Odiaba que él la tratara mal, que se desquitara con ella cuando las cosas no salían bien, que se desquitara con ella cada vez que le agarraba un acceso de mal humor, ira o frustración, como si ella no fuera más que una bolsa de boxeo a la cual pegarle no con los puños, si no con palabras, para así aliviar dentro el fuego que lo consumía.

Odiaba que la llamara lenta, ineficiente, inútil, que no respetara sus tiempos, que tuviera exigencias para todo, que pretendiera que todos hicieran lo que a él se le antojaba, cuando a él se le antojaba, del modo que a él se le antojaba. Odiaba que tuviera la pretensión de que ellos arriesgaran sus trabajos, sus reputaciones, sus vidas, sus libertades, para satisfacer sus caprichos, para seguir sus ideas descabelladas que van contra la ley, contra las órdenes dadas por sus superiores, contra el protocolo.

Odiaba esa manía suya de desafiar a la autoridad constantemente, como si fuera una adicción, como si fuera un juego, como si fuera una necesidad, como si fuera para él tan básico como para otros lo era ingerir cantidades industriales de café para mantenerse despiertos, o fumar como chimeneas en la sala de descanso (lo cual ella desaprobaba profundamente, y por ello se quejaba con frecuencia, aunque nadie la escuchaba).

Odiaba que él nunca tomara en cuenta sus ideas o propuestas, que pasara por alto sus comentarios o sus intentos de mejorar la productividad. Odiaba que la tratara como si ella no pudiera aportar nada útil o valioso, como si todo lo que ella tuviera para decir no sirviera. Él seguramente creía que cualquier palabra que salía de la boca de ella realmente no valía la pena ser considerada.

Odiaba que la llamara 'nerd' a sus espaldas y se burlara de ella. Ella tenía sentimientos, aunque fuera tímida, reservada, algo hosca y estuviera siempre ceñuda, aunque no hablara mucho y no se relacionara con la gente con facilidad, ella sí tenía sentimientos. No era un ogro: era un ser humano. Y él no podía ver eso: para él ella sólo era una analista rara, antipática, demasiado apegada a las reglas, demasiado aburrida, que iba todas las mañanas a sentarse detrás de una computadora a recibir las órdenes que él le ladraba de mala manera.

Chloe O'Brian odiaba a Jack Bauer. Odiaba trabajar para él (siempre se lo recordaba: "No trabajas conmigo, trabajás para mí"), odiaba tener que verlo todos los días, odiaba tener que lidiar con sus cambios de humor, odiaba que él la lastimara cuando la ignoraba o la humillaba, odiaba sus gritos, odiaba su histeria, lo odiaba.

Del odio al amor no hay más que un puñado de pasos, dicen. Después del amor, no hay otra cosa que un abismo que simboliza la muerte, ¿pues qué podría existir después de algo tan intenso como el amor? No hay nada que iguale o supere al amor en poder, sólo la muerte. Pues entonces es lógico y correcto pensar que después del amor, la muerte es lo que le espera a aquél que se atreva a ir más lejos de lo debido.

Del odio pasó al miedo, el miedo la condujo al respeto, del respeto nació la admiración, y esa admiración dio paso a la fieldad, para que luego de ella surgiera la devoción, para que esa devoción fuera la base de una amistad, y de la amistad dio fruto el amor, y ese amor fue el que la arrastró a la muerte.

Chloe O'Brian odiaba a Jack Bauer profundamente, tanto que jamás hubiera imaginado que su relación con él llegaría a tal punto que ella estaría dispuesta a arriesgar su vida para salvar la suya.