Disclaimer: Harry Potter pertenece a JK.
Advertencias: Universo Alterno ambientado en la época Victoriana. Posible OoC. Historia corta.
Este fic fue creado para la página Theomione Week en Facebook, por la semana Theomione.
Claveles de terciopelo
—Vestido—
Prompt (bonus)
El salón de la mansión de los Zabini destacaba por sus cuadros de origen italiano y, por supuesto, referencias al admirable Leonardo Da Vinci. La dueña era una verdadera fanática y le gustaba dedicarse a gastar su podrido dinero en cosas que tuvieran que ver con ese hombre. El salón tenía decoraciones en morado y detalles marfil en las mesas.
Era el cumpleaños de la cabeza de los Zabini, que se resumían a ella y su hijo nada más. Marleen Zabini tenía además una marcada reputación que la asimilaba con la poderosa araña, la viuda negra. Sin embargo solo las mujeres hablaban de eso y procuraban hacerlo en sus fiestas de té, donde pocas veces la madre de su amigo participaba.
Theodore bebió de su copa y echó un vistazo. Pronto se encontró con que Zabini se dirigía hacia donde estaba, haciendo escala en los invitados, saludándolos y dándoles una grata bienvenida a la fiesta de su madre. Los músicos tocaban algo que le sonó a Händel, pero no estaba realmente interesado y había un bullicio considerable por la cantidad tan grande de personas que había en el salón.
—Mi madre está histérica, alguien olvidó mantener bien enjaulados a sus perros y ha cerrado todas las puertas que dan al exterior. Es una locura, los hijos de la ama de llaves los están buscando en este momento en los jardines —murmuró cambiando la expresión amigable de hace un rato por una que se ajustaba más a la situación. Blaise estaba realmente preocupado por el estado de los invitados, esos perros tenían fama entre la servidumbre del hogar por ser traicioneros.
—Es un gran cumpleaños.
—Por favor, no estoy suficientemente estable para oír tus comentarios —dijo con molestia, ocasionando en él una expresión de ofensa y asco cuando le quitó la copa de la mano para beberla de un tirón.
—Tus perros parecen un gran problema —mencionó, recibiendo la copa vacía.
—Créeme que lo son —gruñó—. Deberías estar conociendo a alguna señorita, no evaluando cómo robarte los tesoros de mi madre en su cumpleaños. A pesar de todo es mi progenitora, no pretendas causarle un ataque.
—Lo tendré en cuenta —asintió, dejando con molestia la copa en la mesa que tenía a un costado.
Blaise le dedicó una mirada de advertencia y siguió caminando por su lado. Él ahora tendría que sacar otra copa y obligarse a encontrar otra entretención además de Leonardo Da Vinci.
Su problema se vio resuelto en segundos, por fortuna.
Nada más comenzó a caminar cerca de la puerta de salida, notó que llegaban nuevos invitados. Entre ellos el señor Granger, quien seguramente habría gastado mucho dinero para que su hija pudiera asistir a esa fiesta y mantenerse dentro del círculo social importante. El señor Granger no era un hombre especial, sólo trabajaba duro y se había ganado ser el zapatero de la clase alta. Él solo buscaba lo mejor para su hija, quien estaba algo pasada ya en la edad para casarse.
Theodore no recordaba haberla visto nunca pero puede decir que conoció a su madre cuando era pequeño. La hija del señor Granger era una versión dulce y mucho más hermosa de lo que su esposa lo fue.
Theodore creía en que los ojos eran fáciles de engañar, y por ello normalmente no se sentía admirado de las señoritas que rondaban en aquellas fiestas. Pero de ella le llamó especialmente la atención la elección del diseño de su vestido. La gran mayoría de las mujeres se habían inclinado por vestidos voluminosos, con telas brillantes y colores fuertes. Cada una buscaba resaltar más que la de su costado. Por el contrario, la muchacha usaba un vestido que simplemente caía, sin crinolina.
El color rosa palo del vestido le sentaba de maravilla, igual que el peinado que hacía lucir adorables las ondas de su cabello. Todo la hacía verse más elegante y encantadora. Le recordó a un hermoso clavel.
Para las mujeres los colores cercanos al blanco eran signo de pureza, y sin duda a la edad de la señorita Granger creían que su elección era atrevida. Pudo notar en los rostros de las primeras mujeres que la vieron la incomodidad y el desagrado. La envidia.
A Theodore, sin embargo, le causó todavía más emoción. La señorita Granger tenía rasgos ligeramente infantiles que la hacían ver más joven de lo que era, cualquiera creería que no había excedido por tres años la edad en que las mujeres solían casarse. Puesto que aunque todas callaban, la creencia de que las mujeres así eran incapaces de satisfacer o conseguir a un hombre permanecía en la popularidad.
Y le causaba emoción en definitiva el atrevimiento, aún cuando estaba consciente de cómo actuaban y pensaban las masas.
Así que Theodore pudo decir con seguridad que no fue tan solo su belleza lo que lo atrapó, también fue lo que decía el vestido de ella.
