Demonio

Shaka, ¿por qué eres tan distante?

Perdió la cuenta de cuanta gente le había preguntado lo mismo y siempre la respuesta era diferente, si es que había respuesta.

El caballero de Virgo era aclamado por su fuerza, que solo era comparable a su misticismo. Pocas veces salía de su templo, y su principal destino era los aposentos del Santo Papa.

Demonio

La palabra que cruzaba su mente cada vez que la gente preguntaba el porqué de su comportamiento.

Se sabía diferente. Un santo protector de la Diosa de por sí ya era un milagro andante, pero él era en muchos sentidos diferente a esos seres de leyenda. Era reflexivo, pero eran contadas las ocasiones donde compartía sus reflexiones con sus compañeros. Su piel era tan pálida y el sol que caía sobre el Santuario tan poderoso. Se sabía amable, pero nadie lo caracterizaba así. ¿Cuándo había pasado de restringirse de la vista a alejarse de las personas?

Sus idas a los aposentos del Papa eran fuente de alivio, si bien muchas veces hablaban de temas de estrategia y gerencia, el hablar con ese hombre le agradaba en demasía. El ser escuchado y hablar con alguien era gratificante, y si bien cargar con el peso de la tristeza infinita del otro era sofocante ya estaba acostumbrado a lidiar con el sufrimiento humano. Saga era un traidor, había usurpado el puesto de Papa a la fuerza, había asesinado a su hermano gemelo, estaba psicológicamente trastornado, todo eso lo sabía. No tuvo necesidad de preguntar, el mayor se lo confesó un día mientras suplicante le pedía que lo matara. Shaka no lo hizo, se excusó en sus ideales, ¿quién era él para juzgar la justicia si esta es un concepto subjetivo? Si alguien juzgaba a Géminis de injusto él estaría dispuesto a defenderlo, estaba dispuesto a pensar sobre todo en el bienestar de la caballería. Si esa fue la excusa oficial. Pero sabía que había algo más, el dolor de ese hombre lo había conmovido, le había tocado su estructura de una manera que pensó jamás volver a sentir.

Una vez más sus cavilaciones lo habían llevado a revivir los hechos de su infancia, no sabía si para cura terapéutica o como recuerdo desgarrador.

Al norte de la India numerosa población se agrupaba. En un pueblo alejado de la opulenta ciudad, una mujer esperaba a su bebé con alegría. Su esposo era todo lo que ella esperaba, su futuro al lado de él estaba garantizado. Su boda fue sencilla pero aclamada por la comunidad. En ese pueblo todos se conocían, la cantidad de habitantes no superaba un par de centenas y ella y su marido eran bien conocidos por la comunidad.

En este pueblo la religión jugaba un papel fundamental y contrario a las grandes ciudades, aquí las creencias y supersticiones eran fuertes. El día tan esperado llegó y trajo desgracias.

La madre y los presentes observaron con sorpresa como la piel del niño era de un rosado inusual, como su cabello imitaba el color del oro y como sus ojos reflejaban el cielo. Una vista fascinante para cualquier mortal deslumbrado por el milagro de la vida, pero para aquella familia los rasgos eran alarmantes. ¿Por qué un niño rubio había nacido en una familia de piel morena y pelo negro? ¿Por qué el infante no se parecía nada al que proclamaba ser su padre? Para la mente de los mundanos habitantes el niño era producto del adulterio.

La soñadora mujer fue repudiada, su esposo renegó del niño y de ella. Fue socialmente acusada de pecadora. Los vecinos idearon una cantidad de teorías que iban desde que la mujer había mantenido relaciones impuras con uno de los tantos turistas europeos hasta que la había castigado un ser divino.

Pagma se esforzaba por amar a su hijo, era difícil criarlo sola, pero sabía que su conciencia estaba limpia. Lo sabía, pero cada día su mente cedía a la amargura. Cada día era más difícil mirar a ese niño que le había retorcido los sueños. Sus amigas dejaron de hablarle, sus padres la atendían a regañadientes, pero lo peor era que nadie creía en su verdad.

Por su parte Vivek, su hijo, crecía con una belleza exótica. Desde muy temprana edad había demostrado inteligencia inusual, a los cinco años era capaz de leer y recitar poemas. Su madre eso no lo veía normal y los habitantes del pueblo tampoco.

Una de las cosas que estaba más clara en la memoria del caballero de Virgo era como de pequeño podía hacer que las cosas se movieran sin tocarlas, como podía escuchar hasta el animal más pequeño si cerraba sus ojos, como veía las almas de los muertos cruzar el rio Ganges, como percibía los espíritus malignos cerca de las personas.

Todo esto se lo contó a su madre, y ésta lo aisló de los vecinos. Salir a jugar estaba prohibido, quedarse en la calle estaba prohibido, hablar con otros niños estaba prohibido, alejarse de la casa estaba prohibido, preguntar el por qué de las prohibiciones estaba prohibido.

Un día el pequeño Vivek se aventuró a desobedecer a su madre. Salió a jugar con los otros niños. Mientras estaban en plena sesión de juegos un chico resbaló y cayó por una vertiente no muy inclinada pero peligrosa para un niño. El niño rubio usó esos poderes que tenia, iba a ser el héroe de todos. Pero olvidó que no todos los humanos están preparados para los héroes. Alzó al chico en el aire y lo colocó en un lugar seguro, no obstante la reacción fue totalmente contraria a lo que esperaba, los niños huyeron despavoridos.

-¡Un demonio*! ¡Es un demonio!- gritaban a todo pulmón. Acto seguido tomaron algunas piedras y se las arrojaron. Una alcanzó a darle en la cabeza, Vivek gimió de dolor y corrió hacia su casa.

Entre sollozos le contó a su mamá lo que había pasado. Ella lo abofeteó muchas veces, estaba histérica, una vez más su hijo había atraído la atención de sus vecinos negativamente, una vez más tendría que disculparse por algo que no hizo, una vez más la mirarían con desdén y desconfianza, una vez más ese niño seria catalogado como maldito. Esa fue la primera y la última vez que Vivek desobedeció a su madre.

Los días pasaron y los vecinos arrojaban piedras a su casa, le gritaban que se fueran, estaban aterrados por el niño. Vivek solo veía a su madre llorar y susurrar disculpas, se sentía culpable porque sabía que todo era por él, no era tonto, sabía que era diferente y que la humanidad es reacia a aceptar lo diferente. Más aún, cada día los espíritus malignos le susurraban más cosas.

Destrúyelos… Acaba con esto… tu puedes matarlos a todos…

El les gritaba que lo dejaran en paz y se escondía debajo de las sábanas. Dentro de las voces que escuchaba había una que lo consolaba, era una voz profunda y misteriosa, esa voz le hablaba de felicidad, de propósito, de poder, de amor por los humanos.

-¿Y cómo puedo sentir amor por los que ahora me condenan?- le respondió un día.

Camina, sal al mundo y lo verás

-¿Cómo puedo irme sin mi mamá?

La voz no respondió. Él lo entendió. Su madre sería feliz sin él. Todo era su culpa. Ella no lloraría. Tenía miedo de dejarla, pero fue a despedirse de ella mientras dormía. Haría esto por ella, ¿o era por el mismo? Esa era una respuesta imposible para un niño de siete años.

Se volvió en las sombras hacia ese pueblo que lo había despreciado. Con lágrimas en los ojos le pidió a la voz que lo guiara.

Shaka recordó acurrucado en su cama los días posteriores a esa decisión. Se vio hambriento en el bosque, asustado de los sonidos, de las voces, de la soledad. Su mentor nunca le había abandonado, pero el necesitaba más, siempre había necesitado más. Pronto había llegado a un monasterio donde lo acogieron y trataron como a un ser divino, aquellos ancianos tomaban sus rasgos e inteligencia como dones.

Que irónico

Ese monasterio era singular, allí servían a una Diosa que guiaba a la humanidad sin dejar las costumbres budistas de lado. Su mentor le dijo que allí estaba su lugar. Que su destino era servir a la humanidad.

A los pocos meses una armadura de oro apareció frente a sí. Shaka sonrió al recordar las caras de alegría de esos ancianos, el no entendía lo que estaba pasando pero sabía que era importante. La armadura de la Santa Virgen lo había elegido a él, a ese demonio.

Demonio

Vivek, ahora llamado Shaka de Virgo, entendió que su mayor desgracia no fue haber nacido en esa comunidad que lo llamaba demonio, sino que su madre lo creyera.

Una lágrima brotó de su ojo. Una reacción normal al recordar su pasado, pero esta vez tenía un respuesta única a la pregunta.

Shaka, ¿por qué eres tan distante?

-Los demonios así son- susurró y cayó dormido.

*Aquí los niños se refieren a un Asura, en el hinduismo los asuras son un grupo de deidades sedientas de poder y en constante guerra, consideradas demoníacas o pecaminosas. Las otras ocasiones se refieren a Shaka como Demonio, sin especificar cuál.