Disclaimer: La idea de Frozen, tanto como sus personajes, no me pertenecen.


Entre la pasión y la lealtad

por Misskaro


Capítulo 1

Islas del Sur, presente, reunión de otoño

Lentamente, los dedos de Elsa se deslizaron sobre los libros del estante, dando la impresión que leía sus títulos, cuando podía ser todo lo contrario. La realidad era que sus orbes cerúleos vagaban de un punto a otro en la enorme biblioteca, sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor, como el alma errante que era en la estancia.

Sus pasos eran insonoros, a pesar de los tacones que calzaba, pues la alfombra gris del suelo se tragaba los ruidos como el mejor ladrón podría haberlos aprovechado. Pero este se habría quedado pasmado por lo que encontrara allí.

La reina era una imagen digna de ver.

El cuerpo estilizado de ella estaba cubierto en un vestido esmeralda, como los pastos que abundaban en el reino donde se hallaba, las Islas del Sur, vecino a Arendelle, el lugar que la rubia ceniza reinaba desde seis años antes.

La prenda se amoldaba como una segunda piel a las curvas de su cuerpo, de un modo casi considerado indecente, ya que entallaba su cintura y resaltaba la línea que daba inicio a su trasero, así como la de su busto, que podría haber sido visto de modo indecoroso si la tela no lo cubriera más allá de lo necesario, sin dejar escotes; el vestido de raso que caía en una falda amplia, se sostenía al cuello, y los pechos no eran visibles en lo más mínimo, pero su existencia no podía negarse con el diseño. Una idea de propiedad de la reina, quien tuvo que denegarse el gusto de realizarlo con su magia y dejarlo a las manos expertas de su costurera. Una mujer francesa, que no tenía remilgos en experimentar junto con ella con las telas, haciendo atavíos que escandalizaban, a la vez que admiraban.

No era una coincidencia que se volvieran tendencia y todas las damas que observaran a la elegante reina de Arendelle, sintieran el deseo de contar con modelos semejantes.

Nadie los portaba como ella.

Ya no era la joven temerosa de su coronación, sino la distinguida dama que era apreciada por sus congéneres, tanto por su belleza como intelecto; unos pocos también lo hacían por su personalidad, amable y dedicada, a pesar de ser reservada y hasta orgullosa.

Era la clase de mujer que suscitaba la envidia de muchas, que se arremolinaran para conocer sus virtudes y defectos.

Para Hans Westergård, que hacía entrada en ese momento a la habitación, sigiloso como una serpiente, ella podía tener más de unas que de los otros, como él, fuera a la inversa o no, pero no dejaba de ser la mujer que quería y deseaba como a nadie.

El príncipe de cabellos cobrizos sonrió de lado y puso llave a la puerta, haciendo lo posible por no alertar de su presencia a la rubia, a su parecer concentrada en los estantes.

Fue en vano, porque ambos sintieron una especie de tensión en el aire, misma que incitó a Hans a acortar la distancia entre los dos, y a ella a mirar sobre su hombro clavando su mirada recelosa en él.

Sin embargo, en el no visible palpitar de la vena del cuello níveo de Elsa quedaba clara la emoción que provocaba la presencia del hombre cerca de ella.

Mientras se acercaba éste, tan lento como un león acechando a su presa para arremeter con sus fauces, ella pensó en la recurrente situación tensa en que ambos comenzaron a sumirse desde el primer encuentro que tuvieron, después de los sucesos en la fecha de su coronación.

Fue en una de las ya recurrentes reuniones entre los dos reinos, tres por año, comenzadas un lustro atrás. Esa primera vez correspondió a las Islas del Sur, y Elsa hizo la visita, con su comitiva, cautelosa de estar en el territorio de un hombre que se había burlado de su hermana.

La reina había analizado imparcialmente el que intentara matarla, reconociendo que se trataba de la mejor solución para la helada provocada por ella. Se lo había dejado claro en la respuesta diplomática con el risible intento de disculpa de él, quien después le hizo llegar una carta donde decía que al menos alguien le había abierto los ojos a su hermana, así como ayudarlas a renovar su vínculo, y debía estar agradecida.

Entre líneas, Elsa leyó que había cierta amargura y comprendió que continuar un intercambio de misivas no tenía sentido.

Él tampoco insistió.

Supo de su castigo como criado y esperó que le sirviera para aplacarse. Si lo hizo o no, lo desconoció; por tanto, el enterarse que se encontraría presente en las reuniones de los reinos fue tomado con renuencia de su parte.

De cualquier modo, luego comprobó que el cobrizo no se mostraba como un falso príncipe azul; en su lugar era un hombre con aire petulante y humor cínico, sumamente listo, que en sus expresiones faciales más comunes destilaba desdén o ironía. Eso cuando sus ojos verdes no mostraban contención y su rostro permanecía inmutable, y respondía con completa impavidez.

Pudo entender que era su verdadera personalidad, sin necesidad de enmascararse. No obstante, resultó una sorpresa atisbar calidez cuando, en secreto, lo espió y conversaba con la pequeña hija del príncipe Lars, uno de los hermanos de Hans.

Regresando a su primer encuentro. Ese día ella entró a la sala de reuniones y lo que experimentó fue que sus hombros se crisparan, al tener la vista de él clavada en su figura, hecho que pasó más de una vez.

Se sintió analizada y expuesta, además de que se mantuvo incómoda, como él debía saber, pues se cruzó enésimas veces con su sonrisa ladeada y grosera, y un par de ojos esmeraldas brillantes, en los que era más que claro la diversión y otra cosa.

No habría sabido hasta después qué era.

Así se mantuvo él durante las dos semanas en que transcurrieron las reuniones.

Nunca compartieron una palabra.

Pese a ello, el cosquilleo provocado por su atención sobre ella permaneció.

Anna logró sacarle lo acontecido esos días, llegando a la conclusión que lo contenido en su mirada era deseo.

Su hermana, por supuesto, lo reafirmó en la siguiente reunión, acontecida en Arendelle en primavera. Después de todo, Anna estaba recién casada para entonces y sabía más del tema.

Le había asegurado que el interés de Hans era genuino, sin atreverse a preguntar qué lo había orillado; había dicho, también, que le sorprendía se mostrara como el hombre del estudio. No le daba miedo ni le daba repulsión, había aceptado que en parte fue tonta y el otro aprovechado, aunque le dejara en claro una realidad con respecto a las demás personas. La conducta del príncipe había sido más que reprochable, pero bien parecía cierto que, si hubiera llegado con el objetivo de matarlas a ambas y quedarse con su reino, pudo aprovechar su momento para hacerlo con Elsa, y no lo hizo. Tal vez lo otro fue un acto desesperado.

Anna tenía la creencia que ella resultó ser un obstáculo y su intención era quedarse con Elsa al final. Así que quiso tener modos de deshacerse de la enamoradiza princesa, a quien en un principio consideró podía servir como un modo de acercarle a la difícil hermana, pero no fue así, sino que hizo lo contrario.

Debió ser una venganza el deshacerse de ella.

La puso en ese lugar dos veces. Primero dejándole ir sola a la montaña, cuando era su supuesto prometido, y luego dejándola para morir con palabras tan crueles.

Como no fue de su uso para alcanzar a la que quería, más bien la alejó y empeoró las cosas, Hans resolvió hacerla a un lado.

El deseo que atisbaba en sus ojos le respaldaba su hipótesis.

Solo la princesa lo vería de un modo romántico.

Elsa no podía saber que Anna era la que más se había acercado a la verdad, en la posición de Hans, quien vio con satisfacción que la reina que le podía dar el título que tanto deseaba poseer, era una mujer de la que cayó prendado con el solo instante en que la vio, lo cual le hizo cometer bastantes estupideces, cegado como estaba por conseguirla.

Sí, era un retrato muy obsesivo de su parte, como lo fue en un principio.

Luego aquella obsesión se transformó en otra cosa, que le hacía anhelarla, además de desearla. Él nunca pensó que podría enamorarse, mas lo hizo. La reina era alguien extremadamente admirable.

Elsa no había reparado en la profundidad de los sentimientos de él; sí lo hizo tratándose de los suyos.

La rubia confesaba para sí que, en esas reuniones de quince días del primer año, se había sentido intrigada por aquel ser y los orbes de él puestos en ella comenzaron a ser un motivo de tensión, que fue en aumento cuando, en la cuarta reunión, otra vez en Arendelle, habían comenzado a hablar, por iniciativa de él.

De alguna manera, había empezado a tener sentimientos fuertes por Hans, como lo fue conociendo, incluso cuando le era irritante la arrogancia con que podía actuar en muchas ocasiones.

Pero sabía que lo suyo no podía ser, ¿cómo lo iba a tomar Anna? ¿Y si formaba parte de un plan mucho más grande?

Reprimiendo un suspiro, Elsa lo admiró a la distancia. Con su vestimenta de lino, en color índigo y piel, la parte alta y baja, respectivamente, su atlética y aristocrática postura era realzada; junto a sus lustradas botas de la tonalidad de la madera oscura, daba la imagen de un hombre perteneciente a la clase privilegiada.

Mintiera quien dijera que hizo labores de mozo.

Solo de verlo, se activó la contracción de los músculos del estómago de Elsa, el palpitar en su pecho y la burbujeante sensación recorriéndole cada parte de su cuerpo.

La reina tuvo que hacer un esfuerzo por no sonrojarse al mirar sus bien trabajadas piernas y las manos fuertes que ya antes había experimentado recorriéndole. A la par, inspiró profundamente.

—De nuevo solos —pronunció Hans con voz ronca, después de la eternidad que le tomó llegar a un palmo de distancia de ella, quien seguía conteniendo el aire.

—Si hubiera sido de mi conocimiento que aprovecharías otra oportunidad para acorralarme, no me habría quedado aquí —respondió en tono altanero, pese al mariposeo en su estómago y conocer la verdad.

Hans endureció la mandíbula, pero no se dio por vencido. Él sabía cuán difícil podía ser que diera su brazo a torcer; llevaba largo tiempo esperándolo como para amedrentarse por la fingida indiferencia de ella, que no conseguía disimular en sus ojos ni sus hombros.

—Eres un deleite a la vista —manifestó sin poder evitarlo. Le volvía loco la manera en que vestía en los últimos años, mientras que peleaba en su cabeza para no cometer una estupidez como en el pasado. En esa ocasión, por los celos.

Había hombres que la debían admirar como él, pero debía contenerse de hacer tonterías; esa vez no tendría tanta suerte, y su fracaso culminaría con ella perteneciendo a otro. Y eso le clavaba un puñal más profundo en el pecho; el escozor de los celos porque la vieran no era nada con saber que uno más sería su esposo y gozaría de los derechos conyugales.

—Gracias —aceptó ella tras una inspiración más, apartando la mirada de los ojos de él, que al observarla la abrasaban.

Hans suspiró muy cerca de su rostro y la piel de su cuerpo se erizó. Junto a la tensión, se le hizo imposible continuar en su presencia y buscó escapar del estado acorralado en que la tenía, con la espalda sobre el estante.

Elsa se escabulló a la derecha, pero él, insistente, le cogió la muñeca, atrapándola a tiempo.

El contacto de las pieles fría y caliente los hizo estremecerse.

—No escapes de mí, bella —musitó él haciéndole apoyarse de nuevo contra el estante, con los brazos a sus costados, encarcelándola. —Sabes que, entre más lo retrasamos, más lo deseamos.

La vio pasar saliva, para inmediatamente elevar la nariz en actitud desafiante.

—No, te haces esas ilusiones, príncipe Hans. Y, te recuerdo, que tengo un nombre.

Hans soltó una risotada, que acercó el cuerpo de él al de ella, y le dio un vuelco en el vientre, al sentir una dureza presionada debajo de la cintura. Se sonrojó al notar que la parte más secreta de su cuerpo palpitó y se humedeció, como otras veces al coincidir de aquella manera, incluso si no se besaban.

El pensamiento le hizo moderse el labio superior.

De pronto él calló y miró sus labios; instintivamente, la lengua de ella pasó por ellos, al sentirlos resecos. También se preguntó si la besaría como ya se había atrevido una ocasión.

Naturalmente, él lo hizo.

Los labios de Hans descendieron a los de ella, hambrientos, afectando sus sentidos. Su apetito voraz se reflejó en el movimiento rápido de su boca, que no daba tregua, haciéndola jadear.

Él apretaba con sus manos su cuello y su cintura, apegándola tanto como podía a su cuerpo firme; ella solo podía sujetarse de sus hombros, sintiéndose cálida por dentro, olvidándose de una vez la sensación fría que siempre le acompañaba. Era como fuego líquido en sus venas, que aumentó al tener una serie de besos a lo largo de su mandíbula que le hicieron brotar gemidos de su garganta.

Todo se acabó rápido por el siseo de él.

—¿Por qué debes tener el cuello cubierto? —masculló Hans, entre respiraciones aceleradas.

Imprecó contra los elaborados vestidos de las mujeres y las nuevas modas.

Pudo estar tan cerca de probar su dulce cuello sabor ambrosía y besar su desbocado pulso mientras ella sofocaba gimoteos contra su hombro.

Elsa, recuperando el temple después de aquel brusco final del interludio, se enderezó y trató de empujarlo y apartarlo, pero él era como una dura roca frente a ella, en especial aquella parte presionada a su zona baja, contra la que su cuerpo, involuntariamente, se estuvo frotando.

En el centro de su ser, sentía las consecuencias.

—Apártate, si no quieres que use mi magia —amenazó fríamente, aunque por la pausa que hizo, los dos notaron que no estaba tan contenida como presumía.

Hans gruñó.

—¿Cuánto tiempo seguirás manteniendo la distancia? —farfulló el príncipe, sin hacer caso a la exigencia de ella. —¿No deseas explotar lo que ocurre entre nosotros? ¿O es que amas tanto el frío que no quieres consumirte por el calor?

Elsa sintió su frustración, que sí compartía; sin embargo, eso no mermó el pensamiento de que él no era indicado a estar con ella, incluso si lo deseaba.

—Son imaginaciones tuyas —dijo ecuánime, para su pesar.

Él se quedó con el cuerpo tieso antes de dar un paso atrás. Ella se clavó las uñas en las palmas de sus manos, para no ceder a la tentación de coger su rostro y demostrarle que le provocaba sentirse viva y tantas cosas más.

Por su parte, el príncipe la miraba tratando de mantenerse calmo frente a su necedad. Sabía que ella lo deseaba, pero no se dejaba llevar por lo que su cuerpo pedía, sino hacía caso a su mente.

Sus orbes cerúleos temblaban en sus cuencas, él lo veía, y le molestaba que ella no admitiera la atracción entre los dos; una vez que lo hiciera, le propondría que se convirtiera en su esposa, renunciando a ser su rey.

Suspirando, Hans se apartó dos pasos, tomando inspiraciones para bajarse la erección entre las piernas. Se decía que pronto, en ese año, encontraría el alivio que estaba buscando, para no darse más baños de agua fría ni liberarse con su propia mano.

—¿Sabías que la biblioteca es mi sitio favorito? —Tomó él la palabra, sonriendo de lado al verla dar un respingo.

Siempre quería demostrarle que podía ser un compañero para ella, el idóneo para ser su cónyuge. Más allá del deseo mutuo, quería dejar en claro que eran capaces de conversar como muchas veces en el pasado, y que podían ser compañeros, no solo amantes.

—Conocer es un modo de estar encima de otros —expuso él, dando un paso al costado de ella para apoyarse a su lado en el estante, desviando su mente a derroteros más ligeros. —Además es sumamente tranquilo. Por ello, pasaba largas horas aquí, tanto como en los pasajes. Lars muchas veces me llenaba la cabeza con información que yo desconocía.

De soslayo, observó la comisura de su boca arquearse.

Se contuvo, como muchas veces, de volver a besarla. La tercera vez que lo hiciera, sería en la victoria. En esa ocasión había cedido a la tentación, por el modo en que ella apresó sus labios y la invitación silenciosa en su mirada.

—Tengo que irme. Ya he estado mucho tiempo encerrada aquí —musitó ella instantes después, separándose del estante con las manos en puños.

Él asintió, viéndola partir y odiando la debilidad a la que ella le sometía.

—¡Elsa! —gritó, cuando la rubia iba a mitad de la estancia.

Elsa se volvió, observando sobre su hombro al cobrizo que dejaba atrás, del que huía para no comportarse indebidamente.

Hans sonreía.

—Conseguiré que cedas la próxima vez, bella —declaró prepotentemente, regresando al descarado que no minaba esfuerzos en seducirla.

Su cuerpo tembló inevitablemente y cambió la dirección de su vista al frente, para correr hasta la puerta, cerrada con llave.

Cada vez le daba más temor que consiguiera su cometido, y eso reforzaba su decisión de casarse antes de la próxima reunión; no sabía si sería un error peor a claudicar en ese juego peligroso de los dos, pero lo utilizaría como un modo de mantener distancia entre ambos.

Solo quedaban cinco días que debía soportar.

A Elsa se le humedecieron los ojos al dar cabida a un dolor en su pecho, causado por la idea de la separación.

Sin embargo, como la reina que era, mantuvo la compostura.

Debía hacer caso a la razón.


NA: Hola,

Esta es una historia corta, que pudo llegar a su final gracias a un vídeo recomendado por yubima-chan, pues me inspiró para tener idea de cómo continuar este fragmento que tenía escrito. Es un fic puramente Helsa, el título no me convence, pero he llegado a aceptar que mi ingenio no se aplica a ellos.

Ya sé que Hans no es italiano, pero sólo imagínenselo pronunciándolo en ese idioma.

Besitos, Karo.