Saint Seiya y sus personajes pertenecen a M. Kurumada.
Hero for Hero
En cuanto escuché lo que había pasado se me paró el corazón...
"Tu hermano se escapó del anexo, no tenemos idea de en dónde puede estar"
Dejé caer el teléfono, seguramente la persona al otro lado de la línea estaría esperando que yo dijera cualquier cosa, que estaba preocupada, sorprendida o quizás aguardaba un reclamo indignado o por lo menos iracundo como los que sé de sobra que suelen recibir, pero yo no tenía tiempo para eso. Tenía que ir a por mí hermano, tal vez fuera su hermana menor y no compartiéramos del todo la misma ascendencia, tal vez no habíamos hablado en meses desde que papá me prohibió ir a verlo, pero yo lo conocía mejor que nadie y sabía perfectamente dónde encontrarlo. Salí de la casa en plena noche sin nada más que una sudadera vieja, unos pantalones cortos y los tenis que él mismo me había regalado un mes antes de mi cumpleaños… posiblemente porque sabía que no iba a estar ahí para celebrarlo conmigo.
Procuré cerrar la puerta principal sin hacer un escándalo, no es que me preocupara despertar a nadie, pero el exesposo de mamá (alguien a quien no me costaba llamar papá) era demasiado sobreprotector, todo lo contrario, al hombre con el que afortunadamente ni mi hermano ni yo teníamos nada más que ver; y por supuesto que Aldebarán no iba a dejar salir a una chica de 15 años en mitad de la noche para ir a buscar a su hermano el "descarriado" a uno de los barrios más peligrosos de la ciudad.
"Lo siento, papá..."
Ver hacia la ventana del segundo piso y pensar que estaba por traicionar la confianza del único adulto que creía en mí de verdad me dolía. Aldebarán era un buen hombre, demasiado bueno en realidad, pero Milo era mi hermano y no podía abandonarlo, no cuando él me había protegido tanto en una época en la que no tenía que hacerlo...
Desde el momento en el que empecé a respirar, Milo asumió el papel de "mi escudo y espada" cómo había dicho en esa última carta que me dio antes de que se lo llevasen a esa clínica infernal.
Mientras corría cuesta abajo por los suburbios, todavía con la angustia y la sensación que te da cuando desobedeces por primera vez, las memorias de mi infancia venían a mí, alentándome, haciéndome saber que lo que estaba haciendo en ese momento no era ni de cerca comparable con lo que él había hecho por mí siendo aún más joven que yo.
—Quédate en silencio, Shoko.
Me decía mi hermano cuando me metía en mi habitación luego de que nuestro padre llegaba de trabajar.
Yo tenía seis años y Milo tenía doce. Nunca me decía nada más que eso y yo tampoco preguntaba, tal vez porque dentro de mi mentalidad infantil sabía que no me convenía hacerlo. Lo único que sabía era que debía poner el cerrojo, meterme a la cama, dar cuerda a mi pony musical y fingir que dormía mientras mamá y papá gritaban en la sala.
Papá era un hombre violento y mamá nunca estaba en casa, Milo no tardó en darse cuenta que nos convenía más hacernos los occisos en nuestras habitaciones que fingir que no veíamos nada.
Recuerdo que nos levantábamos ridículamente temprano únicamente para desayunar tranquilos. Él freía huevos en una sartén y yo exprimía las naranjas que nos regalaba la mujer que vivía a un lado de nuestra casa. Ella sabía que las cosas dentro de nuestras paredes no estaban bien, supongo que, como buena vecina desempleada y recién enviudada, no tenía nada mejor que hacer que estar al pendiente de los vecinos, aunque ahora que lo pienso, con semejante zafarrancho que se armaba cada noche, tonto debía ser el que no se percatara.
—La señora Medea dijo que podemos ir a comer con ella cuando queramos—me recordaba mi hermano mientras se sentaba conmigo sin arrastrar la silla—Podemos ir hoy después de la escuela si tú quieres.
—A mí me gusta lo que tú cocinas. —le decía cálidamente interpretando su media sonrisa como un gesto de disculpa hacia su limitado repertorio de cocina, cuando en realidad significaba que él si apetecía un guiso rico en sabores y nutrientes variados, pero era tan orgulloso que sólo lo supe hasta leer esa carta en donde decía que no sólo le gustaba el olor de la comida de la señora Medea, sino que le gustaba la señora Medea, sus mimos y el ambiente hogareño que nos compartía. Entonces entendí porque actuaba tan raro cuando ella nos saludaba desde su jardín y porqué siempre se ofrecía a ayudarle a cargar sus bolsas de manzanas cuando tenía que venderlas en el mercado.
Pasé por una calle que conectaba con ese viejo barrio en dónde habíamos crecido, tomar esa salida me ahorraba unos diez minutos de camino. Entré por ahí y crucé por el parque al que nunca nos llevaban. Puede que nuestros padres fueran unos desobligados, pero eran severamente estrictos con nosotros, en especial con Milo, quien, según nuestro progenitor, era un vago.
Me paré solamente un par de segundos delante de los oxidados columpios recordando las veces que Milo me dejó mecerme por cinco minutos de camino a casa después de la escuela.
—¿¡Podemos quedarnos un minuto más!?—le pregunté desde las alturas mientras él permanecía sentado en una banca con la mandíbula apoyada en las dos manos mirando a la nada con casi nada de interés.
—No podemos.
Recuerdo haber hecho un puchero y bajarme con la cabeza gacha, pensando que mi hermano era un aguafiestas cuando en realidad estaba siendo precavido.
"Precavido…"
Una sensación de desazón se alojó en mi pechó al pensar en aquella palabra.
Si… Precavido, cauto, cuidadoso… Milo siempre había sido así, en especial cuando se trataba de mí, aunque nunca lo decía, siempre me demostraba cuanto se preocupaba por mí.
Incluso a sus catorce, cuando había entrado a su fase de chico rudo, él seguía tomando mi mano para cruzar la calle y siempre había un dulce en la bolsa transparente de su mochila y no importaba cuantas veces yo lo tomase, él lo dejaba siempre en ese lugar.
Después de enterarme de que lo hacía a propósito me sentí terriblemente conmovida y muy egoísta porque siempre me lo comía en la privacidad de mi habitación…
…Seguí corriendo.
No voy a mentir, correr por esas calles sin farolas me llenaba de miedo. De repente me sentí como la niñita que se escabullía en la alcoba de su hermano porque las sombras no la dejaban dormir.
—Milo… Milo…
Estoy segura de que cuando abrió los ojos lo único que vio fueron mis coletas pelirrojas asomándose por encima de su cama porque tuvo que sentarse y agachar la cabeza para ubicarme.
—Shoko, ¿Qué haces aquí? — su voz ronca y sus ojos entreabiertos me hicieron saber que había sido inoportuna, pero ¿Qué podía hacer? Tenía cinco años y le temía a la oscuridad.
— ¿Me dejas dormir contigo?
Su expresión era cansada y su suspirar pesado, aun con todo eso, nunca me dijo que no. Simplemente se hacía a un lado, levantaba las mantas y cuando estaba recostada me abrazaba.
—Gracias, Milo…
Así el cielo soltase trombas, mientras yo estuviera con mi hermano yo me sentía a salvo…
Miré hacia el frente con entereza, no tenía tiempo para cobardías; no cuando él nunca lo hizo….
—Shoko, quédate detrás de mi…
Sentenciaba Milo cada vez que papá, dentro de su furia, se acordaba de nuestra existencia y hacia tronar el cuero de su cinturón a medida que subía las escaleras.
Y mientras yo temblaba como una hoja detrás de mi hermano mayor, él permanecía firme como un roble delante mío aferrando su bate de baseball.
Para muchas niñas, papá es el más valiente, para mi… mi hermano era mi héroe.
Eso me hizo recordar la vez que la señora Medea me leyó el cuento de "Barba azul" mientras Milo recogía naranjas en el jardín; era la primera vez que leía una historia en la que la princesa era rescatada por tres jóvenes y que estos eran sus hermanos. No pude evitar comparar a mi hermano con los héroes del cuento.
—Señora Medea, ¿puedo usar mis colores?
La mujer me miró extrañada, yo no acostumbraba cambiar tan rápido de actividades, pero tal parece que ella leyó mi pensamiento porque me sonrió de la misma manera que una madre conmovida.
—Por supuesto, Shoko…
Para cuando Milo volvió con nosotras yo ya había terminado mis garabatos.
— ¡Hermano! ¡Hermano, mira!
Corrí hacia él con los brazos en el aire, agitando mi papel llenó de rayones hechos con crayón.
— ¿Qué tienes ahí, rojita? — Él se acuclilló y yo extendí mi hoja delante de su cara.
— ¡Hice esto para ti!
—Mm… Veo amarillo y azul, ¿Qué es?
— ¡Es Milo! ¡Eres tú! —espeté alegre— ¡Eres mi caballero! ¡Aquí abajo dice!
Sus pupilas temblaron y yo no supe si era bueno o malo, luego lo vi pasar saliva y mirar a la señora Medea como si no supiera qué hacer.
—Tu hermanita te quiere mucho, Milo— señaló ella y yo reafirmé sus palabras saltando al cuello de mi hermano.
—Te amo mucho, hermano…—sentí su cuerpo tensarse por un segundo y relajarse al siguiente mientras me devolvía el abrazo.
—Yo también, Shoko…
Para cuando llegué a ese viejo edificio abandonado sentía que el nudo en la garganta con el que había tratado de correr sin desmayar se había vuelto una maza de rocas en mi garganta.
El ritmo de mis pasos disminuía a medida que me adentraba. Había estado ahí solamente una vez…mas las imágenes de la cronología del desastre seguían frescas.
Milo metiéndose en peleas a los 16.
Milo dejándonos a mí y a Aldebarán a los 17.
Milo con gente de cuidado a los 18.
Milo yéndose de la ciudad a los 19.
Milo arrestado a los 20.
Milo visitándonos y peleando con Aldebarán a los 21.
Milo entrando a este lugar de mala muerte a los 22.
Y yo ahí, tratando de ser valiente.
El interior era lúgubre, olía a basura y a excremento de rata. Había un secreto a voces de que ahí se vendían drogas fuertes y lo comprobé… luego de subir a ciegas por unas escaleras de concreto desprovistas de algún tipo de barandal me encontré con un montón de gente que más que personas parecían bultos abstraídos en la nada.
Tragué grueso para envalentonarme y con las piernas temblorosas me desplacé desveladamente entre los cuerpos.
Arrugué la nariz ante los olores de las sustancias mezcladas con la peste y me tapé con una mano, misma que se desprendió de mi boca como si no tuviera articulación alguna para sostenerla en cuanto lo vi…
Ahí estaba…mi hermano… mi héroe… de espada rota y escudo deformado… rendido por una pócima maligna que recorría hasta el último canal de su sangre noble.
Mi sustento el hombre más fuerte y valiente que conocía y me había cargado numerosas veces sobre sus hombros ahora yacía tumbado con un uniforme blanco de sanitario, con la espalda pegada a la pared y sus largos bellos azules entre el polvo y la mugre cubriendo una diminuta y frágil jeringa que seguía incrustada en la cara interna de su brazo.
No pude soportarlo…
— ¿He…Hermano?… —Me desplomé pesadamente sin importarme que mis rodillas desnudas se rasparan con el suelo—Hermano…—Mis labios trémulos lo llamaron, pero él no me hizo caso…—¿Milo?...—parecía sumergido en otro mundo, en otro plano en el que sus ojos ennegrecidos no me percibían, una dimensión a la que no llegaba mi voz…
Mis ojos se ajaron en lágrimas al ver todo perdido. ¿Qué podía hacer? Me sentía pequeña e inane.
Furiosa e impotente, miré el punzón infame y lo saqué de su piel. La tenue luz de la luna que aún lo iluminaba condujo mi mirada escarlata hasta su mano derecha, entonces vi que había algo dentro de ella. Sorbiendo la nariz abrí su palma y tomé el papel arrugado…
Mis ojos se ensancharon y se inundaron cuando mientras miraba pude escuchar el susurro de su voz.
—¿Ro…Rojita?...
Con sus dedos débiles rozó mi mano y parte del papel.
Leí una vez más el viejo garabato en el papel…
—"Mi caballero…"
Levanté la vista para verlo y una lagrima resbaló por su mejilla.
Justo en ese instante toda una vida de tristes y bellas memorias se reprodujo en mi mente como una película.
"¿Cómo?... ¿Cómo puedo pensar en claudicar ahora? ..."
—Tú… nunca me abandonaste a mi suerte…—dije con un intento de sonrisa ahogada en sal mientras acunaba su mejilla en mi mano—Nunca te disté por vencido cuando te necesité…Y yo… yo no voy a hacerlo ahora ¿me oíste?
—Shoko…— murmuró extendiendo sus adormecidos brazos hacia mí.
Sin esperar un momento más lo envolví entre mis brazos y le acaricié el cabello de la misma forma en la que él lo hacía cuando yo sentía que el mundo se me venía encima.
Tal vez yo no sabría muchas cosas, como tratar una adicción, por ejemplo, pero si sabía una cosa…Milo siempre estuvo ahí para protegerme y ahora, era mi turno de protegerlo.
NA: Gracias por haber echado una ojeada a este pequeño fic, la verdad no lo tenía planeado, pero luego de oír la canción de Brother de Kodaline, la verdad que no pude contenerme.
La razón por la que elegí a estos personajes fue meramente porque fueron los que a mi mejor me acomodaron, no lo sé simplemente pensé en ellos. Sé que no a todos les gusta Santia Sho, pero la verdad a mí no me desagrada, me gusta el manga, considero que la autora dibuja bonito y al señor Kurumada le gusta lo que hace, además de que la adaptación al anime nos regresó el estilo clásico, personalmente eso me gustó. Si al autor de todo este universo le gusta, ¿Qué tenemos que objetar? Al fin y el cabo, ella hace lo que nosotros aquí… contar su propia historia a su manera. En fin, una vez más, gracias por su valioso tiempo, si les gustan las historias como esta, háganmelo saber y si quieren una segunda parte también :3 se despide con un abrazo su amiga Libra.
