BLEACH 680': Change the Future
El reiatsu fluía hacia Yhwach, violento, avanzando por el cuerpo de Ichigo y arrastrando parte de sí mismo con él. En su interior ya no había un cúmulo de voces ardiendo por salir al exterior. Tanto su parte Quincy como su poder HHollow habían sido succionados de su cuerpo por el firme agarre de Yhwach. Ya no quedaba nada. Solo silencio. Un silencio teñido de un blanco tan puro que era desolador.
Todo ha terminado.
—¡HAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHA!
La carcajada escalofriante de Yhwach marcaba el ritmo al que su reiatsu se extendía por encima del Wahrwelt, tiñendo el cielo de un negro tan oscuro que ya opacaba la solitaria blancura dejada en el alma de Ichigo. Pronto, el palacio ya se oscurecía como si una suela gigante se cerniese a punto de pisotearlo sin mayores miramientos. Poco más tarde, la masa de reiatsu ya había traído la noche más oscura sobre el dominio Quincy.
Millones de kilómetros más abajo, en la sociedad de almas, la negrura recubriendo el palacio real comienza a hacerse visible, primero como un insignificante punto en la distancia, luego como una pequeña luna tintada de oscuridad. Así que así es como comienza. Con la desesperada batalla a ras de suelo entre el teniente de la tercera división y los restos del Sternritter X, ninguna mirada salvo la de Sosuke Aizen es capaz de darse cuenta de la magnitud de lo que estaba amenazando con cambiar el mundo. Son como hormigas. Incapaces de ver más allá de lo que tienen delante de sus caras, ignorando todo aquello que ocurre en las alturas. A su alrededor, los pocos Shinigamis de bajo rango supervivientes de las dos primeras invasiones huían como podían de la escena mientras que los haces de luz de The X-Axis cortaban a través de ellos como si fuesen mantequilla. Aizen, inmovilizado en su silla, se hallaba restringido a ver los torpes pasos de ambos contrincantes; uno lanzando sus ataques indiscriminadamente contra todo lo que se movía y el otro intentando usar su shikai contra su enemigo con golpes que debían ser cancelados antes de impactar ante los disparos de su contrincante. Aburrido de la escena, el antiguo capitán dirigió su atención hacia el creciente círculo negro del cielo durante los segundos previos al impacto limpio que evaporó parte de su pecho y brazo izquierdo. Al bajar la cabeza y ver los resultados del ataque de The X-Axis solo quedaba dolor. Dolor… y libertad.
De vuelta en el palacio real, Ishida se hallaba tendido sobre el charco de su propia sangre, con un brazo roto e innumerables heridas internas. Haschwald, por su parte, estaba indemne, exento de cualquier tipo de daño proveniente del joven Quincy.
—Así que todavía te puedes mover —pronunció el antiguo heredero de Yhwach mientras Ishida intentaba volver a formar su Heilig Bogen 1con su mano restante sin éxito.
—Antes dijiste… que soy exactamente como Kurosaki y los demás… —Haschwald se sorprendió de las lamentables palabras que salían de la boca de alguien que ya debería estar luchando por respirar, y le permitió seguir hablando mientras tomaba su espada para dar el golpe final.
—Hasta ahora… yo siempre he tratado de mantener mi compostura… de mantenerme siempre calmado… y preparado… sopesando el peso de mis acciones en aquellas balanzas de las que tanto hablas… —La sangre invadía la boca de Ishida mientras intentaba articular sus palabras, interrumpiéndolo constantemente mientras Haschwald se hallaba estático, contemplando el lamentable panorama delante suyo.
—Pero… por descuidadas e irresponsables que fuesen las acciones de Kurosaki… yo no podía hacer otra cosa que seguirle… Verás… lo que ocurre con él… es que siempre que se le mete en la cabeza la idea de proteger a alguien, él lo hace… Sin preguntar… Sin vacilar…
Las palabras llegaban a los oídos de Haschwald como flechas de las que no se podía defender. La imagen de Bazz-B no podía desvanecerse de su cabeza. La imagen de su amigo, de su hermano, muerto a sus manos.
—Inoue es al fin y al cabo igual que él… Al igual que Sado. Al igual que Kuchiki… al igual que Abarai… —Sus manos comenzaban a soportar el peso de su cuerpo. Poco a poco, Uryu Ishida se estaba volviendo a poner en pie —Si de cualquier manera… yo hubiese comenzado a parecerme a ellos en cualquier respecto… lo único que me provocaría sería una inmensa alegría.
—Alegría… —La palabra retumbaba en los oídos del Sternritter —¿Alegría dices? Nunca quise referirme a tus sentimientos en primer lugar. El punto al cual quería llegar con todo esto no es otro que a pesar de todo el tiempo que has pasado con tus amigos, tú no te beneficiaste en lo más mínimo. En todo el tiempo que desperdiciaste con ellos, ¿podrías decir que tus habilidades han aumentado? ¿Podrías decir qué has llegado de alguna manera a tu máximo esplendor? Todo el tiempo que has pasado con "tus amigos" no es siquiera comparable a aquel momento en el que fuiste tocado por su majestad, imbuido en su poder.
La frialdad de las palabras de Haschwald se unía al frío de la pérdida de sangre. Aquel hombre enfrente de Ishida era incapaz de comprender la amistad, los lazos que unen a las personas. Todo lo que era él venía de su amo, de su maestro. En el camino hacia el poder había perdido todo aquello que lo hacía genuinamente humano.
—Si la amistad significa estar allí para aquellos que de verdad te han ayudado a crecer, entonces no deberías de estar arriesgando tu vida por tus compañeros, sino por su majestad.
—Tú mismo lo dijiste. Las balanzas que rigen nuestras vidas se rigen según el peso de nuestras propias elecciones. Pues bueno, mi decisión… fue quedarme con ellos… No por conseguir nada a cambio, ni por ganar nada… No era la decisión correcta. Tampoco la incorrecta. Simplemente escogí hacerlo… porque eran mis amigos.
Aquellas últimas palabras por fin desencadenaron una reacción en Haschwald. Aquellos ideales no tenían la más mínima lógica en aquel mundo regido por el poder en el cual había vivido el súbdito de Yhwach. Ishida tampoco esperaba que lo entendiese, pero por fin había conseguido alterar aquella inmutable expresión llena de frialdad, ahora inundada con una expresión de profundo odio.
—Ya veo… Al fin soy capaz de verlo. Entonces cuando fuiste generosamente recibido y acogido por su majestad lo hiciste sin esperar dar nada a cambio. Inaceptable —murmuró mientras alzaba su espada para dar el último golpe— ¡Mi deber entonces es comunicarte que por tus faltas contra su majestad ahora mismo procederás a otorgarle tu vida!
Ishida vio la espada descender y cerró los ojos.
Mientras tanto, en la cima del palacio, Yhwach procedía a levantar lo que quedaba de Ichigo Kurosaki con la misma mano con la que había arrancado parte del alma de su hijo nacido en las sombras para disfrutar de la pura y absoluta desesperación que había expulsado cualquier voluntad de luchar de su cuerpo. Con una sonrisa maliciosa, se aproximó a la cara de Ichigo y le comenzó a susurrar al oído:
—¿Lo estás viendo, Ichigo? El fin de aquel mundo que tanto querías proteger. Desespera ahora, pues pronto no tendrás ocasión de hacerlo cuando acabe de cubrir el mundo.
Al no recibir ninguna respuesta, Yhwach se cansó de su nuevo juguete y lo lanzó con desprecio a un lado mientras seguía emitiendo reiatsu para expandir su influencia.
—¡Kurosaki-kun! —gritó Inoue mientras se apresuraba por acercarse a Ichigo, que yacía inmóvil en el suelo.
—Ya veo. Parece que la joven prefiere morir contigo antes de sobrevivir unas horas más. Que así sea. Para ti, Ichigo, mi hijo, tengo reservado un final especial. Quiero que seas capaz de ver tu fracaso, la sangre de tus amigos escapando de sus cuerpos mientras tomo sus vidas, pero ella… —dijo alzando su mano—. Para ella no hay un futuro. Ella puede ser la primera.
Al movimiento de sus manos respondieron las sombras, aferrándose a los pies de la humana para comenzar a engullirla en las sombras. Ante los desesperados intentos de avanzar hacia Ichigo, las sombras no hacían más que aferrarse con mayor fuerza a su víctima mientras seguían avanzando lenta pero dolorosamente. Así, los zarcillos de negrura subían a un ritmo calmado pero terroríficamente amenazante, aprisionando a Orihime con un reiatsu más allá de lo que su cuerpo podía aguantar. El primer grito de dolor finalmente despertó a Ichigo de su trance, desgarrando sus oídos, reactivando su voluntad.
—¿Cómo será, pues, Ichigo? ¿Morirá aplastada por la densidad de mi reiatsu, o llegará a aguantarlo para ser estrujada como una fruta madura cuando la recubra por completo? —amenazó con una sonrisa—. Solo tienes que decirlo, y le daré una muerte rápida a tu amiga.
Más rápido de lo que Yhwach había esperado, Ichigo se levantó y recogió lo que quedaba de Tensa Zangetsu para lanzarse de nuevo contra él.
Un último intento. Solo necesito un golpe más. Un golpe más.
Sin embargo, justo antes de abalanzarse contra el Quincy, un zarcillo más apareció del suelo agarrándole por el tobillo y lanzándolo violentamente contra los escombros del palacio varios metros atrás. Yhwach entonces comenzó a acercarse paso a paso, riéndose con el abrir de innumerables ojos en la negrura de su propio cuerpo.
—Bien, bien. Veo que todavía quieres jugar un poco más. Sin embargo, me parece que esta espada tuya —se jactaba mientras levantaba el brazo para enseñar su otra mano alzando los restos de Tensa Zangetsu— difiere.
En cuanto Ichigo fue capaz de incorporarse y poner sus ojos en su zanpakuto, ésta se desintegró completamente en la mano de Yhwach. Ichigo reaccionó cayendo sobre sus rodillas, listo para rendirse de nuevo mientras los gritos de Orihime ahogaban la risa del único enemigo que había sido capaz de destrozarle tanto por dentro como por fuera.
Todo está perdido.
Un sonido imperceptible, una espada cortando el aire, una sandalia golpeando la nuca de Ichigo. Los gritos cesan, la risa se corta, el reiatsu negro pierde su forma. Ichigo levanta la mirada rápidamente para ver a su padre segando la mano que aprisionaba a su compañera con su zanpakuto a la vez que Yhwach retrocede, profundamente alarmado.
—Bueno… Alguien me ha contado que cierta persona tuvo algo que ver con la muerte de mi querida esposa.
Yhwach ya no sonreía.
—Por cierto, creo que he perdido mi sandalia por el camino.
Más abajo, Uryu abría los ojos en respuesta al sonido de la espada de Haschwald rompiéndose en mil pedazos que salían despedidos ante la sobresaltada mirada de su dueño. Sin tiempo para reaccionar a la situación, el Quincy advirtió una flecha deslizándose junto a su pierna, pasando de largo sin impactar contra él. A punto de retroceder para evaluar la situación, su propia pierna lo arrastró violentamente en la dirección del proyectil, impactando uno tras otro contra un muro tras de sí.
—Nunca pensé que mi hijo fuese a ser tan descuidado.
Con nuevas fuerzas, los padres reanudan la batalla...
