Londres. En plena revolución industrial. El país estaba cambiando. Londres tenía un nuevo monarca al cargo del país. Cuando la reina Victoria subió al trono la ciudad era agricultura en su mayoría, pero todo eso cambiaba día a día. Ferrocarriles, industrias… todo cambiaba.
La sociedad también estaba cambiando. Las nuevas familias ya no están en la clase social gracias a los nuevos empleos que se creaban ya la necesidad de nuevas industrias de trabajos. Pero al igual que he tenido que se elevaban. Otras subían todavía más. Los directivos de las grandes industrias se han convertido en un gran poder y una gran fortuna a base de esclavizar, desanimar y desmoralizar a sus trabajadores e impedir que se opusieran a sus amos.
Dentro de esas grandes familias. Starrick, Crawford Starrick, era hijo más joven de Robert Starrick, un hombre rico pero no inexperto hombre de negocios que consiguió la fama tras triplicar el valor de su patrimonio. Crawford no se quedó atrás, construyó un mercado industrial de empresas que se ocupó del control de todo Londres, eliminando la competencia más cercana.
Londres, controlado por los principales principios de las industrias, era controlado por un antiguo grupo que publicado hace muchos años. Para unos siempre estuvo allí, para otros acaba de aparecer, es un gran misterio. Los templarios son una organización que cree que la humanidad debe ser guiada y controlada para garantizar un mejor futuro para todos. La paz y el orden solo pueden lograrse unos pocos dirigen a la humanidad.
Esa habitación era demasiado oscura, ese rito, esa boda, solo era el primer paso hacia una larga vida de servicio. Todo iba demasiado rápido. Yo no quería eso, quería vivir a mi manera. La gran maestra, con la bendición de mi padre, entre las alianzas de boda.
- William Thorne, ¿Quieres una mujer como tu esposa? - El gran maestre mirándole a él.
-Si quiero –contestó él.
-Katherine Starrick, ¿Quieres un hombre como tú esposo?
-Si quiero.
-Con estos anillos queden desposados hasta la muerte de separe.
Todos los invitados sonrieron y aplaudieron. Era una de las mayores celebraciones que había en la ciudad de Londres desde los últimos momentos y nadie se lo quería perder. Crawford y Lucy se acercaron a nosotros. Elevando las manos por delante de nosotros nos vendaron los ojos. Todo se quedó en silencio. Se podían distinguir pasos a nuestro alrededor. Unas manos comenzaron a quitarme los adornos del pelo, el velo, las flores y me quitó el recogido dejándome el pelo completamente suelo. Noté que esas mismas manos me iban desabrochando los botones del vestido de novia. El peso de tanta tela iba desapareciendo hasta notar que solo tenía el corset interior y la falda blanca que iba debajo de la ropa. Todo esto era necesario para el rito de iniciación. Todos pasaban por ella. Seguramente a la persona que estaba frente a mi le estaba pasando lo mismo.
-¿Juráis defensores de los principios de nuestra Orden y todo lo que representamos?
-Lo juro –dijimos los dos a la vez.
-¿Y jurar no compartir nunca nuestros secretos ni divulgar la verdadera naturaleza de nuestro trabajo?
-Lo juro –repetimos.
-¿Y los jurados de ahora hasta la muerte, cueste lo que cueste?
-Lo juro.
- Desde ahora, los dos están unidos tanto en el matrimonio como a la Orden. Os damos la bienvenida a nuestro redil como hermanos. Juntos marcarán el comienzo de un nuevo mundo. Uno definido por el propósito y el orden. Quitaos la venda –Así lo hice, y vi que William estaba igual que yo, en ropa interior y lo venda en la mano, y la alianza en su dedo anular, al igual que yo-. Con estos identificadores quedaron unidos a la orden de los templarios. Que el padre del entendimiento nos guíe.
Era el año 1864, a partir de ahí…
