Entró su cafetería favorita, un local escondido dentro de NY, silencioso y acogedor, donde todos eran como una familia. Otra cosa que amaba de ella es que podía entrar con su perro, algo que en muchas cafeterías no se permitía. Se unió a la fila de clientes, ansioso por recibir su dosis de café y quizás algún dulce. Aline, la barista, preparaba unas tartas exquisitas, maravillosas según el paladar de Sebastian. Finalmente, el ojiverde llegó a la barra, mirando el mostrador de pasteles mientras se mordía el labio.

–Oh, Aline, nunca había probado tus galletas, se ven deliciosas. –alzó la mirada al oír un bufido de diversión, y se encontró con unos impresionantes ojos azules–. Tú no eres Aline...

–No, siento decepcionarle. –contestó el otro alzando una ceja, su sonrisa evidenciando que no le importaba lo más mínimo haberlo hecho–. Aline ha pedido vacaciones para poder centrarse en el curso, pero soy el nuevo barista.

Los ojos de Sebastian recorrieron al chico, notando que no sólo sus ojos eran impresionantes, sino que tenía un cuerpo de escándalo. Se mordió el labio antes de reposar la mirada en la placa que llevaba en el pecho, cerca del corazón, con su nombre. Kurt.

–Bueno, Kurt, un placer...Supongo que no tiene sentido, no serás capaz de realizarlo como ella...

–Pero mis galletas te parecieron deliciosas. –el chico hizo un puchero, mirándole fijamente–. Por favor, ya tengo tu pedido preparado, Aline me lo apuntó...

Volvió a revisar al chico con la mirada, alzando una ceja. Si la chica había decidido confiar en él probablemente era un buen barista. Incluso había hecho esas galletas con tan buen aspecto. Aunque probablemente estarían asquerosas en comparación con las maravillas que había sido capaz de crear Aline.

–Está bien... dame mi café, un par de galletas...

–Y una chuchería para esta preciosidad, ¿verdad? Dime que sí. –sonrió el otro mirando al perro mientras se asomaba desde el mostrador–. Me encantaría darle una golosina.

–A mi perro no le gustan los desconocidos, no deberías... –Kurt le ignoró, sacando una bolsa de golosinas para el perro de debajo del mostrador y ofreciéndoselas al can, que las aceptó gustoso, lamiendo su mano después.

El de ojos verdes le observó perplejo. Le había costado meses que el animal se encariñase con la antigua barista y ahora este chico se congraciaba con su perro en apenas segundos. Quizás tenía demasiada hambre.

Recogió su pedido y tentativamente mordió una galleta antes de pagar. El sabor del chocolate y las nueces explotó en su boca, jugando con su paladar. Sebastian cerró los ojos, sorprendido por la intensidad. Cuando los abrió, el barista le miraba con una sonrisa de suficiencia.

–Son 14,95. –pagó aún aturdido, masticando la galleta–. Hasta mañana, tenga un buen día.

–¿Cómo sabes que volveré mañana?

–Voy a probar a hacer tartaletas de manzana. –le miró sonriendo y guiñando un ojo.

Mientras salía de la cafetería, Sebastian decidió que por nada del mundo se perdería esas tartaletas.