¡Buenos días/tardes/noches a todos! ¿Cómo han estado?

Aquí les traigo un nuevo proyecto, que sería catalogado más bien como "retos". Explicaré con detalle abajo :)

Mientras tanto, espero que disfruten de este one-shot. ¡A leer!

¡No, no, no y no, Bleach no me pertenece, por todas las almas del Rukongai!


Reto número: 01.

~ La sonrisa en el atardecer ~


Una vez más los escuchaba. Esos susurros proveniente de voces infantiles que intentaban ser casi silentes y con cierto tono de pavor tras su espalda, y no tenía que voltearse para saber cuál era la razón de dicha conducta. O mejor dicho: quién.

-¿Le habéis visto? – Escuchó un murmullo a penas audible.

Ya no le importaba, la verdad. Hacía años que se había hecho a la idea que su vida tras la muerte iba a ser siempre así, que todos lo iban a tratar de esa manera. Él era un niño que simple y llanamente no encajaba con el resto; era diferente, y por eso le tenían miedo. En todos y cada uno de los lugares que uno visite a lo largo de su existencia esto siempre será así, no cambiará en lo absoluto, hasta parece ser una ley de vida. Porque lo diferente es desconocido. Y enfrentarte a algo que nunca has combatido antes genera terror.

-Ahí está… vámonos a jugar a otro lado. – Susurró una niña a su compañera cuando le vio pasar, tratando de controlar su voz temblorosa. La otra asintió dándole la razón y se fueron a pasos rápidos hacia el lado contrario.

Ni siquiera a simple vista parecía un niño común. Su cabellera blanca, que si bien se le veía a todas las personas que ya rondaban la vejez, no había necesidad de explicar que en un niño como él, que no parecía pasar de los ocho años humanos, era algo inusual. Su personalidad era fría como un témpano de hielo, a diferencia del resto de los niños que sólo parecían vivir para reír y jugar. Y sus ojos podrían compararse con un par gemas turquesa, de un color tan intenso como el océano mismo. Quizá esto era lo que más pavor causaba en las personas, nadie podía sostener su mirada. Por estas razones está de sobra decir que no tenía amigos, estaba solo y por eso no sonreía.

Siguió caminando sin rumbo por las calles del Rukongai. Hasta que sin darse cuenta ya se encontraba en las afueras de su distrito, pero no le dio importancia y a los pocos minutos divisó una colina allá, a lo lejos. Se detuvo por unos cuantos segundos, considerando la posibilidad de ir allí y alejarse de la realidad por momentos, o en cambio regresar a casa de la abuela, pues el Sol ya comenzaba a ocultarse y sería cuestión de tiempo para que oscureciera.

Él quería a su abuela. Sabía que alguien lo esperaba en casa. Pero ese día simplemente había olvidado que sí tenía una persona importante en su vida, pues a veces, la mente cuando se ve amenazada por nubes grises se limita a hacerte creer que siempre lloverá.

Fue por esta razón que no sintió una pizca de remordimiento al poner de lado a, probablemente, la única persona que lo aceptaba tal como era, y no sólo eso: lo quería. Y subió aquella colina, sintiendo como la maleza rasgaba sus de por sí humildes prendas. Comenzó a jadear por el cansancio, pero al llegar hasta lo alto, un verde campo apareció, y un soberbio paisaje que lo dejó sin palabras se abrió frente a sus ojos. Incluso podía apreciar, en la lejanía, el resto de los distritos, unas diminutas casas que podían pasar como una perfecta maqueta. Y el cielo. El cielo, solemne que lo cubría en todo su esplendor, aún poseía tonos azulados pero comenzaban a tornarse anaranjados.

Era el crepúsculo. Uno de los espectáculos más hermosos que podía ofrecerle la madre naturaleza estaba a punto de comenzar.

Decidió observar, pues su frío corazón parecía necesitar un poco de calor. Algo que le alegrara su día y le hiciera entender que algunas cosas sí valían la pena…

-Es lindo, ¿Verdad? – Irrumpió una dulce voz, casi en un susurro para evitar que la magia del momento se esfumase.

El niño no pudo fingir su sorpresa, pues estaba claro que aquellas palabras le habían tomado desprevenido. Cuando giró su cabeza hacia la derecha, en la dirección donde había escuchado aquella melodiosa e infantil voz, sus luceros turquesa se toparon con una pequeña figura que estaba de pie, observando el mismo espectáculo que él.

Una niña que no parecía pasar los once años humanos. No era alta, pero más que él obviamente sí. Su apariencia era la de una humilde, como la mayoría que vestía por aquel distrito del Rukongai. Su piel, ahora bañada tenuemente por los colores cálidos del atardecer, prometía ser rosada como un melocotón. Su cabellera castaña estaba recogida en dos colitas en los costados, y sus ojos… Sus ojos eran grandes y redondos, de un color café, aparentemente normales. Pero si uno observaba con detenimiento, se podía apreciar un profundo color chocolate casi imposible de creer. Esos mágicos orbes brillaban ante la maravilla que se extendía frente así, y una pura y tierna sonrisa se mantenía dibujada en su rostro de marfil, sin más.

Y el niño nunca diría que esa imagen se había quedado guardada por siempre en el rincón más preciado de su memoria.

Éste la ignoró, pues tenía muy en claro que ella no se había dirigido a él. Quizá estaba loca y hablaba sola. Sí, quizá esa niña estaba zafada. Pero incluso alguien sin tornillos en la cabeza se la pensaría dos veces antes de dirigirse al chico de hielo, o eso pensaba él.

No se movió, ya que el paisaje frente a ellos era demasiado hermoso. Por ello se limitó a volver su vista al frente, apreciando aquel único espectáculo de la naturaleza.

Aquel solemne Sol comenzaba a desaparecer poco a poco tras una cortina de montañas. Los últimos rayos parecían querer regalar con tranquilidad un poco de brillo de luz a cada rincón del distrito. Otros, en cambio, querían alcanzar el cielo y pintarlo de los tonos más cálidos posibles antes de ausentarse por ese día, antes de otorgarle el poder a la mística y sabia noche. Un poco de calor para el frío no hacía nada mal.

Y a los pocos minutos, ante la espectacular salida del Sol, brotaron titilantes puntos de luz en el cielo nocturno.

Ambos espectadores se mantuvieron en silencio, guardando en sus memorias aquella manifestación de la naturaleza. Y sólo cuando el canto de los grillos se dejó escuchar, la niña a su lado soltó un suspiro de alegría. El pequeño albino la miró por la rendija del ojo, con su ceño fruncido.

-¡Ya me siento mucho mejor! – Exclamó jovial, para después dejarse caer de sentón al frío césped. Alzó su vista y se topó con la mirada de hielo de aquel extraño niño. - ¿Tú no?

El infante abrió sus ojos con sorpresa, a la vez que sentía cómo un martillo había golpeado su pecho. No podía acabar de creerse lo que estaba presenciando.

La chica lo miraba sonriente. Y se había dirigido a él.

A él.

El miedo se manifiesta de distintas maneras. Y la primera vez que nos topamos cara a cara con una situación que no creíamos que pasaría, el hecho de no estar preparados para ello nos provoca un indescriptible temor.

Esto fue lo que sintió el niño de cabellos blancos.

Él no estaba listo para hablar con alguien que no fuese su abuela, para hacer amigos. No, incluso sonaba ridículo. ¡Debía ser un error! Sí, eso era, aquella chica definitivamente no tenía los pies en la tierra. Era como una ley de vida, ya tan común para él no relacionarse con alguien. Es más, ya hasta lo veía como una pérdida de tiempo. Y fue por esta razón que, con seguridad, le dio la espalda y se alejó a pasos tranquilos ante la cara de estupefacción de ella.

-¿Te vas? – Alzó la voz a la vez que giraba medio torso para observar cómo el infante se retiraba. Al no recibir respuesta se puso de pie de un salto, con preocupación.– Podrías quedarte un rato más.

Ante la petición dicha, el pequeño albino paró en seco su marcha. Ahora no sólo era extraña esa situación, era molesta. Aquella niña era molesta. ¿Por qué no lo dejaba en paz de una buena vez? ¿Qué intentaba demostrar?

La niña de cabellos castaños se acercó un par de pasos con tranquilidad, segura de que era sólo un malentendido y él no quería ser grosero en lo absoluto. Pero de pronto él giró su cabeza y clavó en ella su mirada fría e insensible como la escarcha misma.

Y una necesidad dentro de ella despertó inconscientemente.

Porque el dueño de aquellos ojos quería provocar miedo en su persona, sin embargo se percató la infante que, lo que realmente transmitió esa gélida mirada sin intención, fue soledad y vacío. El mensaje que ella recibió en un segundo, fue una llamada de auxilio por parte de aquel joven que parecía pedir a gritos cariño y un hombro sobre el cuál recargarse, alguien que le regalara algo de calor.

Eso fue lo que la niña comprendió.

-¿No me tienes miedo? – Preguntó de pronto él, cortante. - ¿Por qué no huyes como el resto?

Ahora debía ser cuando ella se estremecía. Cuando ponía una cara de terror y se iba corriendo tras sus pasos hasta los brazos de un adulto, temblando y ahogándose en llanto, balbuceando incoherencias sobre el "niño de hielo".

Pero todo lo contrario a lo que él esperaba, la simple y natural acción de aquella niña fue: sonreír.

Y el glaciar que él tenía como corazón, sufrió una diminuta grieta.

Le sonreía dulce y cálidamente, como si con ese gesto le diera una invitación hasta un mundo donde no había rechazos ni amargura, donde el cielo no se pintaba de gris y las personas derramaban lágrimas dulces en vez de saladas. Como si de esta manera le dijera: "¿Me ves? Soy feliz. Tú también puedes serlo. Sé feliz conmigo."

-No te tengo miedo. – Fue su voz mezclada con una dócil risa. Le miró fijamente por segundos, ante su sorpresa y después los cerró alegre. – De hecho me pareces muy lindo.

Por primera vez en su vida, un comentario lo dejó prácticamente desarmado, y sintió como la sangre se reunía en sus mejillas, causando un leve rubor en su hasta hace momentos impasible rostro.

Esa placentera y a la vez incómoda sensación fue demasiado corta, pues al instante la vergüenza se mezcló con el enfado de que alguien se tomara muchas confianzas con su persona.

-¡N-no me llames así! – Tartamudeó aún con el rostro encendido a la vez que una venita florecía en su cien.

Ella rió aún más jovialmente y él apretó su mandíbula, sintiendo que se burlaban de él. Soltando un gruñido le dio la espalda y con pasos fuertes se propuso regresar a su casa. Sin embargo sintió la molesta presencia de aquella infante a su lado, pues en cuanto éste se había propuesto marcharse ella le siguió hasta colocarse junto a él.

-¿Cómo te llamas? –Preguntó ella con curiosidad, mirándole por el rabillo del ojo.

-Qué te importa. – Dijo en un susurro, con su mirada fija en el camino.

-Mi nombre es Hinamori Momo. – Insistió ella. Al ver que puso los ojos en blanco, la niña se colocó frente a él en un ágil movimiento que lo tomó desprevenido. – Moo, ¡Dime tu nombre, por favor!

-¡No tengo por qué decírtelo! Y quítate.

-No me moveré hasta que me lo digas. – Contestó con un leve tono burlón.

Él cerró sus ojos con frustración. Pensó unos momentos, y finalmente soltó un suspiro cansado.

-Hitsugaya Toushiro… - Murmuró cabizbajo, evadiendo su mirada. - ¡Ahora quítate!

Y sin esperar respuesta, pasó por su lado como si no existiera, esquivándola. A Hinamori, todo esto le parecía algo muy divertido, y ahora confirmaba que ese chico era tímido en todo el sentido de la palabra.

-¡Mucho gusto! Te llamaré Shiro-chan. – Se dio la vuelta, preparándose para seguirle. Él sintió como si un balde de agua fría hubiese caído en su cabeza.

-¡Qué clase de apodo es ése! – Estalló.

-Pues… queda perfecto con tu cabello. – Contestó inocentemente.

-¡Estás loca!

-Y tú eres muy enojón, ¿Sabías?

-¿Acaso nunca paras de hablar?

Momo, con una alegre sonrisa adornando su rostro corrió hasta colocarse al lado de Toushiro. No le importaría si tenía que insistir o estar con él las veinticuatro horas del día, con tal de verle algún día feliz ella estaría conforme y tranquila. No descansaría hasta que él la aceptara como su amiga.

Esa vez, fue ella quien le siguió los pasos. Lo que ninguno de los dos sabía, era que años después, sería el chico de hielo quien la seguiría por cielo y tierra, con temor de que la niña melocotón se alejara de su lado. Estaría tras su sombra, hasta verse aceptado por cierta academia, y más tarde, entrar a uno de los trece escuadrones de protección que marcó su destino como Capitán. Décadas después, su único motivo sería proteger y velar a aquella joven que, inconscientemente o no, le había tendido una mano amiga cuando el resto del mundo le daba la espalda.

El entendería, gracias a ella, que las personas no estaban solas en la vida.

Porque desde ese momento, el destino de Hitsugaya Toushiro y Hinamori Momo se había unido por un delgado y aparentemente invisible hilo para los ojos de los demás, pero que poseía los colores más cálidos comparables al fuego mismo, como aquel ocaso que había sido testigo de su primer encuentro.


Bueno, este fic nació por un reto que mantengo con LadyDy. Será una serie de one-shots, y no se tiene previsto un número límite. Por primera vez pondré fecha de actualización, por lo mismo del reto: cada miércoles este fic se actualizará. No tendrá AU, pero tampoco tiene un orden, por lo que ahora si están en el Rukongai, bien podría escribir algo dentro del Gotei, Karakura e incluso Hueco Mundo, pero no quiero que tenga AU.

También, como dije antes, se actualizará cada semana, pero aquí va un detalle importante... Si no actualizo, sería porque Lady-chan no cumplió con su parte del trato. (Perdona Lady-chan XD)Es un reto que ambas mantenemos y se basa en la confianza, no quiero dar más detalles pero es así. Este fic es por y para nuestra querida escritora de fanfiction.

¡Espero escribir muchos, muuuchos capítulos más!

¿Qué más? Hmm... ¡Ah! El summary cambiará cada vez que actualice porque soy mala para resumir una historia que, sus capítulos no tienen orden ni se relacionan entre sí XD

Creo que eso es todo... creo. ¡Espero te haya gustado este primer capítulo, Lady-chan, y también a todos los que estén leyendo!

¡Nos leemos!