Renuncia: todo de Sui Ishida.
Prompt: 013. Venganza [Tabla "Naranja Mecánica; caféconqueso"]
Advertencia: SPOILERSSSSS. Ya está.
N/A: este fic participa en el reto temático "¡Cabeza o truco!" del foro Anteiku: la cafetería para fans de Tokyo Ghoul. No sé si cuente, que soy una irresponsable de lo peor y aunque tengo el género en mi mente 24/7 no se me ocurrió nada para terminar el reto hasta ahora. En realidad es bastante tosco. Perdón.
N/A2: odio mucho-mucho mi escritura :( si un día de estos desaparezco de Fanfiction ya saben por qué. Ahí se encuentra el verdadero (y único) horror del fic, teman (¡?)
«La salvación y la condenación son la misma cosa».
Stephen King.
i.
— No me mates, por favor.
«A-m-mo Shu-u».
Eto encarna una ceja, meditabunda y jugueteando al enredar su lengua, la de él, como si de un estambre se tratase. Sin saber, sin misericordia. Tiene los dedos pegajosos en saliva y sabia, ambas sustancias revueltas en un brebaje de inmortalidad que ella edulcora maliciosa y regocijada.
Y dicta con elocuencia:
— ¿Matarte? Yo no busco matarte Kanae-kun. Yo deseo–
(transformarte en mi Dios;
abrir tus ojos al coserlos en tu carne fresca y caliente para que no veas a nadie que no sea yo;
exaltarte y esculpirte aunque mi talento sea otro tipo de arte)
–escribirte.
Sí.
Eto le escribe.
ii.
Con las manos de grafito, voraces y sedientas, que babean en las yemas y se traban en:
«DanosDanosDanosDanosDANOSdanosDANosdaNOS».
(su esperanza freída y sazonada con especias).
Así que pone adjetivos en sus alas de tronco, sinónimos y antónimos en sus párpados marchitos de ermitaño, comas y puntos y acentos en la caja torácica de maceta, verbos y adverbios en los labios repletos de plagas al sol de la noche sempiterna.
Y se ríe.
—la risa de Eto es una cascada en medio de la jungla—.
Y con los dientecitos de piraña le besa el rostro a Kanae, y va pintando de músculo donde quiera que le toque, arrancando de cuajo la piel.
(crash-crash-crash).
Tornándola irreconocible.
(— ¿Eres tú, Kanae?)
iii.
Se desbordan lágrimas de sangre hermética a través de las venas, que rompen las grietas en la tierra de por sí fracturada. Antes de que se retuerzan igual, mutando a lombrices, relucientes y viscosas y confundidas. —aaaaaaaaaaaaaaaammmmmmoooooooooooooo, ¿amo quiénquécómo?—.
Entonces Kanae se asfixia entre los gusanos malsanos, esos que trepan arrastrándose en sus jirones de ropa y se le meten en cualquier rincón que encuentran posible.
Interiormente, muy, muy internamente.
— Es que eres tan profundo Kanae-kun. Yo sería capaz de saltar directo a tus cuentas-pozo de hollín y quedarme para siempre en ellas ¿sabes?
Él niega, sacude la cabeza tanto como un trampolín sometido a demasiado peso, y empieza a desprendérsele el trapo.
iv.
(¡Ah, ah! Más no hay necesidad de deprimirse Kanae-kun).
Porque ella no es de las que desechen sus muñecos sólo por una herida, o dos —o veintisiete mil—. Prefiere continuar guardando el tapete de su lengua para que no ensucié con sus malos pensamientos.
«Maestro Sh-… nononono, maestra Eto; Kanae es un buen siervo ¿no es verdad?».
— Ah Kanae-kun.
Ella le acaricia sutil con las uñas de rama dejando en vilo la respuesta hasta que se las mete en la boca con ternura.
— Por poco te equivocas —indica Eto a manera de advertencia, con un estribillo cariñoso.
Y él se disculpa.
Y mastica.
Y engulle.
Y traga.
(Y se enamora).
v.
Sin embargo, en lo más recóndito se encuentra un piano oxidado en una habitación con las cortinas impidiendo el filtro de luz. Y junto al piano yace un violín repleto de enredaderas venenosas que le han mancillado la madera.
El piano está olvidado, y derrama llanto con sus teclas, suplicando que le toque nuevamente (tócametócametócame, así, con vulgaridades querido Kanae) y que compongan una alegría digna de un himno como en antaño.
Pero Kanae aborrece los pianos.
(¿Lo hago?)
— Lo haces Kanae-kun.
Pero Kanae detesta el ruido de sus huesos entrechocándose impares.
(¿Lo hago?)
— Lo haces Kanae-kun.
Pero Kanae sólo piensa en cerrar ese cuarto, prenderle fuego y que se incendie en gritos acuosos.
(¿Lo hago?)
— Lo haces Kanae-kun.
Pero–
vi.
Irrumpe aprisa en la habitación, cercenando un brazo ajeno como recuerdo de su visita, y el piano de pronto le mira horrorizado. Exclama: ¿Dime, qué catástrofe te ocurrió?
«Ka
Na
E».
Y Kanae da maromas entre sus cortezas (las de ella). Con la sonrisa implacable de moretón provocándole un escozor en las mejillas.
— Le adoré, amo Shuu. Eso pasó.
(y su música me volvió sordo. Discúlpeme, discúlpeme, discúlpeme).
Sus bellas sinfonías ahora sólo suenan a muerte y el sabor de la corteza es tan intenso que–
«Eres mío Kanae-kun. No de él, ya nunca de él».
Observa en su ceguera las fauces de un ave marina, sinuosa, y desencajada. Con sus plumas de espina le rodea, tarareando, y Kanae balbucea: Rosa oh rosa, rosa lo siento tanto.
Shuu Tsukiyama no se mueve. Y recobrando el (sin) sentido, Kanae prosigue. Le regala una reverencia.
— Dadas las circunstancias, permítame mostrarle el silencio ¿sí?
vii.
No obstante les llueve encima un ruego, salpicadero de recuerdos en la manecilla de un reloj de bolsillo. Por eso le suplica.
—No me mates, por favor.
(¿él?, ¿o él?, ¿o–?)
Y Eto le abraza por detrás, interrumpiéndolo de raíz.
(ya que aquí en este campo florecen tragedias).
— Él no te ama, Kanae-kun. No como yo a ti.
Entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces, entonces–
Hay un tic-tac atrofiado en el instante en que Kanae perdió la fe en Shuu, y el maestro Shuu le dice:
(tócametócametócame, así, con vulgaridades querido Kanae). Más Eto le siembra un sendero de piedades-besos en sus tallos y Kanae no sabe qué hacer.
Flaquea.
Y su estómago ruge de (hambre, devoción correspondida, desesperación) afecto.
viii.
Kanae anhela devorarlo entero.
(¿Lo hago?)
— Lo haces, Kanae-kun.
Y añora que Shuu esté con él. Siempre. Por la eternidad. Triturados por las mismas agujas e hilos.
(¿Lo hago?)
— Lo haces, Kanae-kun.
Más tiembla con los roces de Eto, magnificencia descarnada, su única dueña. Ladrona de textos y corazones palpitantes.
(Lo hago…)
— Si es así, puedes comerlo, Kanae-kun —concede ella.
«Hazlo.
Y no te cuestiones un por qué, que si lo comes te entregarás a mí por completo y podremos a nuestro gusto rompernos, pisotearnos, exorcizarnos —amarnos—».
ix.
(Perdón, musita.
¿A quién se lo pide?
A sí mismo).
Porque Kanae es este joven de naturaleza muerta,
abre la mandíbula (y los gusanos saltan histéricos y ansiosos),
empieza a mascar. La risa de Eto regresa.
Y él–
— Lo quiero... lo quiero mucho maestro Shuu... lo quiero... lo quiero tanto...
(dentro de mi estómago).
x.
Ha enloquecido.
