¡Hola! si es primera vez que lees alguna de mis historias ¡Bienvenido! si eres ya lector asiduo de mis locuras ¡Eres igualmente bienvenido!

Esta historia esta llena de Drama, sé que las mías normalmente lo están, sin embargo aquí exagero un poco, veremos una Bella que aunque no lo parezca al principio es muy valiente, dispuesta a sacrificarse por su pequeño hijo, mis villanos aquí serán James y Caius, desde este mismo capítulo pelearan por definir a cual odian mas.

Por lo intensa de la historia, no será muy larga, estipulo que unos 20 capítulos como máximo y será actualizada cada dos semanas mas o menos.

Como siempre una parte de mis historias pertenecen a mi amiga y Beta Cony, hace mucho rato que leíste este capítulo amiga, así que puedes leerlo para refrescarte la memoria jajajaja.

No los entretengo mas, así que aquí les dejo la primera entrega de "Condena"

Capítulo 1.

Flor marchita.

Ya va a terminar, ya va a terminar...

Bella se repitió en su cabeza eso una y otra vez, sus ojos estaban cerrados, mientras su cuerpo se deslizaba cortamente sobre la superficie del escritorio. Las embestidas eran constantes, los gruñidos de aquel asqueroso hombre retumbaban en la espaciosa pero nada bien distribuida y amontonada oficina, hoy había tenido la suerte de que había quitado las carpetas del escritorio, la semana anterior el hueso de su cadera había quedado fuertemente marcado por el gancho de una de las carpetas.

El hombre gruñó más fuerte penetrándola con violencia, Bella apretó los puños aferrándose al borde del escritorio y cerró más los ojos, lágrimas se aproximaban a sus lagrimales con rapidez.

No podía llorar, no le daría esa satisfacción a él, suficiente que utilizara su cuerpo, pero no iba a afectar su ser, no le haría ver que sentía asco, repulsión y una enorme rabia, si pudiera matarlo lo haría, ¿qué era una marca más para un tigre? Otra acusación de asesinato no iba a hacer mucho cambio a su condición actual, ¿qué iban a hacerle? ¿Matarla dos veces? ¿Ponerle doble dosis de inyección letal?

Apretó los ojos con furia...

¿Por qué no lo matas Isabella?

Los gemidos del hombre eran asquerosamente frenéticos.

¿Mami?

Bella mordió su labio con fuerza, un niño... Un hermoso y bello niño que sabía que preguntaba por ella todas las noches, un niño que su hermana criaba como si fuera propio, el niño por el que había matado una vez y volvería a matar...

Pero no podía matar a este hombre, ellos tenían un trato... Ella sería su desahogo seminal y él permitiría que ella viera a su hijo... Una sola vez, eso era lo único que quería... una única vez antes de que terminara su condena, antes de que la pena de muerte se cumpliera, verlo una vez, no en fotos, sino en persona, él era muy pequeño para ir a aquella cárcel y aunque pudieran dejarlo entrar ella no dejaría que los dulces ojos azules de su hijo vieran en el lugar donde estaba, pero él... El hombre que ahora gemía en las que parecían por fin, las últimas estocadas para acabar, le había prometido encontrar una forma de lograrlo.

Las manos se apretaron en sus caderas, el lastimoso pene del hombre se adentró lo poco profundo que podía y finalmente terminó, retirándolo de su interior y bañándole las nalgas con espeso y asqueroso semen.

—Ugg —exclamó él aplastándola con sus manos sobre la madera, sus senos dolieron contra las astillas del desgastado escritorio, él había querido que se quitara el sujetador, porque ese día tuvieron más tiempo.

Normalmente él bajaba la cremallera delantera de su overol naranja quitándoselo sin delicadeza, acostándola sobre su estómago en el escritorio y apartaba sus braguitas penetrándola sin preparación previa. Pero para placer de él y desgracia de ella, hoy tuvieron más tiempo para acariciarla.

—Hoy no estabas tan estrecha —dijo incorporándose—. No te estarás tocando ¿no? —Bella respiró profundo, esos encuentros eran tan terribles que no le dejaban ningún gusto o afinidad con el sexo, llegando a literalmente odiarlo.

Se apoyó en el escritorio impulsándose con las palmas de sus manos, ella no había terminado, nunca lo hacía, los asaltos del director de la cárcel eran rápidos y humillantes, por lo que el placer propio era algo en lo que ni siquiera pensaba.

Sin contestar a las palabras del director, Bella tomó unas toallitas desechables e intentó limpiar la marca de aquel hombre en su trasero.

—No —dijo extendiéndole una mano—. No te limpies aún. —El hombre metió su insignificante miembro de vuelta a sus pantalones y subió la cremallera de su pantalón gris.

—No quiero que se me ensucie el overol —dijo Bella con voz ronca.

—Que se te ensucie, así todas sabrán qué anduviste haciendo aquí.

Bella rodó los ojos y en un arranque de rebeldía, intentó limpiarse nuevamente, el director de la cárcel la tomó de la mano y dándole la vuelta la aplastó de nuevo contra la madera, su delicada pelvis se clavó con el borde del escritorio, Bella apretó los ojos y abrió la boca, los huesos de su cadera volverían a quedar marcados por semejante salvajada.

—No te limpies, dije. —Con la otra mano abarcó su espalda descubierta y la aplastó más sobre la madera y soltándole la mano con la que la había inmovilizado regó la suciedad de su trasero lo más que pudo, Bella mordió su labio con fuerza—. No me desafíes putita. —Su barbilla raspó uno de sus omoplatos—. No estás en posición de desafiarme, tengo tu coño entre mis manos.

Con uno de sus pies, apartó los de ella, separándolos violentamente y con la mano que le había regado su esencia, restregó con palma abierta su intimidad.

Bella ahogó un gemido de asco, el llanto volvió a aglomerares en su garganta, pero lo detuvo, sentía que su tráquea se iba a abrir en dos por lo grande del nudo que tenía en este momento en el pecho, pero no le daría la satisfacción a ese hombre de sentirse ultrajada, después de todo él tenía razón, ella era su puta.

—Lo… siento —dijo entre dientes. Caius Vulturi, o Lucifer, como lo llamaban las internas, se separó finalmente de ella, dejándola separarse lentamente de la madera.

Bella respiró profundo y sin verse el cuerpo aún descubierto, levantó con lentitud y debilidad su overol, lo caló por su cuerpo y subió el cierre lentamente, sintiéndose sucia, asquerosa y ultrajada, era cierto que ella sabía a qué iba a ese despacho, pero eso no significaba que no se sintiera violada cada vez que salía de ahí.

Caius encendió un habano exhalando el humo y aspirándolo entrecortadamente, se sentó en la silla del escritorio y sin verla le habló.

—Antes de irte recoge ese desastre —le dijo señalando las carpetas que había tirado al suelo predeterminadamente antes de tomarla. Bella cabizbaja y sin decir palabra se agachó, su rostro se crispó un poco por el dolor de sus caderas, inmediatamente mejoró su expresión y dio gracias a que Caius no se hubiese dado cuenta de su dolor.

Cuando hubo terminado, Bella se vio al frente de aquel rubio, mayor y desagradable hombre. Quería hablar, se moría por preguntarle cuándo, pero no llegaba a atreverse, si le demostraba interés el precio a pagar sería más alto del que ya había pagado, pero no podía volver a salir de aquel despacho sin tener aunque sea un pequeño indicio de cuándo vería a su pequeño.

—Ca... —tartamudeó, el hombre no le hizo caso—. ¿Señor? —terminó diciéndole.

Caius exhaló el humo de su habano y volteó la parte encendida hacia su boca, soplándolo, haciendo que pequeñas partículas de tabaco se encendieran en un naranja fluorescente.

— ¿Qué?

Bella bajó la cabeza.

—Me preguntaba, eh… Sr... Si... Cuando, ¿cuándo podré ver a mi pequeño?

Caius volvió a soplar su habano, demoró lo que ella consideró años, luego con una mirada desganada la observó con desprecio.

—Aún no.

Bella sintió un nudo en su garganta.

— ¿Se…Señor? —tartamudeó en una súplica interna de haber escuchado mal, tenía ya demasiadas semanas pagando su trato, él le había dicho que después de veinte días le cumpliría y hoy era el día veinte.

Caius se levantó de su silla observando por la ventana que daba al patio central del retén, era un gusto algo sórdido como le gustaba ver a las reas jugar vóleibol o entrenar en el poco elaborado gimnasio que se encontraba al aire libre.

—Lo que pides no es fácil Swan —empezó sin observarla—. Traer un niño a un plantel de alta seguridad no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana.

Bella se adelantó dos pasos.

—Lo sé... Digo... Lo... Lo imagino, señor —su voz era temblorosa y cauta, no quería hacerlo enojar, Caius enojado podía ser más violento que de costumbre, aún recordaba la costilla astillada que le dejó cuando pagó la primera cuota de su trato—. Pero… —continuó a pesar del miedo—… usted me dijo que sería posible con el tiempo que establecimos. —Caius se dio la vuelta lentamente.

—Aún no ha pasado ese tiempo Swan. —Bella sintió un escalofrío.

—Se... —tragó grueso—. ¿Señor?

—No ha pasado el tiempo establecido.

—Us...Usted dijo veinte días...

Caius frunció el ceño con expresión burlona...

— ¿Lo dije? —Bella asintió, la pared de su celda de dos por dos tenía dibujadas, pequeñas líneas que sumaban veinte.

—No lo creo. —Convino Caius dando otra aspirada al habano—. Márchate, tengo una reunión con el Ministro y tengo que retirarme del penal.

Bella cerró los puños con fuerza, debería matarlo, nadie iba a poder culparla de nada, nadie... Más bien le haría un favor a la humanidad.

Los ojos azules volvieron a acecharla, una sonrisa tierna y pura le impidió tomar aquella tijera que brillaba en el escritorio y clavársela al hombre que le daba la espalda.

—Vete —volvió a repetir Caius, Bella respiró profundo.

—Señor. ¿Entonces cuánto... cuánto falta para terminar nuestro trato? No... No tengo mucho tiempo. —Su ejecución era en seis meses, pero ella no estaba segura de si él lo sabía o no, Caius era muy descuidado con las condenas de las reclusas, lo de él era la corrupción a otros niveles, de hecho todas sabían que lo habían enviado a aquel agujero de mierda (como les dijo el día que se presentó a las reclusas) por castigo del Ministro que lo encontró robando de los fondos del estado.

Caius cerró los ojos con fastidio, volvió a encararla y caminó hasta ella, Bella quería retroceder un solo paso pero no se atrevió, Caius la tomó de la barbilla apretando bastante su pequeño rostro.

—Te dije que te largaras, tengo que limpiarme el nauseabundo olor que me dejaste en el cuerpo y tengo que salir de aquí. L-A-R-G-A-T-E.

—Pe... —Él la apretó más fuerte, robándole un quejido, levantó la mano con el habano aún encendido y se lo acercó demasiado al rostro, Bella entonces forcejeó, intentando alejarse, Caius la apretó aún con más fuerza, las lágrimas que había aguantado empezaron a formarse nuevamente gracias al calor que emanaba la cercanía del habano y gracias al temblor de terror que ella experimentaba.

—No me provoques —dijo viéndola con odio—. No debería dejarte ni hablarme y ¿estás exigiendo algo? Recuerda que no eres nada, nadie, un parásito del país, un barro que la sociedad quiere olvidar por completo, un cáncer que quieren extirpar, no me hagas acelerarlo, ¿crees que no sé que tu ejecución es en seis meses? ¿Crees que soy estúpido?

Bella tembló de nuevo.

—Nuestro trato sigue porque me encanta enterarme en tu coño y marcarte la piel de zorra que tienes. —Apartó finalmente el cigarro de su rostro y pasó su nariz por el rostro, Bella cerró los ojos con asco y miedo—. No entiendo para qué quieres verlo —susurró muy cerca de sus labios, ella no toleraba los besos, pero no podía decírselo, porque eso sería peor para ella, por lo que optó por contestar.

—Es mi hijo —susurró—. Lo único que tengo. —Caius resopló una risa.

—Ser hijo de una asesina condenada a morir, ¿quién va a querer una madre así?

Eso le dolió más que si en efecto le hubiera golpeado, un sollozo atravesó su garganta sin poderlo frenar, Caius sonrió macabramente.

— ¿Ves? —Dijo separándose hasta su escritorio—. Hasta te hago un favor no trayéndolo. —Bella abrió sus ojos desmesuradamente, dos lágrimas bajaron de sus lagrimales, dio un paso hacia él.

—Por favor —suplicó—. Usted me lo prometió.

Caius la ignoró y marcó el intercomunicador de su teléfono de escritorio.

—Jane —dijo con la burla de poder en su rostro—. Ven a sacar a la reclusa de aquí.

— ¡No! —gritó Bella acercándosele. Inmediatamente una mujer rubia y bajita entró seguida de dos hombres altos y fuertes, ambos la detuvieron antes de que lo alcanzara.

—Usted lo prometió —dijo Bella intentando en vano forcejear con semejantes hombres. Caius dio una risa.

—Yo nunca prometo nada Swan. —Bella parpadeó aterrada. La había usado, había caído como una tonta en su trampa, él no la ayudaría, nunca lo haría y sin embargo él era el único que podía y tenía el poder de hacerlo.

—Por favor —susurró con sus manos y brazos presionados en su espalda—. Haré lo que sea, por favor, una sola vez.

—Llévensela —dijo sacudiendo su mano con desprecio. Jane, sin decir palabra, dejó salir a los hombres primero, quedándose un poco rezagada.

— ¿Alguna instrucción especial?

—Solo que te largues, este desahogo terminó dejándome de mal humor, lárgate de mi vista, tengo que ir a una reunión con el ministro. —Jane entrecerró sus ojos, odiaba a esa estúpida mosca muerta, era una insulsa flaca sin gracia, pero lo que más odiaba era esa absurda obsesión de Caius por Swan, ¡por Dios! ella podía darle lo mismo o más de lo que Swan le daba, pero él ni siquiera la miraba.

Caius se colocó de pie y aflojó su corbata, desabotonando los primeros botones, cuando sacó la camisa de su pantalón, entonces observó con furia como Jane aún estaba ahí.

— ¡Fuera! —gritó, haciéndola dar un respingo para después salir de inmediato de la oficina, cerrando la puerta tras ella.

Caius pasó el seguro y respirando profundo se terminó de quitar la camisa mientras se dirigía a la ducha privada y último modelo de su oficina.

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Afuera. Demetri y Félix, los gorilas de seguridad de Caius, llevaban a trompicones a una llorosa y francamente débil Bella, bajaron los niveles con ella, saliendo del pequeño edificio donde estaban las oficinas del retén, cuando cruzaron el patio. Llegó un momento en el que Bella tropezó con alguna piedra en el suelo y eso hizo que terminara siendo arrastrada los últimos metros.

— ¿A dónde creen ustedes que van? —Una voz aguda, femenina, aunque en cierto modo fuerte y decidida detuvo de ipso facto a ambos hombres y por consecuencia a su carga.

—Solo hacemos nuestro trabajo, Alice.

Alice Brandon, de escaso metro cincuenta, vestida de guardia de la cárcel, con un uniforme terrible que no le hacía justicia a su cuerpo, salió furiosa al encuentro de aquellos seres.

—Ningún trabajo idiotas, no se permiten hombres después de aquella reja, así que deténganse de inmediato. —Luego los señaló con su dedo índice y completó: —Y es 'Oficial' Brandon.

La pequeña y atorrante Oficial era una verdadera patada en el culo para los hombres que se les ocurría interferir con las reglas generales del retén, por lo que muy sabiamente, Félix y Demetri detuvieron su andar.

—Trajimos un encargo de la oficina del Director. —Ambos soltaron a Bella, que dando unos traspiés, se cayó al suelo de piedritas, Alice se adelantó hasta colocarse frente a ellos.

—Pues considérenlo recibido, ahora fuera. —Alice le daba por el pecho a Demetri e inclusive más abajo a Félix, pero ambos inclinaron la cabeza y asintieron con sus mandíbulas apretadas.

Una vez ambos hombres estuvieron fuera del campo de visión, la chica demasiado joven para trabajar ahí se dio la vuelta. Bella se estaba colocando de pie, apoyándose de sus rodillas, su pelvis reclamó haciéndola dar un gemido, le dolía el cuerpo, pero más le dolía el alma.

— ¿Estás bien? —preguntó sin tocarla, Bella se incorporó lentamente y asintió—. Camina —le dijo Alice, pero su tono fue dulce—. Creo que te vendrá bien una ducha. —Bella alzó su mirada sorprendida de aquellas palabras, las duchas eran en la mañana y estaba a punto de anochecer.

— ¿Quieres o no la ducha? —Bella asintió, aún se sentía el pegote de Caius en su piel—. Pues muévete, en media hora se sirve la cena y tienes que estar en tu celda para entonces.

Caminaron dentro del retén, las paredes de cemento brillantes y de pasillos estrechos se alzaban a su alrededor. Bella caminó directo a las duchas, seguida muy de cerca por la Oficial Brandon. Las demás oficiales que custodiaban el retén estaban regadas en sus diferentes posiciones, se toparon con algunas de ellas pero como Bella iba acompañada de una oficial no hicieron preguntas. Cuando llegaron al área de las duchas, Alice se adelantó y pasando su carnet de identificación abrió la pesada puerta dejándola entrar.

—Tienes quince minutos nada más, luego vengo por ti, dúchate y vístete rápido, no hay tiempo.

Bella bajó el cierre de su overol, el desnudo no era algo escondido dentro del plantel, todas las reclusas se bañaban juntas en un enorme espacio, sin separaciones entre regaderas, Alice cerró la pesada reja y la dejó sola.

Bella se despojó de su overol naranja y dejándolo guindando en un perchero corrió descalza a su ducha favorita, le había tocado en una oportunidad por pura suerte y la usaba cada vez que podía, que eran muy pocas veces, puesto que Victoria la reclamaba siempre como propia.

Abrió el agua fría al principio, dejándola caer en su magullado cuerpo, esperando a que se calentara tomó el pequeño jabón de tocador sin olor específico y ahuecándolo en sus manos trató de sacarle espuma, cuando lo logró, se permitió entonces bajar la vista, observando su pálida y marchita piel.

Un moretón nuevo se dibujaba esta vez en ambos huesos de su cadera, estaba tan delgada que sus costillas se veían cubiertas de piel, donde se dibujaba otro moretón no tan nuevo, que había sido consecuencia de su anterior encuentro con el director.

Cada moretón valía la pena, cada humillación y golpe podía soportarlo, solo para poder verlo de nuevo...

Entonces las palabras del director se colaron en su mente...

¿Y si él no cumplía su palabra? ¿Y si no podía ver al pequeño JJ?

Cerró los ojos y dejó entonces salir las lágrimas que le pedían a gritos una liberación, no sollozó porque no tenía fuerzas para hacerlo, el agua salada que corría por sus mejillas se perdía con la dulce del grifo. Sus ojos cerrados, su boca ligeramente abierta, pensando y pensando en nada más que su hijo y la última vez que pudo tenerlo entre sus brazos.

Flashback.

¿A dónde iremos, mami?

Lejos mi vida, muy lejos, pero necesito que te apresures, agarra tu peluche ¿sí?

James Junior, de cuatro añitos, tomó con fuerza el oso de felpa en sus manos, apretándolo contra su pecho mientras su madre metía cosas como loca en un bolso no muy grande.

¿Papi viene?

Bella cerró los ojos con terror, aún tenía que cubrir el golpe de su mejilla izquierda con maquillaje, sus costillas dolían cada vez que lo alzaba en brazos, pero lo disimulaba con esfuerzo para no preocuparlo. El pequeño JJ preguntaba no porque quisiera a su papá ahí con él, sino por todo lo contrario.

No cielo, no vienecontestó ella, el pequeño sonrió sintiéndose apenado por su alegría.

Unas luces barrieron frente a la casa, Bella se aterró y estirando una de sus manos arrastró a su hijo en su abrazo, colocó un dedo sobre sus labios suplicándole silencio, el pequeño asintió apretando más su oso de peluche.

Bella se acercó a la ventana y apartó apenas las cortinas, entonces observó el mercedes rojo sangre que pertenecía a su hermana adoptiva.

Sonrió aliviada exhalando un suspiro trémulo, Rosalie había llegado para sacarla de ahí, colocó al pequeño en el suelo y tomó rápidamente el bolso con las cosas que había empacado de su hijo, y otro en que llevaba las suyas.

Vamos, cielodijo estirando su mano hacía él—. Tía Rose llegó. Vamos.

El pequeño JJ tomó con fuerza la mano de su mamá y salieron del cuarto apresurados, corrió escaleras abajo, Bella atravesó la cocina yendo con rapidez a la puerta trasera, se colgó los dos bolsos en los hombros y tomó al pequeño en sus brazos. JJ se abrazó con fuerza al cuello de su mamá, apretando en su manita a Teddy.

Vaya, vaya, vaya.Bella jadeó aterrada al oír la voz, se paralizó en el pequeño porche de madera.

Pero si es mi querida esposadijo la sombra de James aspirando su cigarrillo—. ¿Vas a alguna parte, cariño?

Bella se detuvo de inmediato, estaba empezando a anochecer y el patio de la casa de su infancia que quedaba en el campo estaba oscuro, agudizó la vista y pudo observar como algunas sombras se movían a no mucha distancia de ellos, James había venido con sus hombres, no le sorprendió.

Te hice una pregunta.El tono fue tan frío que hasta el pequeño JJ se aferró con terror del cuello de mamá, casi asfixiándola.

Bella aclaró su garganta y puso sus dos manos en la espalda de su hijo, pasándolas de arriba abajo para intentar calmarlo, vio mejor el auto y se armó de valor para preguntar.

¿Qué haces con el auto de Rose?James se encogió de hombros y volvió a aspirar el cigarrillo.

¿A dónde ibas Isabella?Ella cerró los ojos, iba a ser imposible salir de allí, pero solo pensaba en JJ que parecía temblar pegado a su pecho.

Me voy Jamesdijo tratando de sonar valiente—. Por favor, déjanos ir.

James aspiró de nuevo el cigarro y lo lazó al suelo, pisándolo contra la grava, se irguió en toda su altura y caminó hasta ella, permitiéndole que el pobre farol del patio trasero lo iluminara un poco.

Tú no vas a ninguna parte.Bella tembló de nuevo—. No con él. —Señaló con su barbilla a su pequeño hijo aferrado a su pecho. El chiquillo dio un quejido, aunque no lo había visto señalar, sabía que su papá hablaba de él.

Bella negó con desespero. Es mi hijo.Lo apretó más—. No puedes quitármelo.James dio una risa y un sonoro aplauso que los hizo estremecer a ambos.

¡Yo no te lo quité, estúpida! ¡El gran estado de Pensilvania lo hizo!Abrió sus manos como si abarcara por completo el estado, JJ se estremeció de nuevo.

Porque tu padre es dueño del estado, nadie te hubiera dado la custodia de otra manera.

James perdió entonces la paciencia.

Suéltalodijo señalándolo con la barbilla de nuevo. Bella negó retrocediendo apenas un paso, observó como ahora los hombres estaban más cercanos, no tenía escapatoria pero no podía dejarlo con él, lucharía hasta su propia muerte.

James hizo sonar su cuello con desespero.

No tengo todo el día Isabella, me hiciste voltear la puta ciudad patas arriba buscándolos. Ahora, ¡Suelta a mi hijo!

¡No!Alguien gritó, pero no fue ninguno de los dos adultos, JJ volteó su carita llena de lágrimas y le gritó a su papá: No quiero irme contigo, ¡quiero a mi mami, quiero a mi mami!

Bella arrulló un poco al pequeño.

Shh, cielo, shh dijo en lo que trató fuera un tono calmo—. Nadie nos va a separar, nadie.

Volteó ligeramente cuando sintió ruido tras ella, uno de los de seguridad estaba dentro de casa, impidiéndole regresar adentro, en ese momento vio como otros dos se acercaban por los lados del porche, cerrando con broche la presencia de James en todo el frente, no tenía escapatoria, no la tenía.

Jamesdijo ella en un tono que trató fuera conciliador—. Por favor, lleguemos a un acuerdo, te lo ruego, no nos separes.

Tú sabes cuál es el arreglo.Su voz fue baja, Bella cerró los ojos—. Vuelve a mí, se mía de nuevo y te quedas con él.

La chantajeaba con su hijo, él no lo quería, nunca lo hizo, para James Sénior la presencia de su hijo era meramente decorativa, para las fotos en prensa, para reportajes y demás cosas similares, pero a James no le importaba más allá la vida de su hijo. No sabía qué le gustaba o disgustaba, no sabía que le tenía miedo a la oscuridad, que amaba los gatos y los perros, que adoraba que le leyeran historias de aventuras, que le había pedido a Santa Claus en la última navidad que sus papis no se pelearan tanto. James no sabía nada de eso.

Él lo quería porque James hacía lo que su padre le exigía. Su padre, el próximo-a-ser-juez-del-estado, necesitaba una conducta y familia intachable y su atorrante nuera no ayudó con la demanda de divorcio, por lo que desprestigiándola como mujer, ser humano y hasta tildándola de ladrona, hizo de su hijo un mártir, haciendo que el juez de menores (que le debía un gran favor) le otorgara la custodia a su maltratado y abnegado hijo.

James tenía el poder para deshacer eso, él podía solicitar una custodia compartida, pero no lo haría, por el simple placer de dañar a aquello que osó desafiarlo.

Bella negó con la cabeza. Intentó dar otro paso hacia atrás, pero el hombre seguía ahí.

No puedo James, por favor, no...

¡Se acabó esta mierda! ¡Sam, Laurent!

Bella gritó, JJ gritó. Los dos hombres la tomaron zarandeándola y sosteniéndola mientras James se adelantaba rápidamente y tomaba a su hijo, arrancándolo del pecho de su madre, JJ se batió en brazos de su papá con furia, gritando con desespero, tan agudo que podía haber roto los ventanales de la casa.

Bella se alzaba de brazos y piernas, intentando zafarse para así seguirlo. JJ estiraba sus manitas gritando una y otra vez a su mami que no lo dejara. Bella lloró sangre mientras se intentaba librar de los brazos que la apresaban.

Mientras James llevaba al pequeño pataleando, el otro hombre que había flanqueado a Bella se adelantó al Mercedes, abriendo la puerta para su patrón, JJ mordió entonces la oreja de su padre y éste en acto reflejo lo soltó, el pequeño cayó al suelo y con peluche aún en mano corrió hasta su mamá, Bella pisó al hombre que la tenía por la cintura y con el bolso de los juguetes de JJ golpeó al otro, finalmente zafándose y corriendo al encuentro de su hijo.

¡Mami!Gritó el pequeño saltando a los brazos de mamá—. No me dejes mami, no me dejes. Bella se colocó de pie, tenía que correr, si tan solo alguien viniera en su ayuda. Vio el sembradío seco frente a ella y corrió en aquella dirección, con su hijo sostenido, aterrada, sin aire y cansada.

— ¡ISABELLA!el grito fue desgarrador, James corrió tras ellos alcanzándolos en apenas dos zancadas, arrancándole esta vez salvajemente al pequeño de sus brazos. Bella haló a James del pelo quedándose con un mechón entre sus dedos, entonces todo pasó muy rápido.

James furioso y adolorido se giró y con el revés de su mano propinó un golpe en la quijada de Bella que la hizo perder el conocimiento, dejándole marcado el anillo de piedra roja que llevaba siempre en el dedo.

¡MAMI! ¡MAMI!

Bella estaba atontada, el dolor la había adormecido mientras observaba sin poder moverse como James metía a su pequeño en el auto. James se puso una mano contra la oreja herida y maldijo en voz alta, cuando cerró la puerta vio al suelo y tomando a Teddy que el pequeño había dejado caer en el suelo cuando corrió a su mamá, lo aventó dentro del auto y lo rodeó para subirse a manejar, antes de subirse dio alguna instrucción a sus hombres y salió del campo dejando sola una camioneta negra que Bella no había distinguido antes.

El olor a gasolina y kerosene bañaron las fosas nasales de Bella, que, tirada en el suelo intentaba reaccionar del golpe de James y del dolor en su rostro.

Vio a través de sus párpados como destellos naranjas se apoderaban de sus ojos, pero no tenía fuerza para abrirlos, sintió humedad sobre ella y ahogada abrió los ojos.

Uno de sus hombres, Sam, le vaciaba una botella encima, whisky, vodka, pudo haber sido cualquiera, le dejó la botella tirada cerca y se retiró, sin ayudarle a pararse. Laurent, el hombre al que golpeó con el bolso de juguetes de JJ se colocó frente a su cuerpo inerte y la pateó en las costillas como venganza. Bella gimió dándose la vuelta sobre la tierra, con sus manos apretadas a su cintura sintió como la grava volvía a levantarse, con un quejido se puso sobre su estómago, la tierra se le pegó a su ropa recientemente húmeda de alcohol, le rasguñó su rostro adolorido.

Con un esfuerzo sobrehumano se apoyó en sus manos, poniéndose a cuatro patas sobre la grava, temblaba de frío, pero hacía calor, mucho calor, las explosiones típicas de la madera al encenderse retumbaban constantemente, calor, mucho calor.

Levantó la mirada y observó incrédula como su casa, la casa de Charlie y Renée, la casa donde la criaron, donde vivió su infancia, era ahora consumida por enormes lenguas de fuego.

Volteó a sus lados, estaba sola, aterradoramente sola.

Su cabeza se despejó poco a poco y aterrada gritó:

¡JJ!Se incorporó y gritó del dolor lacerante en su costado y su quijada. Las lágrimas bajaron desesperadas limpiando las marcas de barro en su rostro—. ¡JJ!Gritó de nuevo—. ¡Bebé!gritó con desespero y cayó de nuevo sobre sus rodillas, no lo tenía, él se lo había llevado, había alejado a su bebé de ella, un hueco se abrió en su pecho, James la había golpeado, maltratado, insultado y hasta violado pero nunca se sintió tan dolida como en aquel momento, su bebé, su pequeño no estaba en sus brazos.

Algo de madera hizo una explosión en la casa y la hizo reaccionar un poco, la casa estaba consumida en llamas inclementes, escuchó entonces las sirenas de los bomberos, vio a sus lados y encontró las botellas vacías de licor, se arrastró hasta ellas y se colocó de pie, abrazándose las costillas y tratando de olvidar el dolor de su rostro corrió hacia el sembradío, no podía dejar que la encontraran así, nadie le creería, él tenía el poder para hundirla y quebrarla como un palillo.

Corrió con la fuerza que tenía hasta adentrarse en el alto sembradío casi seco de la pequeña granja, soltó las botellas y se adentró y adentró en aquel lugar, mientras en su mente los gritos de su hijo la acechaban y laceraban con terrible dolor.

¡MAMI! ¡MAMI!

Fin Flashback.

Bella despertó de su letargo en la ducha de la cárcel, cerró el grifo con rapidez y corrió desnuda hacia donde había colgado su overol, secándose escasamente con una toalla para manos, se caló sus bragas y su overol que gracias a lo escaso de la semilla del director y de cómo la había esparcido por su piel, no había llegado a mancharse. De todas formas agradeció que al día siguiente le darían uno limpio luego de la ducha, por lo que tan solo tenía que esperar algunas horitas nada más.

Mañana sería sábado y eso significaba día de visitas. Rosalie seguramente iría a verla, llevándole alguna foto nueva de JJ, acababa de empezar en un nuevo colegio y estaba ansiosa por saber cómo le había ido.

Salió del área de duchas esperando conseguir a Alice cerca, pensando que ella misma la escoltaría a su celda o al comedor, pero la pequeña oficial no estaba por ningún lugar.

— ¿Qué demonios haces tú aquí?

Jane se acercó a ella con velocidad, Bella bajó la cabeza.

—Me estaba duchando, Oficial —contestó de inmediato, Jane exhaló un bufido.

— ¿Crees que esto es un hotel? ¿Que puedes ducharte cada vez que quieres? ¿Quién te dejó entrar aquí?

Bella se quedó callada, no iba a acusar a Alice, ella era buena con las reclusas. Jane le dio un toque con el bastón de madera que usaba como arma haciendo que Bella diera un respingo.

—Te pregunté, ¿quién te dejó entrar aquí?

Bella no contestó y Jane se llenó de rabia, odio por esa pequeña mosca muerta que se las daba de concubina del director, esa que siendo una asesina tenía acceso a ese hombre cuando ella misma no podía.

Jane marcó uno de los comunicadores de la pared, de inmediato el sonido metálico de las puertas al quitarle el precinto de seguridad se hizo presente, Bella vio con terror como Demetri y Félix aparecían frente a ella.

—Escucharon al director, llévenla a la celda de castigo.

Bella retrocedió, con los ojos abiertos como cervatillo, ella no había hecho nada malo, otras reclusas se duchaban a deshoras, eso no era una falta y menos para la celda de castigo, Félix se adelantó y la empujó por el pasillo, Bella trastabilló cayéndose, las risas de los tres retumbaron en sus oídos.

—Párate, idiota —inquirió Jane—. ¡Muévete!

Demetri fue el que la alzó como si fuera una baratija y la condujo al lado contrario del pasillo. Bella no tenía fuerzas para pelear, sintió como bajó varias escaleras y como la luz se hacía cada vez más escasa. Otra puerta metálica sonó abriéndose y Demetri la lanzó dentro, Bella se incorporó y corrió a la puerta ciega de acero.

— ¡¿Por qué?! —gritó, pero lo único que se oyó fue la risa diabólica de Jane.

Edward Masen se encontraba en el espacioso y pulcro despacho del Ministro de la Defensa; las paredes eran de madera casi rojiza y realmente pulidas, desde la ventana, la tarde gris de Pensilvania se mostraba a plenitud.

—No en vano aquí se creó Drácula, ¿no crees?

— ¿Perdón? —preguntó Edward sin entender mucho el contexto de la pregunta, el ministro observó la ventana señalándola con una de sus manos.

—La vista, ¿no te parece espeluznante?

Edward sonrió sacudiendo la cabeza, no contestó porque a él le gustaban esos climas, como Londres, Washington o como la misma Pensilvania, clías fríos y lluviosos; su piel era muy blanca y se maltrataba mucho al contacto del sol. Normalmente tenía que aplicarse protectores solares en el rostro, cosa que siempre olvidaba y terminaba con graves problemas de insolación.

La que se encargaba de eso era Kate, su ex esposa, pero ella ahora se encargaba de cuidar otra pálida piel.

—Usted dirá, ministro —convino Edward sentándose más derecho en la silla señorial de madera—. Me mandó a llamar con urgencia, pero aún no se me ha sido informado que desea.

El ministro se reclinó en su silla, J. Jenks, entrelazó los dedos y respiró profundo antes de hablar. Edward esperó paciente a que el regordete hombre pusiera sus ideas en orden.

—Necesito gente nueva aquí. —Edward asintió—. Sangre fresca, sangre incorruptible. —Eso hizo que Edward levantara las cejas en asombro.

—Este Estado no es fácil. Bueno, ninguno lo es; la gente prefiere estar en el D.C., ser senadores, congresistas, pero de hecho, nadie quiere encargarse de los estados que quiere representar.

J. Jenks era de la vieja escuela, de aquellos hombres que no esperaban el presupuesto más inflado para llevar a cabo un proyecto, él era decidido y exigente, daba lo mejor por lo que no pedía más que lo mismo de vuelta y de ser necesario se arremangaba las mangas y se ensuciaba las manos, todo para lograr los cometidos.

—Por eso nunca me fui a la capital —dijo lleno de orgullo por si mismo—. Me quedo aquí, en mi Estado. —Edward sonrió entendiendo su punto.

—Pero —convino el hombre de un poco mas de treinta años—, usted me mandó a llamar del D.C.

Jenks dio un aplauso al aire.

— ¡Exacto! —dijo con emoción—. Te mandé a llamar y viniste.

Edward sonrió beligerantemente.

—No entiendo, ministro.

—Verás, Masen. La capital se está comiendo a los políticos de este país, ya nadie quiere hacer trabajo de campo, todos quieren levantar la mano en la toma de decisiones pero nadie estudia si son las mejores, si le hará bien al ciudadano común, solo quieren tener la suficiente suerte de crear alguna ley que los haga llegar a los titulares.

Edward sacudió la cabeza, él venía del D.C.

—No todos somos así, ministro.

— ¡Exacto! —volvió a gritar con demasiada fuerza, respiró profundo y enseriándose volvió a inclinarse sobre su escritorio apoyando los codos.

—Tengo problemas con uno de los retenes. —Edward alzó las cejas sin entender porqué le mencionaba esto—. ¿Sabes que somos uno de los muchos Estados que aún aplicamos la pena de muerte?

Edward asintió con desprecio, él había luchado en contra de esa ley en Washington y había fallado brutalmente.

— ¿Sabes qué estado tuvo más condenas a muerte y aplicación de la misma el año anterior?

—Florida —dijo sin titubeos o pensarlo mucho—. Hubo más de ciento cincuenta y cinco condenados y ejecutados, en su mayoría hombres.

Jenks asintió sintiendo que tenía frente a sus ojos al candidato perfecto. Se levantó de la silla y colocando sus manos entrelazadas sobre su protuberante estómago caminó en círculos por la oficina.

—Las cifras de condenas a muerte este año en este Estado han crecido alarmantemente, eso solo quiere decir dos cosas, o estamos llenos de asesinos…

—O las leyes no las estamos aplicando como se debe. —Jenks asintió de inmediato—. ¿Quiere entonces que haga un proyecto de ley? —Jenks negó despacio.

—Temo que esto se deba a más corrupción que el simple hecho de una mala defensa, por lo que lo he pensado mucho y he hecho los arreglos pertinentes, por lo que quiero que te encargues de una de las cárceles, pero no una cualquiera… Quiero que dirijas Muncy.

Edward abrió los ojos de más y no hizo comentario alguno esperando que J. Jenks le dijera que estaba bromeando o en su defecto soltara alguna carcajada, no pasaron ninguna de las dos cosas.

—Con todo respeto, ministro. —Respiró profundo—. ¿Está bromeando?

Jenks sonrió, se sentó en su asiento entrelazando los dedos y negó.

—No lo hago, muchacho. ¿Qué me dices? ¿Eres del tamaño de este reto?

Edward parpadeó incrédulo, abrió su boca un par de veces sin decir nada.

—Con todo respeto, señor —dijo en voz baja—. No creo que… —Jenks le enseñó sus palmas haciéndolo detener.

—Tengo sospechas del director de la cárcel, creo que está recibiendo sobornos por no hacer nada en las condenas de estas mujeres. No estoy diciendo que son inocentes, ni mucho menos, pero tenemos más de setenta y cinco condenas en lo que va de año, eso es alarmante, Masen.

Edward abrió sus ojos de más, estaban entrando en marzo. ¿Cómo iban a tener tantas condenas? Había algo encerrado ahí, él odiaba las injusticias, pero… ¿Ser director de una cárcel de mujeres de alta seguridad?

—No soy policía, ministro. Nunca he llevado nada parecido, soy un simple abogado constitucionalista.

—Pero también eres abogado penalista, todos sabemos de tus andanzas cuando recién graduado de Harvard trabajaste para la fiscalía de este mismo Estado.

—Sí, pero luego hice mi postgrado en Constitución, nunca más volví a defender casos penales directamente.

J. Jenks respiró profundo.

—Me dieron la potestad de encontrar al nuevo director; cubrí todos los entuertos posibles, legalmente puedes hacerte cargo, solo necesito que me digas si puedo o no puedo confiar en ti, no hay tiempo para que lo pienses, quiero prescindir del otro director de inmediato y necesito su reemplazo para que comiences mañana mismo.

Edward abrió los ojos impresionado.

—Señor, no puedo mudarme ahora, mis cosas, mis casos, la mudanza. Tengo que regresar a por lo menos empacar mi ropa.

Jenks sonrió viendo la victoria de su lado.

—Es viernes Masen, regresa al D.C. este fin de semana, empaca tus cosas y coordina la mudanza, y ten —dijo y abrió una de las gavetas de su escritorio. Edward estiró las manos sorprendido—. Las llaves de tu departamento en el estado.

Respiró profundo y observó las llaves en su mano, era cierto que quería separarse de la capital, ansiaba con regresar a su estado para trabajar por su gente, aunque nunca imaginó que sería como el director de una cárcel de mujeres de alta seguridad.

Recordó su tiempo de abogado penalista, como luchó contra las penas de muerte y a cuanta gente sin recursos defendió, eso era lo que le gustaba, la justicia; implementarla y luchar contra la corrupción.

Se levantó y pensando que estaba loco realmente, extendió su mano derecha. J. Jenks sonrió enormemente y apretó con fuerza su agarre.

—Sabía que podía confiar en ti, muchacho. —Edward respiró profundo subiendo sus cejas—. Ahora ve, ve, debo hacer algunos arreglos e informar de tu nuevo cargo, sabes que voy y vengo de aquí a la capital, pero estoy a la orden cualquier cosa.

Se estrecharon de brazos. —Y gracias, Edward. —Él negó.

—Gracias a usted, ministro.

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.

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La secretaria del ministro los acompañó para arreglar algunos detalles del traslado de Edward. Para cuando este salió de la oficina se consiguió con un viejo enemigo.

—Cullen —dijo Caius con desprecio al verlo. Edward pasó los dedos de su mano izquierda por las comisuras de sus labios.

—Caius —dijo de vuelta.

—Sr. Vulturi, muchacho. Que no se te olviden los modales. —Las ínfulas y las ganas de pisar de Caius eran descaradas, Edward sonrió sacudiendo la cabeza.

—Lo olvidé, Caius. —Repitió su nombre de nuevo en desafío—. Así como olvidaste que mi apellido es Masen, no Cullen. —Caius dio una carcajada falsa al aire.

—Olvidé que eres el muchacho tonto que no aprovechó el apellido de papá.

Edward respiró profundo y lo vio entre sus pestañas, odiaba a ese viejo zorro, corrupto y estafador, montones de veces había intentado descubrir sus fechorías pero el viejo sabía muy bien como hacía sus vueltas, terminando siempre como culpable alguno de sus 'hombres de confianza' y él quedaba como el pobre y viejo jefe engañado.

—No todos necesitamos el apellido de la familia para lucirnos, Caius; yo he logrado todo lo que tengo sin esconderme debajo de las alas de un enorme buitre.

El apellido Vulturi se asemejaba a al ingles 'Vulture' que significa Buitre.

Caius abrió los ojos con furia y se adelantó dos pasos.

—No juegues con fuego, muchacho —habló viéndolo hacia arriba, Edward era mucho más alto que el rubio—. Puedes quemarte y ser consumido por un buitre.

Las puertas del despacho se abrieron, dejando salir a la secretaria del ministro, Caius se separó ignorando a Edward por completo.

—Srta. Weber, que placer verla de nuevo. —Ángela Weber lo vio y dio un ligero temblor, ese hombre la intimidaba y le daba mucho miedo, Edward se dio cuenta de la actitud de la chica y prefirió no marcharse hasta que Vulturi se metiera en el despacho del ministro.

—Caius —la voz de J. Jenks resonó desde adentro de la oficina—. Entra.

El rubio le hizo una inclinación de cabeza a la morena y pasó ignorando por completo a Edward, entrando en el despacho y saludando de manera escandalosa al ministro.

— ¡Jenks! Que alegría verte. ¿Cuándo vamos a jugar golf? —Ángela resopló sacudiendo la cabeza cuando Caius cerró la puerta tras él, dejándolos solos en la sala de espera; se vio a los ojos con Edward y ambos exhalaron una risa por su mutuo desprecio al rubio.

—Tendré todas las cosas listas para usted el día lunes Sr. Masen —dijo la chica acomodando unos papeles en su escritorio. Edward suspiró.

—Hay algo que me preocupa—dijo llamándole la atención a la chica, que parpadeó de inmediato hacia él.

—Qué será Sr. Masen, ¿puedo ayudarlo? —Edward asintió.

— ¿Tu horario ya terminó? —preguntó viendo el reloj de su muñeca. Ángela asintió.

—El ministro me indicó que me fuera una vez usted saliera, solo se queda el personal de seguridad y su guardaespaldas, nada más.

Edward asintió.

—Entonces venga, le invito un café y le digo de qué se trata.

Edward Masen no era conocido por conquistador, aunque siempre le robaba suspiros de admiración a las féminas, sin embargo con Ángela no existía ese inconveniente, la chica estaba recién casada y conocía desde hacía algunos años a Edward, llegando a poder considerarse amigos.

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—No confío en nadie más para trasladarlos, Angie. —La morena rió dándole un sorbo a su cappuccino.

—Si es necesario iré yo misma a supervisar su traslado, Edward. —El abogado rió.

—Noto un tono de burla en tu tono Srta. Weber. —Ángela rió de nuevo.

—Tu amor por los trenes a escala es enfermizo.

—No es amor, Ángela, soy coleccionista.

Terminaron su café con calma, Edward le explicó para qué se trasladaba de nuevo a Pensilvania y Ángela se mostró sorprendida. Cuando le explicó que suplantaría a Caius Vulturi entonces fue Edward el sorprendido.

Se despidieron con un amistoso apretón de manos. Eric, el esposo de Ángela la fue a buscar y luego de dejarla acompañada se fue a su habitación de hotel, pensó en pasar por el apartamento que le habían adjudicado, pero estaba cansado para eso, revisó su celular y encontró una llamada perdida de su padre, suspiró ruidosamente y marcó el familiar número.

—Hablé con Jenks —dijo en cuanto atendió, Edward suspiró.

—Buenas noches, padre. ¿Cómo te encuentras?

Carlisle Cullen sacudió la cabeza, resignado a los nunca muertos modales de su hijo.

—Buenas noches hijo, todo bien. ¿Por qué no me avisaste? —su voz fue más calma.

— ¿Para qué habría de hacerlo? Me ofrecieron el cargo hace menos de dos horas y ya lo sabes.

Carlisle suspiró. Él era senador del partido demócrata, todos en Washington sabían quien era el Senador Cullen, al único que parecía no gustarle ese apellido era a su único hijo.

—Edward, solo me preocupo por tu carrera, ¿director de una cárcel de mujeres? ¿Estás seguro?

Se dejó caer en la cama con cansancio.

—Vamos padre, no empieces con tus consejos desgarradores.

—Hijo, tu carrera…

—Mi carrera estará bien. Además, no en vano soy tu hijo ¿no? ¿A cuántos no desafiaste cuando tenías mi edad? ¿Cuántos empleos extraños no tomaste?

—Pero nunca fui director de un a cárcel, además, no uses la carta de que eres mi hijo, tú nunca has querido usar el apellido.

Edward suspiró.

—No empecemos con eso padre, no quería crecer a la sombra de tu apellido y el del abuelo. Dijiste que lo entendías.

—No es fácil entender el porqué te avergüenzas del Cullen.

—No me avergüenzo —convino de inmediato, había hablado de este tema demasiadas veces con Carlisle—. Estoy usando el de mamá, eso no es motivo de vergüenza.

— ¡Por supuesto que no! —Edward sonrió aliviado, difamar el apellido de Esmerald era peor que difamar al Cullen.

— ¿Ves? Solo le estoy dando un poco de fama al apellido de mamá, eso es todo.

Carlisle suspiró lleno de preocupación a su único hijo.

— ¿Estás seguro, muchacho?

—Lo estoy padre y te recuerdo que tengo más de treinta años, no soy tan muchacho.

—Para nosotros siempre lo serás. —Edward torció los ojos—. ¿Cuándo te mudas a Pensilvania?

—El lunes debo estar en la toma del cargo, tengo este fin de semana para arreglar algunas cosas, ¿crees que Esme pueda ayudarme con la gente de la mudanza?

—Claro, le preguntaré, ¿te veo entonces mañana?

—Por supuesto padre, pasaré por la casa a las horas del almuerzo.

Se despidieron amablemente y Edward suspiró aliviado al ver que su padre no volvió a tocar el tema de su nuevo empleo, mañana sería diferente, con Esmerald y Carlisle en el mismo espacio sería imposible dejar de hablar del tema.

Revisando su teléfono encontró un mensaje de Kate, su ex esposa, suspiró recordando su motivo de divorcio.

« ¿Cómo te fue?»

Habían quedado en buenos términos, Edward había entendido sus desavenencias irreconciliables y la había defendido del escarnio público. Se sintió herido en su orgullo de hombre por como lo habían reemplazado, pero siendo completamente sincero, él no podía competir con el nuevo amor de Kate.

«Bien, el cargo es interesante, tengo que regresar a Pensilvania el lunes.»

« ¿Te mudas entonces? Que bueno, eso era lo que querías ¿cierto?»

«Sí, eso quería. Hablamos mañana si quieres, almuerzo con mis padres y te llamo.»

Era una descortesía cortarla tan descaradamente, pero estaba cansado.

«Claro, llámame.»

«Seguro, nos vemos.»

«Adiós Ed, nos vemos. »

.

.

.

¿Cuánto tiempo había pasado?

¿Dos horas?

¿Seis?

¿Un día?

¿Tres?

¿Semanas, tal vez?

Tenía sueño, no tenía más nada que hacer ahí que dormir, pero las paredes y el piso eran muy duros, tanto que la hicieron añorar el catre lleno de nudos que estaba en su celda; se vio extrañando a Jessica, su chillona y francamente atorrante compañera de celda.

Se movió a la derecha y la humedad del suelo de cemento le hizo helar los huesos de nuevo, se sentía tan débil, pero más que todo se moría de hambre, su estómago no paró de rugir desesperado, hasta que perdió la fuerza al igual que ella y se limitó a hacerse presente con un enorme vacío.

Hambre, tanta hambre.

La celda de castigo de la prisión de máxima seguridad, no era una celda de uso frecuente, de hecho esos tratos inhumanos con las reclusas habían acabado hacía algunas décadas ya luego de que se fundara en 1953.

Sin embargo, el personal que trabajaba dentro del plantel conocía su existencia, porque a veces era necesaria, pero muy esporádicamente.

Isabella se volvió a intentar poner de pie, le dio dos golpes a la puerta que resultaron lastimeros, la pequeña ventana estaba cerrada dejando la puerta de puro y duro metal, en la pared contraria, muy cerca del techo había una ventanilla que le permitía la circulación del aire, pero demasiado lejos de su alcance para saber si era de noche o de día.

—A… —Aclaró su garganta con dolor—. A…agua —pidió dándole otro golpe a la puerta. Respiró profundo y volvió a golpear—. ¡Agua! ¡Por favor!

Una rejilla se deslizó en la parte inferior de la puerta, Bella se apartó y se puso de rodillas, algunas veces esa ventanilla se abría dejándole, en el piso frío un pequeño vaso metálico lleno de líquido trasparente y un trozo de pan que no tocaba por lo mohoso que se veía con la escasa luz de la celda.

—Gracias —susurró como siempre, tomando el pequeño vaso llevándoselo con desespero a la boca, las gotas se deslizaron por su garganta y Bella sintió que levantaban vapor de su irritado interior, algunas gotas se deslizaron por su barbilla y con desespero intentó recogerlas, no quería desperdiciar nada.

Se percató cuando se terminó su poca dosis de agua, que la rejilla cercana al piso no se había cerrado aún, con cautela se agachó intentando asomarse.

— ¿Hola? —dijo con voz baja. Una voz, que para su sorpresa fue masculina, le contestó luego de dos segundos.

—Siempre das las gracias. —Bella se crispó de repente y presa de una nueva adrenalina se dejó caer en el suelo acostada.

— ¿Ah? —su voz era ronca.

—Siempre das las gracias —volvieron a repetir en un susurro—. La debes estar pasando mal ahí dentro. ¿Por qué eres educada?

Bella exhaló un suspiro.

—Mis padres… Me enseñaron a ser amable con los que me ayudaban.

Hubo silencio de nuevo y Bella se sintió terriblemente sola, no quería perder esa conexión con aquel desconocido.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó, hubo un suspiro profundo, por lo que agregó de inmediato—. Yo soy Isabella, Bella. Bella Swan.

Esperó lo que parecieron varios minutos.

—Soy Seth —dijo sin agregar un apellido, Bella aclaró su garganta y una lágrima se resbaló de su ojo derecho.

—Encantada, Seth. —Su garganta escoció y tosió por su sequedad—. Disculpa que te fastidie, sé que no deberías estar hablándome, pero ¿podrías por favor darme un poco más de agua? —Deslizó el pequeño vaso por la rendija esperando con ansiedad a ver si se negaba o no.

—Se supone que no me aleje de aquí, solo debo pasarte comida una vez al día, no debí hablarte —su voz era asustada, Bella respiró profundo.

—Está bien Seth, no importa, vuelve a tus actividades, solo me alegra no estar sola aquí, pensé que se habían olvidado de mí.

La debilidad se volvió a apoderar de su cuerpo y se sentó al lado de la puerta, cerrando los ojos mientras se recostaba de la fría pared, escuchó como Seth quitaba el vaso de la rejilla y finalmente la cerraba, dejándola de nuevo aislada.

Bella respiró profundo, no tenía ni energías para llorar, lo poco que tenía lo había consumido por su emoción al no saberse sola.

Sintió que iba a desmayarse cuando la rendija se volvió a abrir, con lentitud volteó a ver el pequeño halo de luz. Un vaso un tanto más grande que el anterior se vio lleno de líquido maravillosamente trasparente, estiró su mano tomándolo con cuidado.

—Gracias —volvió a susurrar, posando el borde del nuevo vaso contra sus labios resecos. En el segundo trago escuchó como el sonido del plástico de una bolsa, el ruido era lejanamente familiar, una voz apenada habló.

—Mi novia me mandó esto de merienda, no es mucho, pero creo que a ti te hará mejor que a mí.

Bella vio con asombro el halo de luz.

Galletas.

No tan redondas pero grandes galletas, con ligeras brisas de azúcar sobre ellas, eran tres y ella las vio como si de un tesoro de mucho oro se mostrara ante sus ojos.

Las tomó con rapidez y antes de dar las gracias llevó una a su boca, masticó cerrando sus ojos con éxtasis, azúcar, su cuerpo necesitaba cualquier alimento, pero sentir lo dulce de la galleta fue maravilloso. En la oscuridad sonrió y asombrada llevó sus manos a su rostro, palpando las arruguitas que su flaco rostro formaba, otra lágrima bajó por su mejilla.

—Gracias —susurró de nuevo.

—No son tan buenas —dijo el chico apenado.

—Están exquisitas Seth, de verdad gracias.

Bella comió una sola de las galletas y guardó las otras dos con cuidado y recelo en los bolsillos de su overol, tenía que racionarlas porque no sabía cuanto tiempo más estaría ahí.

— ¿Por qué te metieron aquí? —preguntó Seth—. Nunca he visto a alguien tanto tiempo aquí. —Bella tragó otro poco de galleta.

— ¿Cuánto llevo aquí? Ya perdí la cuenta.

—Es lunes en la tarde, casi tres días. —Bella suspiró.

—Parecen semanas. —Hubo ruido cerca, Bella abrió los ojos volteando ligeramente a la puerta, se vieron sombras por la línea de luz que permitía la rendija.

— ¿Qué pasa? —Seth no le contestó de inmediato.

—Voy a cerrar aquí, hay un alboroto y no quiero que me descubran dándote provisiones, puedo meterme en problemas. —Bella asintió y tomándose el último trago de agua pasó el vaso por la rendija e inmediatamente Seth la cerró con violencia.

Bella se giró un poco pegando su oído de la puerta, pero era imposible escuchar algo, pero afuera de su prisión empezaron a gritar, por lo que esta vez fue posible escuchar algo.

— ¡No me interesa! —una voz claramente femenina.

—Esto no es un maldito campo de concentración. —Bella prestó más atención, ahora otras voces se escuchaban, intentó respirar profundo y colocarse más pegada a la puerta, pero sus miembros volvían a fallar, entonces escuchó.

— ¡Abre la puerta! —Intentó apartarse, pero no lo hizo a tiempo, la puerta pesada de metal se abrió rodándola sin mucha delicadeza, dio un quejido por el pellizco que sintió en una de sus piernas.

— ¡Demonios! —volvió a decir la voz femenina, la habitación se llenó de luz proveniente del pasillo externo, Bella cerró los ojos por lo brillante del reflejo.

— ¡Hey! —gritaron palmeándole el rostro con delicadeza—. ¿Me escuchas? —No contestó, cerró sus ojos con más fuerza.

—Seth ayúdame, hay que llevarla a enfermería. —Bella se sintió alzada y abrió los ojos con terror, recordando como Demetri la había llevado alzada a ese lugar y lanzado contra el suelo.

—Shh —dijo la voz masculina y familiar de hacía unos segundos—. Te van a curar, tranquila.

Bella cerró sus ojos, el cansancio y la luz tan brillante no la dejaban reaccionar.

—No pesas nada —dijo Seth alarmado, Bella no contestó, es más, creyó haberse desmayado en algún momento porque lo próximo que sintió fue como alguien intentaba insertar una aguja en su brazo.

Se retiró del contacto con terror, una mujer vieja, con aspecto de verdad espeluznante le habló con voz baja y pastosa.

—Tengo que encontrarte una vía, estás muy deshidratada. —Volvió a caer presa de un letargo, volteó el rostro viendo a su alrededor y observó camas y lámparas de neón en el muy alto techo.

—Sa… —su garganta volvía a estar seca—. ¿Salí del agujero? —La enfermera levantó la cabeza antes de meterle la aguja en la piel.

—No saliste, te sacaron, la Oficial Brandon movió el plantel entero hasta encontrarte, creyeron que habías escapado, la rubia es la que no lo está llevando bien. —Señaló a la puerta de la enfermería, Bella con debilidad volteó, en efecto vio el perfil de la Oficial Brandon discutiendo furiosa con una menuda Jane, que apretaba las manos en puños.

—Esto no es un maldito campo de concentración. —Escuchó las mismas palabras y supo que había sido ella quien la rescató del agujero—. ¿Por qué demonios la castigaste en esa celda?

—Estaba en el área de las duchas sin permiso —la voz de Jane era furiosa, Alice le ganó.

— ¡Yo la llevé ahí! ¡Yo le di el permiso! ¡Dejé dicho antes de irme que la llevaran a su celda, no que la castigaran todo el fin de semana!

— ¡Se suponían que la sacarían el sábado, no es mi culpa que haya pasado el fin de semana ahí!

— ¿Cómo se supone que la sacarían? ¿Dejaste la orden? ¿O le dejaste las llaves a ella? —el tono sarcástico fue magistral, Jane apretó los puños de nuevo.

—Está condenada a muerte. ¿Qué más da que suceda antes? —Alice se indignó, se acercó a ella con mirada asesina. Bella las veía con tanta atención que ni sintió el pinchazo de la aguja.

—No seas inmoral y desalmada. Sí, está condenada, eso es cuestión que se ganó en un juicio, no está ni en mis manos ni en las tuyas acelerar ese proceso, son seres humanos que cometieron errores y están pagando por ellos, no somos nadie para juzgarlos. —Jane entrecerró los ojos y Bella sintió los propios llenos de lágrimas, nunca nadie la había defendido, o por lo menos hacía mucho tiempo que alguien lo hacía. Alice volvió a su postura furiosa y agregó.

— ¿Cómo crees que reaccionarían los del Ministerio o los de el Departamento de Correcciones? —Jane entrecerró los ojos sintiéndose amenazada.

—El director no va a poner la denuncia por un error con un simple recluso. —Alice sonrió sacudiendo la cabeza.

—Se te acabó la época de hacer lo que quieras sin consecuencias. El director no va a aguantarse estos comportamientos de los oficiales.

— ¿Qué quieres decir con eso? —el tono altanero de Jane se volvió a sentir, Alice exhaló una risa.

Pero Bella no llegó a saber la respuesta, el medicamento que le aplicaron la hizo empezar a adormecerse. Observó como ahora la Oficial Brandon movía sus labios, pero no escuchaba nada, vio como la espalda de la amable y vieja enfermera le obstruía la vista para entonces cerrar la puerta, dejándola aislada en la gran enfermería.

Sintió como la cubrían. —Duerme —dijo la voz seca y sin hacer preguntas cerró los ojos olvidándose de la odiosa vía intravenosa en su mano derecha.