Antes de comenzar me gustaría hacer una pequeña aclaración: Los personajes de Hetalia no me pertenecen a mí, sino a Hidekazy Himaruya. Yo simplemente he querido hacer esta historia sin ánimo de lucro y con el único fin de entretener.
Los personajes empleados son:
Fem!Russia: Anya
Male!Belarus: Nikolai
Fem!Lithuania: Helena
Rosas Blancas
1762, Moscú, Rusia
Lluvia. Aquello era lo único que habían podido vislumbrar los habitantes de Moscú en esa fría mañana otoñal a través de los cristales de sus ventanas: El cielo llorar.
Pero... ¿Lloraba de tristeza o quizás de alegría? Esta era la pregunta que se hacía la joven lituana mientras arreglaba el dormitorio de la representante de Rusia. Normalmente Helena no se distraía ni divagaba con tontas preguntas como aquella cuando trabajaba, sin embargo, cuando le tocaba limpiar ese cuarto en específico, su mente buscaba mil y una excusas para entretenerse, no limpiar y postergar su tarea lo máximo posible. Sus razones tenía para hacer esto, claro, siempre había razones... La más poderosa de ellas era que, esa habitación, era la que compartían Anya y Nikolai, el amor de su vida.
Todo lo que había en aquel cuarto le recordaba que ellos dos estaban juntos: Las sábanas de la cama matrimonial revueltas, su ropa mezclada en el armario, varias prendas tiradas de cualquier manera por el suelo fruto de, quizás, una noche apasionada, listones y diademas para el pelo junto a corbatas y pequeñas medallas de honor colocadas sobre el bonito tocador de Anya... El ver todas estas cosas hacía que el corazón de Helena latiera con dolor en el interior de su pecho, mas debía hacer su trabajo, así pues, sin más dilación, comenzó a ordenar los aposentos de Anya y de Nikolai.
Tras abrir las ventanas para ventilar, hacer la cama y recoger toda la ropa que había tirada por el suelo, se dispuso a ordenar el tocador de la rusa.
Mientras colocaba algunos frascos de colonia de costoso aspecto y de etiquetas con nombres en francés, no pudo evitar curiosear los cosméticos que tenía la rusa. Había de todo: polvos para empalidecer la piel, colorete de diferentes tonalidades, esmalte para las uñas, pintura para hacer que las pestañas se vieran más largas, aceites de exquisitos aromas para suavizar sus manos y... pintalabios. En estos últimos fue donde la chica detuvo más su mirada, especificando más, se detuvo a contemplar un precioso pintalabios de tono rosado con ligeros brillos. Recordaba haber visto a la rusa usarlo, con él sus labios quedaban perfectos, de un color envidiable, eran como dos diamantes rosados... parecían que pedían a gritos ser besados.
Sin pensárselo mucho, casi por instinto, lo cogió y lo destapó para observarlo más de cerca. Luego, se miró a sí misma en el espejo. Con suma delicadeza deshizo la trenza con la que usualmente se recogía el pelo y se peinó con los dedos de sus manos. Su pelo ondulado, ahora suelto, le daba un aspecto muy coqueto, femenino, casi salvaje. Es decir, un aspecto totalmente inapropiado para la época en la que estaban, pero eso a Helena le dio igual en ese momento. Ella se quería ver bien por una vez y vaya que si se veía bien con el pelo de esa forma. Sin embargo, había algo que podía acentuar aún más su belleza, y este "algo" era ni más ni menos que el pintalabios que había cogido con anterioridad.
Así pues dirigió el mismo hacia sus labios y los pintó lenta y cuidadosamente. El tiempo parecía haberse detenido para la lituana aquella mañana mientras se arreglaba, hacía demasiado tiempo que no se arreglaba, que no se dedicaba tiempo, que no se miraba en el espejo por más de diez segundos seguidos por la mañana... Era como un sueño.
Pero ya se sabe, todo sueño... debe acabar.
Y el sueño de Helena acabó de la manera más abrupta posible.
La puerta del dormitorio se abrió de improvisto dejando ver a Anya y a Nikolai.
Helena, rápidamente, tapó el pintalabios de la rusa y lo dejó sobre el tocador, pero ya era demasiado tarde. La rusa la había descubierto.
_ Vaya, vaya, ¿pero a quién tenemos aquí? ¿Quién se ha atrevido a tocar mis cosas? ¿Es una noble dama rusa que ha venido a mi cuarto? ¿Es una pobre niña curiosa que sueña con ser mayor? Ah, no, es una mera criada. ¡Una simple criada! ¿да(*), Helena? _Dijo Anya mientras se acercaba a la lituana portando sobre su rostro una inocente sonrisa. Mas su mirada desprendía destellos de pura maldad
_ S-Señorita Anya, y-yo...
_ ¡Silencio! _Gritó de pronto la rusa haciendo que Helena, y hasta su propio hermano cerraran los ojos por un segundo debido al terror que inspiraba su tonalidad de voz_ ¿Cómo te has atrevido a hacer eso, Helenita? Mereces un castigo, lo sabes, ¿да?
_ ¡N-no! Por favor, se lo suplico, perdóneme, señorita Anya. No lo volveré a hacer, no lo volveré a hacer.
_ Oh, "perdón". ¡Qué palabra tan bonita! Pero... ¿Sabes qué? El perdón solo se puede aplicar a la gente de noble corazón y tú... tú no tienes un noble corazón, pequeña Helena. Si no, no me hubieras robado, como lo has hecho ahora mismo. Y... a decir verdad... no tienes ni un noble corazón ni un noble aspecto. _Dijo la rusa mientras cogía uno de los mechones de pelo de la chica y lo enroscaba entre sus dedos. Helena, como respuesta, intentó volver a recogerse el pelo, mas Anya no la dejó. _ Por eso tú eres la que menos mereces mi perdón, ufú~
La lituana iba a volver a implorar a la rusa cuando de pronto sintió su cuerpo congelarse debido a un terrible dolor que notó sobre su mejilla derecha: Anya le había dado un tortazo en la cara. Ahora su mejilla ardía como el mismísimo fuego del infierno y su pálida piel se había tornado del color de las granas maduras. Sobre su labio inferior un pequeño hilo de sangre salpicó su bonito rostro... Había sido un golpe brutal.
En cuanto vio la sangre, Anya se acercó a la chica y manchó su propio dedo índice con el líquido rojo. Luego lo esparció por los labios de la lituana, pintándolos de este modo y dejando un regusto salado en la boca de la chica.
_ ¿No querías pintarte los labios? Pues ya está, ahí lo tienes Helenita. Rojos... labios rojos como los de las rameras, claro. _Dijo Anya con malicia. _Oh, pero ahora que lo pienso, si eres una ramera no deberías estar dentro de casa, no, no... ¡Debes estar en la calle!
Dicho y hecho, Anya echó a Helena de su casa y le mandó hacer una tarea absurda a la par que dura: Cortar exactamente 200 rosas blancas y espinosas de su jardín trasero. Pero para hacer esta ardua tarea no podía utilizar utensilio alguno, se debía valer de la fuerza de sus manos simplemente...
Un par de horas más tarde, Helena, la cual se hallaba arrodillada sobre la hierba mojada y bajo la incesante lluvia, notó una presencia a su espalda y sin más dilación giró su rostro para ver quién la importunaba en sus tareas.
Cuando se dio cuenta de quién era esta persona, sus ojos se abrieron ligeramente en una expresión de sorpresa: Se trataba de Nikolai.
El bielorruso iba ataviado con sus habituales prendas de calle, pero esta vez, cubriéndolas, portaba un suave abrigo de piel que acariciaba y calentaba su piel. Con él puesto casi era incapaz de sentir el frío o la lluvia que caía sobre Moscú aquel día.
_ S-Señorito Nikolai, ¿qué hace usted aquí? ¿Deseaba algo? _Preguntó la chica mientras se ponía en pie y se limpiaba las manos ensangrentadas (debido a los cortes con las espinas de las flores) en su delantal blanco.
_ No, nada. Sigue trabajando. _Dijo Nikolai mientras clavaba su mirada en el delantal de la chica. Su mirada tembló con sorpresa al ver la sangre en este, pero supo disimular muy bien su impresión.
La lituana asintió levemente con la cabeza y volvió a sus quehaceres. Se arrodilló de nuevo sobre el pasto y siguió cortando las rosas. Cada vez que sus manos se acercaban a las flores, temblaban, pero cómo no hacerlo. Ella bien sabía que en cuanto tocara aquella bella rosa sentiría un potente dolor. Mas debía hacerlo, pues también sabía que si no acataba las órdenes de Anya le castigaría de una manera mucho más horrible que pinchándola de vez en cuando en las manos. Prefería que las rosas fueran las que le infligieran dolor en vez de la rusa con sus propias manos. Sentía su orgullo menos herido de esta manera, al menos en cierta medida...
Nikolai por otro lado, no se movió del sitio. No podía apartar la mirada de la joven. Sus preciosos ojos azules brillaban de puro horror al ver la sangre teñir aquel delantal tan blanco, tan puro como la nieve. Mancillarlo parecía un crimen... El chico no aguantó esta visión y se acercó a la lituana con paso sigiloso. Se arrodilló junto a ella y la cogió de las manos súbitamente.
_ ¿Q-qué hace...?
Antes de que Helena pudiera comenzar a pedir explicaciones Nikolai ya había empezado a hacer la tarea que su mente había planeado: Sacó un par de pañuelos de seda de los bolsillos de su pantalón y con ellos vendó las manos de la chica.
_ Muchas gracias, señorito Nikolai. _Dijo Helena en un susurro y portando un pequeño rubor en sus mejillas.
_ ¿Gracias? _Preguntó el chico mientras levantaba una ceja _ No lo hago por ti. Lo hago para que no ensucies de sangre las rosas blancas que quiere mi hermana.
_ O-oh, ya. Claro...
Y así, tan pronto como había aparecido el rubor en las mejillas de la lituana, desapareció. Volvió a su trabajo mientras en su cabeza se maldecía a sí misma y se decía lo tonta que era. Claro que lo había hecho por Anya, siempre hacía las cosas en vista a ella, a nadie más. ¿Por qué se iba a preocupar por ella? Qué estúpida era... qué estúpida...
_ Si se queda ahí por más tiempo se resfriará_ Comentó de pronto la chica al ver que Nikolai seguía a su lado viéndola trabajar. Hacía mucho frío y aún llovía un poco. No quería que cogiera un catarro o algo similar.
_ Preocúpate por ti misma. Tú serás la que coja un resfriado.
Espetó Nikolai señalando la indumentaria que portaba la joven: Tan solo consistía en su habitual uniforme de sirvienta (una camisa de manga larga y ajustada en tonos oscuros, una falda larga y plisada del mismo color y un delantal blanco o más bien rojo en estos momentos). No llevaba abrigo alguno y su pelo estaba suelto y empapado, a decir verdad toda ella lo estaba. La chica tiritaba de puro frío, pero ya estaba acostumbrada.
_ La señorita Anya no me ha dejado abrigarme más... Dice que las rameras hacen sus labores con menos ropa que yo y que aún así sobreviven, o al menos la mayoría de ellas... _Susurró con tristeza la lituana.
_ ... Tú te lo has buscado. No tenías que haber cogido el pintalabios de mi hermana.
_ Lo sé, lo siento.
_ De todos modos... ¿para qué diablos querías pintarte? No hay nadie que te corteje...
_ Bueno... _Comenzó a decir Helena mientras notaba cómo en sus labios se formaba una débil sonrisa _ La verdad es que me he fijado en que... cada vez que la señorita Anya usa ese pintalabios, usted la mira mucho y... quería que me mirara a mí del mismo modo, a-aunque solo fuera por una vez.
_ Yo siempre miro a mi hermana, da igual si usa pintalabios o no. _Respondió con frialdad e indiferencia el chico.
Tras estas palabras ambas naciones guardaron silencio durante unos minutos, solo hasta que Nikolai comenzó a abrazarse a sí mismo y a frotar sus brazos sobre el abrigo. Ahora era cuando empezaba a notar los estragos de las bajas temperaturas rusas.
_ Por favor, vaya dentro. Al final acabará enfermando... _Pidió por enésima vez la lituana mientras le miraba con verdadera preocupación.
_ Dentro me aburro. Anya está ocupada y no puede hacerme caso.
_ ¿Por eso me ha venido a ver? ¿Porque la señorita Anya se encuentra ocupada?
_ ¿Y por qué si no iba a venir a verte?
De nuevo el silencio reinó entre los dos jóvenes. Solo que este silencio era algo más incómodo que el anterior, al menos para la lituana. Se sentía terriblemente dolida por las palabras del chico, aún así... no podía echarle en cara nada, le amaba demasiado.
_ Aunque... si enfermo, quizás Anya se preocupe por mí y me cuide. _Comentó el bielorruso rompiendo el silencio. _Me haría más caso.
_ No lo sé. Quizás sí.
Ante la contestación de la lituana, Nikolai se puso en pie y se despojó del abrigo lanzándoselo a la chica, poniéndoselo sobre los hombros, cubriéndola.
_ Toma, póntelo tú. Si lo dejo en el suelo se ensuciará. He decidido que voy a ponerme enfermo.
_ ¿¡C-cómo dice!? ¡Señorito Nikolai, no haga eso, por favor! ¡Se lo suplico! Los resfriados en esta época del año son de lo peor y podría agravarse en pocos días. ¿Qué ocurrirá si la fiebre le sube? Por favor, vaya dentro, olvide esta alocada idea.
_ Tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer. Haré lo que me de la gana. _Le respondió Nikolai mientras clavaba sus fríos ojos sobre ella. _ Me enfermaré y Anya me cuidará. He dicho.
Dicho y hecho.
Al cabo de un par de días Nikolai enfermó, como era de esperar.
Cuando la tarde cayó, se hallaba tumbado en la cama bajo múltiples sábanas y mantas para ganar calor, pues su cuerpo no había parado de tiritar desde que se puso enfermo. Su respiración era agitada y débil y bajo sus cansados ojos, se disponían unas tremendas ojeras. Pues aunque estaba agotado, no podía dormir, todo debido al maldito resfriado.
Se encontraba perdido en sus pensamientos cuando de pronto escuchó la puerta de su habitación abrirse lentamente.
_ ¿Anya? _Llamó el chico con cierta tonalidad de desesperación en su voz y sentándose en la cama con cierta dificultad.
Sin embargo, no era Anya quien entraba en su dormitorio, sino Helena.
La lituana portaba en sus manos una bandeja de plata con un plato que contenía sopa bien caliente, un vaso con agua y una fruta del tiempo. Dejó la bandeja sobre la mesilla de noche de Nikolai mientras veía de reojo a este suspirar y volver a tumbarse en la cama. Parecía totalmente decepcionado.
_ Le he hecho una sopa de pollo. Tiene que tomarla deprisa o se enfriará. _Dijo Helena mientras sacaba del armario del joven otra manta más y la colocaba sobre el cuerpo del chico. Tras esto se sentó sobre el colchón y acercó una mano a la frente del bielorruso. _Si me permite...
_ Mi hermana no va a venir, ¿verdad? _Preguntó el bielorruso mientras se dejaba tomar la temperatura por la chica. Ella negó como respuesta y él, simplemente suspiró y bajó la mirada. _ ¿Tan ocupada está que no puede venir a verme?
_ No lo sé, señorito Nikolai.
_ Sí lo sabes. Seguro que no está haciendo nada. Respóndeme, Helena.
_ L-la... la última vez que la vi estaba jugando al ajedrez con una joven noble en otros aposentos... _Confesó la lituana.
Al escuchar esto Nikolai frunció el ceño y cerró los ojos con fuerza. Sentía muchas ganas de llorar, pero no lo haría. No podía llorar, él era un hombre, y los hombres no debían llorar frente a las mujeres. Helena le miró con tristeza, pues no había cosa que más detestara en el mundo que ver a Nikolai afligido. Algunas veces lo pensaba y... creía que lo mejor sería si Anya correspondiera sus sentimientos. Al menos así él sería feliz y si él era feliz... Pero ella sabía que la rusa jamás haría esto.
Unos segundos después terminó de tomarle la temperatura y retiró la mano de su frente, mas no de su rostro. Simplemente la trasladó hasta su mejilla y la acarició con dulzura infinita.
_ Yo le cuidaré. _Afirmó la lituana mientras le sonreía suavemente.
Nikolai no respondió, simplemente apartó la mirada, pero se dejó mimar con gusto.
Tras este pequeño momento de ternura, Helena sacó de los bolsillos de su delantal (ya limpio) los pañuelos (también limpios) que le había prestado Nikolai un par de días antes.
_ Los he lavado y he colgado su abrigo en el armario. G-gracias por prestármelos.
_ Ya sabes que no lo hice por ti, lo hice por Anya.
_ Aún así, gracias.
Entonces el bielorruso cogió los pañuelos de las manos de Helena dándose cuenta de lo heridas que habían quedado éstas. Múltiples llagas, algunas de ellas aún sangrantes, se podían ver con claridad sobre las palmas y dedos de las manos de la chica.
Cuando ésta se dio cuenta de la mirada casi de preocupación y sorpresa de Nikolai, pues lo que
contemplaba era una auténtica amasacre, un horror absoluto, retiró sus manos. O más bien lo intentó, pues el chico sujetó sus muñecas para poder ver sus heridas desde más de cerca.
_ No me mire, por favor. E-es horrible. _Dijo la chica bastante avergonzada. En aquella época en una mujer, lo que más se valoraba, eran sus manos y sus brazos. Se buscaba que tuvieran la piel fina, suave y perfecta. Ese era el canon de belleza.
_ A un hombre lo que más le gusta de una mujer son sus pechos y sus piernas. Y tú eso lo tienes bien. Así que deja de lloriquear por las manos.
Espetó Nikolai dándose cuenta de la preocupación de la chica. Nunca entendería a las mujeres. A él poco le importaban las manos de una chica. Prefería que tuviera las piernas largas, el pecho turgente, una cintura marcada, unos labios carnosos... y la verdad era que Helena tenía todo eso y más, así que no comprendía muy bien el por qué de su rostro avergonzado. Mas decidió no darle más vueltas y buscó una solución. Después de todo lo que menos quería era tener que soportar las quejas y los pequeños llantos de la chica.
Abrió uno de los cajones de su mesita de noche y de él sacó un saquito de tela de terciopelo azul anudada con un bonito lazo. Luego se lo tendió a la lituana.
_ Ábrelo.
La chica, un poco confusa, abrió el pequeño saco para descubrir algo en su interior que la dejó sin palabras: Unos guantes.
Unos guantes de tela de color perla y de exquisita calidad, con sencillos pero hermosos bordados...
_ Eran para Anya pero... bah, qué más da. Quédatelos tú.
La chica no encontró las palabras adecuadas para agredecerle lo mucho que lo sentía su corazón. No, no había palabras en ningún idioma conocido para explicar tamaña gratitud. El único gesto que le salió para agradecérselo fue... el darle un tímido y rápido beso en los labios.
Tras regalarle este pequeño gesto notó sus mejillas arder como el fuego. ¿Pero qué había hecho? ¿¡Le había besado!? ¿¡Realmente le había besado!?
_ ¡L-lo lamento!
Se disculpó rápidamente la lituana mientras se levantaba de la cama y caminaba a paso presuroso hacia la puerta. Nikolai seguro estaría enfadado. Segurísimo. La gritaría o algo incluso peor...
_ ¡Helena! _Llamó de pronto el chico.
Ahí estaba. Ahora vendrían los insultos, las ofensas y demás... O eso pensaba la lituana.
La chica se acercó con la mirada gacha hacia el bielorruso en espera de sus insultos... insultos que nunca llegaron.
_ ¿Has dejado la ventana abierta? _Preguntó casualmente el chico.
_ N-no, ¿por qué lo pregunta?
_ Es que tengo frío. _ Tras decir esto Nikolai miró a la chica a los ojos y guardó silencio durante unos segundos. Segundos que se hicieron eternos. _ Duerme conmigo. Así no tendré frío.
_ ¿Q-q-qué? ¿D-dormir con usted? _Preguntó harto sorprendida la chica y con un gran sonrojo pintado sobre sus mejillas. _ P-pero... ¿La señorita Anya no se enfadará? E-es su cama después de todo...
_ No te lo estaba preguntando. Era una orden.
La chica dudó durante un par de segundos, pero finalmente accedió a su petición. Después de todo era una orden, ¿verdad?
Así pues se echó en la cama junto a él y se acurrucó a su lado. Para su sorpresa Nikolai respondió abrazándola por la cintura.
Fue en ese entonces en el que Helena tensó su cuerpo y comenzó temblar ligeramente. Algo de lo que Nikolai se dio cuenta enseguida.
_ Anya no va a venir. Si no ha venido hasta ahora a verme no va a venir más. No te preocupes, deja de temblar.
_ N-no, si no estoy temblando por eso...
_ ¿Entonces por qué?
_ Es que estoy nerviosa y... emocionada. Hacía mucho tiempo que no dormía contigo así... _Susurró la chica dejando los formalismos a un lado y mirándole a los ojos. _Te echaba de menos.
Nikolai se quedó callado durante unos segundos, admirando las dulces facciones del rostro de la chica, su rubor, sus ojos brillando de pura emoción, de puro amor... Luego, sonrió casi imperceptiblemente y acercó su rostro al de ella. Acercó sus labios a los suyos...
Mas no la besó, simplemente se quedó en esa posición durante un rato hasta que dijo:
_ Eres una tonta, Helena.
Luego separó su rostro del suyo y la abrazó con más fuerza, pegándola mucho a él, casi temiendo que se desvaneciera de entre sus brazos.
Cosa que jamás, nunca jamás, pasaría.
Fin
