Disclaimer: No me pertenecen los personajes, el mundo ni nada de "Avatar: la leyenda de Aang." Esta historia fue originalmente escrita por ystv y ML8991, por lo que el argumento tampoco me pertenece. Yo sólo fui la encargada de hacer la traducción al español.

Capítulo 1: En la Plaza del mercado

—¡La plaza del mercado está justo adelante!—informó Toph a Sokka cuando entraron a un pueblo del Reino Tierra. Ya eran capaces de escuchar la bulliciosa actividad que tenía lugar en la plaza. Claramente, aquella gente aún no había sufrido mucho a manos de la Nación del Fuego, y hasta donde Toph le había dicho, se trataba de una población comercial medianamente importante. Mientras caminaban por la calle principal, Sokka, notaba que la mayoría de los edificios y estructuras estaban hechos de roca sólida.

No tardaron mucho en ver los primeros puestos; los gritos de los vendedores pregonando todos los bienes y virtudes de sus respectivas mercancías, se hicieron todavía más fuertes. Toph parecía disfrutar su nueva libertad al máximo cuando llegaron a la sección de telas.

—De nuevo, ¿qué necesitamos?—preguntó Toph. Sokka ya estaba mirando a su alrededor en busca de los puestos de comida, pero al tratar de ver más adelante, sólo pudo distinguir que había algo elevado en el centro de la plaza.

—Bueno, debemos comprarle algo de ropa a Aang, pero antes que nada, necesitamos comida. Todo lo demás puede ir después. Katara dijo que tenemos que ahorrar algo de dinero, así que no hay que gastar más de lo mínimo necesario… ¿Sabes dónde están?

—¿Qué? ¿Los puestos de comida? Sí, a la izquierda, todo derecho—. Abriéndose paso a través de la multitud, recorrieron varios callejones hasta que llegaron cerca del centro de la plaza. Sokka volteó a ver a la parte elevada que había advertido antes y descubrió que en realidad, se trataba de una plataforma con un arco de piedra, debajo del cual había alguien. Desde el punto donde se encontraba parado junto a Toph, el arco bloqueaba su línea de visión. Sin embargo, al caminar un poco más alrededor de la plataforma, Sokka pudo ver que se trataba de un hombre y que estaba encadenado al arco. Su espalda se encontraba llena de moretones y cubierta de tierra y sudor. Disgustado, se dio la vuelta y le dio un pequeño empujón a Toph para que se apresuraran.

—Entonces, Katara dijo que necesitamos pan, mantequilla, frutas y vegetales, algo de grano y yo digo que también necesitamos carne. ¿Dónde empezamos?

—¡Por aquí!—dijo Toph, que procedió a guiarlo metódicamente a través de los puestos. Compraron todo lo que necesitaban y cuando terminaron, reaparecieron en el centro de la plaza, pero ahora por un ángulo diferente. Sokka volvió a mirar el arco de piedra, o mejor dicho, al hombre que se encontraba ahí. Ya no estaba de pie, pero tampoco estaba completamente arrodillado: los grilletes que aprisionaban sus muñecas eran demasiado cortos para que pudiera apoyarse en sus rodillas. Miró más de cerca.

El hombre tenía el cabello cabello corto y oscuro, pero lleno suciedad. Su brazos, a través de los cuales corrían líneas marcadas por el sudor y la mugre, estaban estirados lo máximo que las cadenas le permitían, dando así un poco de alivio a sus piernas, sin duda cansadas de sostener su peso por tanto tiempo. No vestía camisa alguna y sus pantalones se convertían en harapos de la rodilla para abajo.

Sokka se preguntó qué podía haber hecho ese hombre para merecer semejante trato. Al observarlo más de cerca, buscando por su rostro, vio que su cabeza estaba recargada en uno de sus brazos. La cara se veía demacrada y para sorpresa de Sokka, también parecía muy joven. A decir verdad, el cautivo apenas estaba alcanzando la adultez.

—¿Ya viste suficiente?—dijo Toph, despertándolo de sus pensamientos. Sokka hizo algunos ruidos confusos y finalmente dijo:—Ah... Sí. ¿Qué se supone que está pasando aquí?

—¡No lo sé! Pero parece que es de la Nación del Fuego, la gente por aquí parece tenerle mucho resentimiento.. Ni idea si sea específicamente contra él, o sólo por la nación a la que pertenece—. Ahora también se escuchaban algunos gritos. Un hombre había subido a la plataforma y abiertamente, abofeteó al chico, siseando maliciosamente. El joven encadenado no mostró reacción alguna. Entonces, el hombre lo agarró por el cabello y, enojado, sacudió bruscamente su cabeza. Sólo después de eso, bajó del podio y regresó con la muchedumbre.

—¡Oh vamos, dormilón! Todavía necesitamos encontrar un cuarto para nosotros y para Aang, y no te atrevas a usar lo del "Él es el Avatar" otra vez para tratar de obtener uno gratis. ¡Mis padres me están buscando! Pagaremos por un cuarto como hace la gente normal.

—De acuerdo, pero aún necesitamos ropa para Aang—. Regresaron a la sección de las telas y no les costó mucho conseguir algo naranja y amarillo.

—Busquemos algo en las afueras del pueblo, así, cuando nos tengamos que ir, podremos hacerlo rápido y discretamente— dijo Sokka,— ¿Ves algo?

—Mmm… Sí, por ahí —la niña señaló en la dirección por la que venían e hizo una mueca, —¡Agh! El prisionero acaba de mojar sus pantalones—. Por un segundo, Sokka miró a Toph sin entender y luego se echó a reír.

—¿Quién está mirando ahora, eh?

—Jaja, muy divertido. Perdona por no ser capaz de no ver cuando cierro mis ojos.

Rápidamente, llegaron a la posada y consiguieron el cuarto que necesitaban. Regresaron para traer a los otros.

Aang estaba caminando cuidadosamente, tratando de mantener su cojera al mínimo y de no mover demasiado el torso para ayudar a sanar a sus costillas. Haberse roto esos huesos era algo que lo estaba molestando bastante, pues interfería con su aire control. Tan pronto como llegaron al cuarto de la posada, Aang se echó en una cama, verdaderamente exhausto. Inmediatamente, Katara se sentó junto a él para echarle un vistazo.

Después del desafortunado encuentro con Azula en aquel pueblo deshabitado, estaba contenta de que las heridas de Iroh no habían sido demasiado profundas. El viejo los había ayudado y Katara se sintió obligada a cuidar de sus heridas. Sin embargo, Iroh se había separado de ellos muy pronto para continuar la búsqueda de su sobrino perdido; había mencionado que tenía un mal presentimiento. Después de todos los problemas que les había causado, a Katara no podía importarle menos lo que le ocurriera al joven príncipe, pero lamentaba que Iroh tuviera un sobrino tan malagradecido. Todos se acostaron para dormir una siesta, cansados después de haber pasado horas caminando, porque después de la pelea con Azula, querían evitar a toda costa ser vistos y un bisonte volador no es algo que pase desapercibido fácilmente.

Unas horas más tarde, el delicioso aroma de la comida que Katara estaba cocinando los despertó a todos. La comida les supo muy bien después de días de tener que racionar cualquier cosa que encontraban en el camino. Con las energías ya repuestas, Toph, se escabulló afuera. Se sentía con ganas de explorar la ciudad.

Zuko apretó los dientes. El golpe le escocía en la cara quemada por el sol y toda la porquería ahí acumulada no ayudaba en lo absoluto. Ahora mismo, odiaba la vida. Esto no era vida sino un terrible infierno. Todo dolía. Estaba muy cansado, pero no podía dormir por culpa del dolor constante, el hambre y todo lo que ocurría a su alrededor. Había dejado de sentir las manos y pronto tendría que volver a ponerse de pie para aliviar un poco el ardor en sus muñecas.

Maldijo a las moscas, siempre zumbando alrededor suyo. La piel le picaba mucho, pero atado como estaba, no podía hacer nada para mejorar eso. Recordaba cuán desgraciada había creído su situación cuando viajaba solo y no podía encontrar agua. O en aquella balsa con su tío después del desastre del Polo Norte. Ciertamente, no había sido maravilloso, pero esto… esto superaba con creces todos los infiernos por los que había pasado antes. Toda la humillación, el dolor, la sed, el hambre… De aún tener energía, habría gritado, pero las últimas semanas lo habían drenado de fuerza; ni siquiera estaba seguro de si todavía quería vivir. Ya había aprendido su lección, ¿no es así? El chico Lee… Había aprendido que la gente era increíblemente juiciosa. Lamió sus labios rotos, cosa que por supuesto, no ayudó, pero era un hábito.

Otra fruta podrida lo golpeó en el cuello. Se estremeció. Podía oler el alcohol en ella y la característica pestilencia de algo en descomposición, pero ya no tenía energía para sentir repulsión. Sólo esperó a que la sensación de quemadura causada por el alcohol pasara. Zuko esperaba con ansias la relativa paz que el anochecer traía consigo… aunque no se atrevía a pensar en lo que pasaría cuando la oscuridad llegara.

Tomó una profunda inhalación y trató de ponerse pie otra vez. La cadenas lo mantenían en su lugar, con las manos sobrepasando la altura de su cabeza por muy poco, lo cual le permitía permanecer parado por sí solo, pero le era imposible sentarse o arrodillarse. Suponía que era ligeramente mejor que estar apenas parado en las puntas de los pies, como había visto que se hacía en la Nación del Fuego. Aun así, esto era cruel. Una única cadena mantenía sus muñecas cruzadas una sobre la otra, demasiado juntas para permitirle girarlas y asir los eslabones de la misma. Por lo tanto, tenía dos opciones: podía mantenerse en pie por sí mismo, o bien, dejar que todo el peso de su cuerpo recayera sobre las muñecas, provocando que el metal de las esposas cortara profundamente su piel. Sus tobillos también estaban encadenados, pero esas ataduras no lo lastimaban tanto como las de sus manos.

Aún podía escuchar las palabras.

¿Así que este es el orgulloso príncipe de la Nación del Fuego? ¡Está para reírse! ¡Tú no eres nada más que un traidor! ¿Qué demonios que hizo pensar que serías bienvenido aquí?—. Los guardias se habían cansado que gritara y se resistiera tanto, así que lo habían amordazado. Ahora, lo único que podía hacer era mirarlos con expresión desafiante. Qué altanero había sido. —… Bueno, sé exactamente qué es lo que haré contigo. Eres el medio perfecto para mantener al pueblo tranquilo y calmado. Contigo, ellos tendrán algo donde descargar su ira contra la Nación del Fuego y yo podré tener algo de paz.

Después de eso, lo encerraron en una fría celda. Cómo había extrañado el sol en esos momentos, su fuente de poder… Ahora, lo estaba asando vivo todos los días. Sus poderes hacía tiempo que se habían ido debido al agotamiento.

Qué irónico.

Estaba en apatía, impasible. Sólo concentrándose en la siguiente respiración. Paciente. Al menos, saldría de ésta con un mejor control sobre sí mismo.

Ponerse de pie otra vez era algo verdaderamente doloroso y, además, un ejercicio absolutamente humillante. Su vejiga llevaba horas molestándolo; sabía que no lo bajarían antes de que el sol se pusiera. Aun así, eso no lo detendría, tenía que seguir peleando. Pero volver a sostenerse con sus piernas, era simplemente demasiado para su debilitado cuerpo. Perdió el control. Apretando los dientes, se mantuvo ahí, públicamente expuesto, mojando sus pantalones. No estaba muy seguro de que aún le importara, no como la primera vez, que ahora parecía tan lejana... Estaba tan hundido en mierda, ¿cómo lograría salir de ésta?

¿Por lo menos su tío lo estaba buscando? Hacía más de un mes que no lo veía. Zuko se sentía sólo como nunca antes. Cada carcajada era una terrible puñalada en su menguado orgullo. Juró que nunca jamás sería desagradecido con sus condiciones de vida, mientras no fueran como las presentes. Estiró sus dedos. Después de las últimas semanas, se habían vuelto delgados y tenían una apariencia frágil. Sacudió un poco sus muñecas, ignorando el punzante dolor que esto le provocó. Sabía que tenía el cabello prácticamente embadurnado de sangre e inmundicia porque había recargado la cabeza en un brazo, pero eso también había dejado de importarle. Había suciedad por todos lados, cubriendo sus laceraciones. Pero mientras nadie lo molestara como el soldado de antes, estaría bien. Esperó a que la tarde cayera y trajera un poco de alivio del ardiente sol. Poco a poco, los mercaderes empezaron a empacar los productos y todas las cosas que traían consigo, hasta que la plaza quedó en silencio. La oscuridad ayudaría con su dolor de cabeza, y el frío de la noche atenuaría un poco el dolor de las llagas producidas por el sol.

Toph saltó silenciosamente por la venta y caminó calle abajo. Se sentía con ganas de una buena pelea, así que buscó un negocio o una taberna donde pudiera encontrar lo que quería. Sabía que el sol ya se había ocultado porque había dejado de sentir su calor en la piel. Escaneando la tierra, tomó la calle que llegaba a la plaza del mercado, pero se detuvo al sentir movimiento cerca del arco de piedra. Curiosa, avanzó hasta detenerse en la entrada de la plaza. El lugar estaba vacío, ya no quedaba ningún mercader y la mayoría de la gente no estaba en la calle sino en sus casas. Sin embargo, Toph sintió a tres personas más adelante. Una de ellas estaba tropezando y las otras dos caminaban detrás de la primera.

—¡Vamos, más rápido! No tengo toda la noche

Toph comprendió que el que tropezaba estaba cargando algo. Con la intención de acercarse más, caminó a lo largo de los edificios que bordeaban la plaza. Se dio cuenta de que el hombre encadenado al arco ya no estaba. La persona tambaleante finalmente cayó al suelo, respirando con dificultad; Toph pudo sentir los latidos erráticos de su corazón.

—¡Levántate!— Intentó incorporarse, pero volvió a caer cuando Toph escuchó un fuerte golpe y un gruñido de dolor. El guardia debió de haberlo azotado. —¡Dije que te levantes! ¿Cómo es posible que seas tan inútil? Ni siquiera puedes recoger la basura del mercado. Es un verdadero desperdicio darte de comer… Mmm. Estaba pensando en darte una buena rebanada de pan, pero ¿sabes qué? Si no puedes recoger la basura, tal vez podrías hacerla desaparecer—. La persona tembló cuando trató de levantarse una vez más. El viento había llevado varios olores hasta la nariz de Toph. El olor a fruta podrida y a otras cosas le permitía adivinar el contenido de la canasta que el hombre había estado cargando.

—¡Come!

—No—. La voz estaba ronca pero tranquila. El chasquido del látigo se volvió a escuchar.

—Harás lo que yo te diga. No puedes ganar, no lo hagas más difícil para ti—. La voz del guardia había adquirido un tono de burla.

El hombre negó con la cabeza. —No tengo hambre.

Habría sido mejor que no hubiera dicho eso, porque el guardia lo agarró del cuello y presionó su cabeza hacia la canasta. —Come.

Temblando, el hombre finalmente tomó un poco de fruta y la acercó a sus labios. Era claro que estaba teniendo problemas para tragar, pero aun así, se obligó a sí mismo a seguir. Por fin, el guardia pareció satisfecho.

—Bien, ahora que has recuperado un poco tus fuerzas, ¡levántate!—. Avanzando con piernas temblorosas, el hombre finalmente logró llegar a la coladera y vaciar rápidamente el contenido de la canasta. Probablemente sintiendo náuseas por el hedor, no pudo evitarlo y apenas alcanzó a inclinarse sobre la coladera para vomitar lo que acababa de comer. El guardia le dio una patada en el costado—. Escoria despreciable—. Acto seguido, tomó al prisionero del brazo y brutalmente tiró de él, obligándolo a caminar trastabillando. Fue entonces cuando Toph se dio cuenta de que sus tobillos aún estaban encadenados y negó levemente con la cabeza. Aquel hombre podía ser un enemigo del estado, pero aun así, el guarida estaba abusando de su poder para maltratar a un prisionero indefenso.

Los sintió acercándose al arco de piedra. El hombre peleó débilmente mientras sus muñecas eran apresadas una vez más por los grilletes. Sólo entonces le ofrecieron algo de agua, la cual bebió con avidez, sin importarle nada más. Pero muy pronto, el agua le fue apartada.

—Guardaremos el último trago para después del almuerzo, ¿no crees?— El prisionero soltó un bramido y tiró de sus ataduras. El guardia sacó un trozo de pan y lo acercó al prisionero —. Vamos, tómalo—dijo burlonamente, sosteniendo el alimento apenas fuera de su alcance. El hombre rugió otra vez.

—Sabes perfectamente que no puedo. — El esfuerzo en su voz era claro.

—¡Oh, discúlpeme, su majestad! ¿Simple pan no es suficiente para nuestro fino invitado? Por favor, permítame arreglar eso—. Se escuchó un ruido de algo aplastándose, probablemente, otra fruta podrida—. ¿Mejor?

—Eres repugnante, y si llego a enfermarme, moriré—. El sonido de una bofetada.

—¡Me hablarás con respeto! No olvides que quien tiene el control aquí soy yo. Y no me digas que en este momento, la muerte no sería bienvenida. Ahora ¡come!—El pan fue forzado en los labios del prisionero. Mordió y masticó con dificultad. Toph podía sentir que cada vez le costaba más trabajo tragar, pero aun así, logró comérselo todo. Continuó tragando por unos momentos más, posiblemente para quitarse el sabor. El guardia tomó el cubo de agua y se limpió las manos.

—¡Maldito bastardo! ¡Esa agua es mía!

—¡Ups! Bueno, ahora seguro que no la quieres, ¿verdad que no? —dijo mientras vaciaba el agua restante a sus pies.

—¡Llénalo!—La voz del prisionero era una mezcla de ira y desesperación.

—Aún no has aprendido la palabra mágica. No veo porqué debería de hacer algo más por ti.

—"Por favor" no resolvería nada. Necesito agua.

—Pues no me importa, haz que el siguiente que venga a hacerse cargo de ti te dé más. Buenas noches y dulces sueños—. El tono burlón del guardia terminó por sacar a Toph de quicio. Luego se dio cuenta de que estaba tocando levemente al prisionero. Éste gruñó, temblando. El guardia dio media vuelta y se fue. El segundo guardia lo siguió.

Tan pronto como estuvieron fuera de vista, el prisionero soltó un grito y se dejó caer. Toph lo sintió sollozar en silencio. Parecía estar repitiendo una palabra sin parar. La niña se acercó lentamente. Ya había olvidado completamente su deseo de pelear.

—Vete—. Su voz sonaba áspera.

Toph se sorprendió de que hubiera notado su presencia. Ni siquiera había levantado la cabeza—. Tienes un oído bastante bueno.

—¡Déjame sólo!—su voz había perdido fuerza, pero aún mostraba coraje. Toph, curiosa, decidió no hacer caso de sus palabras.

—Es que usualmente, la gente no me escucha cuando camino.

—No me importa. Vete. —Ahora se se oía severamente ronco.

Toph continuó subiendo a la plataforma y se paró enfrente de él. —¿Quieres agua?— lo sintió levantar la cabeza

—No te burles de mí.

—No lo hago—. Tomó el cubo de agua y lo llevó al pozo para llenarlo. Regresó con él prisionero.

—¿Quieres un poco ahora?— El joven apestaba, pero Toph ignoró el mal olor para acercarle la cubeta los labios. Bebió con avidez y cuando el agua se terminó, la niña bajó el cuenco.

—Gracias…— Se lamió los labios.

—¿Quieres más?—Inmediatamente, el prisionero negó con la cabeza—. No.

—¿Por qué no?

—Porque… no quiero volver a orinarme encima—siseó—. Especialmente de noche. Se pone muy frío aquí.

—Está bien, tranquilo, amigo… Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—No me dejarás en paz, ¿cierto?

–Nop. Parece muy solitario aquí.

—No necesito que sientas lástima por mí

—Yo no siento lástima por nadie, simplemente estoy aburrida y tengo curiosidad.

La respuesta del hombre fue una especie de risa amargada—. Vete—, repitió.

—¿Otra vez? En serio, ¿no sabes decir otra cosa?

—Ya he servido bastante de entretenimiento para otros. Ahora, por favor, si gustas retirarte... Estoy cansado—. Volvió a recargar la cabeza sobre un brazo y a fijó su mirada en el suelo, determinado a ignorarla.

—Entonces, ¿Cómo te llamas?

Zuko soltó un gruñido de frustración.—¿Acaso no sabes leer?—dijo finalmente. Sabía que al inicio de su encarcelamiento público, habían puesto un letrero que lo señalaba como el príncipe de la Nación del fuego. Probablemente seguía ahí, aunque no estaba seguro. No había mirado desde entonces.

—En realidad, no. Tampoco puedo escribir.

Zuko mordió sus agrietados labios y la miró gravemente—. Dime, ¿no eres un poco joven para estar sola en la calle?

—¡Jaja! Puedo cuidarme sola.

–¿De verdad?—Aún con su maltratada voz, fue posible percibir el tono de sarcasmo. Estuvieron en silencio por un rato. Toph dudaba, pero finalmente sintió la necesidad de hablar y él estaba ahí para escuchar, no era como que pudiera irse a ningún lado.

—Huí de mi casa. Mis padres eran sobreprotectores, no creían que pudiera hacer nada por mí misma.

—¿Quieres que sienta lástima por ti?

—¡Por supuesto que no!

El silencio volvió. La chica sabía que el prisionero la estaba vigilando discretamente, pero no dejó que eso la molestara. Ella estaba cómodamente sentada en el suelo mientras que él aún colgaba de las cadenas.

—¿Hay algo detrás de mí? Tienes una mirada muy rara— dijo Zuko finalmente.

—Lo siento, pero no puedo hacer nada por eso. Soy ciega— dijo en un tono casual, claramente esperando una reacción.

—¿Qué eres qué?— su incredulidad era obvia.

—Sí, soy ciega.

—Pero… Entonces, ¿cómo puedes caminar y manejarte sola?

—¡Ese es mi secreto!

—Bien, como sea. De cualquier manera, ¿qué puedo hacer yo?—Una risa amarga salió de su garganta y volvieron al silencio, hasta que una vez más, fue Zuko quien lo rompió.

—¿Cuántos años tienes?

—Trece, ¿y tú?

—Dieciséis.

—Oh…—Toph no esperaba que el prisionero fuera tan joven—. ¿La Nación del fuego de verdad recluta a gente tan joven?

—No, al menos no antes. No estoy muy informado… Pero tampoco es mucho mejor en el Reino Tierra, los he visto tratar de reclutar a un niño sólo porque podía sostener una daga.

—No estoy diciendo que esté bien. La guerra nos tiene hartos a todos. No hay porqué pelear sobre eso— como toda respuesta, el chico refunfuñó algo que ella no entendió—. ¿Sabes? Aunque seas de la Nación del fuego, no eres tan malo. Incluso me agradas.

—Claro. Al parecer eres la única que piensa eso por aquí— la amargura llenaba su voz. De pronto, Toph sintió un par de pies familiares acercándose.

—¡Toph! ¿Estás aquí?—la voz de Sokka llegó claramente hasta ella a través de la apacible brisa nocturna.

—Vaya, parece que es momento de irse. Me gustó hablar contigo, tal vez venga otra vez—. Toph saltó de la plataforma y corrió hacia Sokka—¡Ya voy!

Lo que no se dio cuenta, fue la reacción del chico cuando la llamaron. Inmediatamente se tensó y permaneció congelado hasta que dejó de oír los pasos de Toph. Sabía que esa voz pertenecía al compañero del Avatar. Estaba completamente seguro.