NOTA:
Querría decir que esta obra no tiene la intención de ofender a nadie, por lo cual pido disculpas si a alguno de ustedes le resulta insultante. Igualmente añado que me he tomado la libertad de cambiar diálogos, añadir algunos y omitir otros, así como las escenas. Perdonen ese hecho si les es igualmente ofensivo. Añado que nada de esto habría sido posible de no ser por las innumerables páginas donde he podido ver los episodios de la serie original, por lo cual les doy mi más sincera gratitud y agradezco de todo corazón las traducciones que me han guiado en la redacción. Probablemente verán que muchas partes, como he dicho previamente, son bien distintas a la versión original de la serie. Ruego disculpas también por ello si les incomoda. Recuerden que no poseo ninguna de ambas franquicias, y que la obra no es con ánimo de lucro ni de burla. También digo que no sé con qué frecuencia podré subir el resto de la obra.
Finalmente, muchas gracias a todos ustedes, absolutamente a todos, sin olvidarnos de los propietarios de ambos universos, ya os guste o no la historia. Cada cual posee su opinión. Juzguen la obra si lo desean.
Capítulo 1: Guerra inminente
Nuestra historia da comienzo en una fría noche tormentosa y lluviosa. El lugar era conocido como Planicies Kokonas, en la parte centro-sur del continente de Fronaldo. ¿Pero qué es Fronaldo? Fronaldo es un continente de otro mundo, otro mundo conocido como la Tierra de los Sueños o más conocido como Subcon. Aunque probablemente tampoco tendrás ni idea de qué es Subcon. No te preocupes, no muchos lo saben, y quienes sí han oído hablar de él piensan que solo es una leyenda, un mito, un mero producto de la imaginación más creativa. Es más, cualquier enciclopedia de la Real Biblioteca Toadstool lo define así, como una invención de las tribus de LanzGuys de las selvas tropicales. Pues bien, Subcon existe, y Fronaldo también existe, y vete familiarizando con los nombres porque los voy a usar mucho. De Fronaldo podemos hablar largo y tendido, pero nos vamos a centrar en lo que nos viene, en una noche muy importante para dos naciones.
En estas planicies se había levantado un campamento militar, muy cerca del campo de batalla. Por supuesto, había gente, gente haciendo de todo: llevando cajas, alimentado a los Cercles, preparando armas, consultando mapas del campo, cenando, durmiendo, echando pulsos... Vamos, de todo.
Lo cierto es que la comida estaba de rechupete. Se había levantado un toldo, con una mesa y una olla donde se encontraba un puchero la mar de bueno. Los hombres hacían fila con sus platos, esperando a tomar un poco (ni lluvia ni leches, que hay que jamar). Pero no todos hacían lo mismo. Justo al lado de la cola, pasaron. Pasaron con paso señorial, ignorando el olor y atrayendo la mirada de los demás, tanto que el cocinero sirvió el puchero fuera del plato a uno de los soldados.
¿Quiénes eran? Un trío de seres importantes. Caminaban rumbo a la tienda más grande, con pinta de tener un asunto importante entre manos. La marcha la encaminaba un hombre grande y alto, de cabello castaño y largo y con algunos pelos en el mentón afeitado; tenía una mirada fiera, así como unos ojos rojos que mostraban que no era de a los que se le hiciesen bromas. Su rango era evidente por su armadura, de un negro brillante con detalles dorados. Detrás de él iban otros dos señores, muchos más bajos, pero no eran humanos. Ambos vestían zapatos mangenta y túnicas de azul oscuro que cubrían al completo sus cuerpos, con cinturones marrones y hebillas doradas. Sus brazos parecían simples triángulos, debido a las túnicas. Aparte de estas ropas, también portaban capas blancas. No obstante, lo más característico de ellos era la cara. ¿Cómo era? ¡Ojalá lo supiera! Nadie sabe cómo son sus rostros, puesto que lo cubrían con máscaras blancas, las cuales solo contaban con tres orificios, dos grandes para los ojos y uno para la boca. Si quieres saber cómo se llaman estas criaturas, se llaman Shy Guys (si sabes inglés te diré que el nombre se debe a su timidez, de ahí las máscaras). No eran Shy Guys ordinarios, eran altos oficiales del Ejército, e iban, junto a su general, a informar a su gobernante sobre una cuestión.
Todos los siguieron con las mirada, todos contemplaban cómo entraban en la tienda y todos apartaron la vista una vez que ellos entraron y los guardias de la puerta se pusieron a vigilar de nuevo. Todo volvió a ser como antes, una cola para comer.
Sin embargo, lo que nos incumbe es lo que estaba acaeciendo en el interior de la tienda regente. Los tres visitantes, una vez dentro, se arrodillaron, tal y como hacían cada vez que estaban delante de su gobernante. En efecto, ahí estaba, en su silla, junto a una mesilla sobre la que reposaban una botella y una copa a la izquierda, y algo grande oculto por un manto de calidad a la derecha. Aparte de los cuatro, también había una mujer a lado de la mesilla que portaba botas metálicas, largas medias, un chaleco negro con una corbata morada y dos muñequeras, y con el pelo igualmente morado.
La persona que ocupaba el asiento contempló a sus oficiales militares. Una sonrisa maliciosa le trastornó la cara.
- ¡Salve, Reina Leonmitchelli, gran gobernante del reino de los Caballeros de Galette! ¡Larga sea vuestra vida y sabio vuestro mandato! ¡Todo el pueblo y señores de la nación os guardan!– dijo el hombre robusto con énfasis.
- ¡Viva Su Majestad!– exclamaron ambos Shy Guys al unísono.
En efecto, era una mujer, la Reina Leonmitchelli Galette des Rois, líder de ese país. Para ser reina, solo tenía dieciséis años de edad. Se trataba de una exuberante adolescente. Su vestimenta consistía en botas negras de metal y unos pantalones vaqueros cortos, además de una chaqueta azul que no se abrochaba, dejando al descubierto una remera sin mangas de color blanco grisáceo y sin tirantes, dejando la parte superior al corazón al descubierto, aunque sí se cubría el cuello con lo que parecía ser un complemento a juego. Los brazos iban cubiertos por protectores negros desde las manos hasta el codo. Por último, llevaba una capa negra por fuera y gris por dentro de tejido genuino. Pero no era la ropa lo único que destacar: sus ojos eran amarillos y su pelo era gris blanquecino; era largo, y sobre el hombro izquierdo lo tenía dispuesto en una fina trenza con un lacito rojo.
Por la entrada, aparecieron tres hombres, dos morenos y uno con pelo rojizo, que llevaban armaduras negras, aunque no relucientes, salvo en las piernas y los brazos, cubiertos por una vestimenta gris. Eran caballeros del Ejército, y nada más entrar, imitaron a sus superiores tanto en pose como en palabras. Pero los halagos no eran el tema a tratar, y la Reina era sabedora de ello.
- ¿Habéis venido a perder el tiempo alabándome?– preguntó con voz profunda–. Mañana tenemos un evento crucial, y esa no es la actitud que quiero que mostréis ante los enemigos.
Todos se disculparon y prometieron corregir dicho comportamiento para el día de mañana. Leonmitchelli se quedó satisfecha y dirigió la mirada hacia el hombre fuerte, que se había arrodillado más cerca de ella que su séquito
- Godwin, que las tropas avancen según lo establecido en la última reunión militar.
- Sí, señora Leonmitchelli– contestó el General Godwin con obediencia–. Veníamos a informaros sobre las buenas noticias: acaban de llegar las Legiones del Dragón de las Islas Confiture, además de la Legión Roja.
Uno de los Shy Guys prosiguió con la información al ver cómo se deleitaba su Reina.
- Por si fuera poco, hemos reclutados más soldados en diversas ciudades del país. Por lo que se puede apreciar, la moral del pueblo ha subido enormemente con nuestras últimas victorias.
Le llegó el turno a su compañero y este siguió dando noticias. Leonmitchelli sonreí mucho y dejaba ver sus dientes cerrados, con sus dos colmillos sobresaliendo, dos colmillos que parecían de un león.
- También hemos recibido un nuevo cargamento armamentístico. Se trata de material bélico de gran calidad, recién salido de las reales fábricas. Los caballeros, aquí presentes, han sido testigos del buen metal de las espadas y de sus magníficos filos, al igual que las lanzas y hachas. Por supuesto, contamos con objetos de tiroteo. Es más, nuestro número de cañones y proyectiles excede a lo establecido en la reunión de la cual su majestad habéis hecho mención hace un minuto.
- Como puede escuchar, señora– prosiguió Godwin–, nuestro avance no correrá dificultades. Pese a la lluvia, los equipos meteorológicos prevén un tiempo soleado para mañana. Con todo ello, me enorgullece comunicaros que para la hora fijada todas las unidades llegarán al objetivo.
- Perfecto– dijo Leonmitchelli.
- Para asegurar que las tropas rindan al máximo, hemos permitido que coman todo lo que quieran y descansen. Será otra victoria para Galette.
Los nuevas eran excelentes para la Reina, y las nuevas excelentes había que celebrarlas. Agarró la copa y la alzó. La mujer, que había escuchado en silencio y con una expresión alegre, cogió la botella y le llenó la copa. Sin duda, era el mejor zumo para momentos como esos, un zumo de cerezas cosechado y almacenado veinte años atrás en bodegas especiales, con productos naturales los cuales impedían el mal estado, pero que permitían mejorar el sabor.
Con la mano izquierda como apoyo para su preciosa cabeza, la Reina mostró su sonrisa más maliciosa.
- Una vez más, vamos a deleitarnos de la humillación de Biscotti.
El tiempo en el Castillo Firianno era también de lluvia y tormenta. En otros momentos, los habitantes del solemne edificio habrían procurado ignorar las descargas eléctricas y las timbales de la bóveda celestial, contando los segundos que había entre lo uno y lo otro. No era ese momento. No era una noche normal, era una noche importante, tan importante que se había convocado una reunión extraordinaria en el salón de banquetes. Había que discutir algo esencial. Si no se trataba el asunto, los resultados podrían ser fatales.
Allí estaban todos, en la gran habitación decorada con preciosos tapices y con una bella alfombra carmesí sobre la que se encontraba la larga mesa de madera, una auténtica antigüedad preservada hasta esa noche. La sala estaba solo iluminada por la lánguida luz de las velas de las paredes y de los candelabros sobre la mesa. A su alrededor estaban todos sentados, todos nerviosos, todos preocupados. Y nada iba a cambiar tal estado tan fácilmente, ni siquiera el té especial que las criadas habían traído, pues no era momento para el sosiego.
Todos se miraron, muchos con miradas incrédulas. Se habían reunido los miembros más importantes del castillo. Ahí estaban los tres ancianos, los más sabios y grandes consejeros; los cinco Subcons, hadas que vestían trajes rojos y que velaban por el bienestar del pueblo y del mundo; los dirigentes del Instituto de Investigación y varios académicos del mismo, y los caballeros, tantos que ocupaban un lateral completo de la mesa. Presidiendo la mesa, ahí estaba, en su asiento, escuchando todo y en silencio. Al margen de la mesa, al lado de esta última persona, se hallaba un perro que descansaba tumbado sobre la alfombra.
Un relámpago iluminó la habitación de una forma tenebrosa. Uno, dos,tres, cuatro, cinco. El trueno retumba.
En la sección de los estudiosos, uno de los presentes sorbió el té. Disfrutó del sabor e intentó dejar la mente en blanco, pero no lo logró. Dejó la taza sobre el platillo y se dispuso a hablar. Todos se fijaron en él, incluso su joven superiora, que estaba sentada a su derecha. A la luz de las velas, podía notarse que no era un humano. En un principio parecía un Shy Guy, pero llevaba una capa beige, una pajarita azul y, sobre todo, una máscara negra, con ojos rodeados de gruesos contornos salientes y un tubo corto en la boca, con la punta un poco más ancha. Era un pariente de los Shy Guys, un Olfiti.
- ¿Es verídica esa información que acabas de compartir con nosotros, Capitán?- preguntó con aparente serenidad.
Esta persona capitana estaba en la sección de los caballeros, y ocupaba una posición contigua a su superior, cerca del extremo de presidencia. Tenía que responder y no quedaba más remedio que decir la verdad, por muy cruda que fuese.
- Mucho me tengo que lamentar, pero sí, esa información es verídica.
Su superior notó su tensión y, para darle calma, optó por tomar él mismo la palabra.
- Como esperaba, las tropas de Galette vendrán a atacar la fortaleza Mion mañana.
- Esa fortaleza es la única defensa existente antes de este castillo- dijo uno de los Subcons.
- Yo solo me pregunto si de verdad van a atreverse a hacer un avance hasta aquí– intervino la persona capitana –. Aunque sea real, sigo sin creerme que alguien haga un avance tan osado. Que yo conozca, nadie se ha atrevido nunca a hacer algo así.
Uno de los ancianos, el más bajito, reflexionó el asunto para darle una respuesta.
- No podemos dudar en que Leonmitchelli ha mostrado gran coraje y audacia. Asaltar un castillo suele conllevar grandes riesgos, pero no se ha detenido en eso. La verdad es que nunca la he recordado tan temeraria.
- Sea cual sea la razón de su temeridad, probablemente coincida con el deseo de causar estas batallas– opinó su compañero.
- Una vez que perdamos esta batalla, todo se habrá perdido – señaló el tercer sabio.
- Si solo dispusiésemos de ayuda, el resultado sería bien distinto.
Otro relámpago iluminó la habitación. La presidenta del Instituto cerró los ojos. La verdad es que le aterraban las tormentas. Intentó calmarse, pensó en todo lo que sabía, en que solo era un choque entre aire caliente y frío, en que los rayos solo eran circulación de electrones. Contó los segundos. Uno, dos, tres. El trueno se volvió a oír. La tormenta se acercaba vertiginosamente.
La persona capitana miró a quien presidía. Le pareció que algo caía sobre sus guantes de delicada tela, algo húmedo. ¿Estaba llorando? No soportaba ver que lloraba, y no lo iba a permitir, costase lo que costase.
Su compañero superior habló otra vez.
- Mucho me temo que no vamos a recibir ningún auxilio. Los reclutamientos son escasos, principalmente debido a la baja moral de los ciudadanos. Muchas de las legiones están indispuestas para el combate y el pedido de nuevo armamento se ha demorado por fallos en las fábricas; los responsables aseguran que no lo podrán acabar hasta dentro del plazo de cinco semanas. Por si fuera poco, la Condesa d'Arquien y Yukikaze aún no han regresado de sus misiones.
- En tal caso, carecemos de apoyo en la batalla- dijo un caballero de pelo azul al fondo.
- Por desgracia,sí.
Las miradas se turbaron otra vez. La situación era aún peor, y el resultado del choque entre lanzas y espadas parecía tener un trágico presagio. La realidad era evidente y todos conocían el coste, aunque nadie se aventuraba a decirlo en voz alta. Solo el primer sabio se atrevió.
- Considerando los hechos, veo pertinente decir que ya todos conocemos lo que nos depara el futuro. Al fin y al cabo, el pasado lo delata también. Si no somos capaces de derrotar a las fuerzas de Leonmitchelli y Godwin, el precio será el Castillo Firianno.
- Eso es.
Aunque nadie desconocía eso, nadie pudo evitar sentirse deprimido. Perder un castillo iba a ser un gran desprestigio para su pueblo, el mayor de la historia. Quizá su país no volviera a ser como antes, quizá eso significara el final.
- ¡No lo toleraré!– La persona capitana se alzó de repente y puso las manos sobre la mesa– . ¡Juro por mi puesto de capitán que nunca permitiré que eso suceda! ¡Lucharé con todas mis fuerzas, hasta que derrame la última gota de sangre! ¡Lo haré por la gran persona que nos dirige, así como por nuestro buen pueblo!
Las palabras calaron en el corazón de muchos, incluyendo a la presidenta. No obstante, no era momento de ponerse emotivos, y por muy profundas que fueran, sus palabras no cambiarían a un país entero.
- Éclair, por favor, cálmate– le dijo con amabilidad–. Su persona está aquí mismo.
Éclair Martinozzi escuchó las palabras de su amiga de la infancia y obedeció. Regresó a su asiento y se disculpó ante todos. Inmediatamente, cogió su taza y bebió un poco. El té le ayudó a calmarse; era el mejor té que había probado en si vida.
Giró la cabeza; todos hicieron lo mismo. Quien presidía la reunión se estaba levantando.
- Gracias a todos. Comprendo muy bien la situación tan complicada por la cual nuestro país está pasando. Antes de nada, quiero agradecerles a todos la importante labor que hacéis por país y preocupación. Como bien he escuchado, la batalla de mañana es decisiva y no hemos de perderla. Es por este motivo que lo he meditado y he llegado a una conclusión: voy a emplear la Invocación de la Salvación.
Todos los asistentes a la reunión miraron con asombro a su persona; muchos no eran capaz de creerse lo que habían escuchado: la Invocación de la Salvación. Todos sabían bien en qué consistía, aunque nadie hubiera sido testigo, ni ellos ni nadie desde hacía cientos de años. Por primera vez en mucho tiempo alguien iba a llevar a cabo la técnica ancestral.
- ¿Queréis decir que vais a...?– preguntó el más alto de los sabios sin llegar a acabar su oración.
- Sí– le contestó, sabiendo ya la pregunta. Su mirada había cambiado, se había tornado en una mirada seria que denotaba con nitidez una situación de emergencia– . He considerado bien el asunto y he determinado que solo de dicha forma podremos vencer el día de mañana.
Otro relámpago resplandeció, más luminoso. La presidenta contó otra vez. Uno, dos. El trueno sonó más fuerte que nunca, con una furia solo equiparable a un duelo entre gloriosos y magníficos titanes en el cielo. La tormenta estaba casi encima del castillo.
Éclair, procurando suavizarse, quiso intervenir.
- En ese caso, ¿traeremos nuevamente a este mundo a Mario?
- No podemos esperar que Mario y sus amigos vengan siempre a resolver nuestros problemas– contestó el sabio de estatura media–. Mario ya es un héroe en su propio mundo y traerlo aquí podría suponer una desgracia para sus gentes.
- En esa cuestión no deben preocuparse– intervino la persona presidente de la reunión– . Ya he escogido a la persona indicada y confió plenamente en sus habilidades.
- ¿A quién habéis elegido?– preguntó el Olfiti.
- Mañana lo conocerán. Lo que sí puedo adelantarles es que mi decisión ya es irrevocable. Haciendo honor a mi cargo, yo, Millhiore Firianno Biscotti, invocaré un héroe a este país.
Un rayó volvió a refulgir. Uno. El trueno sonó con su máximo poderío y todo tembló. La tormenta estaba justo encima de ellos.
