Hola chicas, bueno aquí traigo una nueva historia, como siempre los personajes no me pertenecen, son de S. Meyer, yo solo juegop con ellos en mis historias. Nos vemos.


No en mi cuerpo.

Bella.

Hoy en día la vida se marca por tendencias. La forma de vestir y la talla que gastas es una de las cosas de esas tendencias. El problema llega cuando no estás dentro de los "Supuestos cánones" Eso es lo que me pasaba a mí.

No era una chica fea ni desagradable, pero aún así no era el tipo de chica que gustaba a los chicos del instituto. Yo vivía en Forks, un pequeño pueblo de la península de Olympic en el estado de Washington.

Mis ojos eran de color café y mi cabello castaño caía a media espalda. Posiblemente era de las pocas mujeres que se pasaba todo el día con las mejillas rojas debido a mi severo caso de timidez. Siempre pasaba desapercibida ante los ojos de los demás y eso era un cierto alivio hasta que pensé en el problema.

Estaba haciendo gimnasia y realmente se me daba demasiado mal por la falta de equilibrio en mi cuerpo. Era realmente patosa. Estábamos jugando a voleibol cuando la pelota rebotó hacía mi dirección y traté de darle como pude acabando ésta contra la cara de mi compañero.

Mike Newton era un chico alto, rubio, ojos azules, y simpático. Se giró hacia mí y me miró con cara de asco. Intenté disculparme una y otra vez ante sus palabras de reproche, pero lo único que obtuve fueron insultos.

-¡Estúpida!- Me gritó riéndose.- Ten más cuidado la próxima vez.

-Lo siento.- Le dije agachando la cabeza.

-Normal que nadie te quiera en el equipo, entre torpe, fea y gorda, lo tienes todo.- Mike se rió y chocó los cinco con su mejor amigo Tyler.

Salí casi corriendo del gimnasio y me encerré en los vestuarios. Después de poner el cerrojo en la puerta, me miré en el espejo. Que me llamara fea no me había afectado para nada. Sabía que no lo era. No era una belleza, pero tampoco fea. Sin embargo la palabra gorda caló hondo en mi.

Solía vestir con camisetas anchas y pantalones no muy ajustados. No me gustaba llamar la atención y aún así lo había hecho. Sequé una lágrima que corría por mi mejilla cuando escuché el timbre sonar y abrí la puerta para que mis compañeras pudieran entrar. Me encerré en un baño y subí mis pies en la taza del váter apretando las rodillas contra mi pecho. No quería que me escucharan hablar y se rieran más de mí. Aún así las escuché criticarme.

-¿As visto lo que ha hecho la idiota de Isabella?- Preguntó una chica a otra que reconocí como Jessica Stanley.

-¡Claro que lo he visto!- Lauren gritó demasiado.- La muy gorda le ha dado a tu novio en la cara.

-Esta me las va a pagar.- Jessica no dejaba de gritar.- La muy imbécil le ha puesto la nariz roja a mi cuchi-cuchi.

-Eso es que quería hacerse de notar.- La voz de otra chica llegó a mis oídos.

-¿As visto como nos mira siempre?- Preguntó Lauren.

-Nos tiene envidia.- Contestó Jessica.- Nosotras somos animadoras del equipo, tenemos novios guapos y estamos buenísimas.

-Si.- La chica desconocida para mí volvió a hablar.- No como ella que se oculta tras las ropas anchas porque esta gorda y sin formas.

Sentí caer las lágrimas de nuevo por mis mejillas. Está bien que estaba un poco llenita, pero no era para tanto. Cuando todas salieron de los vestuarios, bajé del váter y sentí que mi cuerpo entero temblaba. Tenía unas ganas enormes de salir corriendo hacía mi casa y no volver jamás al instituto.

Salí de los vestuarios con la cabeza agachada y sentí las miradas de todo el mundo cuando entré a la cafetería. Lo malo de ser la hija del jefe de policía del pueblo, era que no podía marcharme de las clases sin que él se enterara. Charlie era muy estricto con las normas, así que se enfadaría mucho y me castigaría si se enteraba de que me saltaba alguna clase.

Los murmullos no se hicieron de esperar y pronto toda la cafetería estaba hablando sobre mi accidente con el capitán del equipo de baloncesto. Alguien puso el pie en mi camino y me hizo caer al suelo. Todo el mundo se rió a carcajada limpia de mí y sentí como mi cara ardía de la vergüenza.

Las nauseas invadieron mi estómago y sentí la necesidad de salir corriendo de allí. Me levanté como pude del suelo y en ese instante el olor a oxido y sal de la sangre inundó mis fosas nasales. Me había hecho un corte en la mano al caer al suelo y otro en la rodilla. Sentí como empezaba a perder las fuerzas y a marearme. Al llegar al pasillo, mi cuerpo falló y caí desmallada al suelo.

Al abrir mis ojos, me encontré tumbada en la camilla de la enfermería y unos ojos negros me miraban con curiosidad. Me asusté al ver que estaba en compañía de alguien y me intenté incorporar. Mi cabeza me dio vueltas y sentí las manos de aquella muchacha empujarme contra la cama.

-No te muevas.- La voz de la chica parecían campanillas.- Te encontré desmayada en el pasillo. Es mi primer día de clases. Mi nombre es Alice Brandon.

-Yo soy Bella.- Le dije en un susurro.- Y no creo que te miren bien si estás conmigo.

-Eso lo juzgaré yo misma.- La chica me empujó de nuevo y caí dormida.

Edward.

Sonreí al bajar las escaleras y sentir el olor a dulces. Mi madre era una buena cocinera y desde siempre me hacía pasteles para desayunar. Acaricié mi estómago cuando se quejó por falta de comida "Tranquilo ya está la ayuda en camino" comenté para mi propio cuerpo. Aparecí en la cocina y mi madre como siempre me sonrió y me alcanzó un plato repleto de tortitas y pasteles de chocolate.

-Ya sé que te encanta desayunar todo esto.- Mi madre me volvió a mirar con desaprobación.- Pero ya has oído a papá.

-En el instituto no puedo comer pasteles.- Le reproché.- Allí están asquerosos.

-Edward.- Mi madre se acercó y acarició mi mejilla.- ¿Cuánto has engordado estos últimos seis meses?

-Solo tres quilos.- Rodé los ojos y suspiré.- Estoy en crecimiento.

-No repitas las palabras de tu amigo Emmett.- Mi madre pellizcó con fuerza mi mejilla.- Él come y come y no engorda, pero tú sí.

-No es mi amigo.- Le dije molesto.- Solo es un conocido.

Emmett era un chico popular en clase. El ser capitán del equipo de beisbol era todo un orgullo y hablar con gordos no era bueno para su reputación. Aunque por desgracia era mi vecino y los fines de semana su madre venía a casa y él venía con ella.

-Es tu vecino de toda la vida.- Me reprochó mi madre.- Y siempre está aquí los fines de semana para jugar a las consolas contigo.

-Porque lo obliga su madre.- Susurré contra mi cuello.- Gracias mamá.

Me levanté de mi asiento y cogí mi mochila para ir a clases. No me hacía falta un coche, ya que estaba a dos manzanas. Mi padre Carlisle decía que conducir a temprana edad era un peligro para los peatones y demás conductores. Salí de casa y tras caminar una manzana la mano enorme de Emmett cayó contra mi espalda.

-Buenos días cerdito.- Me dijo riéndose.

-Buenos días Emmett.- Le contesté agachando la cabeza como todas las mañanas.

-¿Cuándo vas a dejar de comer los ricos pasteles de tu mami?- Me preguntó con burla.-Sabes que tanto exceso es malo para el cuerpo.

-¡Déjalo ya!- Gritó Rosalie acercándose hacía nosotros.

Rosalie era una chica modelo. Su cabello rubio caía por su espalda en cascada con algunos bucles. Sus ojos azules encandilaban a cualquiera y su sonrisa simplemente era perfecta. Lo malo de ella era ser la novia de Emmett McCarthy.

-Pero cariño.- Protestó Emmett.- Sabes que le digo gordito con cariño.

-Él es guapo.- Rosalie cogió mi mano y mi corazón se aceleró.- Solo que no sabe cuidarse.

Depositó un beso en mi frente y me quedé estático en el mismo lugar. No es que estuviese enamorado de ella, porque no lo estaba. Simplemente que una chica popular y guapa como ella se acercara a mí de esa forma me ponía nervioso.

-Me vas a poner celoso.- Rió Emmett.

-Cállate bobo, solo le estaba dando ánimos.- Rosalie le dio un codazo. – Vámonos o llegaremos tarde.

Los dos caminaron cogidos de la mano a unos metros de distancia y giraron la esquina alejándose de mí.

-¡Eh Gordo!- La voz de James no se hizo de esperar.- Llévame los libros.

James era el mejor amigo de Emmett y siempre me estaba gastando bromas pesadas o insultándome.

-Llévatelos tú.- le contesté caminando hacía mi edificio.

-Esto lo pagarás.- Me amenazó.

-¡Como todo lo demás!- Le dije gritando antes de entrar a clase.

Cuando entré en clase, me fijé que el grupo de animadoras no estaba en su sitio. Seguramente ya estaban entrenando para el próximo partido del fin de semana y otra vez tenían permiso para faltar a clase.

-¡Nerd!- La voz de Victoria llenó mis oídos.- ¡Edward!

Me giré a desgana. Ella siempre se estaba metiendo conmigo. Victoria me gustaba desde hacía tres años y ella lo sabía. Fui un estúpido cuando me declaré dos años atrás, pensando que ella no se fijaría en mi físico.

-Dime.- Sentí mis mejillas arder.

-Te he traído tarta de manzana.- Su voz sonaba a burla.

-No gracias.- Le dije dándome la vuelta en mi sitio.

-Encima que lo hago por ti.- Ella se acercó a mi mesa.- Se que la comida de la cafetería no te gusta y te quedas con hambre, ballenato.

-No tengo hambre, gracias.- Le dije con respeto.

Victoria tiró la tarta de manzana contar mis pantalones y rió ante la atenta mirada de su novio James.

-Te dije que me las pagarías, gordo.- James besó a Victoria en la boca y se giraron al entrar el profesor.

-¡Cullen!- El profesor miró mis pantalones manchados cuando me hizo salir a la pizarra.- ¿Que te ha sucedido?

-Estaba comiendo como siempre cuando lo llamó.- Gritó James.- Y del susto se lo tiró encima.

-¿Cuántas veces te he dicho que en mi clase no se come?- El profesor se levantó de su mesa y me cogió del hombro.

-Cuidado haber si se enfada y lo aplasta.- Laurent rió ante su comentario y la clase lo siguió.

-No se meta en lo que no le llaman.- El profesor abrió la puerta de clase y me dejó en el pasillo.- Estarás aquí hasta que acabe mi clase.- Me miró enfadado.- Y no comas nada.

Asentí con la cabeza y esperé a que la clase terminara para entrar a recoger mis cosas. Cuando se vació la clase entré y miré al profesor antes de ir a mi pupitre.

-No estaba comiendo en clase.- Le susurré rojo de la vergüenza.

-Entonces explícame la mancha de manzana de tus pantalones.- Me señaló mi ropa.

-Victoria me trajo tarta que hace su madre y al cogerla me cayó encima.- Le aclaré…más o menos.

-Está bien, ahora vete.- El profesor se estiró en su silla y esperó a que saliera.

Lasa demás clases transcurrieron entre risas al comentarse unos a otros el incidente con el profesor y la tarta. Los insultos no se hicieron esperar y cada vez me sentía peor. Al salir a comer, las miradas de todos estaban puestas en mí como siempre. Cogí mi bandeja y me acerqué a la barra.

-Buenos días.- La cocinera me saludó.- Hoy he hecho pastel de chocolate para ti.

-Pastel de chocolate para su gordo.- Me susurró James en el oído.- ¿Me dejarás un trozo, o te la comerás toda tú solo?

Ignoré sus palabras y cogí el plato que me tendía la cocinera.

-Gracias.- Susurré.

Al girarme y mirar la cafetería, me di cuenta que todos señalaban mis pantalones alrededor de victoria y James y reían sin parar. Me acerqué a la mesa más alejada al lado de la puerta y me senté a comer. Siempre comía muy despacio y aquello era una ventaja para todos.

Al acabar la hora de la comida, yo me estaba comiendo mi trozo de pastel de chocolate cuando pasaron todos por la puerta. James se acercó de nuevo a mí y levantó mi plato con medio pastel a la altura de mi cabeza. Sin poder resistirlo más, me levanté e intenté quitárselo de las manos.

-Parece un chucho buscando se hueso.- Rió Emmett.

-Tíraselo.- Propuso Laurent.- A la cabeza por gordo.

Sin pensárselo dos veces vació el plato en mi cabeza y restregó la tarta por mi pelo. Todo el mundo reía a carcajada limpia menos una persona. Rosalie estaba parada observándome sin gesto alguno. Todos salieron de la cafetería y Emmett tiró de su brazo para que le siguiera. Me senté en la mesa todo manchado y sin poder evitarlo, escondí mi cara entre mis manos para no llorar.

-Edward.- Su aliento chocó contar mi nuca.- Acompáñame al baño.

-Eso ni loco.- Le dijo Emmett enfadándose.- ¿Qué quieres que se rían de ti?

-Os estáis pasando con él.- Rosalie parecía enfadada.- No os hace ningún mal.- Ella me señaló.- Le gusta comer ¿Y qué?

-Que esta como un tonel.- Rió Emmett.- Míralo, da asco mirarlo.

-Pues a ti te encanta jugar los fines de semana a su consola durante horas con él en su casa.- Le reprochó Rosalie.

-Lo hago porque mi madre me obliga.- Emmett me empujó.- Y si no lo hago me quita las llaves de mi coche y la paga.

Rosalie negó con la cabeza y me susurró un lo siento. Me levanté despacio de la silla cuando ellos salieron y me dirigía los vestuarios. Al llegar allí, contemplé mi cabeza llena de tarta de chocolate, mi cara y hombros manchados y mis pantalones llenos de tarta de manzana. Pude sentir como las lágrimas caían por mis mejillas y sentí nauseas.

Me metí en un baño y cerré la puerta. Aquello no podía continuar, debía hacer algo. Me arrodillé en el suelo y suspiré contra el váter. Estaba gordo y daba asco. Desbroché mi camisa y miré mi redonda barriga. Era un apestoso, gordo y asqueroso.

Observé el agua en el fondo del váter y tragué en seco. Sin pensármelo dos veces, metí los dedos en mi boca una y otra vez hasta que vomité todo lo que había en mi cuerpo. Iba a cambiar, iba a ser mejor.