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Hace mucho, mucho tiempo cuando el mundo estaba dividido en cuatro grandes reinos y cada uno era dirigido por la monarquía. Así pues nació aquella destinada a ser la siguiente gobernante del más poderoso reino, tenía el cabello tan claro como los campos de trigo, los ojos tan verdes como las esmeraldas y la piel tan blanca como la nieve. Aquella reina era amada por todo el mundo; su Rey estaba sumamente enamorado de ella y sus súbditos harían cualquier cosa por verla feliz.
Todo parecía perfecto; la paz residía entre los reinos y prosperaban profundamente, pero todo cambio cuando alguien atacó a la Reina durante su paseo por los jardines. Una flecha envenenada cruzó su pecho dejándola mal herida y aunque sobrevivió al ataque su salud se mantuvo delicada por mucho tiempo.
Poco a poco la Reina moría y el Rey desesperado por salvarla pidió ayuda a un espíritu el cual le dijo que no tendría salvación en ese tiempo pues no existía antídoto alguno que contrarrestara los efectos del veneno pero en un futuro muy lejano se desarrollaría aquel antídoto para salvarla.
El espíritu le dijo al Rey que él podía darle un conjuro poderoso que pondría a dormir a la Reina profundamente hasta que el antídoto fuese desarrollado pero el Rey tendría que pagar un precio muy alto. Al Rey no le importaba nada más que la vida de su amada y ofreció su Reino como pago.
Así la Reina quedo dormida dentro de un hermoso féretro de cristal esperando despertar algún día.
