Este fic está inspirado en la película de Tim Burton: El Cadáver de la Novia. Los personajes no me pertenecen…como ya sabrán!


Capítulo 1: De Acuerdo al Plan.

Ese día amaneció frio y nublado, nada mejor para complementar la ya triste y monótona Paris, un pueblo a orillas del Sena, de lo más aburrido. Tanto así, que cualquier cosa se hacía noticia y más si incluía a las familias importantes del lugar.

-El ensayo de la boda de Adrien Agreste y Marinette Dupain-Cheng está por comenzar- anunciaba un hombre, gordo y con uniforme azul, agitando una campanilla, para todo el que quisiera escuchar aunque la calle estuviera técnicamente desierta.


A unas calles de allí, una pareja salía de su casa. Una mujer menuda, de rasgos asiáticos y cabello corto, llamada Sabine y su esposo, un hombre alto y robusto, llamado Tom.

-Es el día perfecto para una boda- celebro Sabine, caminando hacia el coche.

-Hoy solo es el ensayo, cariño- le recordó su esposo, con algo de gracia.

-Eso no importa- sonrió la mujer- ya técnicamente somos parte de la nobleza. A partir de mañana nos codearemos con los grandes.

-Y la reina será de nuestra realidad- convino su esposo, quitando de las paredes del coche los carteles que le hacían propaganda a su panadería.

Junto a ellos llego Nino, su cochero, y abrió la puerta para que Sabine subiera.

-Por supuesto- los ojos de ella brillaron de codicia- pero para eso, todo tiene que salir de acuerdo al plan.

Su esposo asintió con mudo entusiasmo. Entonces cayeron en cuenta que falta una pieza importante en su plan para subir de puesto en la sociedad, esa persona que contraería matrimonio para que ellos consiguieran esas cosas que tanto anhelaban.

Faltaba su hija, Marinette.


En una de las habitaciones de la amplia casa de los Dupain-Cheng, se encontraba una joven de no más de 20 años. Piel blanca y mejillas sonrosadas, grandes ojos color cielo y largas pestañas, de cabello negro noche corto atado en dos coletas.

Marinette tenía horas de haberse arreglado, se levantó y se vistió para la ocasión inmediatamente. Traía puesto un hermoso vestido rosa con encajes y un elegante bordado de flores en color negro en el corpiño en forma de corset.

No era algo usual, pero ella tampoco lo era.

Luego de ataviarse en ese largo y vaporoso vestido, tomo un lápiz y papel y comenzó a dibujar, perdiendo la noción del tiempo. Ese era uno de sus mejores hobbies: dibujar bocetos de vestidos que quería confeccionar. También le gustaba coser, y, cuando sus padres no estaban en casa, tocar el piano.

Así paso la mañana, entre trazo y trazo se fueron las horas.

Solo cuando su madre grito su nombre, volvió a la realidad y corrió escaleras abajo para reunirse con sus padres. Una vez dentro del coche, se pusieron en movimiento.

-Recuerda: la espalda recta y los hombros atrás, ten cuidado de no tropezarte ni hacer nada tonto. Tenemos que dar la mejor impresión.

-Lo sé, mamá- le habían repetido eso tantas veces, que la muchacha ya estaba nerviosa.

Miro a sus padres con cierta duda y pregunto con timidez:

-Pero ¿el no debería…casarse…con una lady?

-¿Qué tiene una lady que no tengas tú?- bufo Sabine, arrogantemente- además, una vez que estén casados tu serás Lady Marinette de Agreste.

-Al fin pescaste un muchacho- rio su padre, ajeno al tema, guiñándole un ojo a su hija.

Marinette sonrió ante eso. Pero la tranquilidad duro poco.

-Y no dejes que suelte el anzuelo- ordeno su madre, severamente- nunca conseguirás un mejor partido que Adrián Agreste.


-A lo que hemos llegado- se lamentó Gabriel Agreste, apartándose de la ventana, donde había estado parado los últimos minutos- casar a nuestro hijo con esa gentuza.

-Es humillante- Annabella se cruzó de brazos, indignada. Pero no le quedo de otra que suspirar con resignación- pero al menos no son unos nobles muriéndose de hambre.

Gabriel miro mal a su esposa, pero sabía que tenía razón. Triste pero cierto.

Ambos comenzaron a subir a la habitación de su hijo. Ninguno podía apartar sus pensamientos de la inminente boda, con tantos adinerados antepasados que tuvieron y nunca habían llegado a ese extremo. ¡Arreglar un compromiso! Bueno…eso siempre se hacía ¡¿pero arreglar un matrimonio para no caer en bancarrota?! Una completa humillación. ¡Si nada más Paris se enterara! Serian la comidilla del pueblo.

Podían ser pobres y casar a su hijo con la hija de un panadero, pero jamás serian la burla de nadie. El apellido Agreste era el más respetado y envidiado en la alta sociedad, sinónimo de prestigio y buenas costumbres, y no permitirían que eso cambiara. Aunque tuvieran que maquillar un poco la verdad.

Adrien se casaría con esa chica, Marinette, los Agreste dejarían de ser unos pobretones y todo volvería a la normalidad.

Aunque primero, todo tenía que salir de acuerdo al plan.


Su cabello rubio estaba perfectamente peinado, su piel más pálida de lo habitual y sus ojos verdes clavados en su reflejo que mostraba el espejo de cuerpo entero.

-Nunca la he visto, ni hemos hablado alguna vez- dijo con sumo nerviosismo, más para sí mismo que para Nathalie, su nana. Esa mujer lo trataba mucho mejor que su propia madre.

Adrien tenía miedo, y ese miedo lo provocaba esa absurda idea del matrimonio. ¿Por qué demonios tenía que casarse con esa desconocida? Entendía que tenían problemas financieros, pero no era nada que no se arreglara con un poco de trabajo. Pero claro, su padre era demasiado digno para algo así y a él de milagro y le permitían salir de su habitación, mucho menos a la calle a buscar un empleo. Aunque ya fuera cumplido los 21 años.

-¿Crees que nos gustemos?- se giró a su nana, preguntando con un atisbo de esperanza en la voz. Si aunque sea se gustaban el matrimonio no podría ser tan malo ¿verdad?

Nathalie conocía perfectamente el sueño de ese chico al que consideraba su hijo. Adrien siempre había deseado que, si un di se casaba, fuera porque él y esa mujer se amaban, no por problemas monetarios. Pero ella no perdía la fe, lo conocía como a la palma de su mano y sabía que el muchacho tenía buenos sentimientos, además de ser atractivo. Era imposible que no le gustara a esa chica y no le extrañaría que ella terminara enamorándose de él.

Justo cuando iba a responder la pregunta del chico, las puertas de la habitación se abrieron de golpe.

-¿Gustarse?- se burló Gabriel, entrando al lugar.

-¿Acaso crees que tu padre y yo nos gustamos?- dijo Annabella, arqueando una de sus finas cejas.

-Pues…si- respondió Adrien, consiguiendo la risa de sus progenitores.

-El amor es una tontería- sentencio su madre con severidad- mejor vete olvidando de esas niñerías.

-No quiero ni una arruga en ese traje, Nathalie- ordeno el hombre, mientras Adrien se ponía lo chaqueta que la mujer acababa de planchar- apresúrate, los Dupain-Cheng no deben tardar.

El matrimonio Agreste cerró la puerta al salir de la habitación de su hijo y se dirigió al vestíbulo.

-El matrimonio no es más que una alianza- dijo Gabriel.

-Uno creería que debió haberlo aprendido luego de vivir con nosotros- asintió su esposa.

Se miraron un segundo, miradas frías e indiferentes a cualquier sentimiento.

-Todo tiene que ir de acuerdo al plan- dijeron finalmente.

Sonó el timbre.

El mayordomo se precipitó en la puerta y le abrió a los invitados para darles la bienvenida a la casa, aunque lo único que hizo fue mirarlos de manera altiva y con una desaprobación total, igual que sus amos.

Sabine estaba reprendiendo a Marinette.

-¿No pudiste elegir otro vestido? No apretaste bien el corset. ¿Le pusiste el armador a la falda? Mira que flacucha te ves…

El mayordomo se aclaró descaradamente la garganta, llamando su atención. El rostro de la mujer paso de una mueca a una dulce y falsa sonrisa.

-¡Hola! Lamentamos la tardanza ¿Cómo han estado?...-Sabine comenzó a parlotear, pero nadie la escuchaba.

Los padres del novio los miraban con repulsión mal disimulada, pero como esa era su cara de diario, nadie pareció notarlo. Marinette se quedó más alejada de sus padres.

-¿Por qué no pasamos al salón?- propuso Gabriel, de una manera muy autoritaria.

-Por supuesto- Sabine miraba todo, con fingida admiración- que gran decoración, tienen mucha clase…

-Pero si todo se ve viejo y anticuado- le susurro Tom, ganándose una mala mirada de su esposa.


Los dos matrimonios entraron al salón, pero Marinette se quedó en el vestíbulo, mirando todo distraídamente. La casa le parecía tétrica y estaba muy descuidada, la única cosa en prefecto estado era un reluciente piano de cola negro que llamo inmediatamente su atención.

Miro a su alrededor, cerciorándose que no hubiera nadie y sin poder resistirlo más, se sentó frente al piano y comenzó a tocar. Estaba perfectamente afinado, a diferencia del que había en su casa, por eso no pudo evitar emocionarse.

No se dio cuenta que alguien la veía desde la cima de la escalera.

Adrien escucho el bello y armonioso sonido proveniente de un piano, su piano. Se sorprendió de que alguien diferente a él lo estuviera tocando, así que salió a investigar.

Sentada de espaldas a el había una joven; su corazón latió a mil por hora al pensar que esa podría ser su prometida. Con todas las ganas de saberlo, bajo sin hacer el mas mínimo ruido la escalera, para reunirse con ella.

-Es una hermosa melodía- comento sin poder contenerse.

Marinette salto del asiento, tirando la banqueta. La muchacha se giró en redondo para ver a quien le hablaba, sin separarse ni un milímetro del piano. Lo que vio la dejo sin aire, como un puñetazo en el estómago. Solo que esto se sintió bien.

El joven frente a ella era muy guapo y tenía los ojos más hermosos que había visto alguna vez. Esos orbes esmeraldas estaban sorprendidos, pero ella percibía amabilidad y gentileza también. Adrien, por otro lado, comenzaba a dejar caer esas barreras de negatividad hacia el matrimonio que había estado armando desde que le dieron la noticia. La chica era hermosa, no había nada más que agregar.

Ella parecía nerviosa, le sonrió para tranquilizarla.

-¿Tu eres Marinette?

-S…si.

-Yo soy Adrien- la sonrisa del rubio se ensancho- es un gusto al fin conocerte.

-El…el gusto es mío- ella le dio una pequeña sonrisa de vuelta.

-Mi madre dice que las mujeres no deben tocar el piano, "despierta pasiones"- Adrein rodo los ojos, mientras ponía la banqueta de nuevo en cuatro patas.

Ella se regañó mentalmente, ya había hecho una tontería y no tenía ni 10 minutos en la casa.

-Creo que exagera- ella miro al muchacho con los ojos bien abiertos-tu tocas como los ángeles.

Marinette que no podía estar más colorada y con menos oxígeno en la sangre, como si los puñetazos siguieran, pero sin cambiar esa sensación tan agradable. Como resultado, su cerebro se estaba ahogando y no podía pensar. Comenzó a tartamudear ante el inesperado halago y, sin querer, golpeo el pequeño florero sobre el piano, tirando la flor y derramando el agua que contenía.

-Oh, lo siento tanto- la muchacha se alarmo- fue un accidente, joven Agreste…

-Tranquila, no hay problema- el lucho con la risa que quería salir, ella le parecía muy dulce- y, por favor, llámame Adrien.

-Adrien- repitió la pelinegra, jugueteando con la flor que había estado en el florero- ¿sabes? Mañana nosotros estaremos…

-Casados.

-Sí, casados- dijo ella con inseguridad.

-Acaso… ¿hay algún problema con eso?- inquirió Adrien, tratando de ocultar la angustia en su voz. Para ese instante, ya se había hecho a la feliz idea de casarse con Marinette.

-No, no, nada de eso.

Marinette le sonrió, mirándolo directo a los ojos, con un brillo de simpatía. Coloco la flor en ojal de la chaqueta de él, poniéndolo levemente nervioso pero a la vez contento.

-Marinette- Adrien pasó su vista por la habitación- ¿y tú dama de compañía?

Ella no supo que responder. La verdad, no tenía dama de compañía. Y no era algo que sus padres creyeron necesario en sus 20 años de vida…

-¡¿Qué hacen ustedes dos aquí solos?! ¡Que escandalo!- grito molesta la madre del muchacho- al salón ¡Ahora!


TRES HORAS DESPUES

-Una vez más, señorita Dupain- el reverendo gruño, ya sin paciencia.

Y es que Marinette no había dicho bien sus votos ni una sola vez desde que empezaron el ensayo. Siempre se le olvidaba algo o hacia una torpeza, su madre estaba que se comía las uñas de la desesperación. Sabía que su hija no hacia las cosas como una persona común ¡pero esto era el colmo! Los señores Agreste tenían sendas muecas, al igual que el reverendo y el mayordomo. Solo Tom hallaba divertido todo el asunto.

-Con estas manos, yo sostendré tus anhelos. Con esta vela- Marinette alzo la larga y delgada vela- yo alumbrare tu camino.

Se inclinó un poco sobre la vela y acerco la mecha al fuego de otra vela que había en el improvisado altar. La vela no quiso encender. Lo siguió intentando, bajo la atenta mirada de todos. Luego de unos minutos lo consiguió.

-¡Ja ja!- celebro la chica, pero al no medir la distancia termino apagando la mecha con su aliento- ARGH

-Señorita Dupain- llamo el reverendo- ¿es que usted no quiere casarse?

-No…

-¿No?- Adrien la miro, ella se apresuró a corregir.

-No es que no quiera, porque si quiero, pero…es que…

Cuando iba a comenzar a balbucear cosas sin sentido, entro en el salón una joven muy bella y elegante, de cabello castaño y tez pálida, llamando la atención de todos.

-Lamento la intromisión- dijo la recién llegada con una sonrisa- me entere que sería el ensayo de la boda, pero al parecer llegue un poco tarde.

-¿Y tú eres?- pregunto Annabella, mirándola quisquillosamente.

-Soy lady Lila, vengo de Italia. Estoy de visita en el pueblo.

Ante la mera mención de "lady", la pareja Agreste se miró entre sí de manera significativa.

-Una silla para lady Lila- ordeno Gabriel.

El mayordomo atendió eficientemente y en unos segundos, la recién llegada estaba cómodamente sentada.

-Por favor, continúen- pidió lady Lila.

Adrien y Marinette se giraron de nuevo hacia el reverendo, el ensayo prosiguió.

Marinette respiro profundamente.

-Con esta vela, yo alumbrare tu camino- la vela se encendió, pero con una leve brisa se apagó. Adrien la encendió de nuevo con su vela, sin perder su buen humor- tu copa nunca estará vacía, pues yo seré tu vino.

-Bien- el reverendo estaba ansioso por terminar- supongo que trajo el anillo.

Sabine miro ceñuda a su esposo, Tom le mostro el pulgar en alto y le guiño un ojo. Luego de que Marinette se toqueteara el vestido, saco el pequeño objeto de un bolsillo estratégicamente escondido en los pliegues de la falda.

-Y con este anillo, te pido que seas mi esposo.

Tomo la mano del muchacho para ponerle el anillo. No entendía como Adrien había dicho sus votos y le había puesto el anillo tan tranquilamente, cuando a ella se le olvidaba todo y le temblaban tanto las manos. Tal vez si no estuvieran todas estas personas mirando…

Entonces el anillo salió volando de su mano. La pelinegra comenzó la persecución aun con la vela encendida en una de sus manos. La pequeña ruedita parecía poseída, y huía de ella. Hasta que termino bajo el vestido de la señora Agreste. Marinette metió la mano para tomarlo, sin darse cuenta que le había prendido fuego al vestido de su futura suegra con la vela, que también parecía poseída. Bonito momento para no apagarse.

Saco el anillo y al ver el fuego, corrió al altar improvisado y tomo una jarra de agua que allí había y arrojo el contenido. Apagando el fuego y empapando a Annabella.

-Suficiente- grito el reverendo, la vena de su frente a punto de explotar- la boda es mañana, señorita Dupain, tiene que saberse los votos a la perfección. Si es que quiere casarse, claro está.


-Valla esposa ideal- se lamentó Marinette.

No se suponía que una señorita caminara por allí sola, y mucho menos en los solitarios límites del pueblo, donde dejaba de ser pueblo para convertirse en bosque. Pero a sus padres les daba bastante igual, y luego del fiasco del ensayo su madre no quería ni verla.

Comenzó a cruzar el puente que se extendía sobre El Sena cuando el hombre de la campanilla y el uniforme azul anuncio:

-Desastre en el ensayo de la boda de Adrien Agreste y Marinette Dupain-Cheng.

-Maldición.

Es que esas palabras no eran de una dama, ¡pero estaba tan molesta! Todo había salido mal por su culpa. Si nada más ella no fuera tan…tan torpe. Porque eso era, una completa torpe; ella no merecía casarse con Adrien, solo le causaría problemas.

Marinette vio el anillo que era para Adrien mientras se adentraba en el bosque. Los arboles estaban desnudos, desprovistos de cualquier hoja verde; parecían muertos, y ese pensamiento hacia que todo se viera aún más aterrador.

Se acomodó mejor el chal de encaje sobre los hombros, no considero que probablemente era una mala idea salir a caminar por el bosque sin un abrigo desente en pleno invierno, ¿pero ya qué? No se iba a devolver.

Marinette sentía que, a veces, la soledad era lo mejor para ella. Le daba más tranquilidad. No como en ese salón, donde todas las miradas estaban en ella, esperando cualquier cosa para criticarla. Menos Adrien, claro está. Su mirada amable y semblante paciente no cambio en ningún momento. Ni siquiera cuando prendió fuego al vestido de su madre y luego le vacío la jarra de agua encima. El, incluso, pareció encontrar eso divertido.

Adrien era un gran chico.

Pensando en eso, apretó con fuerza el anillo en su mano y decidió poner en práctica todas las cosas que su madre le dijo. La espalda recta, hombros atrás, pasos ligeros y elegantes. Caminando así parecía una verdadera dama de sociedad. Mucho más confiada, sonrió.

-Oh, señora Agreste, que bello vestido trae esta noche- comento con simpatía a un árbol raquítico- ¿Qué dice, señor Agreste? ¿Qué lo llame padre?- Marinette rio graciosamente, hablándole a otro árbol- ¡Como guste!

Aunque estaba hablándole a la vegetación casi muerta, ella se sentía bien. Ni cerca de compararse a su mini conversación con Adrien, pero estaba cómoda. Entonces comenzando a recitar con voz firme y clara.

-Con estas manos yo sostendré tus anhelos- tomo una pequeña y delgada rama del suelo- con esta vela yo alumbrare tu camino, tu copa nunca estará vacía pues yo seré tu vino- sostuvo el anillo entre sus dedos, sonriendo con suficiencia al recordar perfectamente sus votos- y con este anillo te pido que seas mi esposo.

Coloco el anillo en una raíz que sobre salía del suelo. Estaba mucho más contenta, si mañana decía sus votos de esa manera todo saldría "de acuerdo al plan" como tantas veces había dicho su madre.

Entonces, las cosas dieron un giro que ella jamás se hubiera imaginado, ni en su más loco sueño… o pesadilla. La rama a la que le había puesto el anillo comenzó a retorcerse y la tierra alrededor de esta, a quebrarse.

Marinette retrocedió instintivamente, pues su mente estaba demasiado atónita por lo que presenciaban sus ojos: finalmente, de la tierra salió un cuerpo, uno que n pudo ver bien, ya que grito lo más fuerte que pudo, hasta casi dejarse la garganta, y echo a correr.

No podía creer lo que estaba sucediendo, ¿era real? ¿si vio a un cuerpo salir de la tierra? No estaba segura, pero de repente la temperatura había bajado y todo parecía más opaco, como cubierto de neblina, haciendo a un más inútil su chal de encaje. Lo hubiera tirado si no es porque había sido muy costoso y su madre seguro la mataría, si no lo hacia esa cosa primero. Por lo cual, su prioridad era correr hasta encontrar un lugar seguro donde enloquecer en paz.

Pero ¿podría ser algo que comió? Había oído que algunos alimentos te pueden causar alucinaciones si están mal preparados. ¡Pero eso era imposible! Su madre no la dejo desayunar nada esa mañana y los Agreste tampoco le ofrecieron algo de comer. ¿O seria por no haber comido?

Marinette corrió entre los árboles, sorprendiéndose de toda la coordinación que tenía cuando estaba locamente aterrada, su vestido estaba siendo rasgado por las ramas bajas de los árboles y sus finas zapatillas se hundían en la nieve, mojándole los congelados pies.

Se atrevió a mirar hacia atrás y grito aún más fuerte si era posible ¡esa cosa la seguía! Esto si estaba pasando.

Acelero el paso lo más que pudo, sudando a pesar del frio y con los pulmones ardiendo; salió del bosque y corrió directo al puente del rio Sena. A mitad de camino, disminuyo la velocidad hasta detenerse. El sol comenzaba a meterse. El astro rey no se veía por la gran capa de nubes que cubría Paris, pero su luz daba un tono anaranjado a las nubes grises.

Sea lo que sea que hubiera sido eso, ya no la seguía. Suspiro de alivio al dar por terminada su pesadilla, apreciando por un momento el color que tomaban las aguas del rio con el atardecer. Sonrió levemente, para irse.

Quiso gritar hasta quedarse sin voz, sin garganta y sin pulmones de ser necesario, pero de ella no salió ni un ruido. Lo que había frente a ella era peor de lo que creía. Un hombre alto y delgado estaba de pie a unos pasos; tenía el cabello rojo y ojos azules, usaba un traje elegante y formal, pero tenía cortes en algunos lugares, estaba sucio por la tierra y la nieve.

El principal problema era su piel enfermizamente pálida y su cabello opaco y descuidado de una manera poco acta para un ser vivo. Y lo que más lleno de pánico a Marinette: una de sus manos, la derecha, estaba huesuda. Apenas cubierta por una delgada piel. En esa mano, estaba el anillo de matrimonio.

El hombre la miro directo a los ojos antes de susurrar:

-Acepto.

Los nervios de Marinette llegaron hasta el límite cuando el sujeto se acercó dispuesto a besarla. "Esto no está, para nada, de acuerdo al plan" pensó, antes de desmayarse.