N/A: ¡Hola de nuevo! Sí, yo sé que tengo otros fics que debo actualizar con urgencia, pero esto es una excepción importante.
Con amor apasionado y pecaminoso para mi estimada Suiseki. ¡Feliz cumpleaños!
Advertencias: Es muy probable que este fic suba de rating en poco tiempo (por lime, claro, nada muy explícito), aunque todo dependerá de lo que mi musa me discuta, lo que me chantajeé mi darling y de mi estado de ánimo, que kami-sama sabe bien que es como la piel de un camaleón. De modo que si eres sensible a este tipo de contenidos tal vez no te interese emplear tu tiempo siguiendo adelante.
Spoilers: Anterior a #204.
Disclaimer: Skip Beat y sus personajes son propiedad de Nakamura Yoshiki.
Las reglas del juego
Regla nº1:
Nunca des nada por hecho
Kyoko trataba de mantener la compostura, pero aquel hombre estaba golpeando los pilares que sostenían justo lo que más le importaba en el mundo. Apretó los puños y se levantó del asiento casi peligrosamente. Si él la abandonaba ahora, perdería. Y ya había llegado muy lejos para hacer a un lado su sueño. Porque, para eso había luchado a fin de cuentas. De su éxito no dependía sencillamente su orgullo herido.
—¡No puede hacer eso...! ¡No puede! Todo lo que yo he hecho hasta ahora... ¡No, ni hablar! —barbotó con el ceño fruncido.
—Claro que puedo, querida. —Los ojos de aquel hombre la apuntaron con una inusual severidad—. Hasta el último de los escombros de este edificio me pertenece, incluyendo todo lo que subyace a él. Incluso tú misma. No sé si estarás de acuerdo conmigo, pero no he construido un imperio dejándome llevar por los deseos de los demás.
Takarada Lory alcanzó a ver la tristeza en el borde de sus ojos, pero sólo porque la agitación de sus vísceras provocaba esa reacción involuntaria. Entre las muchas cualidades de la chica no estaba precisamente la de expresar sus sentimientos a los demás. Ésa era la razón que la había mantenido unida al departamento especial, Love Me, y la causa por la que finalmente había decidido apartarla de él. Aun si ella pareciera no entenderlo.
Le estaba mirando atónita. Desalentada. Con una intensa sensación de contrariedad como si no estuviese segura de tomarle en serio. Tal vez se tratara de otra extravagancia más de las que llevaba a cabo en su despacho, puede que pensara ella, pero Lory no había hablado tan en serio en su vida.
—¿Quiere decir eso que estoy siendo... despedida?
—Nadie ha dicho eso, Mogami-kun. —El alto magnate deslizó una taza de té humeante por la superficie que los separaba—. Es más bien que tu nueva posición en la agencia podría considerarse arriesgada. Nada que deje de ser temporal.
—Pero, en cualquier caso, estoy destinada a ser reemplazada por alguien más.
—Sólo en el peor de los casos —apuntó Lory—. Y te aseguro que nadie desea llegar hasta ese extremo.
El Presidente de LME no se sorprendió especialmente cuando ella compuso una mueca de desconfianza. Para él, que había escrutado hasta el más recóndito dilema humano, era bastante sencillo entenderla en realidad.
—Nadie te quita la razón —le dijo Takarada, tratando de calmar la furia que empezaba a envolver el corazón de la aspirante a actriz—. Tu trayecto profesional es prácticamente inmejorable. En apenas unos días cerrarás el primer año en la empresa con más adelantos que muchos de tus más veteranos compañeros...
—Entonces, ¿por qué me castiga...? —inquirió con dolor.
—Yo no empleo semejantes métodos. —Se sintió ofendido pero no podía detenerse en ese punto sin arriesgarse a que ella le interrumpiera de nuevo—. Es una simple cuestión de perspectivas, Kyoko-chan. Ganar no lo es todo. El verdadero reto de la vida es no dejar atrás lo que con tanto esfuerzo hemos conquistado. Y eso supone que, a veces, dar todo lo mejor de nosotros es insuficiente para alcanzar el éxito.
Ella le observó con resentimiento. Lory sabía que no la había convencido, pero la chica regresó igualmente a su asiento.
Tras un agotado suspiro, Lory ejecutó un gesto suave con la cabeza, y medio minuto después, Sebastian colocó sobre sus manos la carpeta con las condiciones del proyecto que había dejado a medio exponer.
—No hay vergüenza en mejorar —opinó Lory, viendo su postura derrotada—. Lo más difícil del mundo es aceptar la ayuda de los demás. Sólo unos pocos son capaces de comprender que sólo así es posible ascender al último peldaño de la pirámide. A los otros les queda su arrogancia intacta, pero nada más. Estimada Kyoko, no quiero que formes parte de esa gente tan triste que no tiene más que su ego.
Su lucha interior terminó un instante después. La chica pareció resignarse y miró la carpeta con desconsuelo. En la parte superior leyó en letras grandes: «Intensive Training Initiative.»
—Aquí están todos los detalles que necesitas saber. Te garantizo que si logras cumplir con los objetivos marcados en la fecha estimada, podrás regresar a tu departamento original junto a tus compañeras. —Los labios se curvaron estirando su negro bigote. Ella le miró todavía resentida por verse empujada a una nueva aventura sin el respaldo de sus dos compañeras de batalla—. No te preocupes, Kyoko. Sé que lo harás bien.
Kyoko no podía hacerse una idea aproximada del desafío al que se enfrentaba, pero daba la sensación de que aquella burlona sonrisa en la cara del Presidente supiera que su vida entera podía depender de ello.
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Habían pasado varios meses desde que iniciara su particular ascenso hacia la cumbre del arte interpretativo. Siempre había experimentado dolor y decepciones en el proceso, pero no podía olvidarse del sabor que sus crecientes victorias le habían proporcionado también.
La batalla despiadada que había encabezado por rabia y despecho tomó pronto matices muy distintos, y aunque la principal miembro de Love Me no era realmente una chica que se desanimara ante la complejidad de cualquier desafío, era difícil no sentirse temerosa respecto a éste.
Kyoko contuvo el aliento por unos segundos en los que la abrumadora sensación de la ingravidez parecía cuadriplicarse por debajo de sus talones. Podía sentir la boca del estómago contraída y el retumbar lejano de sus latidos presagiando un viaje muy peligroso. Era la misma sensación que le sobrevino en el despacho de Takarada Lory. La misma sensación que brotó junto a Shotaro justo antes de que se convirtieran en enemigos íntimos. La misma sensación que estar al borde del abismo.
Después de tanto tiempo cegada por un amor que únicamente la había hecho sentir desdichada, Kyoko se enorgullecía de haber reconducido su vida por el buen camino. Ahora había estrenado el apartado para amigos de su listado telefónico, era acogida por una familia que la adoraba tal y cómo era, y comenzaba a labrarse un nombre por méritos propios. ¿Qué hacía allí entonces? ¿Por qué no le permitían continuar con sus imparables propósitos?
Cuando el Presidente de LME le comunicó su inminente traslado a otro departamento, Kyoko no había pensado jamás en que aquella idea pudiera ser tan literal: ahora sobrevolaba las nubes y veía el inmenso mundo en el que vivía con la misma perspectiva que los dioses. Era una impresión extraña, nueva para ella. Podía haberse imaginado en un centenar de ocasiones surcando ese mismo firmamento en compañía de los mágicos y alados seres que inundaban sus fantasías, pero en ninguna de aquellas ocasiones la sensación fue ni por asomo tan desagradable.
La idea de retroceder sobre sus pasos había abierto nuevas estrías en su corazón. Kyoko no se llevaba a engaños. Sabía que Fuwa Sho podía pasar por alto los baches puntuales en la trayectoria de un artista. Al fin y al cabo, él también era uno de ellos y no había estado exento de momentos de reflexión. Sin embargo, el hombre tras esa fachada, Shotaro, su antiguo amigo de la infancia y primer amor, jamás se lo perdonaría.
Por ello no podía permitirse fallos. Ella necesitaba ser sublime para derrotar a ese engendro demoníaco al que había retado. Igual que si se tratase de un cohete ascendiendo imparable hacia lo más alto, donde cualquiera podría deslumbrarse con sus fulgores. Fascinante. Admirable. Hermoso. Digno de los elogies incluso de alguien tan carente de principios como su ex-amigo. Sólo importaba eso: vencerle. Y desde luego, su actual ingreso a «I.T.I.» no es que estuviese facilitando las cosas precisamente.
Por su parte, Kyoko rezaba para que los planes del Presidente fuesen tan discretos como le había prometido, y que el famoso cantante no llegara a enterarse nunca de su pequeño y especial periodo de entrenamiento para corregir sus numerosos errores como actriz.
Aquella mañana, cuando había sido reclamada por el Presidente, no había sospechado que perdería toda su confianza sólo siendo arrancada de las entrañas de un mundo que ya parecía dominar perfectamente. Ahora LME era su casa, parte de sus dominios y el lugar que ambicionaba reinar algún día. Pero, la habían desterrado de allí y propulsado lejos en el primer vuelo. ¿Cómo no iba a tener miedo?
Una vez más habría deseado disponer de los consejos de su amiga Kotonami, o desplazar sus preocupaciones con el ácido sarcasmo de Chiori. Pero, Lory ni siquiera había dado lugar a las despedidas, y por ende, la retorcida imaginación de Kyoko no podía suponer menos que estar siendo secuestrada y sepultada en algún lugar de mala muerte donde no supusiera una mancha en el impoluto repertorio de artistas de una de las agencias más respetadas del mundo.
Un sudor frío bajó por su espalda. Trató de abrir los ojos para atisbar al menos allí algún ramalazo de luz, pero sus párpados estaban pegados. Kyoko tembló. Intentó a toda prisa alejarse de aquella pegajosa oscuridad, pero el aliento de una carcajada maliciosa chocaba contra su nuca allá donde fuera. La retenía mientras una invisible mano parecía tirar de sus tobillos, impidiéndole avanzar. ¡Qué voz tan espeluznante! Se burlaba de ella y se reía de sus propósitos.
"Nunca lograrás adelantarle."
"No eres lo bastante buena."
"Éste no es tu sitio."
"Sigues siendo una patética soñadora..."
Kyoko no lloró, aunque sintió la humedad caliente cubriendo sus mejillas. La macabra voz enumeró en su cabeza las mil carencias por las que siempre había fracasado en todos los aspectos de su existencia y Kyoko tapó sus oídos mientras dejaba de correr para agazaparse en el suelo.
Debía esperar con paciencia a que todo pasase. Su alrededor estaba oscuro, pero ella ya no era una niña pequeña que pudiese aguardar allí para ser salvada por nadie.
El pitido de unos megáfonos le sobrecogió el corazón, asustándola más todavía. Una calidez inesperada se pasó por los mechones sudorosos de su frente y Kyoko comprendió que aquella voz maligna de su cabeza había desaparecido, al igual que el resto de su sueño. Ladeó su cabeza con inseguridad, alzó los párpados con desgano y sus ojos fueron atrapados por los de él.
—¿Te encuentras bien? —inquirió con suavidad, como si su voz pudiera hacerle daño—. Creo que estabas teniendo una pesadilla.
Ella suspiró profundamente y Tsuruga Ren se deshizo del cinturón de seguridad de su asiento para aproximarse al situado a su lado, alarmado por la ausencia de respuesta.
—Mogami-san, ¿estás...?
—Estoy bien —respondió Kyoko con rapidez, adoptando una leve sonrisa despreocupada—. Tiene razón. Sólo era... sólo era una pesadilla.
El muchacho la miró con desconfianza durante un buen rato. Nunca aparentaba estar satisfecho cuando ella trataba de ser una carga ligera para él. Después de todo, estaba en la naturaleza de su mentor ser así de considerado con todo el mundo, aunque a ella le disgustara. Desde que había llegado a la empresa no había hecho más que causarle molestias y se moría de vergüenza de sólo pensar que su penosa situación lo había arrastrado a él también a ese infierno. No podía dar credibilidad a la versión de Jelly Woods acerca de por qué Tsuruga Ren, la celebridad más brillante de toda LME, viajaba también en ese humillante avión.
—No es para tanto, Kyoko-chan —le había asegurado la siempre amable voz de la esposa del Presidente cuando captó su aura penosa en el rincón más recóndito de la cafetería—. Todos los artistas más competentes pasan alguna vez por este periodo de entrenamiento intensivo. Te aseguro que no tienes que tomártelo como ningún castigo. Piensa que todo lo que hace Lory es precisamente para ayudarte.
—¿Y era necesario embarcarme en el primer vuelo hacia una isla desierta? Ni siquiera he encontrado información sobre ella en internet ni hay detalles de su localización en ningún atlas —refutó escéptica.
—Eso forma parte del punto primordial del proyecto de rehabilitación. La zona está censurada para el resto del mundo, a no ser que, como en tu caso, dispongas de una invitación especial. No es de extrañar que no haya mucha información al respecto en las redes.
Kyoko había agradecido sus intentos por consolarla sonriendo un poco, pero lo cierto es que sus palabras no habían surtido el suficiente efecto.
Nada parecía reponerla de aquella dura humillación justo cuando ella se había creído en su momento más pletórico. En ese entonces no podía imaginarse que su situación empeoraría.
—Esto no es el fin de tu carrera ni el entrenamiento será eterno. Puede que desaparezcas de las pantallas durante una temporada, pero volverás con muchas más fuerzas. Querida mía, si te sirve de consuelo, no creo que lo hagas peor que él.
—¿Peor que quién...?
—¿Lory no te lo ha dicho? —preguntó con una divertida sonrisa en sus labios fucsia. Kyoko no pudo evitar sentir una sedienta curiosidad—. Tsuruga Ren es el único miembro de LME que ha sido ingresado en el proyecto más de una vez.
—¿Ts... Tsuruga-san?
—Aha. Podría decirse que es un repetidor. Y, no parece precisamente el tipo de persona que no merece la pena, ¿no te parece?
Aquello que la señora Woods supuso debería cambiar inmediatamente su estado de ánimo, sólo logró empeorarlo. Las condiciones de la iniciativa de entrenamiento acababan de perder su razón de ser. Es decir, si ni siquiera Tsuruga Ren podía superar las pruebas por completo, que Dios se apiadara del resto de la humanidad; era evidente que Takarada Lory no lo haría.
Obviamente, cuando pudo meditarlo en frío, Mogami Kyoko llegó a la conclusión de que aquello sólo era una patraña más orquestada por Lory y su esposa para que ella no llegara a sentirse culpable por obligar al actor a viajar consigo. A fin de cuentas, ella era una responsabilidad más de Tsuruga Ren, la había acogido y apoyado desde que llegó a la agencia, de modo que si su pupila por excelencia no llegaba a cumplir con las expectativas del Presidente, era lógico que lo obligaran a viajar con ella para instruirla durante su duro entrenamiento y así compensar los gastos que LME había invertido en ella.
Ciertamente no podía perdonarse el haber defraudado de aquella forma al hombre que admiraba.
—Lo siento mucho, Tsuruga-san. Si hubiese sabido que su protección iba a costarle ese precio, ni siquiera me habría atrevido a mirarle desde lejos —le confesó con pesar. Al instante, vio una fugaz preocupación cruzando el rostro de su mentor.
—Voy a asumir que aún estás soñolienta y que no tienes idea de lo que estás diciendo.
—No es eso. Si usted está aquí es por mi culpa. Éramos un equipo y créame que realmente pensé que lo estaba haciendo bien —insistió repentinamente enérgica. Que le hubiesen asignado el rol de Setsuka Heel era probablemente lo peor que a Tsuruga Ren podía pasarle. Era obvio que ella debía haber hecho algo mal y aquello acabó afectándole también a él—. No imaginé que el Presidente fuera a comportarse de un modo tan irracional como para involucrarle a usted en este estúpido programa de rehabilitación. ¡Esto es tan imperdonable que quiero gritar de impotencia!
—Mogami-san, eso no tiene nada que ver. El Presidente Lory siempre tiene muy buenas razones para hacer lo que...
—¡Es evidente que Takarada-san está perdiendo la cabeza! —le interrumpió, notablemente afectada. Tsuruga Ren era su ejemplo a seguir, no podía permitir que Lory lo amonestara por su incompetencia—. Aunque no se preocupe. No voy a quedarme de brazos cruzados. No descansaré hasta que Takarada-san se digne a recapacitar y a devolverle a Tokyo.
El actor sujetó las manos con las que ella gesticulaba enfadada y la miró decididamente a los ojos, consiguiendo tranquilizarla al fin.
—Escúchame, Mogami-san, estás un poquito histérica —apuntó con una sonrisa cariñosa—. Estoy seguro de que cuando descanses lo suficiente lograrás verlo todo con claridad. Todo este asunto de Lory puede parecerte desalentador al principio, yo ya he pasado antes por eso y sé perfectamente cómo te sientes, pero conseguirás superarte a ti misma e impresionar al Presidente. Sólo debes centrarte en ti misma.
Kyoko le observó maravillada. Era increíble la facilidad con la que ese hombre lograba apaciguar sus miedos. Enseguida sintió cómo le apretaba las manos con más fuerza.
—Ahora estamos juntos en esto —le aseguró él.
Kyoko apretó los labios, conmocionada. No podía asimilar que, a pesar de todo, él siguiera confiando en ella con tanta seguridad. A su lado, ningún muro que se viera obligada a escalar parecía tan alto.
Estaba a punto de decirle algo cuando él se simuló sorprendido mientras abría mucho los ojos y señalaba algún punto tras la pequeña ventana del avión.
—Fíjate bien. Ya hemos llegado.
A Kyoko le aterraba darse la vuelta. El momento que tanto había temido había llegado, y su imaginación trajo de vuelta los insólitos campos de entrenamiento militar en donde Takarada Lory la haría padecer hasta pagar su vergüenza con sangre y lágrimas.
No podía seguir pareciendo débil frente a su mentor, por lo que, reuniendo el valor que le quedaba, tragó grueso y giró lentamente la cabeza. Sus ojos se iluminaron, abiertos como ventanas y dilatados por la sorpresa.
—Tsu... ¿Tsuruga-san...? —murmuró con la voz temblorosa. El muchacho soltó una risita divertida a su espalda.
—No, Mogami-san. Me temo que no estás soñando.
Por primera vez en su vida, ella no pudo creerle.
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Tras darse un rápido paseo por la isla, Shotaro se había dado cuenta de que Hitode no era ni el lugar que su manager le había prometido ni el paraíso que él había soñado.
Para empezar, era demasiado calurosa. El sol abrasaba desde el despejado cielo celeste en el que reinaba con la vehemencia de mil infiernos, dejando su delicada piel resentida y ligeramente grasienta. No había manera de pasear descalzo por las playas sin que corriera el riesgo de llenarse de ampollas la planta del pie, y si en cambio usaba zapatillas veraniegas, se veía obligado a detenerse cada veinte metros para sacudirles la arena fina y blanca que quedaba asquerosamente adherida a ellas.
Para colmo, la ubicación de su alojamiento quedaba en el extremo más alejado de la pista de aterrizaje. Shotaro había sufrido una travesía insoportable en compañía de una pareja de recién casados que se devoraron ruidosamente a besos durante todo el camino y a los que había correspondido con una espeluznante sonrisa seca en cuanto se habían disculpado después de haberle dado un codazo en alguno de sus efusivos achuchones. Les cerró la puerta en las narices en cuanto el coche se detuvo frente a una entrada compuesta de palmeras cocoteras tan altas como las farolas de Shibuya.
Sombras enormes se cernieron sobre él cuando se adelantó curioso a contemplar el lugar donde descansaría y Shotaro no pudo evitar sentir un extraño temblor contrayendo sus músculos muy lentamente.
¡Aquello era una jodida cueva!
Exacto, eso mismo. Puede que quizá embellecida por las hermosas flores de vivos colores que rodeaban cada puente y escalera de caracol que subía hacia las diferentes bocas de la imponente montaña que se alzaba ante él, pero cuevas al fin y al cabo. Diminutas cavidades tan húmedas y tan oscuras como la boca de un lobo.
La idea de que Shouko pudiera estar gastándole una broma pesada tomó más fuerza ante la perspectiva de verse obligado a pasar una sola noche allí dentro.
No había gozado de todos los placeres del universo en Tokyo para desperdiciar sus escasas vacaciones coexistiendo como un cavernícola.
Por otro lado, cabía la posibilidad de que hubiese cometido alguna equivocación mientras completaba los últimos trámites en el aeropuerto. No iba a decir que no era perfectamente capaz de embarcarse en un vuelo tan largo por sí solo, pero debía reconocer que habituado a permanecer siempre en la compañía de Shouko era bastante sencillo despreocuparse de los detalles más engorrosos. Cualquiera habría podido confundirse con los billetes.
Desgraciadamente, cuando una de las empleadas del lugar —ataviada con menos tela de la que necesitaría cualquier mugre servilleta— le sonrió al entregarle una cesta con sus frutas favoritas y toallas con los bordados en oro de su propio nombre, Shotaro desechó la idea de la equivocación, e incluso, de la tomadura de pelo de su agente. Shouko nunca llevaría una broma tan lejos.
El cantante japonés tardó cinco minutos en aceptar que la única alternativa de la que disponía consistía en seguir adelante.
Para su absoluta satisfacción, se dio cuenta de que aquellas entradas oscuras de la montaña, aunque cuevas como había imaginado, cumplían exclusivamente la función de servir de atajo para surcar de un extremo a otro la hilera de riscos escarpados que Shotaro no tenía la intención de visitar como amablemente la empleada que lo acompañaba le había sugerido. Cuando el interminable túnel quedó atrás y la verdadera torre de apartamentos se irguió osadamente frente a él, Shotaro sintió, por enésima vez en lo que llevaba de mañana, una primera impresión bastante decepcionante.
Mientras la luz del día incidía sobre ellas, las coquetas torres brillaban con un color blanco doloroso. Su absoluta blancura se compensaba con las cadenas de flores que unían unos balcones con otros en colorida armonía. Shotaro observó a los huéspedes paseando tranquilamente por los parques de ensueño, meciéndose con delicia en alguna de las hamacas sostenidas entre palmeras o comprando cómodamente en los establecimientos de la parte inferior como si se tratase de una pequeña ciudad en miniatura.
El entorno, debía admitir, no era nada despreciable. Sin embargo, él había visto ya las preciosas casitas flotantes sobre agua cristalina mientras viajaba en el pequeño autocar y no estaba dispuesto a conformarse con un servicio de una menor calidad si había algo que estuviese por encima.
Ya había decidido que se trasladaría cuando llegó —para dar un rápido vistazo por curiosidad— a su apartamento: el 172. Después de todo, tenía que esperar a que transportaran su pesado y numeroso equipaje a la habitación, y no estaba por la labor de seguir sudando como un cerdo bajo ese condenado sol de muerte.
Lo primero que llamó su atención de aquel espacio contenido entre esas cuatro paredes, fue la escasa presencia de la tecnología. No en vano, se había pasado un buen rato buscando un interruptor luminoso para contemplar, horrorizado, el candil de aceite que había sobre el mueble de cáñamo del recibidor, más las múltiples antorchas de bronce colgadas por lo alto y ancho de las paredes.
Preparado para lo peor, Shotaro dirigió airadamente sus pasos hacia el cuarto de aseo después de comprobar que aquel maldito lugar parecía no tener conocimiento de ningún aparato eléctrico, y podía jurar por su noble hombría que había sentido la calidez de su alma regresando de nuevo a su cuerpo en el mismo momento en el que, por lo menos, encontró una bañera en condiciones con el resto de elementos que cualquier persona en su sano juicio esperaría encontrar en cualquier aseo mediocre del siglo XXI.
Suspiró cansado, regresando sobre sus pasos y desplomándose sobre la cama que se balanceó bruscamente al recibir su peso. Necesitaba dormir. Desconectar física y psicológicamente dos días enteros. Cuando volviera a recobrar las energías seguro que Shouko ya habría llegado a Hitode y se habría encargado de arreglar todo aquel desastre.
Un sonido extraño, como el de alguien golpeando delicadamente el cristal de una ventana, lo distrajo momentáneamente. Shotaro pensó, con obviedad, que aquello era producto de su imaginación ya que la sala no disponía de ventanas y sólo una larga cortina de perlas y troncos de bambú parecía resguardar el lugar del fresco.
Tic, tic, tic.
Chasqueando la lengua con hastío, se incorporó sobre un codo y miró a su alrededor sin localizar la procedencia de aquel maldito "tic, tic" molesto. Algo en movimiento llamó su atención desde el rabillo de su ojo y al voltear el rostro por pura inercia, casi lloró ante la rigidez con la que el corazón había dejado de bombearle.
Una patas largas, gruesas y espeluznantes se deslizaban una y otra vez por el espejo que conformaba su cabecero y que a todas luces resultó ser un enorme cubículo incrustado en la pared y repleto de asquerosas criaturas infames.
Shotaro profirió un grito tan agudo como nunca antes había alcanzado en ninguno de sus conciertos, y saltó despavorido de la cama, huyendo por el más esencial y primitivo sentido de la supervivencia como si aquel gigantesco cangrejo pudiera darle caza y estrujarle entre sus repulsivas pinzas.
Asustado y sudoroso, extrajo su teléfono móvil del bolsillo para, inmediatamente después, estrellarlo contra el suelo del pasillo al percatarse de que no disponía de cobertura y de que, dadas las circunstancias, no iba a disponerla.
Estaba perdido. Atrapado. Sin escapatoria. ¡Por todos los dioses, estaba a punto de morir allí!
Completamente exhausto y sin respiración, logró llegar a la planta baja del edificio, donde un sonriente recepcionista lo interceptó en su agonioso ataque de pánico.
—¡Señor, señor...! Señor, por favor, no haga eso. Vamos, vamos, siéntese... —exclamó el hombro con relativa serenidad, mientras trataba a la fuerza de que tomara asiento en una butaca de mimbre—. Bien, parece que ha tenido algún pequeño percance. Sea tan amable de comunicármelo para que podamos resolverlo, por favor.
¿Pequeño percance? ¿Que había tenido un pequeño percance?
Shotaro había sentido su corazón clínicamente muerto por unos sofocantes y eternos instantes, ¿y aquel desgraciado, hijo de mala madre, quería resolver su pequeño percance?
Le maldijo con todos los improperios que había aprendido desde que tuvo uso de razón y confirmó que tristemente habían quedado en un simple plano mental, ya que la sonrisa no desapareció de los labios del recepcionista, casi como si la tuviera estirada con puntillas.
Transcurrieron largos minutos de insufribles temblores y escalofríos en los huesos hasta que Shotaro recuperó, aunque mucho más rasgada, su preciada voz. Se apartó el vaso de agua de los labios y clavó una mirada de odio en el recepcionista con tanta vehemencia que notó la molestia en el cejo.
—¡Sacadme de aquí ahora mismo! —exigió con rudeza.
—Oh, vamos, señor, seguro que su descontento no es nada que no pueda arreglarse...
El cantante abrió desorbitadamente los ojos.
—Para que te hagas una idea... ¡preferiría estar muerto antes de seguir permaneciendo aquí! —le confesó, y al pobre recepcionista le pareció sincero—. Tráiganme mis cosas, devuélvanme a ese condenado avión de turistas ¡y póngame en contacto con mi agente inmediatamente! —El chico apoyó los codos en su regazo y se enterró los dedos en el cabello. Luego dejó de mecerse y observó otra vez al impávido empleado—. ¡Ni siquiera he podido enviar un triste mensaje de auxilio!
—Oh, verá... —añadió con gran convicción. El muy cretino parecía no entender ni una palabra de lo que le estaba diciendo y, aún peor, Shotaro tenía la sensación de que le miraba con gran molestia, como si no estuviese quejándose de algo imperdonable—. Con el fin de que este exclusivo lugar del que usted tiene el privilegio de disfrutar —pronunció alargando las palabras deliberadamente— satisfaga sus más altas expectativas sobre el descanso, cualquiera de las más modernas y estresantes tecnologías están totalmente prohibidas en nuestra isla.
Acto seguido, el recepcionistas se irguió con orgullo y volvió a deleitarle con su radiante sonrisa ensayada.
—Alégrese, señor. Algo me dice que va a pasar entre nosotros mucho tiempo.
¡No si él podía impedirlo!
La sala de la recepción se llenó automáticamente de sus gritos de espanto. Incrédulo aún, Shotaro siguió con la mirada la figura del empleado retirándose a su mostrador. ¡Creía que ya había terminado con él como si nada!
—¡Llévenme a las casas flotantes de esta isla! —exigió dando un golpe sobre la tarima.
—Me temo que no es posible, señor. —Su aplastante tranquilidad ponía a Shotaro los vellos de punta—. No están disponibles sin reserva previa. Constan de una preparación especial y es necesario que...
—Harán la excepción por mí.
—No lo creo, señor.
—No tienes ni idea de con quién estás hablando... —masculló furioso. Su interlocutor, que más bien parecía un robot preprogramado, siguió sin despegar la vista de su agenda.
—Alguien muy respetable, seguramente. En un evidente estado de estrés. —El chico se encogió de hombros, se lamió el pulgar y pasó otra página—. No se preocupe, señor. No es la primera vez. Le curaremos esos inoportunos malestares. El cambio drástico de este lugar con el mundo moderno es ocasionalmente demasiado... severo —concluyó, y Shotaro sería capaz de jurar por la tumba de su abuela que había sustituido en el último instante la palabra "patético".
Media hora más tarde, Shotaro seguía discutiendo con el maldito recepcionista como si su vida entera dependiera de ello. El empleado parecía inmune. Casi especialmente entrenado para soportar aquello, pero él tenía un don demasiado pulido con los años como para no confiar en que lo convencería.
Después de obligarle a realizar unas cuantas llamadas al resto de departamentos dispersados por la isla Hitode, Shotaro pudo clamar un grito de alivio y arrojar con desprecio sobre el mostrador el manojo de llaves que pertenecían a la horrenda habitación 172.
Tenía más que decir. El mal trato que había recibido sólo era eclipsado por las incontenibles ganas que tenía de llegar a aquellas preciosas cabañas y adormecerse plácidamente en una cama de ébano y plumas mientras escuchaba el agradable murmullo del mar. No carecía de tan poco amor propio como para permitir dejar las cosas pasar sin que su ira recayera sobre todos los que se habían empecinado en chafarle el día. Pero eso sería, por supuesto, después de que recobrara el aliento.
Sólo quería paz, tranquilidad por una vez, ¿era algo tan difícil?
Después de meses de estrés insoportable sólo anhelaba la oportunidad de olvidarlo todo por un tiempo. Atrás quedarían sus problemas de garganta por el sobresfuerzo al que se sometía; la repugnante disputa legal entre su agencia y los Vie Ghoul por los derechos de autor violados; la tensión constante por la funesta relación entre su familia y él; y sobre todo —sobre todo de veras—, ese mortificante e indestructible dolor de cabeza que se llamaba Mogami Kyoko.
Aún no podía creer que el mundo le hubiese seguido la corriente en su osadía de desafiarle. Hasta su encuentro en la locación de Dark Moon ni siquiera había imaginado que iba en serio. Y, lo más frustrante de todo el episodio era que, ciertamente, ella estaba consiguiendo hacerse un hueco.
No en el mundo del espectáculo, evidentemente. Si Shotaro buscaba una analogía adecuada de ambos; los progresos de Kyoko la habían llevado a convertirse apenas en la penosa polilla que se golpea una y otra vez la cabeza con la deslumbrante luz que era él.
Esa idiota no era rival para él...
No, claro que no. El lugar donde la muy ingrata se había atrevido a instalarse sin su consentimiento residía en la profunda morada que palpitaba con virulencia bajo su pecho.
Shotaro no era tan idiota como para creerse enamorado. Algo semejante era ridículo y desagradable. Él siempre había sido, sin ninguna duda, un muchacho atractivo que había gozado con los encantos femeninos tan pronto como había chasqueado los dedos. El hecho de que Mogami Kyoko pareciera ser ahora la única mujer sobre la faz de la tierra que se negaba a complacerle —como había dejado claro en ese beso robado que le devolvió con desprecio—, despertaba en él un instinto casi oxidado: el instinto de alcanzar a toda costa lo que le estaba vetado para siempre.
Shotaro no había podido evitar percatarse de que había empezado a mirarla con otros ojos. Cuanto más cerca estaba de ella más impredecible era su reacción; y cuanto más poderoso sentía su rechazo, más la deseaba.
No se había dado cuenta de cuán peligrosa se había vuelto esa obsesión hasta que tuvo que rogar —casi de rodillas— para que Shouko le permitiese mantenerse alejado de ella en el rincón más recóndito del universo.
Ella era la única obsesión de la que deseaba curarse.
Suspirando desde lo más hondo de su pecho, Shotaro apoyó la cabeza en el hueco de los brazos que se sostenían sobre el borde del mostrador mientras movía la pierna con impaciencia y esperaba a que ese incompetente terminara de hacer su trabajo.
Era tan insultante que le estuviera pasando todo aquello por culpa de esa ridícula chica. Hasta casi creía que podía oír su inquietante voz sonando dos tonos por encima de lo decoroso y con ese empalagoso perfume con olor a chucherías que sólo las niñas pequeñas usaban...
Todo en ella era tan poco erótico; y sin embargo, tan excitante.
Le costó unos segundos convencerse de que esos inigualables estímulos que percibía y malograban sus entrañas eran demasiado intensos para ser imaginarios. Cuando se atrevió finalmente a levantar la vista, ella estaba allí mismo. Tan perceptible y refrescante como la brisa que acababa de revolverle el rubio cabello.
Shotaro se irguió lentamente, perplejo y con un nudo en la garganta, sin que la chica a su lado pareciera haber captado su presencia todavía. Un momento más tarde, el recepcionista acudió en su ayuda, y esta vez, Shorato se preguntó si quizás no sería él mismo el único ente invisible allí.
—¡Aquí tiene! —dijo la joven depositando un objeto metálico en el mostrador—. Gracias por todo, de verdad. Aún no puedo creerme que haya sido tan tonta como para olvidar mis llaves dentro de la habitación. ¡Son los nervios! No sé qué habría hecho si no hubiesen dispuesto de una copia.
—Pues yo sí que puedo creérmelo perfectamente —musitó—. El que seas tan tonta, claro.
La aspirante a actriz parpadeó confusamente. Giró el cuello cuando pudo percatarse de que le hablaba la persona a su lado, y su brillante y derrochadora sonrisa se congeló tan drásticamente que se asemejó a una caricatura japonesa.
—Yo también estoy encantado de verte, mi adorable hemorroide... —esbozó Sho con una estudiada sonrisa diabólica.
La chica retrocedió tan rápido que arrojó al suelo un cilindro de madera cuyos lápices quedaron esparcidos por todos lados.
—¡Tú...! ¡Tú, maldito seas, eres realmente un demonio chupa-almas capaz de manifestarse en cualquier lugar del planeta! —chilló horrorizada, señalándole con violencia y alejándose cada vez más como si temiera infectarse de su oscura aura—. ¡No te atrevas a acercarte a mí!
Gradualmente, Shotaro arqueó una ceja mientras veía cómo la chica le apuntaba con el pequeño crucifijo decorativo de alguna de las pulseras que le rodeaban las muñecas.
—¡Esto es una prueba más! —concluyó la joven relajando mínimamente su defensiva postura—. Sí, eso es... Voy a darme la vuelta lentamente y me marcharé por donde he venido. Cuando eso suceda habré superado el desafío y tú te habrás esfumado para siempre...
—Pero ¿de qué hablas? Eres tan odiosamente absur-...
—¡Para siempre! —insistió, zarandeando el crucifijo en el aire.
Apoyándose de lado sobre el mostrador, Shotaro observó divertido a la menuda chica huyendo tan vehementemente como él lo había hecho al enfrentarse con la mayor de sus fobias. Se pasó la lengua sugerente por el labio inferior, anticipando un entretenimiento maravilloso.
—Sólo para que quede claro —murmuró en voz muy baja—. ¿Tú acabas de ver lo mismo que yo?
—Sí, señor —respondió el recepcionista muy ajeno a su temor de estar padeciendo graves alucinaciones—. Esa pobre chica ha vuelto a perder las llaves.
Un inesperado escalofrío le azotó los cinco sentidos cuando Shotaro puso mayor atención al llavero sobre la mesa: 173.
El chico soltó un bufido antes de encerrar en su puño la otra pareja de llaves.
—Acabo de cambiar de opinión —comunicó al recepcionista—. Me quedo con la 172.
Simplemente así, el juego había dado comienzo.
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Continuará.
Bueno, pues ya nos hemos situado básicamente en el contexto y en el tiempo.
Si tienen curiosidad, no, Hitode no existe como tal pero me basé en un montón de Islas que ustedes seguramente conocen. La fobia que le creé a Shotaro existe y se llama "ostraconofobia" (miedo irracional y obsesivo hacia los crustáceos). Y pues, eso es todo por ahora (xD).
Una vez más, feliz cumpleaños a Suiseki. ¡Gracias por leer y hasta pronto!
Shizenai
