectores de la humanidad le declararon la guerra. La situación se volvía insostenible, las vidas se perdían más rápido de lo que se sustituían.
Y de repente, todo terminó.
Los sacerdotes fueron castigados, hervidos en una olla de agua en presencia de los suyos, que no derramaron ni una sola lágrimas por aquellos que habían causado tanto daño a su raza, mientras que otros giraban la cabeza al horror del espectáculo. Los demonios más poderosos se repartieron las tierras, lo cual era más simbólico que para establecer una frontera, y aprendiendo del pasado ejercieron un férreo control sobre ellas. Se formaría un consejo en las aldeas, con las familias más respetables del lugar, y otras elegidas directamente entre los civiles. Luego, entre todos, debían seleccionar a uno de los suyos que respondiera por las acciones de su gente y los guiase. Éste jefe estaba obligado a reunirse con los demonios cada cinco años, limitando su poder y manteniendo informados a sus aliados de cada movimiento dado. Los acuerdos, a pesar de lo generosos que pudieran parecer, tenían un gran inconveniente. En fechas no especificadas, contaban con el pleno derecho de invadir cualquier aldea de sus dominios y coger de ella cualquier cosa que pudieran necesitar de ellas, prohibiendo la intervención por parte del jefe o su consejo, derecho amparado por la nueva ley en compensación a la deslealtad mostrada en la contienda por los humanos. El documento escrito fue firmado, y el pacto de sangre que lo acompañaba selló el acuerdo.
Y así, los años pasaron sin ninguna incidencia, borrándose de la memoria colectiva la existencia de esos seres poderosos que jamás aparecieron otra vez, convirtiéndose en un mito más de los que allí albergaban. Las aldeas crecieron en grandes centros urbanos, donde la actividad se disfrutaba de un lado para otro, todos demasiado ocupados con sus obligaciones. Las academias surgieron a modo de centros de formación militar e intelectual para jóvenes que querían ser algo más para su patria que simple mano de obra. Solo unas pocas mujeres con actitudes eran instruidas, y otras simplemente porque sus adineradas familias podían permitírselo. La vida seguía el curso natural de las cosas, e ignoraban cuánto les iba a costar ese olvido.
