Disclaimer: TMI y sus personajes pertenecer a Cassandra Clare.

Alma (Magnus y Alec):

Eran casi las dos de la madrugada cuando Magnus entró agotado en su apartamento. Se sentía un poco frustrado ya que no había logrado conseguir la información que estaba buscando y el trabajo de esa noche había sido tan cansador como tedioso, pero era a lo que debía dedicarse siendo un brujo, ¿no? Específicamente el Gran Brujo de Brooklyn; no había necesidad de ser modesto.

Las habitaciones estaban oscuras, lo cual no era de sorprender tras su larga ausencia de ese día, aun así la ausencia de Presidente Miau, que no había ido a recibirlo como era su costumbre, le resultó curiosa. Chasqueó los dedos y una ligera llamita azul brotó de ellos iluminando su camino a la sala en busca de su desaparecido gato, sin embargo su sorpresa fue aún mayor al encontrar a Alec tendido de cualquier forma en el sofá con Presidente a su lado y los dos completamente dormidos.

No habían quedado de verse esa noche ya que ambos tenían cosas que hacer, pero Magnus notó como la habitual combinación de alegría y anhelo que lo embargaban cada vez que veía al chico comenzaba a expandirse en su pecho ante el simple hecho de tenerlo allí en ese momento.

Intentando no hacer algún ruido que pudiera despertarlo, se acercó hasta donde Alec se encontraba y se acuclilló al lado del sofá para poder mirarlo a gusto. A través de la tenue iluminación creada por las azuladas llamitas danzantes que se posaban en su mano, contempló fascinado las pálidas facciones, de aquel bello rostro, relajadas por el sueño. Sí, Alec era hermoso, y lo que quizás lo hacía más atrayente era el hecho de que él mismo no era consciente de ello.

¿Qué iba a hacer con él?, se preguntó Magnus al tiempo que un débil suspiró escapaba de sus labios. ¿Qué iba a ser de ellos?

Desde hacía varios días no podía quitarse de la cabeza el asunto concerniente a su inmortalidad y la mortalidad del chico. Casi podía ver como algo tangible el miedo que Alec sentía respecto a ello y a pesar de todo lo que él había hecho, todavía no podía encontrar una solución que lo satisficiera hasta el punto de llevarlo a tomar una decisión definitiva. Cualquiera podría pensar que con una vida tan larga como la suya debía estar acostumbrado a perder a quienes quería y en parte así era; el dolor se amortiguaba con el tiempo y llegado a cierto punto cada nueva perdida se había hecho más fácil de sobrellevar que la anterior, pero con Alec… con Alec sentía que algo era diferente y por primera vez la posibilidad de enfrentarse a su perdida lo tenía asustado. Si tan solo pudiera…

Sus sombrías meditaciones se vieron interrumpidas de golpe cuando Alec se removió ligeramente entre sueños para cambiar de posición. Magnus, al percatarse de lo incómodo que parecía el chico recostado en aquel sofá, con las largas piernas colgando fuera de este y Presidente ocupando buena parte del escaso espacio disponible, no pudo más que sonreír pesaroso y mover la cabeza resignado ante aquel descuido tan propio del muchacho.

—Alexander, venga, despierta —le dijo con suavidad a su novio al tiempo que le apartaba tiernamente un mechón del negro cabello que le cubría parte del rostro—. Alec, cariño, vamos a la cama.

Poco a poco los ojos del chico se abrieron y se posaron somnolientos sobre él. Ante la luz de las llamas, el precioso tono azul de estos parecía un poco más oscuro; una lenta sonrisa curvó sus labios cuando pareció recocerlo y comprender por qué estaba allí.

—Llegas tarde —le dijo Alec con la voz enronquecida por el sueño. Respiró hondamente y al cruzar los brazos sobre el pecho, las blanquecinas cicatrices de las antiguas Marcas que tenía cerca del cuello se hicieron más visibles en contraste con su piel clara y la oscura tela de la camiseta de manga larga que llevaba—. ¿Una noche difícil?

—Veamos… Buscar un poco de información por aquí, algunos cuantos hechizos por allá. Ya sabes, lo mismo de siempre —le respondió el brujo con desenfado, intentando que él no notara su cansancio—. ¿Y qué me dices de ti? ¿También una noche difícil?

—Mmm… Reuniones de la Clave que parece que no llevan a nada; un desagradable encuentro con un par de demonios raum y mi madre que está un poco enfadada. Ya sabes, lo mismo de siempre —los ojos azules de Alec dejaban traslucir cierto aire de culpabilidad y también un poco de vergüenza, lo cual se hiso más evidente cuando un leve rubor le cubrió las mejillas—. Sé que no habíamos quedado hoy, pero… quería verte. Te extrañaba.

El corazón de Magnus, que siempre latía lento y con un ritmo acompasado, pareció acelerarse un poco ante aquella inesperada confesión. De los dos, era siempre a Alec a quien le costaba más poner en palabras lo que sentía o deseaba, motivo por el cual a veces el brujo se preguntaba sino lo estaría presionando demasiado con sus muestras de afecto y su carácter más abierto. Al parecer no.

Teniendo cuidado de no extinguir las llamitas que aún crepitaban en su mano, se inclinó lo suficiente para que sus labios se posaran sobre la boca del chico en un suave beso. Al separarse, su novio lo miró con el vulnerable cariño que le demostraba a veces y posó su mano abierta sobre la mejilla de Magnus.

—Brillas, ¿sabes? —su tono era divertido—. De hecho, brillas mucho; creo que solo por eso te reconocí nada más despertar.

Magnus volvió a besarlo otra vez, pero en aquella ocasión la ternura del beso anterior se vio remplazada por una necesidad pasional, urgente y exigente que parecía consumirlo por entero. Notó la sorpresa inicial de Alec y como luego poco a poco este se relajaba y entreabría los labios bajo los suyos invitándolo a continuar.

Si hubiese sido posible, a Magnus le hubiese gustado permanecer en ese momento para siempre. Entrelazados en aquel extraño abrazo junto a Alec, semitumbados sobre el estrecho sofá, escasamente iluminados por la luz producida por la magia y con su gato bufando enfadado porque le habían despertado. Sí, le hubiese gustado poder preservar eternamente ese instante y así no tener que enfrentarse nunca más al miedo que surgía dentro de él cada vez que comprendía que la mortalidad de aquel chico era algo inevitable.

El corazón seguía latiéndole a un ritmo desbocado cuando sus ojos recorrieron aquel amado rostro. Alec tenía las mejillas violentamente arreboladas y los ojos le brillaban de un modo casi febril. Con sus largos dedos enjoyados, Magnus trazó con delicadeza el rastro que su purpurina azul había dejado al caer sobre él.

—Ahora, tú también brillas —le dijo con solemnidad.

Si hubiera sido completamente egoísta, habría deseado con todas sus fuerzas poder otorgarle la inmortalidad a Alec. No quería perderlo, temía que algo dentro de él se rompiera de forma irreparable si eso ocurría; pero la parte que le amaba, la que deseaba su felicidad por sobre todo, sabía que no podría condenarlo jamás a aquel castigo. Vivir eternamente y ver como todo lo que querías se iba perdiendo cada vez más en un pasado más y más difuso era doloroso. No, no deseaba para Alec algo así aunque él tuviera que sufrir eternamente su ausencia.

La vida solo era un día, se recordó Magnus. Había vivido tanto, tantas vidas distintas que a veces le resultaba difícil recordarlo, pero mirando a aquel chico de expresión seria y ojos azules, un recuerdo largamente olvidado en la memoria pareció brotar de pronto: no importaba la mortalidad de una persona, pues el alma sería eternamente inmortal.

El muchacho tímido y falto de confianza en si mismo, el Cazador de sombras que estaba dispuesto a luchar y arriesgar la vida sin dudar por los que quería, el hermano protector, el amigo leal, el buen hijo, el compañero, el guerrero, el amante… Esa era la esencia de Alec, la cual se ampliaría con el paso de los años con cada experiencia vivida hasta el día que muriera; esa era la vida que Magnus no deseaba robarle por mucho que le doliera la idea de su pérdida.

No era completamente egoísta para condenarlo a una vida eterna, pero si lo suficiente para desear tener más y más de su alma; tanto, que si en algún momento Alec llegara a faltarle, siempre tendría un pedacito de su inmortalidad con él; un trozo de aquel chico que nunca dejaría escapar y le recordaría su propia mortalidad.

—¿Magnus? —le preguntó su novio con la incertidumbre presente en sus ojos ante su extraño silencio.

—Tienes mi alma, Alec; lo sabes, ¿verdad? —lo besó en la frente y durante un breve momento se permitió quedarse así, con los ojos cerrados y tan cerca de él que podía notar como sus alientos se mesclaban y el ligero y casi imperceptible aleteo de sus oscuras pestañas—. ¿Me darías un poquito de la tuya?

Alec lo miró asombrado, claramente sin entender lo que él quería decir ni como responderle.

—Yo…

Magnus no esperó su respuesta, quizás porque tenía miedo de oírla. Lentamente volvió a besarlo, una y otra vez hasta que ambos se quedaron sin aliento y su pregunta pareció quedar en el olvido.

El brujo se puso de pie y tiró de la mano de Alec para ayudarle a incorporarse también, sonriendo al ver la mueca de dolor en el rostro del chico después de pasar quien sabía cuánto tiempo durmiendo en tan mala posición.

—Deberías haberme esperado en la cama, Alexander; esta sin duda ha sido una pésima idea, una idea muy mala —lo regaño con tono cariñoso. Con su mano aún sujeta entre la suya los dos recorrieron el camino hasta su habitación—. ¿Quieres que te de un masaje? Creo que estoy demasiado cansado para usar magia, pero si es necesario podría hacer una excepción por ti, cariño.

—Estoy bien, solo necesito dormir unas cuantas horas —murmuró Alec tras él. El brujo lo oyó tomar aire ruidosamente, parecía como si le costara respirar y se estuviera ahogando—. Y… Magnus…

—¿Sí? —se volteó a mirarlo, pero los ojos del chico estaban clavados en el piso y parte de su cabello oscuro le ensombrecía el rostro haciendo imposible, por la escasa iluminación, el ver su expresión—. ¿Alec?

—Puedes tenerla —le dijo entre dientes antes de soltarse de su mano y entrar a toda prisa en el cuarto.

Magnus se quedó de pie frente a la puerta de su habitación, donde su novio acababa de desaparecer, sin entender que era lo que acababa de ocurrir.

—¿Eh…? Alec, ¿qué es lo que puedo tener? —le preguntó confundido mientras lo seguía dentro. Tuvo que contenerse para no soltar una carcajada cuando llegó al interior del cuarto y vio a su novio ya metido en la cama y dándole la espalda—. ¿Alexander?

—Mi… mi alma. ¿No me la habías pedido? —le dijo el chico con voz amortiguada y medio oculto debajo de la colcha—. Buenas noches, Magnus.

Magnus casi podía imaginar a la perfección la expresión avergonzada de su rostro al decirle aquello. Un súbito arrebató de júbilo y ternura se inflamó en su pecho y se apresuró a desvestirse para meterse en la cama junto a él, rodearlo con un brazo y atraerlo hacia sí.

No quería pensar en la mortalidad ni la inmortalidad. No le importaba lo que podía depararles el próximo año, ni diez años más, ni siquiera el día siguiente. Se contentaba con tener a Alec allí esa noche, en sus brazos; sentir el sutil aroma a sándalo impregnado en su piel y notar el calor que manaba de su cuerpo. Lo abrazó un poco más, y dejó que sus labios rozaran levemente la suave piel del cuello y la nuca; buscó su mano y entrelazó los dedos de ambos como si de aquel modo pudiera dejarle claro que no pensaba dejarlo ir.

—Buenas noches, Alec —le susurró al oído antes de cerrar los ojos y suspirar satisfecho—. Buenas noches.


Bueno, comenzando a escribir en esta sección y esperando que a quien haya leído le haya gustado, claro.

Como queda especificado en el sumario, esto será un conglomerado de pequeños one-shot de diversas parejas, no necesariamente románticas, y las situaciones pueden transcurrir sin un tiempo cronológico entre libro y libro.

Sugerencias, comentarios y críticas son bien recibidos. Y por supuesto, gracias por darse el tiempo de leer.