¿Cómo he llegado hasta aquí? No lo sé...

¿Pedirás disculpas por esto? Nope, nunca!

¿En serio pretendes que esto sea considerado? No, pero a quién le importa.

Respondidas algunas preguntas, he aquí, un Two Shot, de una pareja que me ha estado taladrando la cabeza desde hace una semana (REUNIÓNSTARKREUNIÓNSTARKREUNIÓNSTARK) Y es que no puedo esperr más, necesitaba desahogarlo, desquitarlo, y me he unido al Titanic que representa este Ship.

Sé que Martin jamás permitirá a los Stark ser felices, pero yo no soy Martin.

En fin sin más rodeos, dejaré esto por aquí y me iré lentamente.

Disclaimer: GoT no me pertenece, es del genocida rompe ilusiones, monstruo del averno Gerorge R. R Martin y HBO

Advertencia: Semi UA, ligero What if.

Rated: K+

Notas del Autor: Probablemente el rated cambie en el segundo capitulo, aun lo estoy considerando. Si quieren una sugerencia de música para acompañar la lectura, recomiendo ampliamente a "When you were young" de The Killers. Considero que representa claramente la visión de Sansa y lo que ha sido su paso por la guerra.

Eres bienvenido/a a disfrutar de la lectura, si te ha gustado no dudes en dejarme un review, es gratis y no necesitas cuenta, además, eso me ayudaría muchisimo!

Abaddon Dewitt.


Hijos del Norte


No podía volver a ser un ángel. La inocencia una vez perdida, no se vuelve a recuperar.

Neil Gaiman.

La decisión ya había sido tomada, ir contra los designios de su gracia no era una opción, a menos claro que nuevamente la manada de los lobos volviera a verse desangrada, con el cogote colgando en las fauces afiladas del dragón. Era su deber ser fuerte, debía tomar la fuerza de una loba al cuidado de sus cachorros, los cuales se traducían en todos los norteños que apenas comenzaban a sanar las heridas que de vez en cuando supuraban. Sus manos magulladas distaban de ser esas tersas y gentiles que alguna vez tuvo cuando niña; ahora, había cortes, callosidades y las articulaciones a veces dolían, aun que no tanto como el peso de la sangre que debía cargar sobre la espalda para sostener los cimientos de Winterfell.

Aún podía divisar en sus lejanos recuerdos, el rostro de su hermano, el rey del norte. La mirada de su señor padre consolándola con ese aire de sabiduría en el que siempre trató de encaminarlos. Si tan sólo hubiere sido más condescendiente, menos vanidosa y frívola…; mirar al pasado no era mejor que adelantarse al futuro, el presente y sus acciones eran lo que ahora contaba, entonces la que había tomado cuando hubiere enviado su repuesta a poniente, era la correcta.

Ella no es la misma flor de invierno que partió una tarde, con sueños en un saco, con anhelos latiendo en su pecho.

El trono le quedaba demasiado grande. Estar sentada sobre este, le provocaba una punzada en el estomago, no se sintió digna, no tuvo una coronación como la que hubo en la fortaleza roja hace algunos meses. Contrario a ello, los susurros se hacían más sonoros, las intrigas se deslizaban como dagas heladas en su carne.

—Mi reina, —una voz resonó.

Sus ojos azules se alzaron nobles. Una autentica loba. Ya no poseía la lozanía de su adolescencia, su belleza se había opacado, quizá porque debió madurar a marchas forzadas, tal vez por los terrores vividos durante la guerra que le arrebató a toda su manada, o simplemente su gesto siempre acongojado le concedió años a su rostro. Dejó de ser una niña hace mucho.

—Háganlo pasar.

Las puertas de roble macizo y hierro se abrieron en un chirrido pesado, el eco provocado asustó a algunas aves que retozaban en los ventanales. El sonido de los pasos la hizo atender con una mirada temblorosa, sus manos se encogieron en su regazo, el corazón estaba por atorarse en su garganta. Miró la lejana mancha negra que se acercaba, las pieles colgaban elegantes desde sus anchos hombros, aun si lo vistieren con harapos, mantendría ese porte norteño que ella admiraba de su padre y hermano; un verdadero Stark, pensó de manera traviesa. Los rizos negros caían en su frente, la barba ligeramente descuidada acentuaba el cansancio en su rostro, pero continuaba siendo el mismo muchacho que muchas veces llamó bastardo, el bastardo de Ned Stark.

—¿Me mandaste a llamar?... alteza… —apenas había logrado articular la última palabra.

Su voz había cambiado también, Sansa por fin cayó en cuenta que no eran niños, atrás quedaron los días felices de una infancia entre las paredes de esa fortaleza gris que había sido testigo de tantos sucesos tanto felices como traumáticos. Entonces se armó de valor, apretó los nudillos contra su vientre, humedeció sus helados labios, ahora agrietados, apenas los entre abrió y ni un sonido salió de su garganta, evocando un rubor en sus mejillas, regañándose a si misma por esa muestra de inocencia que aun colgaba débilmente de su pecho. Volvió a replantearse lo sucedido, adquiriendo la severidad de su madre, y el tono firme de su padre.

—Sí, —aquello pareció más un susurro temeroso que una afirmación, pero lo siguiente en venir fue tomando más fuerza, más valentía—, me han traído noticias desde la fortaleza roja.

A ambos se les encogió el corazón, nombrar aquel lugar maldito manchado de sangre y dolor, no les causaba satisfacción, de hecho, apenas habían logrado salir con vida de su interior, sobre todo ella… sobre todo ella.

—Su majestad me ha mandado su sello…

El gris se encontró con el azul, acero y hielo. Él se encogió de hombros ligeramente.

Cuando Daenerys Targaryen tomó poniente, cuando se avistó a lomo de los tres dragones que destazaron impiadosos todo lo que se opusiera a su régimen bruto y cruel, el Norte recordó, no más sangre ni muerte, no más dolor ni blasfemia. El derramamiento debía parar, y los lobos aullaron en medio del invierno que les pisaba los talones. Una campaña, no, una carnicería que les recordó el por qué el usurpador había querido extinguir hasta la última gota de sangre del dragón, ella tenía fuego, pero ellos hielo… El invierno se acerca.

Había un penetrante olor a carne y hierro fundido, la reina dragón comprendió con dolor que había algo más que victorias déspotas y vanagloria vacía, los otros, le enseñaron una lección que quedaría marcada en su carne. Entonces se sentó en el trono de hierro, y Sansa miró en ella lo que alguna vez le había descrito su padre, esas palabras tan sabias y cargadas de arrepentimiento por parte de Robert Baratheon: «Nunca me sentí tan lleno cuando estaba ganando ese trono, ni tan vacío cuando lo tomé». El trono de hierro estaba maldito, y todo aquel que se sentara en él, estaba condenado a vivir el horror.

Y cuando el invierno terminó y la amenaza de los caminantes blancos se extinguió, apenas unos cuantos sobrevivieron, los Lannister habían sido extintos en su totalidad, y por un instante insano, Sansa se deleitó. Los Tyrell en su arrogancia habían sido llevados al borde del declive, pero de alguna manera milagrosa, los dioses se compadecieron de ellos, haciéndolos doblar la rodilla ante la reina dragón. Los Martell siempre supieron jugar sus cartas, y estaban ahí, llenos de adulaciones y regalos para su reina.

Pero había alguien que no satisfacía el falso orgullo de la Targaryen… El Norte.

Con las manos mancilladas de sangre, Sansa reclamó el trono de su padre, los Bolton, los Frey, todo aquel que traicionó a los suyos había sido ejecutado. Brienne le entregó a Guarda juramentos, aquella espada forjada a partir de los restos de Hielo, la espada que por generaciones hubiera de blandir un señor de Winterfell, una espada que ahora en manos de la reina loba, cobraba el precio de todo el dolor en el norte.

Cabalgó nuevamente al sur, con los estandartes de los Arryn y los Tully a sus espaldas, con el noble blasón blanco y gris del Huargo, el orgullo renacido de la casa Stark. Contrario a lo esperado, aquella había sido una marcha pacifica, con una sola petición en sus labios: Paz y libertad.

La última del linaje del dragón se rió en su cara, pero Sansa era un impenetrable muro de hielo y acero, el fuego apenas consumía las gruesas paredes que daban acceso a los recuerdos inocentes de una muchacha ingenua… por primera vez, Daenerys se enfrentaba cara a cara con una reina, una verdadera reina del Norte… La reina en el Norte.

Su discusión fue acalorada, la implacable autoridad de la ahora reina de poniente se vio apocada cuando Sansa le preguntó sobre cuanta sangre más debía ser derramada para llamarse a si misma una libertadora, una rompedora de cadenas… falsa, hipócrita. Daenerys enfureció de manera tal que las calientes fauces de Drogon e abrieron para devorar despiadado a la reina Stark, pero ella apenas se inmutó ¿Qué clase de destino pretendió ser aquel? Ella que había pasado por humillaciones, por verdadero flagelo, por aberrantes torturas… más bien la muerte le sabía dulce en la punta de la lengua.

La paz se firmó, con el puño severo de Daenerys guardando su furia, con las manos de Sansa guardando el calor para su hogar… el Norte era libre.

Volvió a casa, y con su vuelta la incertidumbre de saber si la reina accedería a su petción.

Cualquier otra noticia no le hubiera importado mucho, desde el final de la guerra, se había planteado seriamente abandonarlo todo, aventurarse en un viaje de soledad que lo consumiría hasta el final de sus días, pero no podía, estaba atado en alma y carne a lo que él conoció como su hogar. Trató variadas ocasiones de cruzar lo que estaba más allá del ahora extinto muro, y sin embargo, las piernas le temblaron hasta abandonarlo en el suelo, enterrando los dedos sobre la nieve, rabia e impotencia de saberse atado. Pero ahora era diferente… el miedo se apoderó de su ser, sus extremidades no respondían y en sus oídos apenas lograba distinguir un zumbido que desubicaba sus ideas. Su estomago se contrajo provocándole un retortijón que reconoció como angustia. Jon ahora era un Stark, un verdadero Stark.

Sansa lo había solicitado. Esa era la petición que había pedido a Daenerys, la que se había negado a darle, y la que ahora le era entregada con recelo, pero con total seguridad de saber que Winterfell tendría una vez más a un digno Stark en su trono.

—Al menos dí algo, —susurró avergonzada, toda su fuerza se había desvanecido ante el silencio de su medio hermano.

—No… no lo entiendo… ¿Por qué? —cuestionó, aun que enseguida sintió el peso de la culpa al interrogar a su hermana, su reina, la señora del norte.

Ella se armó con todas las emociones que tuvo a su alcance par responder de una manera concisa.

—Porque siempre debe haber un Stark en Winterfell. —Jon siguió sin entender y ella cerró los ojos por un instante tratando de volver aquella conversación incomoda y descarnada en algo serio—, conmigo se perdería el nombre de mi familia, sabes a lo que me refiero, —exhalo cansada.

Toda su vida había sido criada para ser una mujer de hogar, una esposa fiel, una mujer recatada y silenciosa que debía servir su señor esposo y a la prestigiosa familia a la que fuera prometida para dar herederos dignos. Recordó sus matrimonios fallidos, con Tyrion sus hijos serían Lannister y esa idea le causo pavor, con Ramsay Bolton, y la huella de los huargos se perdería para siempre, y el corazón entonces se le había ahuecado. Porque aun por más reina que ella fuera, el norte necesitaba un lobo alfa.

Jon captó el mensaje, la garganta se le cerró y en su boca percibió un ligero sabor a hierro.

—Sansa, yo no pretendo… yo…

¿Qué podía argumentar? Ya no era más el Lord Comandante de la guardia, los retazos de Jon Nieve se comenzaban a armar lentamente después de que su guardia hubiera terminado, después de regresar de la misma muerte, el fin de todas las cosas. No tenía a nada, no tenía a nadie, salvo la guerra, y la compañía de fantasma. Pero Sansa le ofrecía algo más.

—Podrás tomar una esposa de cualquiera de las casas que nos sirven, y tus hijos serán los hijos del norte.

¿Tristeza tal vez?... algo se removió entre el cúmulo de sensaciones que apenas lograba controlar, la marejada de incertidumbre y miedo presionó sus puntos más sensibles. Esa conversación parecía tan surrealista, que no descartó la idea de que en cualquier momento despertaría, tendido en la improvisada cama de una tienda, azotado por una tormenta de nieve y siendo acechado por los terrores más allá del muro. Pero no fue así.

—¿Y si no quiero? —la miró con esos ojos tan nobles y certeros, que se sintió pequeña.

Sansa agachó la mirada con algo de culpa, se sintió una tirana como la reina de poniente, y entonces algo más fuerte que la culpa avasalló sus sentidos. La tristeza.

—Jon, —articuló en un susurró quebrado—, eres lo único que me queda…

Lo estaba atando a su ser, estaba desesperada, sumergida en la pena, una soledad que le escaldaba la carne y la despertaba por las noches. A veces, cuando lograba conciliar el sueño, aun podía sentir los serpenteantes dedos de Ramsay en su piel, el terror la ahogaba y deseaba morir ahí mismo, otras, despertaba sintiendo el latigueo de Joffrey sobre su carne y el corazón se le desbocaba despavorido. Encontró la paz entre los brazos de Jon, recordó cuando corrió entre la espesura de la nieve a su encuentro, sus pequeños brazos enrollándose entre los pliegues de pieles, sus dedos apretándose con fuerza contra la espalda de Jon, mientras sus lagrimas empapaban el pecho del hombre que la recibía con anhelo, con el fervor de una madre y padre perdidos de manera atroz.

El tiempo había forjado un lazo entre ambos. Era irónico, los dioses la estaban amparando bajo la capa de la persona que jamás pensó, aquel niño al que algunas veces miró despectivamente, aquel que con falsa cortesía apenas dirigía sus palabras, más por obligación que nacimiento de su persona, pero no fue su culpa, habían nacido en el seno de una familia tradicional norteña, eran dignos hijos del invierno.

El calor de Sansa contra su cuerpo era lo tensaba, el calor de la muchacha lo acompaño durante duras campañas, su sonrisa lo recibía luego de una tarde en la que la sangre y viseras ya eran el tema típico, la recordaba cantando canciones de cuna, animando a los hombres cuando bordaba sus capas y remendaba su camisas o pantalones. A diferencia de Daenerys, Sansa mostraba una fortaleza que se basaba en lo perdido en el campo de guerra: El candor de una madre, los brazos misericordes que enjugaban las lagrimas frente a las tumbas de los caídos.

—Y tú lo eres para mí.

Sus palabras fueron como agua bendita, se supo correspondida, su soledad de amaino, aun que los viejos fantasmas de los Stark la acompañarían siempre, él estaba a su lado para llevar una carga injusta.

Alzó la mirada para confirmar la vedad en sus palabras. Él trató de sonreír, no era la más galante, o bonita de las sonrisas, pero a ella le gustaba, el gesto siempre parco de Jon era lo que todos conocían, pero esas pequeñas sonrisas de esperanza, apenas se las mostraba a unos cuantos, y Sansa se sintió afortunada de estar en ese numero reducido, pese a que una punzada le anunció que era ahora, la única en conocerle, pues el resto estaban bajo tierra.

Se quedaron en silencio un largo tiempo, diciendo con miradas, todo lo que en sus gargantas se ahogaba.

El terreno antes nublado de sus pensamientos, se aclaró, Sansa tembló apabullada de lo que estaba por decir…

—Tus hijos serán hijos del norte…

Jon captó el mensaje, y aun que la idea lo despavorió, su corazón palpitó ansioso, dibujando una trémula sonrisa, mientras sus pulgares acariciaban los altos pómulos de la señora de Winterfell, yendo a parar a sus labios, agrietados por el clima, se acercó a ella dejando que su aliento calido chocara contra la respingada nariz, Sansa rió bajito por el cosquilleo y se lanzó en un abrazo fuerte, adhiriéndolo a ella, queriendo fusionarse a él, ser uno solo, un corazón, un anhelo.

Tus hijos serán los hijos del norte.