Disclaimer: Todo es de Meyer, su editorial y Summit. Esto es sin ánimo de lucro. La trama es mía; no copies, no robes y no publiques sin mi permiso.

Summary: Eres veneno, amargura, odio y dolor. Una arpía que es puro veneno, quizá, pero una arpía que sufre, que llora, que odia a lo que no debe en su contra. Eres una Leah que ruega a gritos por lo que nunca volverá a tener.

Fandom: Twilight.

Claim: Leah, Leah/Sam y Leah/Jacob.

Duración: Viñeta.

Advertencias: Lime como mucho.


Scars and Poison

(cicatrices y veneno)

Sabes lo que eras antes y lo que eres ahora. Has cambiado, y mucho.

Eres una persona diferente, con más cicatrices en el alma y más lágrimas derramadas. También has crecido un poco, y tu cuerpo es cada vez más el de una mujer, pero eso no te importa. Porque él ya no te verá nunca más como una mujer. O quizá sí, pero como la que abandonó por otra, por Emily.

Ahora no eres la Leah de siempre, simpática y agradable, que regalaba sonrisas por doquier; eres mil veces más taciturna, más arisca. Has oído que algún niño te llama arpía, pero no te importa demasiado. Un escozor en el pecho que no se puede ni comparar con el que te dejó Sam, una maldición reprimida, y ya está. Has transformado todo tu dolor —que no es poco, ni de lejos— en odio. No quisiste llorar más y ahora la que hiere eres tú.

La nueva Leah (o no tan nueva) necesita más que la otra. Y si necesitas tanto es por su culpa. Sientes que nada es suficiente, porque Sam era el único que podía hacerte sentir completa, y ya no lo hará más. Ahora se desvive por ella; respira, ríe y llora por ella. Ella, que no tiene ni la mitad de cicatrices que tú, aunque el mundo no pueda verlas, porque están en el corazón, en tu alma.

Intentas saciar esa necesidad con Jacob. Él también intenta olvidar a la amante de los chupasangres utilizándote, y no se lo reprochas (al menos, no mucho) porque cuando lo besas sientes que al que estás tocando, mordiendo, es a Sam. Al Sam de antes, al que te quería y adoraba. Notas que Jacob también hace eso, que se esfuerza en pensar que eres Bella. Aunque tú eres mejor y no estás loca por ninguna sanguijuela.

Le demuestras que no lo eres besándolo con más ímpetu, acariciándolo más apasionadamente, mordisqueándole los labios una y otra vez. Recorres su cuerpo —que es innecesaria y dolorosamente parecido al de Sam— con tus ágiles manos.

Tu sangre parece estar envenenada, pero no como la de los vampiros. El veneno es amor no correspondido, mucho más doloroso, más cruel. Sufres, y sabes que ellos —la manada de quileutes— lo saben, porque te encargas de recordárselo. Como lo de Embry, o lo de Swan.

Y ellos creen sufrir, creen sentirse mal, pero no saben lo que es eso. Lo tuyo es mucho, muchísimo peor. Odias a todos por ello.

Desde que Sam te dejó por culpa de la imprimación, no has vuelto a sonreír sinceramente, no has vuelto a reír de verdad. Como mucho una risa superficial, que aun y ser risa esconde dolor (así como cada gesto que te ves obligada a hacer día tras día).

Eres consciente de que él es el culpable de tu odio y de tu dolor, de tu amargura y tu desgracia, pero no lo puedes odiar. Sólo puedes seguir amándolo y despreciarte a ti misma por ello.

Así es la nueva Leah. Una arpía que es puro veneno, quizá, pero una arpía que sufre, que llora, que odia a lo que no debe en su contra. Eres una Leah que ruega a gritos por lo que nunca volverá a tener.


Ya se sabe: críticas, asesinos por correo y todas esas cosas dándole al GO.