Hola, lectoras que os perdéis por aquí. Como véis, he vuelto a publicar en FF. Hay varios motivos, el principal es que AO3 sigue en fase beta y, sinceramente, no estoy por repetir la experiencia de mandar decenas de alertas a todas las lectoras que me tienen en author alert, y menos para un fic de más de un capítulo. Así que voy a seguir allá y aquí hasta nuevo aviso, tenéis donde elegir. Gracias a millones a todas las que me seguisteis a AO3 con "Despierta, Bella" y probasteis el nuevo foro. Allá no hay censura como en este. El link directo a mis cuatro historias (DB no está aquí) lo encontraréis en mi perfil.
Este short-fic es un Alice/Jasper. Les tomé mucho cariño escribiendo "Cuéntame un cuento", y se lo debía. En principio es una historia muy corta, dos o máximo tres capítulos. La escribo a ratos para relajarme mientras estoy con otro nuevo fic, así que la siguiente actu dudo que sea antes de dos semanas. Intenta ser de humor...
Advertencias: la M es por erotismo explícito.
Gracias a Nurymisu y Maria José por ayudarme contra mis inseguridades. Pegn, un besote, espero que no te tengan muy abducida.
Disclaimer: la historia es mía, los nombres de los personajes de S. Meyer.
Sin más, os dejo con el primer capítulo.
Ocho semanas
Capítulo 1
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El acogedor local estaba decorado en tonos cálidos, y la luz atenuada de las pequeñas lámparas iluminaba con suavidad el ambiente. Mientras Bella y Rosalie terminaban de decidir qué iban a pedir me entretuve mirando las artísticas fotos de Venecia que completaban la decoración. El conjunto no era muy original, pero sí te hacía sentirte casi como en casa.
Aunque en casa no me clavaban dieciocho dólares por un plato de pasta.
Eché un vistazo a la clientela. A aquellas horas el restaurante aún no estaba completo, pero había hecho bien en reservar días antes. Me habían advertido que el Volterra siempre estaba lleno a pesar de sus precios.
—Alice, por última vez, estamos haciendo el idiota.
—¿Qué?—enfoqué mi atención en Rose, preparándome para escuchar el sermón. Ya estábamos de nuevo.
—Alice... Te quiero mucho, pero...es la última vez que te acompaño a un restaurante italiano. Durante ocho semanas nos hemos pateado la ciudad buscando los que tuvieran fotos de Venecia en las paredes. ¡Que no son pocos! ¡Como si no hubiera más ciudades en ese país! Hemos comido pasta o pizza cada viernes. Mi culo se va dilatando por momentos.
—No exageres, Rose. Seguro que Emmett me agradece que le haya dado un poco más de carne donde agarrarse.
—Si sólo fuera carne...—rodó los ojos.
—Vamos, Hale—intervino Bella aparentando seriedad.— Sólo un esfuercito más. ¿Verdad, Alice?
—Claro—dije, de nuevo mirando distraída el entorno. Ningún chico con aspecto interesante.
Pero Rose no había terminado. Era muy, muy persistente.
—Prométeme que hoy será el último día. No podemos seguir así. En serio, Seattle está lleno de locales con fotos de Venecia, y no hemos visitado ni la décima parte. Aquella echadora de tarot ni siquiera tuvo la decencia de tener una visión definida. Además, si es tu destino, será sí o sí.
—Tampoco hay nada malo en echarle una mano al destino—Bella dejó su carta sobre la mesa y le hizo un gesto a uno de los camareros para que se acercara.
La función se repetía desde hacía dos meses. Ocho semanas para ser exactos. Lo peor es que empezaba a pensar que Rosalie tenía razón.
—Piénsalo, Ali. ¿Es normal que una lectora de cartas en un salón de uñas sea capaz de movilizarnos durante dos meses? Hemos dedicado nuestro día de chicas semanal a la búsqueda de tu destino—refunfuñó mi amiga.
Una cosa tenía que concederle a Rose. Habría sido ideal que aquella adivina hubiera sido más precisa con sus predicciones. Al menos a Bella le había descrito su futuro profesional como abogada, afirmando que iba a llegar a juez. Nos habríamos reído si no fuera porque nadie le había dicho que Bells era abogada. Sólo se le podía hacer una pregunta sobre un tema, y yo elegí el del amor. Estaba cercana a cumplir los treinta y llevaba mucho, mucho tiempo sin salir en serio con un chico.
Empezaba a sufrir el síndrome del cambio de década con más gravedad aún que cuando cumplí los veintinueve.
Que tanto Rosalie como Bella estuvieran haciendo planes de boda con sus respectivos novios no ayudaba mucho a calmar mi ansiedad. ¿Me quedaría sola en casa cuidando de mis sobrinos? La dulce tía Alice, siempre disponible. Un escalofrío me recorrió la espalda. Las mujeres casi siempre soñamos con encontrar a nuestra media naranja, pero a mí no me había preocupado mucho el tema hasta hacía un año.
Así que lancé la pregunta en voz baja, un poco avergonzada: ¿Cuándo llegará el hombre de mi vida, si es que llega? Cuando la adivina cerró los ojos sentí un poco de miedo. ¿Y si lo que me decía era que no había novio porque yo iba a palmarla al salir esa misma tarde hacia mi casa?
Sin embargo, esperé mientras mezclaba todas las extrañas cartas. Una parte de mí pensaba que aquella mujer tenía una pinta sospechosa, pero otra estaba completamente fascinada por el movimiento de aquellas manos sobre la mesa cuando, separándolas del resto, tomó tres cartas y las extendió cara arriba sobre la mesa. Abrió los ojos y me miró fijamente, como si viera a través de mí.
La sensación fue inquietante.
El hombre de tu vida llegará antes de que cumplas los treinta. Es rubio, atractivo. Os veo en un restaurante con fotografías de góndolas.
No sirvió de nada pedir más precisión. Aquello era un arte, dijo. Ya me había dado muchos detalles, dijo. Para colmo, cuando volvimos al salón de manicura para que le leyera las cartas a Rose ya no estaba.
—Y ahora búscala y protéstale—Rose continuaba con su runrún de fondo.—Ya no la vimos más. Seguro que andará rotando por varios locales, como todos los estafadores.
Exhalé con fuerza, esforzándome por recordar por qué quería a Rose.
—¿Ya saben lo que quieren?—una voz a mi lado interrumpió el interminable discurso de la que estaba a punto de ser mi ex amiga.
—Largarme—siseó Rose, y la miré enojada. A veces podía ser muy grosera. Seguro que el camarero la había oído.
—Sí, sí... un momento.— No recordaba el nombre de mi plato y lo busqué en la carta mientras las demás pedían lo suyo. —Ah, sí, los raviolis con queso fundido y trufa negra, y para beber agua mineral — pedí sin levantar la vista, perdida en la apetecible y calórica carta.
Me giré cuando escuché la puerta del local abrirse y vi que entraba un chico solo. Mmmm... pelo rubio, ojos azules... y muy apetecible. Le devolví la carta al camarero fijando toda mi atención en el tío que acababa de entrar.
—Muy bien, señoritas —la suave voz del hombre que nos había atendido se alejó.
—¿Lo has visto?—susurró Bella, inclinándose hacia mí sobre la mesa.
—Sí, está buenísimo—clavé mis ojos en el rubio que estaba tentadoramente solo en una mesa un poco apartada, como un oasis en el desierto.
—¡No! Me refiero al camarero.
—¡Siiiiii! ¡Está de muerte!— afirmó Rose, por una vez entusiasta.
—Dejaos de camareros. ¿Habéis visto ese humano de ahí?—señalé con la cabeza.—Creo que es él.
Rose se giró agitando los bucles de su larga melena rubia. Por un momento la odié, parecía un anuncio de champú.
—Está bueno, sí. Pero recordemos el protocolo de seguridad. Revisar sus antecedentes penales ¿Tienes conectado el internet en el móvil? Consulta primero en los más buscados de América,—se fue tocando los dedos de una mano con el índice de la otra conforme iba enumerando— luego la web de la Interpol...
—Espero que no le huela el aliento como al último—interrumpió Bella con cara de espanto.
—Oh, no, no me lo recuerdes. Aquel tío que se sentó a nuestra mesa sin permiso y el aliento le olía como si hubiera comido pizza de ajo, pan de ajo y vino de ajo—arrugué la nariz con desagrado.
De pronto, como suele pasar cuando te están mirando fijamente y hablando de ti, el chico rubio nos miró. Y además sonrió. Luego volvió su atención a su carta.
—Creo que me tengo que cambiar de bragas después de ver esa sonrisa—susurré a Rose.
—Si no llevas—murmuró ella, curvando los labios.
—Eh, ¡que sólo fueron un par de veces!—protesté.
—Escucha, Alice, ¿no tendrá algo raro? ¿Qué hace comiendo solo un viernes por la noche un tío así?—Bella se había puesto seria de repente. Oh, no. Ya tenía bastante con Rosalie. ¿Tú también, Bells?
—¿Tan desesperada estás?—pronunció Rosalie.—Perdona—añadió inmediatamente.
Esa palabra era la que más temía. No estaba desesperada, pero una profecía era una profecía. Y yo era muy respetuosa con esas cosas.
Que faltaran siete días para mi cumpleaños no tenía nada que ver. Nada.
—No vuelvas a decir esa palabra referida a mí—siseé, fulminándola con la mirada.—Todavía no se me ha pasado el arroz, guapa.
—Perdona, Alice.—Rose me tomó de la mano.—Prometo no fastidiar más con el tema... por lo menos durante esta cena.
—No te preocupes—sonreí, apaciguada.—Voy al baño a retocarme el maquillaje.
—Y así aprovechas para mirar al rubio de cerca—añadió ella.
—¿Yo?—alcé las cejas con aire inocente.
Cuando pasé cerca de la mesa del guapo evité mirarle más de tres segundos, porque es bien sabido que cualquier desconocido que te mire fija e intensamente durante más que ese tiempo parece un psicópata, e inhalé con tanta fuerza que debí hacer el vacío alrededor de su mesa.
Nada. No olía. Ni bien, ni afortunadamente tampoco mal. Por lo menos los pies no le olían a distancia como a mi ex.
Y es que la naturaleza no me había dado grandes dones, pero uno de ellos era mi olfato. Si hubiera vivido en California, me habría dedicado a ser catadora de vinos. En París, a ser perfumista. Pero vivía en Seattle, y me contentaba con no soportar olores desagradables. No era pedir mucho, ¿no?
Entré en el baño de mujeres y no sé cuánto tiempo estuve allá, pero cuando salí pensé por un momento que aquello era una puerta abierta a un túnel del tiempo. Porque cuando salí el guaperas estaba con una mujer sentada a su lado y dos gemelos enfrente.
Las bebidas ya estaban servidas en la mesa.
—¿Qué coño ha pasado?—murmuré sentándome.
Las pobres se encogieron de hombros, sus caras una mezcla de disculpa y desolación.
—Se ve que estaba esperando a su familia...—. Tras opinar esta obviedad, la expresión de Bella mutó a una de lujuria tremenda.—Pero Alice, tienes que ver al camarero.
—Oh, déjate de camareros. Creo que voy a pasar de todo: pizzas, pasta, profecías y toda esa mierda—suspiré, casi derrotada.
—Vamos a animarnos un poco. Y voy a llamar al camarero. Tienes que verlo —. Sí, Bella también era insistente. Volteó su cabeza haciendo un barrido visual por todo el local, y se detuvo en la barra.
Por acto reflejo miré hacia donde sus ojos observaban.
—¿Ese? —la miré incrédula. Un hombre tan entrado en años como en kilos estaba tras la barra llenando una bandeja de bebidas.
—¡No! –giró la cabeza a uno y otro lado, y Rose y yo la imitamos—¿Dónde está?—Parecía desorientada.
Era un hecho. El camarero buenorro fantasma entraba ya en la categoría de anécdota que les contaría a mis nietos. Una nueva leyenda urbana.
Entonces Rose levantó la mano y llamó al hombre de la barra, quien se acercó a nosotras tras servir una mesa.
—Traiga por favor tres copas de Chianti—Rose engoló la voz con tonillo presumido, y contuve una sonrisa malvada. Si el camarero le hubiera preguntado si quería Chianti light o Chianti zero, ella habría dicho que lo que a él le pareciera mejor.
Yo volví a mirar al camarero y sacudí la cabeza. La magnitud de la belleza de aquel hombre como mucho se quedaba en "magnitud".
—Una pregunta—Oh, oh, la señorita Hale ponía su voz de mando.—¿Puede volver el chico que nos ha atendido antes?
La miré sorprendida. Estaba muy lanzada.
—Bueno...—musitó el buen hombre.— Se lo diré, pero es el dueño del local. Normalmente se queda tras la barra, aunque hoy ha hecho una excepción—le guiñó un ojo a Rosalie, y estuve a punto de dejárselo guiñado de un puñetazo, por ignorarnos a Bella y a mí.
—Perfecto, dígale que venga—Rose continuó con su tonillo autoritario.
—¡Rosalie!—exclamé cuando el hombre se había marchado.
—No te preocupes, Ali. Sé lo que me hago— Sonrió.
En aquel momento sonó mi móvil y miré la pantalla.
—Vaya, es mamá.—Le di a la tecla de contestar, pero de pronto misteriosamente la cobertura de mi móvil voló.
Conteniendo varias maldiciones contra la incompetencia de la compañía de telefonía me levanté para salir del restaurante y retomar la conexión.
—Alice, espera un momento ¡Vendrá el camarero buenorro y no vas a verlo!
—Bella, es mi madre, y no sé por qué llama. Quizá sea urgente—repuse ignorando sus quejas y saliendo del restaurante.
Al cabo de dos minutos estaba dentro otra vez. Y las copas de vino estaban sobre la mesa, de nuevo.
—¿Pasaba algo?—inquirió Rose mientras me sentaba. Solté un bufido.
—Nada, que mamá tenía una llamada perdida mía y pensaba que me había pasado algo—refunfuñé.—Tengo que cambiar de móvil, este tiene voluntad propia—lo miré con aire sospechoso.
—Pues te has vuelto a perder a R.B.
—¿R.B?—inquirí.
—Rubio buenorro—explicó Rose.
—¿Seguro que ese tío existe y no es una alucinación vuestra?—las miré con sorna.—Esto empieza a parecer un episodio de Expediente X. Quizá es el fantasma de un antiguo propietario del restaurante—abrí mucho los ojos con expresión de susto y rieron.
Rosalie, Bella y yo nos olvidamos el tema y nos enzarzamos en una conversación divertida y relajada. Llevábamos una semana sin hablar y teníamos que ponernos al día. Hasta nos olvidamos de que aún no habíamos cenado.
Hasta que aquella sonora y profunda voz nos sacó de nuestro estado absorto.
—Sus platos, señoritas.
De pronto fui consciente del tiempo que llevábamos esperando la cena. Ya casi nos habíamos terminado las copas de vino. Estaba un poquito mareada, y muerta de hambre.
—Nos ha hecho esperar mucho tiempo—me giré por encima de mi hombro para enfocar mi expresión molesta en el camarero.
El tiempo se paralizó.
Lo juro.
Durante tres largos segundos.
Lo sé, tres segundos no es una parálisis muy larga, pero algo es algo. Porque fueron suficientes para crear un universo paralelo a partir de aquel momento. Un universo distinto de uno donde Alice no se giraba y aceptaba su plato sin más. Un nuevo universo que comenzaba donde Alice miraba hacia arriba y se perdía en aquella mirada profunda.
—Lo siento, señorita— aquella voz hizo vibrar todo mi cuerpo. Yo tenía que ser idiota por no haberle prestado la suficiente atención cuando había venido la primera vez a atendernos.
El camarero fantasma, también dueño del restaurante, era un impresionante rubio de preciosos ojos color avellana, sonrisa de infarto, alto y con un cuerpo que se adivinaba suavemente musculado bajo la ropa que vestía. Mmmm, me encantan los hombres que visten bien. No pude evitar que mis ojos se desplazaran de arriba abajo por su anatomía sin ninguna vergüenza. La verdad, había perdido el control de mis globos oculares. Temí que se salieran de sus cuencas y rebotaran sobre la mesa.
Pero lo mejor de todo... bueno, por lo menos de lo que había visible... no era eso. Lo mejor era que él me miraba sólo a mí. Me mordí el labio más que nada para evitar que se me descolgara la mandíbula. Habría quedado muy feo.
El rubio increíble acentuó su sonrisa mientras depositaba los platos sobre la mesa sin dejar de clavar aquellos ojos en los míos de una forma nada profesional.
—¿Desean alguna cosa más?—murmuró, y quise detectar segundas intenciones en aquellas palabras. Segundas intenciones lujuriosas, oscuras, sensuales.
—No, lo sé. ¿Alice, tú quieres algo más?—la voz de Bella resonó en mi cerebro como si estuviera tan lleno como el de Homer Simpson.
—¿Qué?—musité sin separar la vista de aquellos ojazos.
Una patada bajo la mesa me hizo despertar de mi trance. Fruncí el ceño y por un momento miré a mi amiga, indignada. La interrupción de la conexión visual con el rubio fue muy molesta.
—No, no... De momento—miré de nuevo a nuestro camarero, sonriendo, añadiendo las últimas palabras con un tono de voz que esperaba que él captara. No supe qué más decir, mi cerebro estaba bloqueado.
—¿Puedo traerles unos antipasti para que los prueben? ¿O quizá pan al ajo?
Mis amigas y yo sacudimos la cabeza de un lado a otro conteniendo la risa.
—No, al ajo no, por favor—repuso Rose.
—De acuerdo, entonces nada de ajo—sonrió el impresionante rubio volviendo a mirarme.
Y me guiñó el ojo. A mí.
Toda mi vida pasó por delante de mis ojos. Había muerto y estaba en el cielo.
¿Sería él el hombre de mi vida? ¿O sencillamente yo estaba haciendo el ridículo? De repente me atacó la inseguridad y empecé a dudar de que mi objetivo durante dos meses fuera algo real y no tan sólo una loca idea.
—¿Le gusta el marisco a la saor? –negué y prosiguió—Es un típico plato veneciano. Invita la casa.
—Me encantaría probarlo... — repuse, sintiéndome un poco culpable y al mismo tiempo feliz de que ignorara a mis amigas.
Es él.
—No, no lo es.
Me costó unos segundos darme cuenta de que aquella voz estaba fuera de mi cabeza. Rose me miraba con gesto de "hazme caso". El camarero había desaparecido en ese breve lapsus mental que había tenido. ¿Tenía que empezar a preocuparme? O yo divagaba mucho o él era más rápido que un vampiro con extra de Red Bull.
—Pues yo creo que sí. Es él. Lo he encontrado. —Estás loca. Las palabras brillaban fosforitas dentro de mi cabeza.
—Y si no, siempre puedes echar un buen polvo, que nunca va mal. Además, diría que este es todo un experto en mover el culo.
—Bella, no me ayudas—espetó Rose.
—No quiero ayudarte, quiero que Alice deje de obsesionarse con el amor eterno y se relaje un poco practicando el deporte más antiguo del mundo.
Mientras las miraba a ambas debatir entre susurros, sin prestar demasiada atención a lo que decían, R.B. se acercó de nuevo con un plato grande.
—Pruebe esto—depositó el plato en medio de la mesa y se quedó allá plantado, sonriendo. Esperando.
O.K. Quería que probara eso y, esperando que se refiriera también a otras cosas, tomé mi tenedor y ceremoniosamente caté aquel delicioso manjar. Y me refiero a la comida.
Cerré los ojos y gemí. Realmente estaba delicioso. Alcé la mirada para clavarla en el perfecto rostro de aquel hombre y se me quedó la boca abierta al darme cuenta de su expresión de ¿deseo? Pero pasó más rápido que mis tres segundos de parálisis temporal, y de pronto su gesto volvió a ser el amable y profesional de antes.
—Está delicioso—dibujé mi sonrisa más seductora.
R.B. me mostró una perfecta hilera de dientes y se marchó.
Seguí sonriendo de forma automática al ver cómo se movía, su proporcionado culo, su amplia espalda... Y cuando volví a mirar a Bella y Rosalie ambas me contemplaron consternadas.
—¿Qué pasa?—me asusté.
—Tienes...—Bella extendió un dedo señalándome la boca.
—¿Qué?—busqué mi espejito de mano, desesperada.—¿Qué tengo?
—Orégano entre los dientes—murmuró Rose.
—Mierdamierdamierdamierda—rebusqué en el bolso y me miré con mi espejo de maquillaje. En efecto, mi sonrisa más sexy estaba tremendamente afeada por aquel trozo verde de condimento natural.
Maldita sea.
Me pasé la servilleta por los dientes para retirar al invasor de mi boca, aguantando las ganas de implorar a los dioses que me tragase la tierra. Casi me sudaron las palmas y me entraron temblores. Bebí un buen trago de vino.
Bien, relajémonos. Si se ha dado cuenta no lo ha hecho notar, y eso es un punto a su favor.
—Vamos, no te preocupes. Seguro que ni se ha dado cuenta—intentó animarme Bella. La miré y exhalé con fuerza.
—Venga, probemos estos entrantes, Bells, tienen un aspecto deliciosísimo—Rose se esforzó para cambiar de tema.
—Rose, esa palabra no existe—espetó Bella, que era de letras.
—En mi diccionario sí—Rose le sacó la lengua. Con eso bastaba.
El asunto dio pie a una conversación sobre palabras inventadas. Las chicas eran ideales para relajar el ambiente y hacer que se me olvidara la terrible imagen que debí dar con aquella cosa entre mis dientes. Si no fuera porque tenía al hombre de mi destino tan cerca de mí les pediría a ellas que se casaran conmigo. Seguro que sus novios no tenían problema en mantener a tres mujeres.
Un momento, vuelvo a divagar.
Al cabo de unos instantes de charla, risas y muchas calorías de más, reapareció R.B con aquella sonrisa que incitaría a pecar a cualquier mujer con ojos en la cara. Llevaba una botella de vino blanco, que depositó en la mesa y comenzó a abrir. Me fijé en el sinuoso movimiento de los músculos de sus brazos y sentí una deliciosa contracción en mi bajo vientre.
—No hemos... no hemos pedido nada—Rose hacía gestos con las manos.
—Invita la casa ¿Han probado el Frascati? Es típico de la zona de Roma. Combina bien con el marisco—Alzó la botella y la acercó a mi vaso, deteniéndose antes de verter el líquido. Lo miré casi con timidez al ver que pedía permiso para servirme.
Asentí y sonreí, pero manteniendo la boca apretada. Me sirvió un poco y lo probé. Su sabor me encantó. Refrescante pero intenso, como el hombre que me lo acaba de servir. Asentí de nuevo, y él fue repartiendo el líquido por todas las copas.
Luego dejó la botella sobre la mesa e inició un movimiento de retirada cuando Rose tuvo que abrir su tremenda bocota.
—¿Entonces eres el dueño del local?
¿Qué? ¿Qué estaba haciendo? ¿Ligar con él? ¿Con el que seguramente era el hombre de mi vida? Esas preguntas debería hacérselas yo. Seguro que había sido porque él no la había mirado en ningún momento. Rose no soportaba que ningún hombre la ignorara, no estaba acostumbrada a ello. Le dirigí una furiosa mirada pero me di cuenta de que su expresión sólo era de amable interés. Acallé mis eternos celos de la belleza de Rose y agradecí sus rápidos reflejos para retener al camarero.
—Sí—repuso este con amabilidad, esta vez mirando a mi amiga. Y eso me dolió, estúpidamente.— He vivido mucho tiempo en Italia, y cuando volví a este país decidí abrir un restaurante.
Ah, por todos los dioses del sexo. Aquella voz profunda y con leve acento italiano me agitaba por dentro más que ninguna otra que hubiera escuchado. ¿Cómo debería ser escucharle hablar en ese idioma? Inspiré con fuerza, esperando que continuara su relato. Pero entonces me miró, y sus ojos cambiaron. Brillantes, intensos, ardientes.
Tuve serios problemas para respirar.
—Espero que les guste la cena, me encantaría volver a verlas por aquí.
¿Y dónde encuentro yo el aire para contestarle? Sentí calor en las mejillas, como una virgen. ¿Era eso una proposición, o estaba malinterpretando la amabilidad del dueño del local? Alice, ¿de dónde vienen esas dudas? ¡Saca el sexy que llevas dentro!
—Sí.
Sí. Muy elocuente. Eso fue lo que contesté. En realidad fue una contracción de "Sísisisisisisi... quiero probar a qué sabe tu cuerpo, rubio." Pero me habría mirado como si fuera una loca o algo peor: una... desesperada. Porque había médicos que trataban la locura, pero no la desesperación... Me imaginé entrando en una consulta con el cartelito en la puerta: Doctor Johannson. Desesperólogo.
Me quedé contemplando al rubio de nombre desconocido, en concreto la parte posterior de su cuerpazo, y podía asegurar que aquella parte me volvía loca. Mis manos picaban por las ganas de levantarme y darle un azote en ese glorioso culo.
—Contrólate, Alice—la voz de Rose volvió a llamarme a la realidad. Sofocaba una sonrisa mientras se metía el último ravioli en la boca de labios pintados. ¿Cómo narices conseguía que su barra de labios se mantuviera en su sitio horas y horas? ¿Se pintaba con una especie de rotulador permanente, o se había tatuado el color?
—Es él. Lo sé—bebí un sorbo del delicioso vino, mirándola, retándola con mi gesto a que se atreviera a contradecirme. Esta vez no se atrevió.
Bella había terminado de comer, y estaba mandándole whatsapps a Edward. Estaba segura de ello, porque la cara de tonta que se le ponía entonces era como para enmarcarla.
—Isabella Swan, estás con nosotras. ¿Puedes olvidarte durante un par de horas de tu novio?
—Lo siento, Alice—se disculpó.
El resto de la velada transcurrió entre charlas intrascendentes de las chicas y planes en mi cabeza para volver al local en cuanto pudiera. Todo el mundo sabía que la mayoría de hombres no cazaban en medio de grupos de mujeres. Preferían separar a la presa de sus compañeras para poder desarrollar todo su potencial sin testigos molestos.
Y yo tampoco quería testigos cuando me lanzara a morder aquellos labios.
El plan fue poco a poco perfilándose en mi cabeza. Me dejaría una prenda en el restaurante. El foulard era buena idea... El móvil era demasiado valioso, y podía desaparecer antes de que lo encontrara él. Y yo, por mi iPhone, mataba.
Vale, Alice. Céntrate. Foulard. Con esa excusa podía volver yo sola al local mañana... no, no, esta misma noche. Mi estómago se contrajo por la anticipación. Había perdido práctica en la caza, y eso me pasaba factura. Hace unos años todo esto habría ido como la seda... en cambio ahora mi detector de tíos buenos marca Acme me había fallado y había sido la última en darme cuenta de que semejante espécimen de macho estaba en el mismo local que yo. ¿Se me habría atrofiado con la edad? ¿Se atrofiarían otras cosas con la edad, o peor, volvería a crecer el himen? Como cuando te quitas los pendientes unos días y se va cerrando el agujero de la oreja.
Bella y Rose me miraban. ¿Desde cuándo me miraban?
—¿Qué tramas?—preguntaron a la vez. Dioses, cuando se ponían en plan mellizas diabólicas daban miedo.
—Nada— repuse indiferente.
Volví a sorber el vino y me pasé la punta de la lengua por el labio superior y el inferior, saboreando las gotas del néctar que había quedado en ellos. Por encima de mi copa pude observar al rubio, mirándome con expresión ilegible desde detrás de la barra. Sentí que mi respiración se aceleraba, y tragué saliva inmediatamente antes de sonreírle. Había algo en él que me hacía sentir un poco torpe. Y no me refería a que hubiera visto el orégano entre mis dientes. O que creyera que él era mi última oportunidad. No. Era algo más. Más profundo, sincero e intenso. De pronto se me despertó una enorme curiosidad por saber más de él: sus gustos, su vida, sus pasiones.
Aunque mis manos ardían en deseos de perderse por debajo de esa camisa, pero mis manos siempre han tenido voluntad propia.
Él me sonrió de vuelta, una sonrisa ladeada marcándole unos impresionantes hoyuelos en las comisuras de los labios, y unas leves arruguitas en el extremo de sus ojos, su mirada la más cálida y dulce que había visto nunca, haciéndome sentir como la única mujer en el mundo, y me derretí por dentro.
No podía esperar a mañana. Tendría que ser hoy.
—Por hoy ya tienes bastante—Bella me miraba con aquellos enormes ojos color café que parecían perforarme el alma. ¿Desde cuándo era transparente?
La miré, abriendo la boca y cerrándola para contestarle, varias veces seguidas, hasta que por fin la cerré, limitándome a dirigirle una mirada ceñuda.
Sal de mi mente, bruja.
Por toda respuesta ella soltó una carcajada. ¿Me habría oído? Casi empezaba a asustarme.
—Conozco esa mirada calculadora —estiró un brazo y me palmeó la mano.—Sé que estás tramando algo. Déjalo estar, Alice. Puede que sea él, pero la vidente no te dijo nada de que te casarías con él antes de tu cumpleaños. Ni siquiera de que te acostarías con él. Si lo has conocido hoy ya se ha cumplido lo que esperabas y puedes relajarte.
Rose asintió.
—Estoy de acuerdo. Yo dejaría pasar unos días... a nadie le gusta que la otra persona parezca desesperada.
Otra vez aquella maldita palabra. Aunque tenía razón. No había aroma más repelente cuando alguien se te acercaba que el de la... pura desesperación y necesidad. Más que nada si no era un aroma compartido.
Pero yo no sabía cómo se sentía él respecto a mí. Quizá me lo habría imaginado y no le atraía en lo más mínimo, simplemente coqueteaba con todas las clientas. O quizá estaba casado y tenía seis hijos. O quizá era gay. No, esto seguro que no.
—¿Pedimos postre?—fue mi única respuesta. Necesitaba prolongar un poco mi estancia. No podía salir de ahí sin más, con tantas incertidumbres en mi cabeza. No podría dormir.
—Esto estaba delicioso, pero creo que estoy llena—repuso Bella, negando con la cabeza y tocándose la barriga con ambas manos.
—Yo también.
—Muy bien—levanté la mano y le hice una seña a nuestro camarero, pues el dueño estaba de nuevo oculto a la vista.
—¿Les ha gustado la cena?—se acercó solícito.
—Sí, nos ha encantado —repuse, mirando a ambos lados como si mi cuello fuera un periscopio y olvidándome de lo de no parecer... ansiosa. Un pequeño movimiento hacia atrás y casi, casi, parecería la niña del exorcista. ¿Dónde coño se había metido el rubio?
—¿Desean postre?
—No—contestaron al unísono las mellizas malignas.
—Sí.
Miré a las demás, enfadada por su falta de colaboración. ¿Cómo nos íbamos a ir ahora? Necesitaba algo más de tiempo para poner en marcha mis artes de seducción. Necesitaba algo para hacer que el rubio olvidara el verde entre mis dientes. Y a su mujer y a sus seis hijos, si es que los tenía.
Por cierto, ¿qué nombre tendría? Un momento, ¿por qué no me ha dicho su nombre?
Una nueva patada en la espinilla me hizo dar un respingo. Me di cuenta de que el camarero me había traído la carta de postres y me la tendía con mirada preocupada. Lo sé, cuando me abstraigo de forma profunda los ojos casi, casi, se me ponen en blanco. Da un poco de miedo. Estreché mis ojos en dirección a Bella, de nuevo la autora de la pequeña coz que había recibido, y luego miré al camarero, sonriendo y tomando la carta que me ofrecía.
—Tomaré el tiramisú—. Me encanta ese postre, y no faltaba en la carta de ningún italiano que se preciara.
—Excelente elección—el hombre sacudió su cabeza con una amplia sonrisa.— Es la especialidad de la casa. Lo prepara el propio dueño, con una receta antigua de su familia.
¿Eh? ¿Un hombre que prepara tiramisú, mi postre favorito, que encima es la especialidad de la casa? Ya le daría yo a probar la especialidad de mi casa, pero no era un postre precisamente. Era perfecto. Era una señal.
—¿Y cómo se llama el dueño?—inquirí.
—Jasper—la profunda voz a mi lado agitó mi ya tumultuoso torrente sanguíneo. Aquel chico aparecía y desaparecía como de la nada. –Jasper Whitlock.
—Jasper—repetí yo lentamente, alzando la cabeza para mirarle.— Yo soy Alice—sonreí, rezando por no tener esta vez nada entre mis dientes.— Y estas son Bella y Rose.—Hice un vago gesto con la mano. No podía perderle de vista. Sus ojos me tenían completamente presa.
—Es un placer—sonrió, sin apartar sus iris de los míos.
Creo que se me paró el corazón durante unos segundos. La forma en que pronunció la palabra placer me debió quemar unas cuantas neuronas. Pero bueno, se suponía que tenía unos cuantos miles de millones. Sólo esperaba que las fallecidas no tuvieran ninguna función imprescindible.
—¿Así que el tiramisú es una receta familiar?—Ahora que había recuperado la capacidad de hablar no iba a desaprovecharla.
—Sí... mi madre es italiana, de Venecia. Pasé allá muchos años. Y la receta ha pasado de generación en generación desde ni se sabe.
—Ah...—Murmuré, asimilando este nuevo conocimiento. Veneciano.
Aquel hombre conseguía lo imposible: dejarme sin palabras. Y esta vez ni Rose ni Bella acudieron en mi ayuda. Debió pensar que yo era lo más aburrido del mundo, si es que pensaba algo de mí. La idea era deprimente.
—Voy a seguir atendiendo mesas, si me disculpáis.—Jasper curvó aquellos comestibles labios y sacudió levemente la cabeza antes de marcharse. Aproveché para repetir un rápido escáner de su culo, sujetando mis manos para que ninguna se lanzara disparada a por él.
El tiramisú resultó ser orgásmico. De esos que conforme vas comiendo te hacen emitir sonidos de placer y exclamaciones inconexas, poniendo los ojos en blanco. Vamos, una delicia absoluta. Tuve que contenerme para que no me miraran las mesas de alrededor, como le pasó a la protagonista de "Cuando Harry encontró a Sally". Pero se terminó enseguida porque tanto Bella como Rose me obligaron a compartirlo.
Jasper no volvió a aparecer, ni siquiera a la hora de pagar. Estaba levemente decepcionada, y preocupada. Probablemente había pensado que era una chica de lo más sosa, y el dudoso atractivo que me pudiera haber encontrado no le compensaba el seguir adelante.
Estaba decidida. Iba a dejarme el foulard en el local, y volvería a por él un poco más tarde. Tenía que fijarme en el horario y averiguar a qué hora cerraba, para presentarme cerca de ese tiempo.
Sin testigos. Sin interrupciones. Sólo... él y yo. Y la mesa de la cocina. No, un momento... ¿no había una regla que decía que no se podía follar en la primera cita? Claro que, técnicamente, esto no era una cita.
Tras esperar unos largos minutos y aguantar la impaciencia de Bella y Rose por largarnos me levanté de la mesa siguiéndolas, después de mirar un momento a mi alrededor sólo para cerciorarme de que de veras había desaparecido mi objetivo.
Suspiré, decaída. Si hubiera estado de veras interesado en mí, ¿no me lo habría hecho saber de alguna manera más directa? No sabía si estaba haciendo el tonto o qué. Por un momento pensé en volver atrás, agarrar mi bonito foulard y no volver más. Apoyé la mano en el pomo de la puerta a punto de salir del local cuando unas manos fuertes me detuvieron, agarrándome por los hombros.
—Un momento, Alice—sentí el cuerpo de mi hombre casi pegado a mi espalda y su voz en mi oído. Era la sensación más erótica que había experimentado en años.
—¿Sí?—susurré, paralizada por aquella demostración de pasión. Mi respiración se aceleró y Bella, Rose y sus caras de estupefacción se volvieron borrosas a la vista. Sólo podía concentrarme en el calor que sentía en mis hombros y en toda mi espalda. En aquel embriagador aroma a colonia masculina. En aquel cálido aliento que se acercaba a mi oreja para susurrarme.
—Se te ve un poco el... trasero. La falda se te ha metido por las... la ropa interior—murmuró muy cerca de mi oreja, de forma que nadie más podía oírle.
Me costó un instante procesar aquella información, y entonces la sensación de vergüenza fue como una auténtica avalancha de hielo. Me sentí congelada y aplastada. Estaba claro que al ir al baño el borde de mi vaporosa falda de gasa se había quedado enganchado en mis braguitas y ni me había enterado.
¡Joooodeeeeeeer!
—Gra...cias—farfullé sin atreverme a mirarle, al tiempo que tiraba de mi falda y la colocaba en su sitio. Sentí que la cabeza me daba vueltas y la sensación de hielo se transformaba en un intenso fuego que nada tenía que ver con el de la pasión. Mi cara ardía de puro bochorno.
—De nada—le escuché decir mientras me largaba de allá más rápida que Cenicienta a medianoche.
Rosalie y Bella me observaban con expresión preocupada mientras me acercaba a ellas y las pasaba de largo.
—¿Qué te ha dicho?—Rose aceleró el paso para alcanzarme, seguida de Bella —¿Tengo que ir y patearle el culo?
No se habían dado cuenta de nada. Afortunadamente.
—No... no es nada—apreté el paso más aún, decidida a tomar un taxi, mientras ambas me flanqueaban.
—Alice, ¿te encuentras bien?—la voz de Bella sonaba confusa. Asentí. La mano de Rose se posó en mi brazo, intentando detenerme.
— Un momento, Alice ¿No llevabas un foulard?
Tuve ganas de reír como una histérica.
—A la mierda el foulard, al fin y al cabo lo odiaba—gruñí, alzando la mano y agitándola para avisar a un taxi que se acercaba. Aguanté las ganas de llorar. Menuda mierda de noche. Menuda mierda de adivina. Menuda mierda de crédula que era yo.
Rose y Bella se miraron preocupadas y confusas, sin entender nada y sin saber qué hacer. El taxi paró frente a nosotras y agarré la manija para abrir la puerta cuando un grito me detuvo.
Gracias a todas las que me leéis. Me gustaría saber lo que pensáis. ¡Hasta el siguiente!
