Se recomienda, antes de comenzar a leer la historia, tener presente lo siguiente:
Descargo de responsabilidad: Los conceptos principales y personajes destacables no me pertenecen. Los mismos son propiedad del autor intelectual de la obra clásica de Saint Seiya, Masami Kuramada, y de la autora del spin-off llamado Saint Seiya: The Lost Canvas, Shiori Teshirogi.
Semi-AU («Alternative Universe»; en español: Universo Alternativo): Si bien en esta narrativa se emplearán muchos de los conceptos clave y se seguirá parte de la trama del spin-off, el conflicto entre el Santuario (Atenea) y el Inframundo (Hades) se presentará como menos hostil —al menos inicialmente—. Ello se debe a que considero que la imagen de Hades como un dios malvado por antonomasia en un poco exagerado; a pesar de que no me desagrade la idea o hecho de ser concebido como antagonista en la obra original. El Hades mitológico no era señalado como especialmente cruel, sino más bien altruista; después de todo, aunque nos cause dolor y tristeza, la muerte sigue siendo un fenómeno natural y necesario para mantener el equilibrio en el ciclo de vida y evolución.
Centralidad en el «OC» («Other Character»; en español: Personaje Adicional): El personaje principal o protagonista de esta historia, y de sobre quien probablemente gire la trama, es de «autoría propia». Ahora bien, señalo esto entre comillas porque dicho personaje está basado (o mejor dicho, es una reencarnación) de un personaje canónico de la obra de Saint Seiya. Si continúan leyendo, pronto descubrirán de quién se trata.
Rated T: Esta historia puede presentar contenido inapropiado para menores de trece años de edad («Teens»), tal como descripciones grotescas, escenas violentas, lenguaje soez y escenas sexuales. Se advierte de la posibilidad de un cambio de rating en siguientes capítulos.
Prólogo: Un Renacer
Inmediaciones de Aqueronte
Dolor, miedo. A veces me pregunto si estos sentimientos tan humanos, si nos llegaran a consumir, nos tornarían en bestias o monstruos; nos volveríamos un reflejo de nuestras pesadillas. Tantas épicas y leyendas sobre hombres heroicos que salvaban el honor o amores que desafiaban a los dioses, ¿acaso son todas ellas tertulias sobre la guerra entre ambas naturalezas de la humanidad? ¿De las pasiones impías que hacen relucir la bajeza de nuestro instinto? Mas creo que esto de nada tiene caso, ya de nada sirve sumir mi mente en un delirio de cuestiones paradójicas. No, creo que esas respuestas han venido a mí; los dioses me han querido bendecir permitiéndome vivir esta nueva vida. Una vida nacida de estos misterios.
Temo. Me doy cuenta de que temo por los horrores que, hostigando a los hombres, se me harán conocidos y familiares. Temo porque ahora escucharé esos lamentos de pesar más cerca.
El movimiento de las aguas me despierta de mis letárgicos pensamientos; el sonido de la balsa danzando sobre las lágrimas de los muertos anunciaba mi llegada a la apertura, el primer paso hacia el comienzo de esta historia. La fría y oscura ruta custodiada por Caronte me da la bienvenida con una brisa húmeda; el susodicho con un rostro de muerte y ojos vendados con cristal rojo grácilmente extendió su mano hacia mí. Entendiendo, deposité con suavidad una vieja moneda de oro en su grisácea y áspera mano. Él la examinó detenidamente por unos instantes, comprobando si ese milagroso brillo que desprendía era autentico.
Conforme con la ofrenda, Caronte me permitió subir a su barca. Alcé los pliegues de mi vestido, para luego pisar aquella madera de antaño que tantas vidas ha transportado desde la era mitológica. Me senté en medio de aquella embarcación, sobre un trasversal que fungía de banco. Una vez terminado de sentarme, nuestra travesía comenzó. Esperaba que el viaje no se prolongara con demasía; no me apetecía contemplar como único paisaje el mar de almas desdichadas y perdidas que se ahogaban en el caudal de la Estigia.
Pasaron algunas horas o eso creía. En el mundo de los muertos era difícil llevar cuenta del tiempo, y el silencio no hacía más llevadero el largo viaje hasta las costas de las fronteras de Hades. Sin embargo, sin preverlo, el custodio de los ríos del Inframundo habló:
—No puedo negar que me ha causado consternación tu venida, viajera. No pareces ser un alma que acaba de dejar el mundo de los mortales. Pero me resulta increíble la posibilidad de que seas un espectro —comentó con un tono casual el espectro de afilados caninos. Sin poder evitarlo, toqué el collar de perlas que adornaba mi níveo cuello, buscando la tranquilidad de los recuerdos cálidos que evocaba en mí —. Oh, ¿a ti también te parece absurda tu presencia aquí? Siendo así, puedo demostrar mi absoluta comprensión y misericordia; te podría llevarte de regreso a la orilla donde colinda la puerta hacia el mundo de los vivos. Por supuesto, a cambio pediría una pequeña retribución por mi tiempo perdido. Venga, es un trato bastante considerado.
Su esquelética mandíbula bramaba con los deseos de su codiciosa voz. Su armadura de un magenta oscuro se movía toscamente ante los gestos del espectro. Era claro, tenía otras intenciones. Quizás de tantos años de ver a los mortales morir por esas piezas de metal, su curiosidad le pedirá obtener eso que tantos humanos añoran. Después de todo, ante de renacer, fue un humano. Sus ojos me examinaban con detenimiento, esperando con aparente paciencia alguna respuesta favorable.
De repente, la barca se tambaleó de tal manera que creí que caería. Por un instante consideré posible que hubiéramos impactado de súbito con algo; pero luego la idea me pareció un sinsentido. Él era Caronte, conocía con exactitud este recorrido. La única explicación aplicable sería la de que él hizo sacudir el barco a propósito. Alcé mi vista para escudriñarlo con mi mirada, me encontré con un gesto de arrogancia y autosuficiencia.
—Discúlpeme, joven viajera. No es inusual que las almas de los que cayeron de la barca se amontonen en molestos bultos que interrumpan la navegación. —Mis labios se abrieron ligeramente en una expresión atónita. Estábamos en la zona más fría del río que circunda al Hades, algo que empezaba a notar además por el frío que recorría mi piel; el agua lucia aún más helada. Sin embargo, lo que más me inquietó fue su comentario, ¿pretendía coartarme a aceptar el trato, amenazándome de hacerme caer hacia las crudas aguas? En verdad era un espectro impredecible.
—Lo siento, pero está usted equivocado. No, es mi error por no haber hecho las presentaciones pertinentes. Soy Alma de Uitsilin, Estrella Celeste del Socorro —dije con voz tajante pero calma, mientras sujetaba con más fuerza las perlas de mi collar.
—…Muy interesante —agregó el espectro luego de contemplarme con un semblante indescifrable luego de algunos segundos—. Ahora puedo percibir en ti un cosmos calmo y afable; pero bastante fuerte. Veo que es cierto; pero, ¿a qué se debe que no portes tu surplice? Aun si no tienes una naturaleza agresiva, las normas del Señor son más que claras; me atrevo a decir que los Jueces no estarán conformes de verte, menos aún Pandora. O, ¿es que acaso se han traído doncellas para satisfacer esos caprichos carnales que conservan los espectros?
—S-se me informó que mi tarea, mi función sería la de ser la compañera del Fénix Negro —manifesté quedamente por la vergüenza ocasionada por aquella insinuación. Aunque sus palabras me hicieron pensar al respecto: ¿Cuál será mi estatus como mujer dentro de las filas de Hades? ¿La igualdad que presagia la muerte será verídica? Las leyendas que los sabios y aventureros esparcían por mis tierras abrazadas por el sol y el mar turquesa decían que la diosa Atenea era también servida por orgullosas e impertérritas mujeres, frías y duras como la piedra. Estas guerreras vírgenes de rostro cubierto eran asociadas con las amazonas que servían al Ares de la era mitológica. De ahí a que muchos las llamaran de tal forma.
Después de lo anterior, Caronte se mantuvo en silencio el resto del recorrido. Al aproximarnos a las costas de arena filosa y tonalidad opaca, vi la esbelta figura de una mujer postrada en la orilla. Ella tenía un porte muy elegante, que hacia relucir sus facciones increíblemente bellas; un ajustado vestido del color del cielo nocturno con adornos de oro hacia destacar su voluptuoso cuerpo. Su rostro blanquecino y de expresión de afabilidad aparentada, era enmarcado por una melena lacia que se asemejaba a los pétalos rosáceos que caían en primavera. Era hermosísima; pero inspiraba absoluta obediencia; su autoritario y fierro cosmos llegó a mi como una poderosa ventisca de invierno, gélida, aunque millones de veces más potente que un ciclón del pacifico. Cuando sus orbes de un verde degradado como la oliva se encontraron con mi minúscula existencia, supe que mi posición era la de sumisión y lealtad como la de una simple vasallo. Nada más mis zapatillas tuvieron contacto con la densa arena, hinqué mi rodilla en el suelo, sin preocuparme de que mis prendas se ensuciaran. No me atrevía a irrespetar a esta imponente dama.
—Ya era tiempo de tu llegada, Alma de Uitsilin. Soy Perséfone, reina amada de Hades, Señora Primera del ejército de los ciento ocho espectros; imagen de divinidad para los tres Jueces y Pandora. Los dioses menores y los gemelos vienen a mí en aras de clarividencia —espetó la diosa con solemnidad y elocuencia. Sus labios se colmaban de orgullo recio y cadencia de mando—. Ahora, levántate joven renacida. Es preciso cuanto antes que te presentes ante Pandora. Ella podrá presentarte ante tu señor Hades y su mano derecha, tu compañero, si la voluntad se los permite. Mi esposo está trabajando por los momentos en su obra maestra.
—Me honra con su presencia, mi señora; pero, ¿puedo preguntar a qué se debe que su santidad se tome la molestia de recibir en persona a una simple recluta? —hablé de la manera más respetuosa posible. Era cierto que me consternaba que la mismísima Perséfone viniera a recibirme, ¿por qué se tomaría esto en sus manos?
—No creas que soy ignorante de ello. Fuiste elegida por la diosa Atenea para fungir un papel, cumplir un designio que probablemente lleve a la Atenea y a Hades a reconciliarse como como tío y sobrina para su antepasado divino, y como hermanos para sus cuerpos mortales. Estoy enterada de la pronta reencarnación de Poseidón; a vuestra diosa seguramente le convendría mantener buenas relaciones con nosotros. Tener a la muerte de su lado es lo más estratégico. —Lucía un tanto impaciente. Quizás, lo mejor sería abstenerse de hablar de más—. Ahora, levántate.
Cumpliendo con su petición, lentamente me puse sobre las suelas de mis zapatillas. Comencé a caminar detrás de ella, intentando mantener su apresurado ritmo. Por unos momentos, no pude evitar volver a sumirme en mis pensamientos, recapitulando las palabras de la intimidante diosa, ¿por qué la diosa Atenea se dirigió a mí, la mortal que portaría el surplice de la estrella del socorro? No formaba parte de las filas de amazonas, ¿por qué llamaría a alguien quien no era cercana a sus designios y no veneraba con entrega su imagen? Al final de todo, nuestros dioses no eran los griegos o, ¿tal vez eran los mismos pero con otros nombres y apariencia? No, ya era suficiente. Mi mente jamás podría entender los planes de las deidades; mientras vayan en favor del bien, incluso me sacrificaría por cumplir sus planes.
—Percibo un corazón gentil en ti; Atenea debió haber visto la pureza de tu voluntad y lo inquebrantable de tus ideales. No te equivoques, pues me resulta en gran medida repulsivo y patético; pero la politeia es la politeia —vociferó repentinamente, como si quisiera darle pronta resolución a mi diatriba interna. No obstante, lo que agregaría estaría bañado en hostilidad—. Te recomiendo no intentar hacer más de lo necesario y aceptable. Ten presente que no eres más que una pieza que mi señor Hades maneja; un alma pura que sacrificará todo por los caprichos de una diosa.
Ya no dijo nada más. Continuamos con nuestro recorrido por los albores del tártaro; atravesando pasillos de mármol, puentes de vientos atroces, pantanos de desolación, jardines de bella flora y valles de lava sangrienta. Estábamos en una dimensión basta, que se fundía en la infinidad del universo mismo; ambas se retroalimentaban. Las almas se despegaban de su sustancia previa; en sus propios pequeños mundos, reposaban sus memorias y el propósito de su existencia. Luego los dioses decidirían que hacer con esa nueva sustancia. Después de trascender de su realidad, de dar ese primer paso desde la muerte y reencontrarse con su esencia por medio de un castigo recibido o una recompensa cobrada, vivirán en una eternidad indescriptible en términos humanos. Tal vez, se confundían con la llama de la vida y renacerían o inspirarían nuevas vidas, cumpliéndose el ciclo.
Al pasar por cada prisión, los espectros custodios con gestos y armaduras de alimañas y bestias de pesadilla se inclinaron respetuosamente ante su diosa. Sin embargo, me percaté de que muchos espectros no estaban en funciones, sino entrenando en la bahía del limbo a las puertas de esta dimensión. En dicho lugar moran los que no merecen el castigo eterno; pero que tampoco han alcanzado la gloria de que sus almas se unan en paz con el ciclo de creación que trasciende las nociones mortales.
Seguidamente, pasamos por las esferas del Cocytos. Me pareció un viaje de mil días pasar por Caína, Anterona y Ptolomea, para así llegar a Giudecca; aunque, posiblemente solo llegué a contemplar una ínfima parte de este Inframundo interminable. Los Jueces no parecían estar presentes en sus recintos; deducía que estarían supervisando que las órdenes de su comandante se cumplan.
Al cruzar la planicie de hielo que antecedía a los amplios escalones e imponentes pilares calados del templo del señor de este reino, nos topamos con un espectro de joven aspecto; pero de porte y cosmos intimidante. Sus ojos violáceos desprendían ferocidad y superioridad, tal como si llamearan y calcinaran como el sol del África. Las alas de su surplice se asemejaba a las de un ave rapaz; tal vez su la criatura digna de mitos que representaba su armadura estaba asociada con la muerte. Una vez hubo posado sus ojos en la diosa quien me acompañaba, se arrodilló mientras inclinaba su cabeza.
—Señora Perséfone —anunció el espectro con voz áspera.
—Kagaho de Bennu, puedes levantarte —dijo la diosa en respuesta, sin preocuparse en mirar hacia su dirección. Por lo visto, mis apreciaciones no eran erradas: su imagen correspondía con la descripción de una criatura a la que se le encomienda velar por la prosecución de la muerte y salvaguardar el ciclo.
Por su posición tan cerca de Giudecca, bien se podía pensar que lo estaba custodiando; el poder que desprendía era inmenso, sustancialmente mayor al de los guardianes de las anteriores prisiones. Quizás su poder se equiparaba al de los Tres Jueces. La diosa Atenea, al parecer, me había encomendado cumplir con la labor de ser la compañera del Fénix Negro; no obstante, ¿qué podría implicar ello? ¿Cuál era mi tarea al lado de este espectro de cosmos agresivo? No se presentaba como alguien cordial o dispuesto a colaborar en grupo. En este punto estaba más confusa sobre cuáles eran los designios de la señorita Atenea.
El espectro de Bennu, acatando las órdenes de nuestra señora, se enderezó. Luego de quedar firme, sus ojos se posaron en mí, haciéndome temblar ligeramente por lo intenso de su mirada. No sabía cómo comportarme ante sus inquisitivos y escudriñadores ojos. Intenté esbozar una sonrisa amable, intentando inútilmente apaciguar su hostilidad, mas solo conseguí que su mirada se ciñera más.
—Veo que mi esposo se distanció de su empresa. Kagaho, en estos momentos debes saber quién es ella. Queda a tu cargo como la compañera neófita que es; velarás porque sea tan leal y útil a Hades como lo eres tu, el más fiel de entre los ciento ocho espectros. Si falla, de ti dependerá la adecuada penitencia, a quién mi señor esposo le otorgó la potestad de llevar la muerte eterna a los desertores —aclaró la reina del Hades fríamente, haciéndome estremecer con el ultimo encargo. Luego, prosiguió—. Antes, debe presentarse ante su comandante, Pandora. Si Atenea le habló, algún plan de importancia tiene para con ella.
El espectro asintió, permitiéndonos el paso hacia la escalinata. Aún podía sentir su penetrante mirada a mis espaldas. Pronto volvería a estar cara a cara con él y apenas podía mantener la calma ante su presencia; ¿cómo podría afrontar lo que estaba esperándome junto a él?
Mis pensamientos pudieron enfocarse en la edificación a la cual habíamos ingresado. La misma estaba decorada con suma exquisitez y elegancia, con una fina alfombra de terciopelo escarlata que adornaba el centro del suelo de mármol. Grandes ventanales y portones bellamente tallados surgían de la pared, haciendo lucir más comprensible los pasillos absurdamente amplios. En un momento oportuno, la señora Perséfone bruscamente me indicó que continuara por este corredor por mi cuenta; al final, me encontraría con una terraza en la cual estarían conversando Pandora con su sirviente, Cheshire de Caith Sid. Ella al parecer debía retirarse con urgencia y no podía continuar mal gastando su tiempo en mí.
No teniendo más opciones, me dirigí hacia mi destino, siguiendo un punto por donde se filtraba un aire espeso y húmedo; frío como el suelo de hielo que atravesaba al Cocytos. Los inmensos y ostentosos candelabros que colgaban del altísimo techo abovedado iluminaban tenuemente mi camino, mientras que por los ventanales se dibujaba la siempre quieta imagen del paisaje con cielo estrellado que se degradaba en diversidad de tonalidades amoratadas y rojizas, y que contrastaba con el camino de azul cristalino… ¿Cuántas almas de nobles y valientes caballeros estarían eternamente atrapados bajo su inmaculado color? Bien sabía que los mortales quienes se atrevían a sublevarse en contra del dios del submundo, sufrirían eternamente en un sueño congelado.
Entre tantas divagaciones, me enteré de que había llegado a un hermoso mirador revestido en granito y cerámica; el suelo estaba decorado por una pintura grecorromana que describía al cielo de los dioses. Frente al barandal, se encontraba una mujer de gran cabellera negra con un tridente en su mano derecha; esta mujer estaba siendo acompañada por un espectro de melena nívea y estatura modesta. La mujer giró sobre sus talones mientras que a su vez el menudo espectro imitaba su movimiento.
Esta mujer era sumamente majestuosa, con su larga cabellera armonizando con la negrura de su sugestivo vestido de estilo gótico. Su rostro de porcelana, con expresión de autoridad pretendida, mantenía un atisbo de burla y agresividad. Dicha mujer de semblante sensual y osado no podía ser otra más que Pandora.
—Disculpe las demoras, mi señorita. La estrella del socorro, Alma de Uitsilin, a su disposición. —Me presenté humildemente, mientras que realizaba una prudente reverencia. Pandora me estudiaba con aires de superioridad, a la par que su sirviente de tez bronceada me observaba divertido. Luego, ella agregó:
—Desconozco las pretensiones de Atenea; pero ahora no eres más que un simple peón, cuyo rango es de los más bajos entre nuestras fuerzas. Que seas la compañera de Kagaho de Bennu no te hace automáticamente digna del título de Guardiana del Guidecca. Deberás demostrar tu lealtad y fuerza; tu valía ante nuestro señor Hades y tu compañero —dijo con suficiencia. Mas seguía ignorando que significaba todo eso de ser una «digna compañera» y cuáles eran mis funciones.
—La muerte es el paso necesario para que la creación siga por su camino, mas entendemos que la procreación es ese hecho que vincula la muerte con la vida, significando el paso de dar una vida a cambio de otras. Lo que está más cerca de la muerte, es la procreación. Para nosotros ese hecho es tan relevante, por cuanto entendemos el ciclo desde un dualismo inminente. Incluso las estrellas se agrupan en número par, destinándosele a cada estrella un compañero de fuerzas iguales pero contradictorias. Los Tres Jueces poseen sus compañeras igualmente. —Pandora habló, respondiendo a mis interrogantes no formuladas.
—¿Tal como en el caso de las amazonas? —Me reprendí en silencio por exponer asuntos relacionados al Santuario.
—¡Que analogía más estúpida! Las amazonas luchan con su rostro cubierto para evitar despertar en sus camaradas algún deseo no casto. La quisquillosa de Atenea al ser una diosa virgen, reprueba todo aquello que sea contrario a su simbología. Para nosotros todo ello es tan natural como la muerte —respondió con verdadera ira, corrigiendo mi desfachatez. Estaba sorprendida (y ruborizada) por todo aquello que estaba explicando.
Pandora me informó de algo más antes de que me indicara que la siguiera:
—El señor Hades contra indisposición nuestra, desea verte. Considera que alguien a quien se le transmitió un mensaje por la propia Atenea, merece dialogar con él directamente. Su desconcierto por las intenciones, a pesar de lo pactado por ellos, de su sobrina para contigo lo han motivado a apartarse de su pintura.
Era el momento de encarar a la máxima autoridad del infierno. Que él y los demás dioses se apiaden de mi alma.
Entrada a Giudecca
Un espectro con mirada perdida, pero expresión hosca, se encontraba ante la entrada al templo de Hades, quien había pausado su trabajo para atender algunos asuntos de relevancia; se incluía la llegada de aquel espectro contactada minutos antes de su muerte con Atenea. Su mente rondaba por los recuerdos de las palabras de su dios, quien las profirió durante su estancia en el taller.
—Es el momento de que tú también honres los preceptos de la creación y destrucción —dijo con simplicidad Hades, cuya vista estaba postrada sobre el lienzo que el magistralmente pintaba—. Después de todo, ustedes, mis mortales siervos, deben cumplir con sus imperativos dispuestos para separar lo perenne de lo pasajero.
—¡Es una tontería! ¡No necesito de nadie más para cumplir mi deber! Además, ella podría resultar ser el mecanismo de Atenea para encontrar la forma de invadirnos o… —replicó el espectro de Bennu, golpeando el suelo con su puño mientras se encontraba arrodillado ante su señor. Este último no le permitió culminar con su argumento.
—Es suficiente. No espero que algún mortal pueda entender el significado del ciclo sagrado…Exijo que cumplas con su simbolismo. —Hades cerró los ojos y bajó el pincel, indicando que la discusión había concluido.
Ahora las cavilaciones del espectro se dirigían hacia aquella jovencita quien acompañaba a Perséfone y a la cual se refería Hades. Al verla caminar, la juzgó como alguien débil. Mas tuvo que admitir algo: El traje de un blanco impoluto ajustado con una cinta bajo su proporcionado busto; la piel tersa que acentuaba su cabellera rubia que caída sobre sus hombros y hacia destacar el collar de perlas caribeñas alrededor de su cuello, así como también de su tobillera de plata con un grabado de una serpiente; y lo más notorio de ella, unos cándidos e inocentes ojos del color de la esmeralda, le habían desconcertado.
Si han llegado a este punto, permítanme decirles algo: muchas gracias por leer. Si ustedes comentan, indican que les gusta y la siguen, me motivan a seguir escribiendo estas y otras historias. Son libres de dar su parecer y corregirme si lo consideran conveniente; son los lectores quienes ayudan a mejorar a un escritor.
Nota:
Uitsicóalt vendría a significar «serpiente colibrí». Por lo que tengo entendido, los colibrís y las serpientes son muy referidos por la cultura Azteca —los primeros son consideramos como protectores guerreros o mensajeros—; precisamente los dioses principales, Huitzilopochtli y Quetzalcóalt, eran representados o se les asociaba al colibrí y la serpiente respectivamente. No obstante, al no encontrar alguna criatura mítica fuertemente asociada a lo sagrado o divino, decidí inventar una. Siendo que Bennu (la criatura en la cual está basado el surplice de Kagaho), es cercana a los dioses, quise emplear una criatura para su compañera que presente la misma posición. Esto es coherente con el hecho de que el propio espectro, Kagaho, sea el más cercano a Hades en el spin-off.
[Actualizado: 31-08-16] Disculpen la arbitrariedad, pero decidí cambiar a la criatura mítica de la armadura de Alma a la de simplemente un colibrí (Uitsilin en nahualt). Esto es motivado a la necesidad de simplificar una referencia para la descripción de la armadura en el siguiente capítulo. Lamentablemente, mi capacidad de diseñar trajes o vestuarios es muy limitada en mi, sobretodo en un caso en el cual lo mejor hubiera sido dibujar el diseño (armadura).
«La politeia es la politeia»: Politeia es el término acuñado por Aristóteles que se traduciría como política. La frase se entendería como «la política es la política».
[Actualizado: 26-04-17] Edición. Corrección de errores.
