Bueno, más Jonmon porque el mundo lo necesita. Se introducirá a Ramsay en los próximos capítulos también, por lo que nada bueno vendrá para Jon.
Oh sí, el titulo es el mismo que el del poema Das Lied eines jungen Soldaten auf der Wacht escrito por Hans Leip
Todo esta inspirado en una sesión de fotos de Vinnie Woolston ( /NEW-WORK-Joe-Black-W15)
Capítulo Uno
Los hombres brotaban de las trincheras al igual que las ratas, el sonido de las botas chocando con la tierra no lograba superar los estruendos de las bombas colisionando sobre la misma. Las piernas no se movían tan rápido como deberían hacerlo, tal vez por el hambre, el cansancio o por el frio pero eran lentas y poco laboriosas. Los brazos se doblaban a la altura del pecho y los fusiles se exponían a los jóvenes alemanes.
Él iba en la delantera, temblaba por supuesto ¿qué otra cosa podría hacer? La trinchera no era la gran cosa, no obstante lo resguardaba de las destructivas garras de la guerra. Las montañas de tierra podían protegerte de las balas, siempre y cuando te agacharas lo suficiente para cubrirte por completo; y ahora eso era imposible, todo su ser estaba expuesto, en peligro y con demasiado miedo. Era un miedo que nunca antes hubiese imaginado, fueron aquellos viejos tiempos los que lo llevaron a tomar tal decisión, ¿qué mente estúpida podría desear con tanto esmero ser parte de tal guerra? La suya seguramente, la mente de un ingenuo niño que lo único que quería era gloria, la de un niño de mala sangre que estimaba que de esa forma seria recordado. Él en algún momento lo deseó con todo su corazón y fueron cuestiones de días con las ráfagas de los explosivos como única vista en el cielo para que supiera que nada se conseguiría allí, nada más que pánico, desesperación y hambre, con mucha suerte una muerte rápida.
Su muerte fue todo menos rápida. La bala le penetró el vientre con tal intensidad que al sentirla ya se encontraba desplomado en la tierra. Contempló a sus compañeros marchar y otro caer muy próximos a él. Sus manos oprimieron la delgada capa de carne en su abdomen y cubrieron la herida, la sangre era lo más caliente que sintió hasta ese entonces. Levantó los ojos al cielo, ¿qué esperaba? Al igual que el primer día, el firmamento era un retrato en escala de grises, de cierta forma era agradable para el momento de la muerte.
Al inhalar por última vez un cosquilleo le invadió, era molesto y doloroso como si se tratara de miles de agujas pinchándole el cuerpo y los músculos. Permitió que el dolor lo asediara, era mejor sentir algo al morir. Cerró los ojos y trató de que su último sueño fuera en la mansión de Invernalia, lleno de nieve, fría y caliente a la vez, y de risas y sonrisas.
Lo intentó y no lo consiguió, su sueño fue en negro, un negro gélido.
—Despertó. ¡Ha despertado, Doctor!
La voz de una mujer danzó por sus oídos, sus parpados consiguieron despegarse después de que esta desapareciera. Tuvo que parpadear más de dos veces para que pudiera captar verdaderas y legibles imágenes. Sus dedos sigilosos se dirigieron a su vientre, se acobardaron al tocar las vendas y regresaron.
—Buenos días, Sir Snow.
Ladeó su cabeza hacia el doctor, era un joven hombre y atractivo, un regalo a la vista de las enfermeras, aunque no tanto como lo sería Robb. Era de ojos claros, celestes uno podría deducir; de cabellos dorados como el sol y tan largo como el que las doncellas poseían; alto, probablemente le llevaría dos cabezas, y delgado, el atuendo verdoso se le acoplaba a la silueta. El tono de voz era suave y dulce al igual que la miel en el té, no pudo comprender las primeras palabras por el zumbido en sus oídos.
—¿Cómo se siente?
—¿Cómo debería sentirme, Doctor? No siento nada.
No sentía nada en absoluto, siquiera una pequeña punzada en la herida. En la camilla siguiente se hallaba un muchacho sin brazos, eso debería ser mucho más doloroso que una simple bala incrustándose en la carne. Él fue uno de los pocos con suerte, podía asegurar que eso era suerte.
—Eso es bueno. —El doctor le sonrió, tenía los dientes tan blancos como la nieve. —¿Puedes sentarte? Permíteme revisarte.
Crujió los dientes al estirar su espalda y mover su cadera. Su espalda se acopló a la pared, los fierros del respaldo de la camilla le tocaban la mitad de esta, se la lastimaban y congelaban. El doctor se sentó al lado de su pelvis y esperó que desabrochara los primeros botones de su camisa para apoyar el estetoscopio en su pecho.
—Respira profundo. —Lo hizo con lentitud, fue incapaz en una primera instancia. —Otra vez. —Lo repitió, esta vez con mayor éxito. —Bien, está en perfectas condiciones, Sir Snow.
Se arregló la camisa apenas fue liberado, en esos momentos no apreciaba la cercanía. —¿Cuento tiempo he estado aquí?
—Un mes.
Al menos podría alardear de que perduró mucho más en la guerra. En esos tres meses no hizo más que temblar por el hambre y lo helado de la noche, y quejarse por lo bajo de su decisión, de lo estúpido que fue y de lo arrepentido que se encontraba.
—¿T-tendré que volver a la guerra?
No podría regresar, no, ya no tendría las fuerzas ni el espíritu necesario. La gloria que se ganaría al luchar por Inglaterra no era suficiente. De tan solo pensarlo un escalofrío le recorría la columna vertebral y lo paralizaba.
—Por ahora no, acabas de despertar y necesitas seguir descansando. —El doctor se le acercó, mucho más cerca. Los dedos se ajustaron a su mandíbula, irguiéndole el rostro. —Abra la boca, Sir.
Su lengua fue presionada por la tabilla que se adentró a lo profundo de su boca, estuvo a punto de vomitar, mas tosió cuando el aire fue lo único que lo invadió. La enfermera se marchó al oír las agitadas respiraciones del soldado de junto.
—Sabrá, Sir, cada vez son más los soldados que terminan aquí y que son pocos los recursos con los que contamos. Y no tengo la libertad para permitirle que continúe descansando aquí, verá, no estamos en condiciones de mantener a los soldados estables. —El doctor dijo con lentitud. —Pero no se preocupe, no tendrá que regresar al campo de batalla. Podrá descansar junto a su familia, ¿tiene alguna forma de contactarlos?
—No tengo familia… no viva.
Era un bastardo pero de todas formas poseía una familia. Su padre, Lord Eddard Stark murió años atrás por la gripe, al menos así lo diagnosticaron los Lannister. Su hermano Robb murió en batalla, no fue uno de los afortunados. A Catelyn la debilitó la tristeza que la acorraló con las pérdidas, aunque no sintiera aprecio hacia esa mujer su corazón dolía al recordarla. La hermosa Sansa fue prometida al Príncipe Joffrey, no se encontraba en las mejores manos pero contaba con una vida mejor. Los pequeños, Arya, Bran y Rickon se hospedaban con Lady Lysa Tully. Ninguno de esos lugares eran para él.
—¿Y imagino que no tendrá dinero, verdad? —Negó sacudiendo con nimiedad la cabeza. —Por supuesto. Entonces, ¿cómo cree que sería visto abandonar a un soldado herida en la calle?
—Depende a quien pregunte. ¿Cómo lo vería usted?
—Bien, lo vería bien. ¿Pero no sería una lástima abandonar semejante belleza? —El doctor sonrió. —Yo podría ayudarlo a conseguir un lugar, vivo a pocas manzanas de aquí. Podrá quedarse el tiempo que desee o hasta que vuelva a ser solicitado, y me tendrá allí, podre estar al tanto de su salud. Por supuesto solo si a usted le parece correcto.
—¿No sería una molestia? Es la primera vez que lo veo y no soy nadie importante, no hay necesidad de resguardarme. No me importaría volver a la guerra, tengo amigos allí, bueno, los que no estén muertos.
Su cuerpo se encogió sobre la pared y entretanto sacudió su pelvis hacia atrás ajustándola al respaldo y alejándose del otro por un mero instinto. El doctor se agachó hacia él, estaba tan cerca que el único perímetro que conseguía era el de ese pálido rostro. Las palmas se encastraron en sus mejillas sonrojadas, sus ojos descendieron. Comprendía que la guerra cambiaba a la gente, él podía sonrojarse con mayor facilidad como una doncella.
—No sería una molestia para mí, te he estado viendo por un mes y con eso debe ser suficiente.
Aceptó, de alguna desconocida forma aceptó. No lo recordaba, solo sabía que ya estaba atado a ello. Lograría conseguir algo de dinero antes de tener que regresar, algún empleador desprovisto requeriría de un bastardo que no hacía más que temblar en las trincheras. En la mansión de los Stark jamás permitió que ningún sirviente lo atendiera, estaba habituado al quehacer y no se cansaría fácilmente.
La enfermera le ayudó a ponerse en pie, era tan joven como Sansa, no tan bonita pero continuaba siendo agradable. Tambaleó al estar por primera vez en pie, si los brazos de la enfermera no le hubiesen rodeado la espalda se localizaría en el suelo. Le cambió las vendas, su carne se oprimía entre las nuevas.
—Buenas noches, Doctor.
—Buenas noches, encanto. Trata de descansar.
El doctor lo miró por encima del hombro, se apresuró a alcanzarlo. El cielo era distinto al último que presenció, de un color oscuro y relleno de brillantes estrellas, la luna redonda se plantaba por un extremo. Las calles a diferencia de las trincheras estaban colmadas de alegría, concordaban en los gritos.
—Hay una feria en la plaza, podríamos ir mañana ¿no crees?
—Si no es una molestia para ti.
Solía concurrir a las ferias con sus hermanos, hermanas y Theon. Se preguntaba donde se hallaría este último. También acostumbraban volver a altas horas de la noche y ser regañados por Lord Eddard.
—Por cierto, ¿cuál es su nombre?
—Puedes llamarme Damon. —Respondió al encender un cigarrillo, el humo de la primera inhalada le hizo carraspear y eso provocó la risa del contrario.
—Eres joven y estas en forma, ¿por qué no estás en el campo de batalla, Damon? ¿Acaso eres un cobarde?
—¿Cobarde? ¿Te gustaría eso? —Damon exhaló el humo en su rostro. —Me gustaría estar allí pero no puedo, mis pulmones no son tan jóvenes ni están en forma.
—Pero fumas, tal vez lo hagas al propósito. ¿Tienes miedo, cierto?
Damon sonrió socarrón y arrojó el cigarrillo. —No sabe nada, Sir Snow.
Las siguientes tres manzanas las caminaron en silencio, las luces de la feria eran igual de intensas que los relámpagos de las bombas. El tintineo de las llaves era tan harmonioso como el silbido de los aviones sobrepasando las alturas. La puerta se corrió dando paso a la oscuridad interna, Damon extendió el brazo con un ademán.
—Bienvenido a mi mundo. Siento que sea pequeño, mejorará con el final de la guerra.
Las luces se encendieron después de que ambos entrarán. Siéntete como en casa, él nunca pudo sentirse cómodo en ningún otro lugar que no sea la mansión de los Stark. Sus dedos se movieron inquietos y con pasos pausados persiguió a Damon hasta que este le indicó que tomara asiento. No creía que fuera una casa pequeña, la sala de estar era mucho más extensa que la habitación en la que despertó.
—Debe ser raro para ti, ¿verdad? Toda tu vida viviendo en una mansión y ahora en esta pequeña casucha. —Damon apoyó los brazos en la mesa y cruzó la pierna derecha por encima de la izquierda, inclinando la espalda. —Tengo una mansión también, mi amigo tiene una para ser más exactos. Si te sientes asfixiado aquí podría llevarte allí, estarás en casa.
—No viví siempre en una mansión, estuve tres meses en una trinchera.
—Eso no cuenta. Entonces, hombre de mansión debo avisarle que no hay sirvientes aquí por lo que uno mismo debe hacer todo. Y es por eso que debo establecer ciertas reglas.
Y allí estaba, quizás era por eso que odiaba tanto hablar o involucrarse, siempre se generaba un freno para cualquier acción. No le molestaban las reglas, con anterioridad pudo haberlo afirmado con mayor confianza. Acomodó el codo en la mesa y su mejilla en la palma, los dedos se extendieron por su rostro y sus ojos se entrecerraron, intentaría no dormirse.
—En cuanto a la comida, ¿sabes que la economía está siendo atacada actualmente? Yo podría alimentarnos a ambos pero creo que es más justo que cada uno se gane su grano, ¿no lo crees?
—No, no tendré dinero en un mes y con mucha suerte. ¿Cómo podría ser eso justo? Ni siquiera te hubiese seguido si me lo hubieses informado, prefiero volver a la guerra.
—¡Oh, vamos! ¡No seas dramático! Tendrás un trabajo, yo te daré uno. ¿Crees que sería tan malvado? ¿Creíste que realmente te dejaría sin comer? ¿No luzco como un buen anfitrión? Tienes una muy mala impresión de mí. —Damon tenía una larga sonrisa y un poco molesta. —Trabajaras para mí y te alimentare, podrás estar siempre aquí, cómodo y calentito.
—¿Estás diciendo que seré tu sirviente? —Levantó una ceja.
—No, no lo llamaría de esa forma. Pienso que te quedaría mejor el mote de puta.
No replicó, pudo haberse levantado abruptamente y alejarse, prefirió mantenerse quieto y observar como los dedos se deslizaban por la mesa. Poco a poco lo alcanzaron, treparon por sus clavículas a su barbilla. Enderezó su espalda, apretó los labios y frunció el ceño.
—Tienes un bonito rostro, ¿no crees que sería oportuno aprovecharlo? Te haré rico si me das tus servicios.
—¿Desde cuándo deseas esto?
—Desde el primer día. Era una tarde fría y tú viniste, agonizando y sangrando, ¿cómo podría resistirme a tal encanto? Y te veía cada noche antes de marcharme y apenas regresaba temprano en la mañana. Estabas allí, descansando sin preocupación alguna. Toqué tus labios tantas veces pero nada más, no sería divertido si no ponías resistencia.
No era repulsivo oírlo, no, no lo era. —No seré lo que tú quieres.
—Sí, eso pensé. —Su rostro fue conducido al otro, sus ojos intentaron no estar tan clavados en los de Damon. —Y me temo que no comerás y no podrás estar cómodo ni calentito. Te he dicho cuáles son las reglas y no las cambiare. Ahora acompáñame, te mostrare cuál es tu lugar aquí.
Lo acompañó sin queja, sobrellevaría una noche y en la mañana se marcharía. Conseguiría un lugar en el cual hospedarse hasta tener que regresar a la cruel guerra, quería creer que resultaría sencillo. Fue conducido a la última habitación y de allí al jardín trasero, no era más que un montón de tierra y unas tímidas proporciones de pasto.
—¿Dormiré aquí?
—¿No lo he dejado en claro? Por supuesto, dormirás aquí. Esta habitación es gratis para ti.
Damon tomó las cadenas enrolladas en la esquina, se estremeció con el campaneo. Se movió hacia atrás a medida que el otro se le aproximaba, se detuvo al tener su espalda acorralada en la pared y Damon suspiró. Sus manos se hundieron en el pecho contrario, pretendían apartarlo sin utilizar fuerza.
—Quieto, no lo hagas más difícil para ti. —Dijo y le envolvió el cuello con las cadenas, le apretaba la piel pero no lo necesario como para quitarle la respiración. —Trata de no quitártelo, no lo lograrás y no quiero que tengas marcas.
Damon tironeó la cadena y lo obligó a marchar. Amarró el otro extremo al árbol más cercano, todavía no concebía la repulsión y si la enfermedad que le cosquilleaba el estómago, haciéndole sentir vulgar. Sí pudiera sentir la repulsión todo le resultaría más relajante al resistir.
—La noche es larga, Sir Snow, piénselo bien. No le dejare ir hasta que lo haya pensado otra vez. Solo piénselo.
Damon le besó la frente antes de abandonarlo y someterlo a la merced de las estrellas y la frialdad de la noche.
