Disclaimer: Todos los personajes que reconozcáis así como el universo del harryverso pertenecen a Jotaká Rowling.
Notas de autor: Esta historia participa en el reto "Hogwarts a través de los años" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black. En total se compone de cuatro capítulos de no más de 1000 palabras cada una. En cada capítulo se debe tratar un personaje de cada generación (época de los fundadores hasta los merodeadores, los merodeadores, el trío dorado y demás, y la tercera generación). Yo he elegido a Cadmus Peverell, Severus Snape, Ginny Weasley y Teddy Lupin. Los iré publicando en este mismo fic poco a poco.
Cadmus Peverell era uno de los tres hermanos de las reliquias de la muerte, concretamente un antepasado de Sorvolo Gaunt -por el cual tiene el anillo que luego se convertiría en un horcrux- y por lo tanto, antepasado también de Voldemort.
Mis cuatro personajes tendrán en común como nexo el amor, en este caso se trata del amor perdido.
La figura de un joven de cabello azabache y alborotado se recortaba en la colina. Estaba absorto en la contemplación de una agrietada lápida de piedra cuando otro hombre más alto y corpulento se apareció a su lado.
—Ignotus, siempre tan puntual.
El más joven echó una mirada de soslayo a su hermano mientras sostenía su sombrero de plumas entre sus manos. El día comenzaba a desaparecer bajo un manto azul oscuro y un aire frío mecía las hojas de los cipreses más próximos.
—Te agradezco que hayas decidido venir —contestó finalmente Ignotus colocándose el sombrero y mirando por fin a su hermano mayor.
Antioch dejó escapar una sonora carcajada y se mesó la oscura barba. Sus ojos relucieron con un brillo repentino y se llevó la mano al bolsillo, en un gesto estudiado. Sacó una larga varita de talle desigual y la acarició con mayor cariño de lo que jamás hubiera mostrado hacia otro objeto o ser.
—Será mejor que te guardes eso y tengas cuidado. No te benefician esos cuentos que vas inventando por ahí —dijo Ignotus mirando con desprecio la varita que su hermano sostenía.
—¿Noto envidia, hermano? El otro día el viejo Roberts intentó robármela, el muy estúpido... ¡Cómo si hubiera podido arrebatármela!
Antioch hizo una solemne floritura con la varita apuntando a la lápida donde se leía Geraldine Peverell, 1214-1237, y entonces estalló en una portentosa risa. Ignotus lo agarró del brazo y jaló de él para comenzar a bajar el sendero que conducía al poblado.
—Y bueno, ¿qué le pasa ahora al mequetrefe de Cadmus? —preguntó Antioch.
—Está peor. Parece enloquecido.
—Nunca estuvo muy bien de la cabeza.
—No ha superado lo de Geraldine —dijo Ignotus en un tono cortante.
El mayor de los hermanos suspiró con hastío y decidió que era mejor guardar silencio. Ambos continuaron la marcha hasta llegar a un viejo roble próximo a la deteriorada casita de piedra que en otros tiempos había ofrecido una imagen casi bucólica.
—¡Tíos! —chilló una voz infantil
Una niña pequeña de cabellos castaños, tez blanca y sonrisa radiante se acercó y les dio dos pequeñas flores que había recogido durante su expedición por el campo.
—Maldita traviesa, ¿qué haces fuera? Es casi de noche —graznó Antioch.
—Padre me ha prohibido entrar, lleva todo el día encerrado. ¡Mirad! —la niña se metió la mano en el delantal y sacó decenas de florecillas blancas—. Son madreselvas, eran las preferidas de mamá. Las he cogido para papá.
—Mala idea —repuso Antioch con una sonrisa torcida
—Geraldine, espera aquí y no te muevas, ¿de acuerdo? —dijo Ignotus arrodillándose a la altura de la niña.
—¿Pasa algo malo, tío? ¿También se va a morir mi papá? —preguntó Geraldine con una naturalidad que helaba la sangre.
Ignotus intercambió una rápida mirada con su hermano mayor y le pellizcó la fría mejilla a su sobrina cariñosamente.
—No, eso no va a pasar. Ahora quédate aquí.
Ignotus se puso de pie y se dirigió, seguido por Antioch, a la pequeña casita. No tocó la puerta sino que abrió sin pedir permiso y ambos magos entraron en la lúgubre estancia.
Nada más poner un pie en el polvoriento pavimento un fuerte olor rancio les impregnó el olfato. Antioch pegó una patada al aire en dirección de unas gallinas que picoteaban en el suelo y se llevó la capa a la nariz. Un hombre de cabello oscuro apareció balanceándose y con los ojos ligeramente rojos. Aparentaba haber pasado varios infiernos.
—¡Ah, vosotros! ¿Qué queréis? ¡Largo!
—Geraldine está ahí fuera, sola —dijo Ignotus tras pasear la mirada por el sucio lugar.
—¡Llévatela! No la necesito…
—Menuda cuadra, pareces un muggle borracho y asqueroso —escupió Antioch con gesto de repugnancia.
Cadmus ignoró el último comentario. No dejaba de tocar de forma compulsiva el anillo que llevaba. Ignotus se acercó y observó la negra piedra que adornaba la sortija.
—¿Qué has estado haciendo, hermano?
Cadmus se agarró a Ignotus y lo zarandeó bruscamente. En sus ojos apenas quedaba nada del azul vivaz de meses atrás, ahora cubiertos por pequeñas venas rojas.
—¡Llévatela! ¡Críala con tus hijos! ¡No la quiero aquí!
—Ha perdido el juicio —musitó Anchius—. Vámonos. No soporto más este hedor.
—¡Largo! ¡Marchaos de mi casa! —volvió a gritar Cadmus empujándolos hasta la salida.
Ignotus parecía reticente a cumplir las órdenes de su hermano, pero cuando vio que este sacó su varita y los apuntaba, pensó que mejor sería volver en otro momento. Conocía de sobra el temperamento de su hermano.
Una vez solo, Cadmus agarró con celeridad la pequeña piedra negra y se la llevó al pecho. De nuevo apareció la sepulcral imagen de una joven doncella de cabellos castaños y ojos claros. Pero su mirada, con el paso de los minutos, pasaba de angelical a siniestra. Sus labios se curvaban de una forma que le daban el aspecto de una mujer cínica y malvada. El color rosado de su piel se difuminaba en un blanco casi morado.
—¿Qué te pasa, mi amor? —sollozaba Cadmus agarrando sus manos con fervor. Pero estas ardían de frío y esa horrible sensación le calaba los huesos.
Entonces ella reía con una risa estridente y dañina. Cadmus cabeceaba y retrocedía, incrédulo ante lo que veía. No, esa no era su Geraldine. Geraldine tenía una sonrisa dulce, sus maneras eran nobles y sencillas. Su Geraldine no bailaba de esa forma sensual, no se contorsionaba como si estuviera poseída. No le miraba y se pasaba la lengua por los dientes. Su Geraldine no era fría como el mármol. Su Geraldine no torturaría su alma como ese espectro lo hacía. Su Geraldine estaba muerta para la eternidad y él no había logrado traerla del más allá. Había roto su recuerdo, había violado su espíritu.
Al siguiente día, cuando Ignotus se apareció en las inmediaciones de la casita, vio el cuerpo inerte de un hombre colgado del roble. Sus pies se balanceaban a un metro del suelo y sus ojos permanecían abiertos, rojos, con el surco de unas lágrimas secas.
997 palabras según word. Lo he pasado fatal porque me excedía mucho y he tenido que cortar en narración y diálogos, pero bueno... quería incluir a los tres hermanos y esto ha sido lo que ha salido.
Aclaración: En el cuento de las reliquias de la muerte se dice que la novia de Cadmus había fallecido, creo recordar que dice novia. Pero eso solo es un cuento del saber popular mágico que se ha ido modificando, porque ni la muerte se apareció ni ocurrió la escena del puente. Seguramente fueron magos muy poderosos que crearon esos tres objetos y el resto es leyenda. Sobre la hija de Cadmu, es invención, pero él se suicidó tras la pérdida de su amada, así que para que continuara su línea (como bien dice Sorvolo Gaunt en el Príncipe Mestizo, quien asegura ser descendiente y prueba de ello es que conserva el anillo con la piedra de la resurrección) he deducido que debió de tener una hija, porque otra pista es que el apellido Peverell desaparece...
¿Qué os ha parecido? Tenía muchas ganas de escribir algo diferente a mi registro habitual (los Black o parodia) y estaba entre los Peverell y los Gaunt. Tanto si os ha gustado como si no, siempre podéis dejarme un review con vuestras impresiones, nos vemos en la viñeta de Severus Snape, el amor no correspondido.
