黒光/ BLACKLIGHT

-Un relato del Lado Oscuro-

1

El cantar de una estrella oscura

Existen todo tipo de estrellas en el universo, tal como todo tipo de personas habitan la galaxia.

Algunas estrellas brillan mucho y se queman pronto. Otras son más frías, duran más, pero prestan menos luz, son menos vistosas y pasan desapercibidas a la gran mayoría de los observadores.

Algunas estrellas desparecen del mapa dejando como recuerdo un estallido luminoso y colorido que refulge con la luz de toda una galaxia. Algunas otras, se transforman en oscuras singularidades, terribles y acechantes, devorando luz y vida en lugar de prodigarla.

Algunas estrellas evaden para siempre los sueños anhelantes de los hombres ruines y algunas otras duermen apacibles en el corazón de doncellas con ojos de luna y cabello como las nubes de polvo cósmico.

Yo conocí a una de esas estrellas, no era una gigante roja ni una amarilla enana. Esta estrella tenia forma de una mujer y en sus ojos revelaba el fulgor asesino de un quasar enfurecido.

Descendió en una nave un día al sistema Menroid, que para entonces ya parecía más una enorme bola de basura espacial que el fértil centro de comercio que fuera en los años que el Imperio Galáctico era sólido y estaba floreciendo.

Menroid se encuentra en uno de los brazos de la galaxia, lo suficientemente cerca del núcleo como para estar en una ruta de comercio segura, lo suficientemente lejos como para necesitar convertirse en una especie de centro neural auxiliar, paso obligado para los viajeros y comerciantes que no pudieran lograr su camino hasta Courossant.

La mujer de la que te hablo llegó a aquel desolado lugar en un barquero comercial común y corriente. Pero ella no era mercante ni venia en busca de material para manufactura. Su mercancía era la muerte y su materia prima, al Fuerza, aquella que mana poderosa desde el Lado Oscuro.

Menroid no era para nada un lugar seguro. El comercio que ahí se daba entonces era más tráfico que otra cosa y los que habitaban el planeta eran más maleantes que comerciantes.

¿Cómo hace una bella mujer para entrar y salir de Menroid sin peligrar?

No lo hacen. Aun para expertos pilotos o combatientes veteranos es sentencia de muerte. Pero cuando tienes dentro de tu arsenal el poder de la estrella de la que te hablo, comienzas a pensar a otro nivel.

Si vieras sus ojos sabrías de lo que te hablo. Todo en ella era letal, pero de sus ojos parecía manar un poder descomunal y aterrador, tanto así que casi nadie era lo suficientemente poderoso o estúpido como para hacerle encender su sable. Oh no. ¿Has oído hablar de los Jedi? ¿Esos payasos en túnica que según cuenta la leyenda usaban el poder de la Fuerza para manipular las mentes débiles a su alrededor?

Esta mujer hacia algo así, pero mucho más potente y efectivo. Su capacidad de influenciar su entorno era tal que si lo deseaba podía pasar desapercibida completamente, no porque se ocultara, sino porque forzaba las mentes de las creaturas que la veían a olvidarla. Nadie podía fijarse en ella, nadie podía notarla. Quien caía bajo su poder era cognitivamente incapaz de mirarla, fijar su atención en ella y recordarla. Es por eso que dudo que hayas escuchado hablar de ella antes, porque nadie recuerda jamás haberla visto. De esa manera podía reservarse su habilidad para matar para los verdaderos objetivos importantes.

Y vaya que era buena para eso.

De poder recordarla, quienes la miraran la identificarían como una fluida sombra negra. Su cuerpo hermoso cubierto por completo con atuendo negro como la profundidad del espacio sin estrellas se movía con la gracia misteriosa de las ondas gravitacionales que genera la danza mortal de dos agujeros negros en sádica pugna por devorarse el uno al otro. Su cabello igualmente negrísimo, era largo, ondulado y brillante. Sus labios resaltaban de su piel morena pintados del más vivo carmesí competían con el fulgor asesino de su sable cuando lo encendía. Con el rostro cubierto bajo la capucha, parecía solo una silueta oscura, más densa que las sombras que se esconden en el lado oculto de una luna.

Existen cuerpos en el espacio que no podemos ver, medir o distinguir directamente, sino que estudiamos y comprendemos a través de los estragos que causan en cuerpos cercanos. Lo mismo pasa con esta mujer y para entender el alcance de su poder te contaré un poco sobre una de sus presas.

Raiddo Bulgos era un sujeto repugnante. Descendía de la línea mestiza entre humanos y la especie de creaturas nativas del planeta Menroid que lo habitaban cuando este era una enorme bola de roca volcánica endurecida hacía varios siglos. Hoy en día, esos engendros similares a enormes y regordetas babosas yacen extintos y el único testimonio de su existencia son los raros especímenes como Raiddo Bulgos, demasiado horrible para ser humano, pero con suficiente ambición y codicia como para nombrarlo miembro honorario de la especie.

De ojos pequeños y oscuros, unidos en su enorme y arrugada cara de piel pálida, casi verdosa, varias bolsas le enmarcaban los globos oculares y un número par de papadas le decoraban el cuello corto y sudoroso. Usaba una camisa percudida y un chaleco corriente. Su apariencia no era para nada impresionante y quien lo viera juraría que no valía más que cualquiera de las otras ratas que pululan por las profundidades de Menroid, pero ese lucir simplón y vulgar era una ingeniosa fachada que solo evidenciaba el astuto proceder de la perversa mente que funcionaba dentro del desproporcionado cráneo de Raiddo Bulgos.

Cerró su tienda esa tarde después de no haber vendido nada en todo el mes, pero eso no lo tenía preocupado. La mercancía se llenaba de polvo en los estantes y los granos y otros perecederos estaban ya duros y roídos. El mercante se puso su sombrero y enfiló a su miserable departamento y al entrar por la puerta, se detuvo unos segundos, mirando con desprecio el suelo sucio y las paredes a medio descascararse. Sintió repudio por el lugar y esgrimiendo una maliciosa sonrisa de diminutos y afilados dientes decidió que hoy no quería ser Raiddo Bulgos sino que deseaba pasar el resto de la tarde como su alterego Storgg, el estrangulador.

Salió al patio, al que se colaba la luz de uno de los grandes soles rojos de Menroid por una minúscula rendija y detrás de un montón de basura giró la perilla que abría la escotilla de la puerta reforzada de un elevador oculto. El mecanismo le permitió subir hasta el piso más alto del edificio de departamentos desde donde se dominaba una vista primorosa del paisaje de aquel nido de lombrices que tenía por planeta.

Un imperio decadente de humo y oxido del que él, en su faceta como Storgg, el estrangulador era el rey y soberano. Tenía a los asesinos a sueldo, el tráfico de drogas y personas así como la intimidación, la corrupción de las autoridades y los sucios tratos por debajo de la mesa como moneda de cambio a diario. De día, Raiddo Bulgos, comerciante de una miserable tienducha del barrio comercial, por la noche, Storgg el estrangulador, cabeza de una mafia silenciosa y anónima, era la sanguijuela más gorda del pantano.

Nadie, ni en sus más locos sueños habría concebido que ese hombrecillo de piel verdosa y aspecto despreciable, enfundado ahora en una tersa bata azul y disfrutando de un coctel con sulfuroso hielo lunar era en realidad el patrón de la más poderosa fuerza criminal del planeta. Algunos sospechaban que Storgg debía ser un loco gigante sádico, otros, un frio consejo de empresarios inmisericordes, pero nadie se decantaría por la teoría del hombrecillo de la bata y el coctel…

Necio, hoy mismo vienen a pedirte tu alma.

Raiddo encendió un puro y al recostarse en su sofá preferido, de entre las volutas de humo que serpenteaban con aire sensual, una silueta negra tomó forma y la voz profunda pero suave de una mujer, como el gong de diamante de un pulsar en el espacio profundo, resonó dentro del lujoso departamento:

―No solo eres un idiota… además tienes mal gusto.

Bulgos se atragantó con el humo y comenzó a toser desenfrenadamente al tiempo que se iba de espaldas sobre el sofá. Tembloroso comenzó a gatear por el suelo, refugiándose detrás del fino forro del sillón y rebuscando entre sus cosas una perversa pistola de aguja que, mucho menos vistosa que un arma laser convencional, era mucho más discreta, y también más letal:

Cualquiera podría salir huyendo con varias quemaduras de laser en piernas y brazos, pero Raiddo jamás había visto a nadie escapar con medio cuerpo desintegrado.

―Todo está mal. Desde el licor corriente hasta la decoración excesiva y desabrida. Pero esa no es la razón por la que voy a matarte.

El miserable hombrecillo se dio la vuelta de golpe en dirección hacia donde la voz le indicaba dispuesto a tirar del gatillo del arma tan pronto tuviera un atisbo del cuerpo de la intrusa, pero lo único que percibió fue un dolor insoportable cuando el brazo en que sostenía la pistola se encontró de lleno con el fulgurante resplandor de un sable de luz rojo como la ira de una estrella gigantesca, cercenándosela de un lado a otro limpiamente.

La gente de se había olvidado ya de sentir pavor ante las hojas de incandescente plasma de los Sith, en cuyo poder se había fundado el imperio que gobernó en sujeción y terror toda la galaxia, pero ella estaba decidida a hacer algo al respecto.

Gritando de dolor como un poseído y mirándose aterrado el achicharrado muñón donde había tenido su delgaducha mano, Bulgos, con la visión borrosa y aturdido por sus propios alaridos contempló entonces en toda su gloriosa forma material, a la dulce estrella oscura que atormenta y bendice permanentemente mis sueños y pesadillas:

Pesadas botas negras de grueso tacón y una larga aunque ceñida túnica negra que le cubría todo el cuerpo, de cuya larga abertura inferior salían unas bellas piernas enfundadas en una cota de escamas de negro y carmín. El cabello azabache le escurría por debajo de la capucha que ocultaba su rostro hasta la nariz debajo de la cual existían solo dos labios de dulce cianuro y rubí.

―Storgg el estrangulador... ―dijo, sentándose como una reina en su trono, sobre uno de los finos sofás de la sala circular, vaciando la botella de espeso licor importado que arruinó la alfombra, corroyéndola. ―si supieran la alimaña que en realidad eres. Embriagándote todas las noches en tu propia indulgencia y este alcohol barato que huele a orina de wookie.

Raiddo comenzó a arrastrarse. Tanto su pistola, aun adherida a su mano cortada, como la única ruta de escape estaban en la misma dirección.

―Debo admitir que de lejos parece como un plan soberbio. Manejas todo tu imperio a través de comunicaciones anónimas y ordenes transmitidas por computadora. Ninguno de tus subordinados conoce tu rostro. Ninguna de las sabandijas de este planeta sabe realmente para quien trabaja y te sientes seguro, porque no eres blanco de competidores celosos o de traidores codiciosos.

Bulgos estiró la mano mientras la mujer seguía hablando. Su arma estaba casi al alcance de la mano que aun tenia unida al cuerpo y si resistía el dolor un poco más y se estiraba lo suficiente tendría nuevamente la pistola en su poder y entonces…

Inexplicablemente, la extremidad mutilada que aun sostenía el arma dio un salto atrás alejándose de su agónico dueño. La mujer no supo si torcer un gesto de asco o echarse a reír al ver a su presa reanudar su carrera a rastras por la estancia tras su propia mano.

―Debes sentirte tan inteligente, tan astuto, tan autosuficiente, que no contemplaste que, al crear un amo sin rostro para tu mafia planetaria dejaste la puerta abierta para que cualquiera que quisiera matarte pudiera tomar tu lugar sin que ninguno de tus hombres se diera cuenta, pues en realidad, jamás nadie te ha visto ni sabe cómo eres.

El desafortunado menrodiano volvió a estirarse, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, sujetando con su mano sana el tronco de su mano cercenada, sonriendo triunfante dispuesto a darse la vuelta y matar a su inesperada invitada, pero sus ojillos oscuros se abrieron llenos de horror cuando los dedos muertos de su extremidad perdida se abrieron por si solos liberando la pistola que levitó sin obstáculos elevándose hasta ser recibida por una mano enfundada en un sedoso guante negro.

―De hecho, nadie sabrá jamás quien fuiste o que exististe siquiera. Desde hoy, tu fortuna, tus rutas de tráfico, tus hombres y tus propiedades me pertenecen a mí. Yo soy Storgg el estrangulador ahora.

La mujer tiró del gatillo y el cuerpo del Raiddo Bulgos, de la cintura para arriba estalló en una fina nube de polvo grisáceo, llenado la estancia de un desagradable olor a piel y cabello quemados. Y eso fue un acto de misericordia, pues en sus últimos momentos, el patético gusano había comenzado a preferir desesperadamente la muerte antes que seguir contemplando aquellos aterradores ojos casi fluorescentes que centellaban con el brillo de una imponente supernova de odio y maldad pura.

La reina volvió a su trono teniendo por único miembro de su corte a las piernas huérfanas de su víctima, y contempló al horizonte donde el más cercano de los soles de Menroid se ocultaba tras la línea distante de edificios y torres de ventilación. Le restaba solamente matar a otros tres líderes criminales y se convertiría en la gobernadora de facto de todo el planeta.

Si bien, aquella roca no era más que un nido de ladrones, también era un paso obligado en la ruta comercial clandestina más importante de la galaxia. Esos eran tiempos tumultuosos donde guerrillas y combates se elevaban aquí y allá, haciendo bullir el caldero de caos e insurrección en que se había transformado el cadáver del decapitado Imperio Galáctico, después de que una banda de terroristas imbéciles se les había ocurrido destruir las dos más importantes obras de ingeniería militar jamás construidas en la historia, matando en su segundo golpe al mismísimo Emperador, destruyendo la economía de toda la galaxia y sumiendo a todos los planetas que la formaban en una nueva era oscura al borde del colapso de la civilización.

Pero ella señora siniestra del Lado Oscuro de la Fuerza estaba poniendo ahora las piedras angulares de su propio destino al doblegar las mentes de organismos más débiles.

Ella, asesina de su mentor, más letal que hermosa y más hermosa que los deslumbrantes jets siderales que desprende en su macabra danza un agujero negro supermasivo a lo largo de miles de años luz.

Ella, que había vuelto de la muerte varias veces y ahora la veía rondar de lejos a cada instante, saludándola como una vieja amiga para después escupirle al rostro como a una despreciable y desleal enemiga.

Ella, un depredador encerrado en el cuerpo de una mujer, una estrella atrapada en forma de materia sólida y condensada, el aura de poder que la rodeaba enceguecería a ojos lo suficientemente sensibles quebrando de terror las mentes y derritiendo de desesperación los corazones.

Salió de noche cuando los criminales mordisqueaban ya, rumiando con malicia el fruto de sus hurtos y asesinatos…

Pero ni aun los más sabios pueden ver todos los finales y pareciera que el destino de mi luciente estrella era ser eclipsada por un mal sino avasallador.

Los reportes de las autoridades señalaban que un sector entero del distrito industrial colapso a causa de un fallo en el sistema de distribución de gas. La explosión incluso fue visible desde el espacio, donde cientos de naves mercantes decidieron retirarse al prever que el golpe a la economía de Menroid sería notable… y que dichos accidentes rara vez son accidentales.

El saldo: incalculables pérdidas materiales y miles de vidas extinguidas en un solo golpe.

Una sola sobreviviente, pero talvez más le habría valido morir, pues la afrenta a la que se vería sometida no tendría nombre al despertar y verse aprisionada, férreamente atada a una metálica silla.

Despertó sobresaltada y adolorida. Piezas de metal se aferraban con cruel firmeza a sus muñecas, antebrazos, cuello, tobillos y muslos. Una insondable oscuridad la rodeo mientras, desde arriba, una potente luz la iluminaba haciéndola sentir vulnerable y observada como una rana disecada abierta en canal con sus entrañas expuestas a infames cirujanos sin rostro.

Desvió la vista de las lámparas que la enceguecían y descubrió que la única pared asequible a la mirada era un abollado aunque muy pulido espejo metálico, donde pudo contemplarse a sí misma sostenida por una horrorosa silla que lucía igual que la descarnada espina dorsal curveada de algún animal con huesos de acero. Sujetándola con violencia y apretando su cuerpo con lujo de crueldad, las vértebras de aquella columna metálica se sacudían y curveaban adquiriendo formas quiméricas, primero, estirando el cuerpo de la mujer hasta causarle un fuerte dolor en el cuerpo, luego, forzándola adoptar una incómoda postura como de estar sentada mirando hacia el frente.

En una de aquellas muchas torsiones, le pareció ver agujas y otros incomprensibles instrumentos metálicos y de cristal sostenidos por brazos robóticos sobre su cabeza, así como una oscura silueta, desencajada y encorvada frente a ella, como el cadáver de un dron que se ha quedado inerte sin batería.

En un arranque de furia, usó la fuerza, doblando el metal de los instrumentos colgantes sobre ella y haciendo estallar redomas de cristal que derramaron líquidos viscosos sobre la cara y lanzaron chipas eléctricas que cayeron y murieron antes de tocar el piso. Los brazos robóticos que se conservaron en una pieza se retiraron de su vista dejándola a solas con su efigie reflejada en el espejo que la atormentaba recordándole su deplorable estado actual de prisionera.

Concentró su fuerza contra él, y aunque la pulida pared reflejante se dobló y se quejó con lastimeros chirridos, no logró romperla, sino que tan solo consiguió deformarla haciendo que su imagen en ella luciera extraña y desproporcionada.

Sus ojos desesperados entonces buscaron otra cosa, otro indicio, otra señal, pero en aquel mundo tenebroso de pura oscuridad parecía que no existía nada ni dentro ni fuera ni en ningún lugar, cuando de pronto, una voz comenzó a sonar, y ella la odió. La odió tanto por sonar tan indiferente y poco interesada. La odió por parecer la voz de un sujeto que declama números carentes de significado y por no reflejar el miedo que tendría que tener por ser ella quien era. La odió por no poder definir de donde o de quien venía y ser solo una persistente voz en el vacío negro y sin forma:

―Sujeto , sexo femenino. Especie, aún por determinar, signos vitales estables, alto conteo de midiclorias en sangre. Peligrosidad extrema. Mantener en observación y aislamiento.

Y se silenció, aunque solo por un momento. Las siguientes horas, la diabólica silla hecha de metálicas vertebras jugaría con ella como un niño desalmado juega con un insecto entre sus manos y cada cierto tiempo, la voz volvería para pasar juicio sobre ella y definirla en cifras sin significado ni relevancia alguna. La tortura continuaría por horas hasta que, en algún punto arbitrario, la potente luz del techo se apagaría dejándola descansar un tiempo corto hasta el siguiente día en que su sufrimiento retornaría nuevamente, sin variante alguna en una intensa y enloquecedora monotonía.