Advertencias: Nada que declarar. Los personajes de Naruto no me pertenecen.
Muchas gracias a AcSwarovski por leerlo, corregirlo y darme su valiosa opinión (you're a lifesaver!).
Éste es el prólogo de la próxima aventura larga en la que voy a meter a Hinata y Gaara, una historia del desierto (sí, ya ¡qué novedad!), pero es cierto, quiero hacer algo no muy "extraño". De todas formas, como me gusta decir, no es el autor es el que escribe una historia, sino que una historia se escribe sola. Y por ello, afortunadamente nadie sabe qué ocurrirá o como terminará, sino sería demasiado aburrido escribirla.
No hay que ser impaciente, primero porque tardo mucho en escribir, aún así intentaré actualizar una vez en semana. También estoy haciendo la locura de llevar en esta página tres fics a la vez y todo lo que ello implica. La paciencia es una virtud que todos tenéis, no queráis lanzaros a mi cuello sin más, por favor.
Dedicado a un beduino de ciudad que me mostró el desierto y que ahora recorre errante algún camino sin fin.
1. Aquello que había perdido
Acababa de llegar y ya quería irse.
Suspiró acomodándose entre los cojines que había puesto a los pies de la ventana baja de su dormitorio. Llevaba el camisón, dispuesta a dormir y descansar, algo que no iba a conseguir a menos que abriera aquella ventana y respirara algo de aire fresco. Y eso hizo. Abrió ambas hojas hacia fuera y las sujetó con unas tiras de tela para que no las batiera la corriente. Recogió las piernas contra su pecho, intranquila, dispuesta a perderse en sus pensamientos hasta que el sueño fuera a visitarla.
Hacía dos días que su familia se trasladó de Konoha a Suna por cuestiones de negocios. Sólo dos días insoportables de calor abrasante. En un principio sólo estarían allí seis meses, pero podría ser un período prorrogable en función de los beneficios y de los gobiernos de ambos países. Sin embargo, ya esos dos días habían demostrado ser suficientes para notar que aquel no era su lugar. Se movió hasta llegar al alfeizar de la ventana y acarició una de las púas del cactus, su único acompañante en la habitación. Era una preciosa y altiva bola de pinchos verdes rodeada de otras más pequeñas en una maceta de barro cocido. Fue un regalo de despedida por parte de sus amigos: Shino, Naruto, Sakura,… Estaba más que segura de que aquello había sido idea de Naruto no evitó sonreír. Les echaba de menos, a ellos, a su casa, y a su novio.
Se regañó mentalmente, a su ex novio.
Kiba no creía posible una relación a distancia como a la que en ese momento se enfrentarían, y cuando le dijo la decisión de sus padres buscando algo de desahogo, todo lo que encontró fue que parecía que los meses que habían estado saliendo, pocos, o muchos según se mirasen, le importaban una mierda, puesto que, sin pensarlo un segundo, le dijo que aquello que tenían había acabado en ese preciso momento, porque, ¿por qué tenía que irse tan lejos y dejarle a él allí solo? Agitó la cabeza cansada, no merecía la pena volver a pensar en ello, no era su culpa, no era su decisión, no… Debía sobreponerse a ello con la mejor sonrisa, el daño ya estaba hecho, la había dejado y encima la había culpado de todo en su habitual actitud infantil. Punto. Él se quedaba allí con todos sus amigos y recuerdos. Y ella sólo se llevaba un cactus.
Suspiró levantando la vista de la pequeña planta hacia el cielo desde su reconfortante asiento. El frío viento nocturno del desierto entraba ventilando la habitación del calor diurno, algo que agradecía encarecidamente. En Suna todo era ocre, naranja o marrón en sus diferentes variedades, y esa falta de verde sólo la deprimía más, excepto por su pequeño nuevo acompañante, sonrió. Le faltaba la alegría de la vida primaveral a su alrededor, el dulzor de la lluvia cayendo, el olor a la tierra húmeda, la agradable brisa de los bosques perfumada de los árboles que le eran tan conocidos. También le faltaba la libertad de movimiento que allí tenía, la casa en la que se crio, las caras conocidas al doblar una esquina, el poder salir a su jardín a tomar el té disfrutando de la lectura. Esos pequeños detalles que ahora eran imposibles, y que si alguna vez volvía le costaría retomar.
El árido desierto no era su lugar. Lo había más que comprobado en esos dos días. A pesar de ello, también había tenido tiempo suficiente para hacerse a la idea de que tendría que vivir allí una temporada, seguramente más larga de lo que se imaginaba, y no podía estar en casa encerrada ni deprimida por aquello que no podía hacer ni cambiar. Sino que debía buscar la belleza del nuevo entorno. Los pequeños momentos que le harían sentir lo mismo que en Konoha, a pesar de estar en otro lugar. Buscar el equivalente a ese té en el jardín que Suna le podía ofrecer e hiciera que si alguna vez tuviera que marcharse de allí también lo echara de menos con la misma intensidad que ahora lloraba por su casa. Esa pequeña resolución que acababa de completar, surgió la noche anterior en su misma habitación, desde aquella misma ventana donde ya encontró la primera ventaja: había descubierto que por las noches en el desierto todo cambiaba. En Konoha la electricidad de las farolas mataba la noche; ahí, la luz era casi inexistente y la oscuridad se comía la vida en gran parte de la ciudad regalándole un cielo lleno de estrellas. Una belleza salvaje y natural como un hechizo que sólo la noche poseía. La noche del desierto que ahora comenzaba a desvelarse ante sus ojos.
Otro suspiro escapó de sus labios mientras dejaba caer la cabeza sobre sus brazos, alargó un dedo hasta acariciar de nuevo una púa de su pequeña planta delicadamente. Sus cabellos oscuros se mecieron hacia el lateral cayendo como una cascada dejando su cuello libre, agradecido del suave aire que refrescaba su piel. También cerró los ojos mientras se permitía sonreír hacia la noche oscura del desierto. Parecía que al menos sí había encontrado algo positivo a ese cambio. Ya, lo había conseguido, tenía algo que echar de menos si alguna vez volvía a su casa. El primero de todos lo que tendría que descubrir.
Se levantó del asiento caminando entre los almohadones del suelo. Echó la persiana de madera de la ventana, que dejaba entrar el viento pero no la luz de la mañana, y se fue a la cama. Debía descansar, al día siguiente le había prometido a su hermana pequeña acompañarla al mercado de especias, quien sabe si a lo mejor se encontraba con algo más que le gustara de aquel lugar.
Había tomado una decisión de la que no podría refractarse.
Quizá Suna había sido el detonante que rompió la estabilidad en su vida; pero al mismo tiempo, iba a ser el nuevo desafío al que se enfrentaba y le haría olvidar aquello que perdió al dejar Konoha y llenaría sus días, su cabeza y su corazón.
Un escalofrío recorrió su espalda al acostarse en la cama, la emoción de lo imprevisto y lo misterioso. Una nueva tierra. El desierto.
N/A: Si os apetece, no os olvidéis que podéis comentar, poner en favoritos/alert y todas esas cosas que me hacen sonrojar y que agradeceré hasta la eternidad.
También acepto amenazas, pero sólo si están recubiertas de chocolate :3
¡Muchísimas gracias por leer!
Hasta pronto.
PL.
