Hola:

Pues como es costumbre, quiero comentar que esta historia que he escrito está basada en la historia de Saint Seiya y sus personajes (con excepción de aquellos creados por mí u otros fickers), los cuales son propiedad de Masami Kurumada, y de Toei.

Quiero agradecer a LadyDragon por permitirme utilizar el nombre y características de su personaje Ling para esta historia... ¡Schöne! Lo hago con mucho cariño y a manera de homenaje a tu creatividad e inventiva.

Este fic lo quiero dedicar de manera respetuosa y con el cariño que mi hermano sabe, a Vicman. Amigo, no puedo dejar de hacer notar la admiración que te tengo, no sólo en un nivel profesional (puesto que eres un buenazo en lo que haces) como en el nivel personal. Espero, de manera sincera, que esta historia sea de tu agrado.

Incidentalmente, he de decir que este fic también lleva la dedicatoria en parte a IaN HaGeN. Los personajes que aparecen en ella, me pueden hacer decir que, estoy escribiendo a mis dos mejores amigos, puesto que los identifico con ellos.

A Ustedes, Par de Nesios, que son hoy en día un par de pilares sobre los cuales me sostengo y que me han hecho comprender y aprender mucho más de la vida, aunque no lo crean, con sus palabras. Les quiero y les admiro. Son los amigos que siempre quise tener.

Pollux Dioscuros-16/05/2005

El joven sintió el filoso aire golpear su rostro y disfrutó cada instante de ello. La frialdad del aire le confirmó que ya había alcanzado una altura considerable y que estaba sobre el camino correcto.

Había algo de humedad en el viento que le indicó que se encontraba ya caminando entre las nubes. Estaba tan lejos de donde provenía, lo había dejado atrás tras la dura batalla que había tenido, una batalla que no le había exigido tanto esfuerzo físico como emocional... ahora comprendía porque el hombre al que iba a ver gustaba de alejarse tanto. Dio la media vuelta para contemplar su obra: delante de él se extendía el paisaje rocoso de montañas altísimas que, sin embargo, eran más bajas que ésta última que había escalado y que sería donde permanecería una vez alcanzado su destino.

Un mar de nubes se extendía delante de él en majestuoso silencio, roto ocasionalmente por el paso de alguna que otra ave. Aspiró profundamente y el mismo aire que hacía unos momentos intentara lastimar su rostro con cuchillas invisibles le llenó de una sensación de libertad incomparable... entre el azul del cielo y el blanco del banco de nubes, podían percibirse, como inertes islotes, los picos de las montañas que hubiera recorrido. Bien sabía que podía haberse evitado toda la molestia de haber pasado por todos esos sitios como lo hiciera, fácilmente, dominando su Cosmo y elevándolo hasta el Séptimo Sentido, pudiera haber llegado a su destino en un santiamén... pero había escuchado tantas veces a Mu decirle que el recorrer los caminos del mundo abierto eran como un viaje de exploración en más de un sentido... ¡y ahora lo comprendía tanto! Recorrer el camino e interactuar con la gente que le miraba pasar de manera curiosa le mostraba que el mundo era un sitio enorme... una visión prácticamente cósmica que redimensionaba su misión de una manera totalmente nueva, y sin embargo, lejos de hacerla en apariencia más lejana, la hacía cuanto más urgente. Crecer en El Santuario de Atenas en Grecia, podía mostrar un panorama tan limitado de La Tierra... Ni siquiera cuando viajara a Oriente, hacía unos días anteriores para cumplir las órdenes del impostor Arles y acabar con Seiya, pudo mostrarle tanto, puesto que había utilizado los medios rápidos para cumplir su misión con urgencia... en aquel entonces, pensaba que su hermano había cometido traición al Santuario...

Aioria de Leo bajó sus nobles ojos llenos de vergüenza al traer a colación en sus pensamientos a su hermano.

"Traición..." pensó con pena mientras cerraba su puño. "Hermano, ni siquiera me detuve jamás a pensar que el que hubiera cometido ella contra ti fui yo..." recordó en su mente, el renovado rostro de Aiolos de Sagitario en su mente, recién visto una vez más como un protector sobre Seiya. "Ya casi había olvidado tu rostro, hermano..." pensó con una mezcla de sentimientos que se debatía entre el remordimiento y entre la alegría por saber la verdad, esa verdad libre que rondó por el mundo y que de manera inevitable se encontró en su breve salida del Santuario.

Con aire renovado y resuelto se volvió hacia el camino que le esperaba adelante, dejando de lado aquellos pensamientos que, en estos momentos, le robaban la paz del camino... pronto tendría que poner paz en sus pensamientos y en sus sentimientos. La sangre inocente de un hombre manchaba sus manos... y el reproche propio y ajeno de juzgar a quien más quisiera sobre este mundo.

"Si yo fuera su hermano... ¡creería en él!" recordó las palabras de Seiya que lo abofetearon más fuertemente que el golpe de un Santo Dorado.

El silencio se rompió al reiniciar su camino.

Pollux Dioscuros presenta:

CRÓNICAS ZODIACALES: LEO: LEGADO Capítulo 1: Asuntos Inconclusos

El joven descubrió que era más difícil luchar contra enemigos de la Diosa Athena que contra su propia mente.

¿Cómo hacer de lado, de manera tan casual, los mismos motivos que le habían orillado a salir en este viaje? ¿Cómo poder olvidar el rostro de Cassios, lleno de horror al recibir de lleno su terrible ataque? ¿Cómo poder olvidar el dolor tan agudo que esta visión le causó a Aioria dentro de sí? ¿Cómo podía deshacerse tan fácilmente de la ira que le invadía contra el hombre que hubiera significado la desgracia de su familia?

Pudo observar el rostro de Saga en su mente. Ese hombre... ¡esa serpiente que le había manipulado! ¡Ése ladrón que le robara tantas cosas!

Se detuvo y tomó entre sus manos la punta de una roca, la cual destrozó sin esfuerzo, haciendo brillar su Cosmo... ¡y ni siquiera tuvo la oportunidad de poder descargar su ira contra de él! Y su muerte, le parecía tan impune... ¡en los brazos de la misma Diosa que había intentado matar!

El chiquillo cayó de bruces en el polvoriento suelo, una nube de humo se levantó al estrellarse, que le ensució el rostro, que le abrasó la nariz y que provocó que unas lágrimas salieran de sus ojos. Abrió los ojos con enojo y apretó la tierra entre sus manos como queriendo pulverizarla más... apretó los dientes y se puso de pie tan pronto como pudo. La nube de polvo se aclaró para descubrir que alrededor suyo, varios jovencitos de su edad se encontraban ahí, mirándole. Delante de él mismo, otro chiquillo de cabellos revueltos y oscuros le miraba desafiante, con postura arrogante, recargando sus manos en su cintura y con una sonrisa acaso algo burlona en el rostro.

"Pues, ya veo que aunque tu hermano sea el poderoso Santo de Sagitario, no te sirve de nada, Aioria..." dijo con voz grosera y guasona al pequeño que hubiera caído. "Me parece que si no tuvieras a tu hermano, no serías capaz de siquiera aspirar a obtener algún día una armadura... conozco a más aspirantes que podrían acabar contigo en un santiamén..." dijo el niño mirando a los demás que miraban con gesto confuso. "... ¡En el campamento de las niñas!" dijo concluyendo con una carcajada que resonó entre las rocas del área, haciendo que la carcajada general obligada estallara con retrueno hiriente.

El joven insultado, de claros cabellos revueltos apretó los puños y su mandíbula con enojo sin decir nada. Sabía que éste rival era fuerte, ¡más fuerte que él! Un sentimiento de rabia le llenó, deseó acabar con él de la manera más clara posible y hacerle tragar esas palabras que había dejado escapar. Un hilillo de sangre escurrió por su barbilla, producto de apretar tanto su boca.

"¿Qué dices, Aioria?" preguntó el insolente rival acercándose, demostrando la diferencia en estaturas entre los dos, de casi medio cuerpo. Como si fuera un chiquillo indefenso, el grandullón revolvió más los cabellos del joven rubio de manera burlona, imitando a quien acaricia de manera tosca a un perro. "Podemos ayudarte a ingresar al campamento de niñas..." tomándolo con sus dos manos y levantándolo contra de sí para encontrarle de frente de manera cercana, el agresor concluyó: "¡Puedo golpear tu carita de mujer tanto que no haya manera más que de usar una máscara en ella... con esa manera de pelear, nadie notaría la diferencia!"

La chusma que presenciaba todo estalló una vez más en carcajadas, haciendo que Aioria cerrara sus ojos, indignado y furioso. Sintió un calor que estallaba dentro de sí de una manera tan asombrosa, que pudo haber jurado que de pronto, al abrir los ojos, el universo parecía otro. Podía observar como transcurría el tiempo entre los segundos como si fueran puestos delante de él en imágenes congeladas, los sonidos alrededor suyo se agudizaron de una manera tan asombrosa, que podía incluso oler el hedor de los que le rodeaban y el andar de la gente en la cercana villa de Athene... sus pupilas se dilataron como las de un felino a punto de la caza y miró de frente, sosteniendo su mirada a su rival. Sin que ninguno notara, que alrededor suyo, el aire comenzaba a calentarse de manera perceptible.

Exclamando con dolor, el agresor soltó al pequeño Aioria con urgencia, arrojándolo y arrojándose lejos de sí.

"¡Mi mano... quema!" alcanzó a decir el jovenzuelo, quien miró sus manos lleno de sorpresa. "¡Maldito!" exclamó nuevamente mirando con rencor a Aioria. "¿Qué hiciste con mi mano, imbécil?" Los ojos de la concurrencia se abrieron llenos de asombro y de temor, al notar que el rostro de Aioria dibujaba en sí rencor y poder.

Dando un paso adelante, Aioria pudo sentir nuevamente esa energía que parecía abrirle el mundo de una nueva manera, como despertar por primera vez y estar consciente de sí mismo... percibía con facilidad como su sangre recorría las cavidades de sus venas y arterias, como sus músculos parecían henchirse de una fuerza oculta, interna... hasta entonces desconocida por él.

"Te diré..." dijo finalmente sonriéndole a su oponente y llegando hasta él posando su mano en el hombro de éste. "Que me resulta interesante que haya una vacante que quieres llenar en el campamento femenino, Randor..." dijo asumiendo el mismo tono burlón que el otro usara al hablarle. Haciendo gala de su nueva fuerza, Aioria empujó al joven hacia el suelo haciéndolo arrodillarse, mientras que de manera rápida y en medio del estupor de todos, tomó la melena de Randor entre sus manos y halándola hacia arriba, concluyó escupiendo algo de saliva entre sus palabras. "¿Qué te parece si te ayudo a tomar la decisión de tomarla estrellando tu cara de idiota contra mis puños?"

Randor exclamó con dolor al sentir el poderoso y firme agarre de Aioria contra su cuero cabelludo, arrancando algunos por la presión ejercida.

"¡Infeliz!" dijo finalmente, sacudiéndose la mano de Aioria y mirándolo con enojo absoluto, mientras que se ponía de pie. "¡Me las vas a pagar!" gritó.

"¿De verdad?" preguntó Aioria con una sonrisa incrédula a Randor, sin vacilación.

"¡No te creas tanto, enano!" exclamó Randor tronándose los puños uno contra el otro. "¡Fue sólo un golpe de suerte! ¡Ven acá y vuelve a intentarlo!" retó, al mirar en el suelo parte de su cabellera arrancada por Aioria quien había retrocedido tranquilamente un par de pasos.

"¿Acercarme?" preguntó el joven de cabellos claros al alto jovenzuelo. "¿No se suponía que eras tú el que me haría pagar?" agregó, insultante a la burla.

La boca de Randor prácticamente vibraba llena de coraje, mientras que apretaba sus puños y su boca.

"¡Desearás haberte quedado callado, hijo de perra!" masculló Randor entre dientes y lanzándose de lleno contra Aioria, el cual lo esperaba con ojos cerrados y sonrisa petrificada.

Randor lanzó varios golpes rápidos y poderosos y, de haber atinado a su objetivo, habría lastimado seriamente a su oponente, pero Aioria logró esquivarlos fácilmente, cargado del misterioso torrente de vida que de pronto surgía desde dentro de él. Aioria abrió los ojos y con una sonrisa todavía más grande agregó:

"¡Vaya, Randor!" dijo mirando a su alrededor ante la atónita mirada de su oponente, quien agitado, respiraba tras haber lanzado de manera inútil sus mejores golpes. "¡Me parece que ni siquiera pegas como una niña, eres una vergüenza!"

La voluble chusma de niños estalló ahora en carcajadas, burlándose de aquel a quien apoyaran hacía unos momentos atrás.

"¡Maldito!" exclamó Randor, lanzándose todavía mucho más torpemente contra un rival que había dejado de comprender y que había dado un salto enorme en cuanto a su estilo de pelea en cuestión de unos segundos.

Esquivando ágilmente todos y cada uno de los golpes de Randor, Aioria lo estudiaba, memorizando la secuencia de movimientos y ritmo que acompañaban a cada uno de los movimientos del alto jovenzuelo. Una vez que lo hiciera, jugó con él, quitándose apenas lo suficientemente pronto como para sentir que Randor le tocaba... éste sonrió satisfecho.

"¡Corre todo lo que puedas! ¡Pareces un conejo asustado!" dijo el joven de cabellos oscuros a Aioria, comenzando a confiar en su capacidad. "¡Te tengo!" pensó satisfecho, aumentando en un juego estratégico su velocidad mucho más y dando su último esfuerzo, confiado en poder derribar a su oponente con un solo golpe que llevara consigo lo último de su poder. "¡Toma!" dijo finalmente lanzando un poderoso upper hacia el rostro de Aioria, el cual lo esquivó de manera ágil y dejando que la inercia hiciera su juego de manera natural.

Randor cayó pesadamente al suelo, cansado, agotado y humillado. Tosiendo, se recargó sobre sus codos y miró finalmente, sin comprender lo que ocurría a Aioria, quien lo miraba de vuelta tranquilamente.

"No es suficiente..." dijo Aioria lleno de rabia, haciendo estallar en ese momento, el rencor que los golpes y las burlas de Randor le ocasionaran, y yéndose contra el rival caído con varias fuertes patadas, que hicieron rodar al alto joven sobre el suelo ahogado entre el dolor, la sangre y el polvo que el ataque furioso y descontrolado de el hermano de Aiolos de Sagitario, llevó consigo. En medio de su llanto, Randor comenzó a gritar:

"¡Ya... ya, Aioria! ¡Perdón... perdón!"

"¡Cobarde!" replicó en medio de su frenesí el joven de cabellos claros. "¡Qué fácil ha sido convertirte de una fiera a un insecto! ¡Te aplastaré como a uno!"

Tan arrebatado se encontraba en su ataque, que el joven Aioria no logró percibir que el grupo de espectadores se había dividido como un mítico mar permitiendo el paso de una figura poderosa.

"¡Alto!"

¿Cuánto tiempo había pasado desde que se dejara llevar por sus recuerdos? Se preguntó Aioria al detenerse frente a lo que parecía un puente natural de piedra que parecía unir a los dos extremos de esta montaña en una garganta mortal que mostraba hacia abajo el tenebroso espectáculo de esqueletos relucientes, blanqueados al sol, pero que se seguían cubriendo con los restos de lo que alguna vez fueran sus armaduras. Algunas de estas figuras resaltaban de entre otras por lo macabro de sus posturas, parecían que estaban ahí desde que la carne y la sangre les cubrieran al caer y morir atravesados por las puntas mortalmente agudas que aguardaban a quien quiera que cayera por ése acantilado en un descuido o en un accidente.

Estudiando el triste espectáculo dado por aquellos antiguos guerreros, Aioria apartó de su mente los recuerdos para cuestionarse:

"¿Quiénes eran ellos? ¿De dónde salieron sus armaduras?" La factura de algunas parecía indudablemente familiar, a las armaduras que utilizaban los Santos de Athena, y sin embargo... parecían también muy diferentes. "¿Acaso fueron Caballeros de Athena? ¿Qué representan sus mantos?"

El silbido del viento, aumentando su velocidad al recorrer esos extremos de la montaña, fue la única respuesta aparente que recibió a sus cuestionamientos. El León Dorado comenzó su camino atravesando el puente, finalmente. Quizá le preguntaría a Mu una vez que llegara a Jamir, pero por ahora, lo mejor sería apresurar el paso, puesto que el día alcanzaba ya su mitad y faltaba todavía algo más de camino que recorrer.

Al alcanzar el otro lado, Aioria prosiguió su camino con paso ágil, y sin volverse una vez más a observar La Tumba de la Armadura. Cuando hubiera desaparecido, algunos de los esqueletos cayeron pesadamente.

Imposible de concebir, en medio de un acantilado de la montaña, una pagoda de diseño oriental se levanta solitaria y desafiante. Orgullosa domina un paisaje de nubes, nada desigual a los que rodean toda esta cordillera; y sin embargo, la atmósfera parece diferente y cambiada... en medio de la cacofonía armoniosa de la naturaleza, este sitio parece un silencio puesto sobre la partitura en el momento preciso que, sin negar la belleza del resto de la obra, parece resaltar su magnificencia en su sencillez. Sólo algunos conocen de este sitio oculto a los ojos del resto de los mortales y su nombre siempre se dice con respeto; y en ocasiones, con un dejo de nostalgia, ya que es el verdadero hogar, lejos de casa, de quienes lo habitan.

En la parte más alta de la torre, un par de seres de presencia inquietante, sentados en flor de loto, meditan. Uno, recorre este camino con el paso dudoso del que aprende; el otro, lo hace pisando con la confianza de haber pasado por ese mismo camino en varias ocasiones. Una energía dorada comienza a desprenderse de ambos y el mayor, un alto hombre joven de facciones finas y misteriosos lunares en la frente habla.

"Extiende tu ser, Kiki..." dice con una voz que transmite paz y tranquilidad a quien lo escuchara. "Permite que la naturaleza se convierta en tu cuerpo, que el aire sea la extensión de tus oídos y de tu olfato... aspira y escucha, Kiki... aprende a escuchar el mensaje que el Cosmo nos intenta transmitir a todos..."

Concentrado y en profunda meditación, el más pequeño de los dos, un pequeño de cabellos rojizos y lunares en su frente, tal y como muestra su maestro, aspira profundamente, descubriendo el sabor del aire que les rodea, reconociendo y aislando las partículas dulces y punzantes de los iones que bailan entre las nubes.

Mu las prueba por enésima vez y se asegura en su mente que Kiki ha logrado también probar el néctar de la tormenta, mientras que en su sereno rostro se dibuja una sonrisa de orgullo por su entrenado. Extendiendo su aura más allá de la propia conciencia que Kiki es capaz de lograr en estos momentos, Mu rodea a su pequeño entrenado de una energía cálida que lo encierra en una burbuja y en un ambiente extenso pero controlado... las capacidades del pequeño, lo sabe, son explosivas, una explosión de Cosmo podría dañarle en un estado tan vulnerable... primero habría que enseñarle a extender su conciencia, para luego pasar a las técnicas de defensa y de control, pues él, después de todo, era lo único que tenía realmente... y la certeza del futuro.

¿Qué pasaría con Kiki cuando él ya no estuviera para cuidarle y enseñarle? Pensó preocupado. El futuro parecía oscurecerse alrededor de Mu, pero la esperanza de que él no fallaría le mostraba que, como en el paisaje alto de la montaña, una nube sólo marca el paso del tiempo y la certeza de que la luz brillante del sol esperaba al otro lado.

Mu frunció el ceño al notar un cambio en la respiración de Kiki, la cual perdió su armonía. Abriendo los ojos, el Carnero Dorado se vuelve hacia el pequeño.

"¿Qué pasó, Kiki? ¿Qué te inquieta?" preguntó con una sonrisa que brindara confianza al niño de ojos grises quien lo miró de vuelta.

Tras un breve silencio, Kiki baja la cabeza con un poco de pena.

"¡Vamos, Kiki!" sonríe Mu tranquilizándole. "¿Qué pasó por tu mente? ¿Acaso descubriste algo que no te gustó?"

Invitado ante el tono de Mu, Kiki niega con la cabeza con una sonrisa, y mirando con absoluto respeto al Santo Dorado de Aries de Athena, responde al cuestionamiento:

"Mu, éste es mi hogar... y lo voy descubriendo..." responde el pequeño finalmente, mientras se pone de pie, observando el paisaje único que ofrece la cima de la torre de Jamir. "Pero al estar aquí, una pregunta ronda mi mente..." guardando silencio durante un momento, Kiki se vuelve ahora hacia Mu quien le mira interrogante. "¿Cómo era Lemuria, Mu? ¿Tú sabes?"

El Carnero Dorado abrió los ojos ante la pregunta sorprendido. Y sin embargo, en medio de su sorpresa, comprendió la naturaleza de la misma, lo lógico de ella.

"Sí, Kiki, sé cómo era y lo que ocurrió con ella..." respondió finalmente, pensando que el tiempo de hablar al respecto era ése. No podía apuntar hacia esto de manera exacta, pero su sexto sentido le decía que tal vez pronto no tendría la oportunidad de transmitir este conocimiento, que Kiki, como descendiente de Lemuria, tenía derecho a conocer.

"¡Háblame de ella!" dijo Kiki con una sonrisa elocuente, llena de curiosidad y de anhelo.

Mu escuchó la petición y asintió con su cabeza poniéndose de pie.

"Lo haré, Kiki."

"¡Qué bien!" estalló en alegría Kiki con un brinco que recordó a Mu la edad temprana, o quizá más bien la naturaleza alegre, de su entrenado. "¡Ya era hora!"

"Sin embargo, Kiki..." interrumpió Mu el festejo del niño de cabellos rojizos, "... he de advertirte que este no es un relato que tenga un final feliz."

Interrumpido en su festejo, Kiki miró a Mu con gesto aprensivo. El rostro de Mu ofreció como respuesta seriedad y un dejo de tristeza. Kiki se sentó para escuchar las palabras de su Maestro, de su querido hermano Mu de Aries.

Más allá de las tierras en las que habitamos hoy, en medio del mar, existió alguna vez un reino glorioso y lleno de esplendor, llamado Lemuria. Viva desde los tiempos mitológicos, sus habitantes fueron bendecidos por la sapiencia de los Dioses, Lemuria alcanzó la felicidad entre sus habitantes al consagrarse del todo al desarrollo de su sociedad a través de sus mentes y sus conocimientos, se cuenta que Afrodita envidiaba la belleza de las mujeres de esta isla y que Ares celaba la grandeza de sus ejércitos. Este sitio se convirtió en un sitio codiciado por los Dioses, un sitio que estuvo en medio de algunos enfrentamientos tempranos entre ellos.

Aconteció entonces que Athena, maravillada por la sabiduría de sus habitantes, se acercó proponiendo su alianza eterna con ellos. Los Lemurianos, maravillados ante la presencia y el aura de sapiencia infinita que irradiaba esta Diosa, aceptaron su propuesta. ¡En tantas ocasiones Athena misma buscó refugio de las constantes riñas Olímpicas entre los Lemurianos!

Sin embargo, el Dios de los Mares, el Emperador Poseidón, no vio con agrado esto, enfurecido por la victoria de Palas en el pasado de la región de Atenas, el Señor de los Mares y Océanos descargó su furia en varias ocasiones contra Lemuria, azotándola con terribles terremotos que fracturaron su faz, ocasionando que grandes volcanes surgieran en su periferia. Sin embargo, algo le salió mal: el avanzado estado de comunión de los Lemurianos con su entorno había logrado que la naturaleza misma viviera en armonía alrededor de ellos y de su sociedad, fortalecidos con el conocimiento de Athena en el desarrollo del Cosmo, Lemuria permaneció casi intacta a estos eventos.

Fue entonces, en una ocasión, que un meteoro enorme cayó en las aguas vecinas de Lemuria. Los científicos Lemurianos, llevados por su curiosidad, buscaron por sus aguas el tesoro celeste que aguardaba, pero Poseidón, celoso de todo lo que tocara las aguas, los esperó. Hubo una gran batalla entre los seguidores del Emperador de los Mares y los valientes Lemurianos, aliados a Athena. En un revés inesperado para Poseidón, lograron vencer a sus rivales Atlantes, haciéndose con la mayor parte del fragmento del meteoro, el cual, llevaron pronto a Lemuria.

Pronto descubrieron que en las entrañas del meteoro, extraños y nuevos elementos se escondían: oricalco, el oro cósmico, el cual, trabajado con las avanzadas técnicas orfebres de los Lemurianos, logró ser dominado y manejado para convertirse en fabulosas armaduras. Athena pronto tuvo conocimiento de esto e ideó que para que sus Santos tuvieran a su favor la protección del cielo y la obligación de desarrollar Cosmo, se crearían armaduras místicas, a las cuales insufló el regalo de la vida, una vez que fueran terminadas, dotándolas de un alma. Pero el oricalco era como todo precioso recurso, finito, por lo que ideó que sólo 12 armaduras, ligadas con el nexo cósmico del cinturón zodiacal, fueran las más puras de entre todas ellas. Los Santos de Athena podrían luchar bajo las mismas condiciones que sus enemigos Atlantes, quienes cubrían sus cuerpos con armaduras hechas por el mismo Poseidón.

Hubo un desencanto entre algunos Lemurianos cuando Athena decidió ofrecer, bajo igualdad de condiciones, armaduras a hombres que no eran habitantes de Lemuria, sino a valientes guerreros consagrados a ella, que habitaban las regiones continentales del mundo. Hubo un debate que obligó a estos a callar y a hacerse de lado, temiendo la furia de Athena y la pérdida de su protección, necesaria ante los embates de Poseidón.

Incansables, estudiaron la naturaleza del oricalco, y mediante su avanzada y prodigiosa alquimia, lograron fabricar un material parecido con el oro y otros metales. Esta oportunidad no pasó desapercibida para los enemigos de Athena, la Diosa Eris intervino entre algunos de estos soberbios hombres y estableció un nexo entre Atlantis y estos Lemurianos.

Armado y lleno de confianza, llenó de promesas los oídos de estos Lemurianos renegados, prometiendo poder sobre Lemuria y el mundo si se unían a él.

Los infieles fueron seducidos y, construyendo nuevas armaduras con el oricalco falso, amparados bajo el poder de las Marinas, una terrible Guerra Sagrada se realizó entre los Dioses con el premio de la humanidad y La Tierra de por medio.

Lleno de deseos de venganza por las pasadas humillaciones, Poseidón omitió decir que sus planes desde un comienzo era el de hundir la isla-continente de Lemuria, en retribución por la caída de Atlantis hacía unos cientos de años en su última lucha contra Athena y sus legendarios ocho guerreros.

El mundo, sin embargo, había cambiado para cuando Poseidón decidió regresar, no sólo la Orden de los Santos de Athena tenía un asiento fijo en Atenas, sino que además, más humanos se anexaban a sus filas. Athena, confiada en la sapiencia Lemuriana, sin embargo, no se desligó de ellos, sino que los llevó a los continentes a luchar y a dirigir sus nuevos ejércitos.

Poseidón entonces logró liberar a los Titanes, enemigos de Zeus y de Athena, para intentar destruir el mundo, viéndose sin tropas que ordenar, aprovechando la codicia de Hades porque su reino se viera lleno de nuevos súbditos como resultado del cataclismo. La lucha fue encarnizada, los Titanes hicieron temblar a toda la Tierra y Athena y sus Santos se enfrascaron en esta guerra, decididos a vencer a los antiguos Dioses. Llevados al límite de sus fuerzas, los Dioses Athena y Zeus, se entregaron a la lucha y descuidaron el frente de Lemuria.

Hacía mucho calor, se relata, el día en que el amanecer en Lemuria trajo consigo un fulgor rojizo y estallaron sus volcanes. Huyeron en grandes cantidades, sin saber cuántos murieron o cuántos sobrevivieron. Llevada al fondo del mar, el continente fue destrozado del todo...

Poseidón, sediento de sangre, dirigió personalmente una persecución contra algunos supervivientes del hundimiento. En su desesperación por huir, los Lemurianos decidieron refugiarse en las inaccesibles regiones altas del mundo, hasta que finalmente, el Emperador de los Mares y sus guerreros, les alcanzaron al fin. Los Santos de Athena y la Diosa, deduciendo los planes y la naturaleza vengativa del hermano de Zeus, se unieron a los guerreros Lemurianos en un último combate. Humanos y Lemurianos, junto con Athena, ofrecieron un último frente contra de ellos... hubo grandes bajas para ambos bandos. El furor de la lucha, ocasionó que donde había una sola montaña, quedaran dos... el encuentro llegó a un terrible empate que terminó con la muerte de todos los guerreros Lemurianos y de los Santos que acompañaban a Athena en esa campaña.

Enmarcados por la muerte y los gritos de terror de sus antiguos aliados, Athena enfrentó a Poseidón en su más terrible lucha contra él. La Diosa de la Guerra logró extraer la victoria en ese encuentro, encerrando el alma de Poseidón una vez más como en el pasado, encerrándole lejos de ahí; pero eso no cambió una de las consecuencias terribles de esta guerra: Lemuria la grande y todos sus habitantes, cayeron en el olvido. Fugitivos de los Dioses, los pocos supervivientes se esparcieron por La Tierra y desaparecieron del conocimiento de todos... siendo los últimos vestigios de esa era y de toda esa nación, algunas islas que sobreviven donde ésta estuviera, el campo donde ofrecieron su última batalla, La Tumba de la Armadura y algunos de nosotros, hallados por el incansable agradecimiento y respeto que Athena le tiene a sus antiguos aliados...

"Sí, Kiki..." concluyó Mu el relato. "Entre ellos, nos encontramos nosotros, pues no me cabe duda que tu manifestación primera fue obra de Athena, para poder estar ambos, juntos, perpetuando el legado de Lemuria con ella."

El joven de cabellos rojizos observa hacia el suelo con gesto conmovido. Sus manos, apretadas y su mandíbula, tensa.

"Mu... yo..." dice entre dientes el niño, quien cierra los ojos volviéndose a Mu mientras exclama en voz alta. "¡Perdóname!"

Sin comprender el sentido de sus palabras, Mu se aproxima a su estudiante e inclinándose junto a él, cuestiona.

"¿De qué debo yo perdonarte, Kiki?"

Abrazándose al cuello de su maestro, Kiki responde sin abrir sus ojos y escondiendo con pena su cara entre los morados cabellos del Carnero Dorado.

"¡Que muchas veces renegué de que estuviéramos solos en el mundo, Mu!" dice entre sollozos. "¡Que me sentí sólo a pesar de estar contigo! ¡Que siempre envidié a los hombres por tener hermanos, amigos y gente como ellos, con quien compartir sus momentos!"

El rostro de Mu pasa de la sorpresa a la bondad y comprensión que puede ofrecer a su compañero y estudiante, ofreciéndole de vuelta, un abrazo reconfortante y lleno de ternura. Separando a Kiki un momento de sí para verlo con una sonrisa llena de simpatía, Mu responde.

"Kiki, no te sientas avergonzado..."

"¡Es que pensé eso aún teniéndote a mi lado, Maestro!" responde Kiki casi sin contener un nuevo cúmulo de lágrimas que se agolpan en su rostro. "Estoy muy avergonzado..."

Mu sonríe una vez más y agrega:

"Kiki, es natural que te hayas sentido así... ¿por qué crees que yo mismo siempre me aislé del resto de los hombres? Pienso que si Lemuria viviera, tal vez yo no sería un Santo de Athena, sino alguien más..." replica con una voz llena nostalgia, en un gesto que plasma en su mirada la evocación de una fantasía.

"¡Mu!" exclama Kiki ante las palabras reveladoras de Mu.

"Pero al conocer este relato, logré también comprender que nuestro pasado y nuestra herencia, no son algo de lo que debamos renegar... ¡nuestros ancestros murieron con la convicción de que lo que hacían era lo correcto! Ellos marcaron nuestro camino..." concluye. "Y lo que nosotros, sus herederos, podemos hacer como agradecimiento, es andar el camino de sus convicciones y creencias para no permitir que ellos mueran jamás."

Tras esto, Mu observa de nueva cuenta el rostro de Kiki quien lo mira lleno de orgullo. Lleno de un nuevo vigor y sintiéndose al fin parte de un grupo, a la memoria del chiquillo, vienen sin invitación, las imágenes de Shiryu, Seiya y los otros, quienes le recibieran como uno de ellos.

"¡Maestro!" dice Kiki poniéndose de pie resuelto y con gesto decidido. "¡Te juro que jamás me doblegaré! ¡Que lucharé con todas mis fuerzas contra Poseidón y los enemigos de Athena, para honrar a nuestra gente!"

Poniéndose de pie, Mu, asiente con respeto la resolución de su pequeño alumno. Volviendo sus ojos hacia la entrada de su habitación, Mu dice sin volverse del todo.

"¿Cómo estuvo tu viaje, amigo? ¿Lo disfrutaste?"

Kiki observa hacia el marco de la puerta para encontrar, silencioso, recargado sobre su hombro y en postura relajada, a un joven alto de cabellos castaños que responde al cuestionamiento de Mu.

"Fue un viaje largo y cansado, Mu" dice Aioria de Leo, Santo Dorado de Athena. "Me imaginé que sabrías que me encontraba aquí desde hacía ya un rato pues, ¡nada puede escapar a tus afinados sentidos!"

Mu sonríe para acercarse a su compañero de orden y posando una mano en su hombro con gesto amistoso, replica.

"Si lo hubieras deseado, Aioria, yo no habría sido capaz de saberlo sino hasta tu arribo."

Aioria sonríe ante la modestia del Santo de Aries.

"Tu relato me ha parecido extraordinario." Agrega Aioria. "Una lección que le has dado a tu alumno el día de hoy y cuyos ecos resuenan en mi cabeza y proporcionan parte del alivio que venía buscando al viajar hasta aquí... ha sido una decisión acertada aceptar tu ofrecimiento, amigo Mu."

Captando el dejo de angustia que la voz de Aioria ofrece, Mu se vuelve hacia Kiki.

"Kiki, por favor, lleva la Caja de Aioria a la que será su habitación."

"¡Sí, Maestro!" responde Kiki con una sonrisa y desapareciendo haciendo gala de sus técnicas de tele-transportación.

Aioria sonríe un poco amargamente, ante el despliegue del chiquillo.

"Lo has entrenado muy bien, Mu..." comenta desganado.

"Ven..." invita Mu a Aioria a bajar las escaleras. "Vamos afuera."

Sentados ante una fogata, los dos Santos Dorados observan como una vieja tetera se calienta. El ruido del viento al pasar hace que la madera utilizada cruja y algunas chispas de fuego escapen, como pequeñas estrellas que se incendiaran apenas para apagarse en un instante.

"¿Qué te pasa, Aioria? No es común verte así..."

Aioria escucha la pregunta que le hace Mu y cierra los ojos, dándose cuenta que esa misma pregunta se la ha repetido una y mil veces.

"¿Cómo... hacían los antiguos Santos, Mu?" pregunta como respuesta, ante la mirada inquieta de Mu, que lo observa sin entender sus palabras. "¿Cómo lograban que sus luchas incansables no les afectaran? ¿Qué clase de dolores les acompañaron? ¿Qué angustias?" pregunta una vez más Aioria, mientras cierra sus ojos y agacha su cabeza para concluir. "¿Qué remordimientos?"

Para Mu no fue difícil comprender todas las palabras y el estado de su compañero de Orden tras escuchar esta última pregunta. La verdad detrás de la decepción de Saga había caído con todo su terrible peso sobre los hombros de Aioria.

"Todo mundo creería, Mu, que saber la verdad detrás de las circunstancias de la muerte de mi hermano harían de lado esa amargura que padecí durante tantos años... el sufrimiento del estigma del recuerdo de Aiolos sobre de mí, mi desilusión por él... ¡incluso mi odio! Y de pronto... al conocer las circunstancias de su muerte, darme cuenta de que le había juzgado mal, Mu, me atormentan aún peor que las voces incesantes, que los susurros de mis compañeros y los insultos de los mayores en mi camino hacia mi consagración como Santo..."

Mirando hacia el cielo, Aioria parece ver el rostro de su hermano dibujado entre las estrellas, entre las chispas que escapan de la fogata, con un gesto sonriente y lleno de comprensión, parecido al que instantes antes, Mu ofreciera como consuelo a Kiki.

"Lo traicioné, Mu..." sentencia Aioria bajando su mirada una vez más al suelo. "No hay más."

Aioria se hunde entre sus hombros, cerrando sus ojos y conteniendo sus lágrimas. Mu lo observa con gesto triste. Dando un paso, se sienta frente a Aioria mientras sirve en una taza el contenido de la tetera.

"Aioria" dice con serenidad. "La paz que buscas no te será difícil hallarla aquí, tan cerca del cielo, requieres de tiempo para poder meditar los acontecimientos como se dieron, pero una cosa sé..." dice mirando hacia Aioria que corresponde a esta, viendo desde el otro lado a Mu. "La verdad no puede ser algo que te detenga y que te obstruya la vista, para poder abrazar con orgullo la herencia de orgullo que Aiolos nos brindó a todos los Santos de Athena." Aioria abre los ojos con sorpresa ante las palabras de Mu "Todos somos hermanos de Aiolos; y todos, en una cierta medida, le traicionamos al creer el engaño de Saga, sin embargo, tu hermano, más allá de su partida, nos mostró el camino de la esperanza para reconciliarnos con él..." mirando al cielo, Mu agrega. "Como un verdadero hermano mayor que esperó el momento justo para reconciliarnos... no con él, sino con Athena."

Mu extiende la taza de té a Aioria, quien le escucha con atención.

"Estoy seguro, que dondequiera que Aiolos esté en estos momentos, se sabe satisfecho y orgulloso de ti, Aioria, porque eres la prueba viva de su sabiduría y su entrega... es una responsabilidad enorme la tuya... ¡pero una que te debe de llenar de orgullo! ¡Eres el hermano de Aiolos, el Santo Dorado de Sagitario y salvador de Athena!"

Mu concluye tomando un sorbo de su taza para permanecer en silencio, mirando hacia la fogata. Aioria le observa, dándose cuenta que las palabras de Mu han terminado y asiente, tomando él mismo su propio té con un gesto serio.

No mucho tiempo después, cobijados por el infinito océano de estrellas, la noche ampara el sueño de los habitantes de Jamir. Durmiendo pacíficamente, Aioria de Leo, sueña.

En medio de la realidad onírica, el Santo Dorado de Leo, se vislumbra a sí mismo como un niño.

"¡Hermano!" grita lleno de furia, de dolor, de miedo. "¡Hermano!"

"¿A dónde se fue el traidor?" preguntan los soldados que lo arrojan contra la pared. "¡Tú eres su hermano! ¡Debes saberlo!"

"¡No lo sé!" grita Aioria sin acertar a comprender los acontecimientos. "¡No lo sé!"

"¡Vamos!" dice otra voz. "¡Es inútil, después de todo el hermano del traidor, no nos dirá nada!"

¡Cuántas veces esas palabras hicieron mella en él y lo llenaron de rabia! Rabia contra de su hermano, y rabia contra sí mismo, por extrañarle, por aferrarse a la esperanza de que todo fuera un error... una esperanza que se durmió poco a poco, exaltada por el orgullo y los ánimos de separarse de lo que consideraba era la maldita herencia que le dejara su hermano mayor.

¡Y sin embargo, cuántas veces cómo esta noche, anhelaba soñar con su hermano! ¡Y cuántas veces, llevado por su deseo, sintió esa presencia cálida y familiar de éste!

"¿Acaso alguna vez estuviste junto a mí, hermano?" pregunta Aioria en su sueño, mientras que el rostro de Aiolos se dibuja en su mente. "¿Por eso a veces, me pareció que estabas conmigo? ¿Regresaste del Más Allá?"

El rostro impasible y siempre sonriente de Aiolos no respondió, como siempre que le preguntaba... sólo una vez antes de su aparición frente a él, aquella tarde en Oriente, sintió algo parecido... y viniendo de la persona menos esperada. "¿Acaso Saga...?" la figura del traje de Patriarca se dibujó delante de él por breves instantes.

Un terrible Cosmo entonces erizó los vellos de su piel y le obligó a ponerse de pie alerta.

"¿Qué ocurre?" pregunta en postura defensiva. "¿Qué es este extraño Cosmo que parece atacar?"

Corriendo a la otra habitación, Aioria encuentra a Mu y a Kiki de pie, con gestos preocupados y llenos de tensión.

"¿Qué sucede, Mu? ¿Qué es esto?"

"Aioria... algo increíble..." responde Mu a Aioria sin moverse un ápice de su postura defensiva. "¡Jamir está rodeada!"

"¿Pero quién...?" pregunta Aioria irguiéndose lleno de valor y haciendo estallar su Cosmo. "¿Quién se atreve a llegar hasta éste sitio y lejos de tu atención? ¿Acaso desean morir?"

"¡Maestro!" exclama Kiki desde la ventana llamando a Mu y haciendo que Aioria se acerque igualmente para mirar por el marco de la pequeña ventana afuera.

Rodeando la pagoda, hogar de Mu, terribles guerreros antiguos, cubiertos de armaduras olvidadas o incomprendidas, parecen arrastrarse y aullar con voces inhumanas y atormentadoras.

"¡Aioria! ¡Son los Guerreros Muertos de la Tumba de la Armadura!"

Continúa...