¿Derechos de autor? No, los personajes no son míos... Ya quisiera yo poder decir que Ranma 1/2 es mi biografía...
-Diálogo- "Pensamiento"
Aviso: Fanfic que puede tomarse como una continuación de "¿Qué ocurre aquí con los enamorados?", cuyo título dista de ser ingenioso y solo coloqué por no destapar nada de la trama. Digo que puede tomarse como una continuación, ya que el que no lo haya leido va a entender igual la historia.
Parto de la premisa de que Ranma y Akane tienen 32 años, tuvieron a su hija con 16 y esta es la actual edad de la niña. (Y si alguien me rebate con un argumento tal como que la historia de los 38 tomos de Ranma 1/2 no puede ocurrir en tan corto espacio de tiempo, yo solo tengo que decir: Oye, que esto solo es un fic, pura invención. Y si la gente puede hacer fanfics de Ranma policíacos, de abogados, de sexo desaforado y sin control y de otra calaña, ¿Porqué no puedo yo inventar mis historias?)
Retocado para hacer su lectura más amena. Ni yo conseguía comprender lo que escribí.
LA IMPORTANCIA DE UN "TE QUIERO"
CAPITULO1
-¡Señorita!Sabe usted lo que ha hecho?- Tronó el Director del instituto Furinkan en su despacho. Estricto como siempre, hacía más de quince años que sus castigos y medidas escolares eran adoptadas por todos, excepto por la rebelde Sora. Ella era especial en su trato agresivo y violento con sus compañeros, y, además, todo el mundo conocía a su familia...
-Voy a comunicar este hecho inmediatamente a sus padres.- Comunicó el Director. Sora lo miró con implacable silencio, desde su asiento.
El matrimonio Saotome se adentró en la oficina del director, tomando asiento uno a cada lado de Sora, rodeándola con su malhumorada presencia, haciéndola sentir nuevamente que todos los problemas de sus padres eran causados por su mera existencia.
El tiempo había pasado por los dos adolescentes.
Ranma Saotome había crecido. Su trenza era extensa, llegando hasta la zona baja de su espalda, y con libertad para crecer hasta donde quisiese, según el pensamiento de Ranma hace varios años de no cortarla jamás. Bajo su flequillo, las entradas de una no deseada herencia genética por parte de su padre estaban haciendo aparición. Los libros decían que quedaría medio calvo, pero aún así su trenza permanecería para toda la vida.
Akane, por su parte, había madurado, y podía sentirse orgullosa de su estatura y de no tener que alzar la cabeza para mirar a su marido. Su cabello hace tiempo que creció hasta la mitad de su espalda, recordando melancólicamente a su larga melena de cuando era joven. Su carácter y temperamento, sin embargo, se había ido avivando con el tiempo.
Y, por suerte o por desgracia, la pequeña Sora pasó de ser un bebé encantadoramente dulce a una temperamental y nada permisiva adolescente. Su larga cabellera azabache casi arrastraba por el suelo, y sus resplandecientes ojos color ambarinos la convertían en una de las más bellas muchachas de Japón.
Sin embargo, tuvo la mala suerte y desgracia de heredar un patrón genético no deseado por parte de su padre... Una maldición.
Todos los días desde que nació la persigue una maldición por la que el agua fría la convierte en hombre.
-Sora ha hospitalizado nuevamente a otro alumno. Es el quinto en lo que va del mes, y, como comprenderán, esta situación no puede continuar...- El Director explicaba.
Sora sintió cómo se clavaban en ella las miradas inquisitivas de sus padres.
El Director continuó -Sugeriría que le aplicasen un castigo... Un correctivo para que aprenda que hacer eso no está bien. Deberían llevarla a un psicólogo o algo...
-¡Es que es lo mismo de siempre,- dijo Akane, rompiendo monólogo -esta niña nos trae de cabeza, no causa más que problemas! ¡Si es que es igual que su padre!
-¡Eh!- Ranma se ofendió -¡Yo no creo los problemas, son ellos los que me siguen!
-Ya... ¡Pues dile a 'tu' hija que no golpee más a la gente!
Ranma casi se muerde la lengua por no decir 'mira quién fué a hablar'. En su lugar dijo -¡Oye, es NUESTRA hija!
El Director, recordando todas sus anteriores visitas, mantuvo un silencio en el que durante la disputa le sería imposible hablar. Sora se levantó de golpe del asiento, no queriendo ver la discusión.
-¿A dónde vas?- dijeron el padre y la madre a dúo.
Sora abrió la puerta del despacho, gritó dando un portazo -¡Donde no pueda escucharos!
-¡Eh, Sora, vuelve aquí!-gritó Ranma, abriendo la puerta.
El pasillo estaba vacío.
-¡Eso te pasa por mimarla tanto!- reprochó Akane -¡Se cree que lo puede tener todo y hacer lo que quiera!
-¿Mimarla, yo?- Ranma elevó la voz, indignado -¡Perdóneme, señorita...!- decía con ironía -¡...pero no soy yo quien levanta sus castigos porque "la pobre debe estar muerta de hambre" o porque "quizás hemos sido muy duros con ella"!
Akane ardía por dentro. La ira reprimida coronaba sus mejillas de rojo. Por no seguir reprimiéndose, alzó la silla en brazos -¡RANMAAA!- Ranma esquivó como pudo el objeto arrojadizo, que por el diestro manejo de Akane con objetos que sirven para golpear, parecía un tercer brazo.
Mientras, Sora caminaba por la barda del río, haciendo equilibrio y vigilando que nadie intentase espiar por debajo de su falda. Tampoco es que le importase demasiado, pero quería memorizar las caras de los que lo intentasen. 'Nunca olvido una cara' pensaba ella con rencor.
Odiaba las faldas. Evitaba por todos los medios llevar el odioso uniforme escolar, única prenda femenina de su guardarropa. Conllevar su maldición era una ardua tarea, y a pesar de la naturalidad con que ella lo llevaba, eran muy incómodas las situaciones en las que era 'sorprendido' llevando faldas
De hecho, carecía de cualquier objeto rosa, peluches o cualquier otro objeto femenino. Sora tenía un serio problema de identidad en ese aspecto. Akane era una madre sufrida que se esforzaba en hacer aflorar ese lado femenino de su personalidad, pero Sora rechazaba cualquier indicio, prefiriendo posters de acción sobre los peluches adorables. El desorden y caos total del que antiguamente era la habitación de su madre era notable: los discos de música estaban sobre la mesa, los libros en la deshecha cama, la ropa sucia desperdigada... A veces se escuchaban gruñidos bajo la cama (Y Sora no tiene ningún perro).
Recordaba la cara desencajada de sus padres, cuando entraron a su cuarto la última vez. Porque, de hecho, no habían vuelto a entrar allí desde entonces. Lo recordaba con total claridad: Su madre entrando, salió gritando, su padre también, una nueva discusión...
Descendió del enrejado y negó con la cabeza. No quería seguir pensando, o acabaría llorando
Una vecina cotilla vio a la chica por la calle y, pensando que aún era temprano por la mañana, dedujo que se había fugado de clase, cual delincuente. Por lo menos no conocía su maldición. Habían procurado mantenerla en secreto para fomentar la idea de tener una vida normal en una familia normal.
La vecina vigiló de reojo a través de su ventana mientras Sora abría la puerta y entraba a su casa.
Nerima había cambiado bastante. Los vecinos no eran agradables. Se corrían rumores absurdos e infundados acerca de Sora, que tenía un novio gamberro, se drogaba o de noche salía con una pandilla de motoristas destroza-calles.
Hasta un motorista gamberro hubiera sido una agradable compañía. Sora no tenía amigos.
Y a su parecer, tampoco tenía familia.
Sora lanzó la mochila a las escaleras y tomó asiento en la entrada, sintiéndose más sola en el mundo de lo que nadie jamás se hubiese llegado a imaginar. A veces había llegado pensar en su padre como "ese idiota que se pasea por casa y que trae comida" y en su madre como "la vieja estúpida que limpia la casa por diversión".
-Ojalá...- susurró en el solitario pasillo. -Ojalá quisieran estar más tiempo conmigo. ¡Pero es que son... son... estúpidos! ¡Son peores que los niños pequeños!
-Psché, niñata...- dijo una voz desde la sombra. Sora se asustó de un modo sobrenatural, puesto que no debería haber nadie en casa.
Ella dio media vuelta, para acabar cara a cara con un chico de unos dieciséis años, de pelo corto verdoso y ojos oscuros.
Sora comprendió en un segundo que había un desconocido, y que podría haber estado espiándola. Un ladrón, un asesino, un vendedor a domicilio... Daba igual, no tenía derecho a estar allí. Ardió en furia, mientras que su falda escolar flotó alrededor de ella, con un aura rabiosa consumiéndola -¿¡QUIÉN demonios eres TÚ y qué estás haciendo en MÍ casa!?- gritó totalmente enfurecida y fuera de sí.
-Eh... uh...- el chico balbuceó, dándose cuenta de que había sido descubierto, y que, efectivamente, no tenía derecho a estar en esa casa. Dio un paso temeroso atrás, pensando en la salida más cercana.
Sora fue más rápida, y lo agarró por las solapas de la camisa alzándole -¿Vuelvo a preguntar? ¿¡Qué demonios haces aquí!?
Él no parecía dispuesto a responder, aunque el miedo era palpable.
-¡Muy bien!- replicó ella con un deje de enfado, caminando hacia la puerta -Ya que no vas a responder...- abrió con la mano que no le estaba sujetando -¡LARGO!- y lo pateó hacia la estratosfera como tan acostumbrada estaba a hacer con los pervertidos.
-Uf... ¡Qué pesados que son!- se repitió. Pasó por la cocina y tras coger una manzana y un zumo, subió a su cuarto. Abrió la puerta.
-Dios, qué pedazo de basurero...- susurró para sí misma, observando el caos allí reinante. Cerró la puerta y esquivó el jersey que tenía nada más entrar en el suelo. Saltó dos montañas de ropa sucia y una montaña de revistas antes de llegar a su deshecha cama. Luego se zampó felizmente la manzana, enchufó su equipo de música a todo volumen y pensó feliz bebiéndose el zumo "Mi basurero..."
Continuará...
