La madera que crepitaba entre llamas ahogaba los pensamientos de Francis, ahora silenciados por un libro. Pasaba cada hoja, suspirando. Intentando concentrarse en su lectura y no pensar en lo que ahora no dejaba de recordar. No dejaba de pensar en su amada, un ángel que fue arrebatado de sus brazos.
Tan solo su recuerdo hacia que rompiese en llanto, a pesar de eso, prometió no volver a hacerlo. Tan solo se giró, admirando un viejo cuadro que tenía de ella. Un marco dorado por el sol, lo cubría, junto a una pequeña placa abajo con un nombre escrito "Jeanne d'Arc". El rostro de Francis se puso meláncolico al ver a la figura de aquella joven rubía de ojos claros.
Se levantó del sillón en el que estaba sentado. Sirviendose una copa de vino. Después de dar un pequeño sorbo, se acercó a dicho cuadro. Quiso acariciarlo, pero tal y como Jeanne, cuando vivía, tenía una apariencia frágil.
De repente, alguien llamó a la puerta. El francés se sobresaltó, derramando un poco de vino en el suelo. Se acercó a la puerta.
-¿Quién es?- preguntó mientras abría.
No había nadie fuera. Francis dió un paso hacia delante, comprobando que se encontraba totalmente solo. Suspiró y volvió a adentrarse en su habitación.
-Tal vez sea una alucinación, o raramente, el vino...
Intentó volver a su ostentoso sillón, cuando creyó oir algo en la ventana.
-¿Qué querrán?- dijo, abriendo las ventanas.
Como una fuerte ráfaga de viento, algo entró por la ventana y se posó sobre el aclamado busto de Napoleón Bonaparte. El francés dirigió su mirada hacía aquella criatura. Se trataba del Flying Mint Bunny, uno de los amigos mágicos de Arthur. Extrañamente, esta vez si que le pudo ver.
-Ahora no estoy de humor mon petit- exclamó, fulminandolo con la mirada.
La criatura se puso a revolotear alrededor de Francis, quien intentaba no perder la paciencia.
-Si te ha enviado Anglaterre para molestarme, vete y dile que este no es el momento.
El conejito alado se acercó a él, volando por encima de su cabeza, sin detenerse dijo:
-Bloody frog.
Francis frunció el ceño, alzando la cabeza.
-¿Que me has llamado, ser imaginario de Arthur?.
Comenzó a notar el tono molesto del hombre, asi que volvió a agitar las alas, alejandose de él, pero no sin antes volver a llamarle "Bloody frog".
El francés estaba en su límite.
-¡No te soporto! ¡Vuelve con tu dueño! -dijo gritando, lanzando su pañuelo contra el suelo.
-Bloody frog.
-¡Qué esas palabras sean tu despedida, producto de la magia negra!
-Bloody frog.
Francis dejó de contenerse y fue detrás del conejo, cogiendo la novela que estaba leyendo. Esperó al momento adecuado para tirarsela, pero escapó. El rubio comenzaba a ponerse más rabioso cada momento que iba persiguiendo a la criatura alada, aunque eso supusiese toparse con paredes, golpearse con alguna libreria y que le cayesen algunos libros encima. Ante un ataque de cólera, lanzó su preciada botella de vino contra el Flying Mint, esta no le consiguió dar, pero consiguio despistarlo.
"Ya es mío" -pensó el francés.
A toda prisa, se dirigió hacia donde estaba el conejo, sin percatarse de la gran mancha rojiza del vino derramado y los cristales esparcidos por el suelo, resbalando con ella, haciendo que cayese y se golpease la cabeza. Otro líquido rojo comenzaba a caer mientras a Francis se le comenzaba a nublar la vista.
Miró hacia el Flying Mint, otra vez posado sobre el busto de Napoleón, sonriendo al hombre que yacía tumbado en el suelo. El francés se maldijo asi mismo y volvió a dirigir su vista hacia el cuadro.
-Al menos, asi, volveré a verte, mon amour- exclamó con una leve sonrisa en los labios.
Poco a poco, fue cerrando los ojos, estando ya mareado por la perdida de sangre y el dolor de los cristales clavandose en su piel. Para su fortuna, el dolor acabó desvaneciendose, junto a la vida de su cuerpo, dando a luz una agradable sensación de descanso en su ser, ya que nunca más volvió a levantarse .
