A medida que Jay se adentraba en la tenebrosa llanura que rodeaba la ciénaga no podía dejar de pensar en lo injustas que eran las cosas en la isla.
Injustas de verdad.
Su padre no le entendía, y en ocasiones se preguntaba si le importaba que no lo hiciese.
Deseaba que fuese así.
Lo deseaba de verdad, aunque reconocerlo sería un signo de debilidad que jamás se permitiría expresar, al menos no en voz alta.
El caso es que esta era otra de esas noches pésimas en Destierra, la isla que le había visto nacer y que no había nada en el mundo que él pudiese hacer para conseguir cambiar eso.
Se sentía cansado, abatido y decepcionado.
Decepcionado consigo mismo por mantener esa estúpida esperanza de que algún día las cosas podrían ser diferentes.
Jay suspiró y lanzó una piedra a las ennegrecidas aguas perturbando así su tranquilidad.
Fue entonces cuando lo escuchó.
Un sonido débil, lastimero. Apenas un murmullo que hasta ahora había pasado inadvertido para sus oídos.
Su cuerpo se tensó, su respiración se detuvo. La niebla pareció volverse mas espesa en el lodazal.
No estaba solo.
Había alguien más allí con él.
Al ser al fin consciente de ello, el corazón de Jay dio un vuelco comenzando a latir más deprisa.
Momentáneamente la bruma se volvió mas densa dificultando que pudiese ver con claridad lo que había al otro lado de la orilla. Solo la negrura de los árboles y las malas hierbas que crecían alrededor de la ciénaga se desdibujaban a lo lejos.
Otra vez ese angustioso sonido.
No, no estaba loco.
Lo había oído aun mas cerca está vez.
Sus ojos se estrecharon tratando de inspeccionar el lugar hasta donde alcanzaba su vista.
Llegó a la conclusión de que el sonido provenía de la linde del bosque, justo a varios metros tras de él.
La isla era un lugar peligroso.
La ciénaga en si era un lugar peligroso y sin duda, el peligro era algo que solía encontrarle a él.
Quizás no debería haber venido solo.
No, eso daba igual.
Fuese lo que fuese lo que estuviera ahí fuera se enfrentaría a ello.
Tras agudizar el oído el primer pensamiento que tuvo fue que se trataba de un animalillo herido.
No es que hubiese mucha fauna en la isla, pero era por todos conocida la existencia de animales y bestias salvajes que habían crecido en plena libertad en aquellos bosques.
Muchos aseguraban que eso solo era pura mentira y que si existieron en el pasado debían haberse extinguido con el paso de los años. Otros creían que si que quedaban fieras sueltas pululando a sus anchas por los bosques y que encontrarse con alguna de ellas pronosticaba un final trágico para el desafortunado que lo hiciese.
Jay después de unos segundos, lo descartó.
De ser ese el caso probablemente ya le habría atacado o permanecería aun luchando por no ser despedazado por ella.
Ese sonido debía ser otra cosa.
Jay agudizó aun mas el oído y se movió cauteloso apartándose de la orilla. Tratando de hacer el menor ruido posible se fue acercando a la zona mas oscura del bosque y al llegar a su linde...
La vio.
Estaba reclinada entre las gruesas y pútridas raíces de los árboles que yacían como fantasmas en el frío bosque. El gimoteo se avivó en sus oídos y su expresión cambió por completo. No era nada corriente ver a alguien llorar en la isla por muchos motivos que tuviese para hacerlo, mucho menos si ese alguien era uno de sus amigos.
Los largos y espesos cabellos azulados de Evie reflejaron por breves instantes la luz de la luna mientras ella amortiguaba el sonido de los sollozos sobre sus brazos reposados sobre una gruesa raíz en la que recargaba todo el peso de su cuerpo.
Jay se quedo petrificado.
Incluso por un breve momento pensó en darse la vuelta e irse. Al fin y al cabo, fuese lo que fuese no era asunto suyo.
Cada quien debía velar por si mismo, esa era la mejor opción si querías sobrevivir en la isla.
No obstante, eso solo en teoría.
En la práctica Jay se había revelado y no tenía secuaces o cómplices como era habitual en la isla, él lo que tenía era amigos.
No había podido evitarlo y esa era la pura verdad.
Y no podía negarlo, aquella chica de allí era amiga suya además de ser la chica mas increíble y preciosa que hubiese conocido en sus cortos diecisiete años de vida. Él no podía simplemente ignorarla. Pasase lo que pasase había decidido que si que era asunto suyo.
—¿Evie? —musitó él cauteloso.
La joven muchacha nada mas oír su voz se sobresaltó. No esperaba que hubiese nadie allí y mucho menos a esas horas.
Levantó la vista entre lágrimas pero apenas fue capaz de enfrentar su mirada antes de incorporarse para tratar de huir.
Jay alargó la mano y la detuvo al instante.
—¡Evie no, espera! —exclamó él frente a ella examinando bien su rostro—. ¿Qué ha pasado?
—Ha... ha sido horrible. Horrible Jay, horrible —rompió a llorar ella de nuevo.
Jay nunca antes la había visto de esa manera y eso le asustó aun mas.
—¿Qué ha sido horrible? ¿Qué ha pasado? —se angustió él al verla tan deshecha en lágrimas.
—Está vez ha ido demasiado lejos. Ha sido horroroso, espantoso —continúo ella sollozante—. Aún no puedo creer que haya hecho una cosa así y mucho menos delante de mi.
—¿Hablas de tu madre? —preguntó Jay preocupado.
Evie rompió a llorar de nuevo llevando una de las manos a la cara.
—Evie, Evie tranquila —intentó calmarla Jay mas que acongojado de verla reaccionar así a su pregunta—. Tranquila, ¿vale? Sea lo que sea estoy seguro de que tiene solución.
—No Jay, está vez no la tiene. Ella...
Jay empezó a temerse lo peor de lo peor viniendo de Grimhilde, la Reina Malvada.
—¿Qué ha hecho?
—Ahora sé como lo hace. Sé como consigue mantenerse tan jóven y bella. Ahora ya sé la verdad Desearía no saberlo pero ahora lo sé y no se si voy a ser capaz mirarla a la cara después de esto. Ella espera que yo lo haga también —comprendió ella de pronto tratando de no ahogarse en lágrimas—. No quiero hacer lo mismo que ella.
Llegados a ese punto Jay estaba completamente angustiado y perdido. Si Evie actuaba de esa forma debía ser algo verdaderamente grave dado que jamás antes la había visto así.
—No lo hagas. No tienes porque ser cómo ella, Evie.
—¿Pero qué dices? ¡Claro que tengo que ser como ella, Jay! ¿Acaso no sabes todavía quién es? ¿No sabes qué es lo que espera de mi y de lo qué es capaz? ¿Cómo voy a rehusarme a hacerlo? ¡Me mataría!
Vale, si. Eso era cierto.
—Ella no te mataría, vamos Evie —titubeo él abrumado.
—¡Lo haría, claro que lo haría! ¡Ese es el punto, Jay! ¡Ha... le...le ha cortado la garganta a un pobre bebé delante de mi solo para que pueda ver como elabora su poción!
Esa revelación le dejó completamente helado. ¿De verdad Grimhilde, había sido capaz de hacer algo así?
—Se nos ocurrirá algo. A los cuatro. Todo irá bien Encontraremos la forma de... no se, de que no tengas que hacer eso.
Su insistencia parecía menos confiable a medida que las palabras salían de su boca.
—No Jay, está vez no hay nada que podamos hacer. Está vez voy a irme lejos y no voy a volver —dijo ella en firme entre lagrimas.
—Ella te encontraría. Lo sabes muy bien.
Las gruesas lágrimas que se formaban en sus ojos se curvaban por sus largas pestañas hasta caer y resbalaban por sus mejillas captando la brillante luz de la luna.
—¡No si me voy tan lejos!.
—¡Estamos en una isla de la que no podemos salir, te encontraría Evie! —insistió duramente él para que recapacitase al respecto—. ¡Sé inteligente!
¿Acaso no era consciente de lo que se jugaba si cometía un paso en falso con ella?
—¡No! —gritó ella completamente desolada—.¡Quiero irme, qui...quiero... Jay, quiero...!
Las palabras murieron en su garganta mientras rompía en llanto al sentir como Jay se acercaba mas a ella estrechándola entre sus brazos con fuerza.
Ese gesto termino por quebrar a Evie.
Ella quería alejarse de su madre pero pensar en que si lo hacía también se vería obligada a alejarse de sus amigos que era lo único que realmente tenía, le rompía el corazón. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿qué otra alternativa tenía?
En ese instante a Jay, su vida no le pareció tan mala. Incómoda y pendenciera, si pero no tan mala.
No como la de Evie.
Continuara...
