TODO VA BIEN

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling. El argumento está inspirado en la historia de la película "El Exorcista".

Esta historia participa en el reto "Te potterizarás de terror" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Para conmemorar la llegada del día de Halloween, en el foro se propuso adaptar obras de terror clásicas al mundo de Harry Potter y yo he decidido coger el argumento de esa aterradora película llamada "El Exorcista" y hacerle un par de retoques para que os creáis que Satanás es… Bueno, seguro que os enteráis en cuanto leáis las primeras líneas. Espero que la historia os guste y, sobre todo, que os de mucho miedo. A mí es que me tocan los temas del demonio y no puedo dormir por la noche. ¡Al tema!


Monte Parnaso, antigua ciudad de Delfos, Grecia. 1 de septiembre de 2017.

Petros Argyris detuvo a su acompañante cuando ésta intentó invocar un Lumus. Mandy Brocklehurst frunció el ceño; todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión y no se sentía cómoda en absoluto con la situación.

El señor Argyris, veterano inefable del Ministerio de Magia griego, se había puesto en contacto con el director del Departamento de Misterios inglés tres días antes y había solicitado la presencia de algún funcionario británico en su país. La cortesía había brillado por su ausencia y el director Croacker había estado a punto de negarse, pero se trataba de un asunto muy urgente. Al parecer, uno de sus oráculos había tenido una visión muy importante y Brocklehurst estaba allí para escuchar lo que tuviera que decir.

La inefable Brocklehurst pensaba que ese viaje era una estupidez. Llevaba más de una década trabajando en el Departamento de Misterios. Dos colegas más y ella trabajaban afanosamente por devolver el esplendor a la Sala de las Profecías, destruida prácticamente en su totalidad en el año 1996. Su labor era delicada y la bruja estaba convencida de que trasladarse hasta ese monte griego era una distracción y una pérdida de tiempo. Hubiera preferido mantenerse en su puesto en Inglaterra puesto que estaba convencida de que los oráculos siempre habían sido y siempre serían timadores empedernidos.

Cuando llegó a Atenas, fue recibida por el señor Argyris. Era un hombre prácticamente centenario de piel pálida y aspecto frágil. Le habló en un inglés repleto de acento y errores y le aseguró que no debían perder tiempo y acudir a la antigua ciudad de Delfos lo antes posible. Brocklehurst se encontró con un monte rocoso y un montón de ruinas. A pesar de su avanzada edad, el inefable Argyris fue capaz de trepar por las rocas con envidiable agilidad. Mandy le preguntó por qué no se aparecían directamente en la cueva del oráculo; él la miró y sonrió de forma condescendiente, como si la creyera estúpida.

Después de casi media hora de travesía, el inefable Argyris se adentró en una cueva húmeda y oscura, muy alejada del ancestral esplendor que aún desprendían las ruinas de Delfos. Caminó a ciegas durante varios metros y Mandy procuró mantenerse cerca de él para evitar sufrir un accidente. Después de unos minutos, Brocklehurst distinguió el titilar de unas velas al fondo de un pasadizo de piedra.

—A partir de aquí, debe seguir usted sola —Le indicó Argyris con su voz bronca—. El oráculo desea hablar con usted.

Mandy asintió y continuó andando. Sus pisadas resonaban en la cueva y la luz era cada vez más intensa. Cuando al final llegó al final del pasillo, se encontró con un pequeño habitáculo con las mismas paredes de piedra y el suelo cubierto por pieles. Las velas estaban presentes en cada rincón y un catre de paja permanecía medio oculto en la esquina más lejana. Brocklehurst vio una silla desvencijada medio apoyada en la pared y, frente a ella, un antiguo telar. Frunciendo el ceño, con la sensación de encontrarse perdida en el tiempo y el espacio, dio un paso adelante y buscó con la mirada al oráculo.

Hubiera jurado que no había nadie, pero sintió una brisa helada a su espalda y escuchó las pisadas amortiguadas de unos pies descalzos sobre las pieles del suelo. Giró la cabeza para comprobar que el señor Argyris no la había seguido y se llevó un buen sobresalto cuando volvió a mirar al frente. Sentado en la silla, un hombre acababa de poner en funcionamiento el telar. Estaba envuelto en una túnica oscura y oscuras venas azules podían vislumbrarse en sus manos pálidas. Mandy retrocedió un paso y no supo qué decir.

Durante sus años de trabajo en el Departamento de Misterios, Mandy Brocklehurst había tenido ocasión de entrevistarse con decenas de personas que afirmaban tener el don de ver el futuro. Algunos resultaron ser auténticos profetas y otros no eran más que burdos timadores, pero ninguno le causó un efecto similar a aquel.

El hombre se puso en pie y se acercó a ella lentamente. Su rostro permanecía oculto por el capuchón de su túnica y Mandy apenas fue capaz de vislumbrar una nariz alargada y una barbilla prominente. Quiso presentarse, explicar a qué se debía su presencia allí y preguntar por qué había sido convocada, pero las palabras se murieron en su garganta.

El oráculo colocó las manos en sus hombros y le susurró unas palabras al oído.

O daímonas èchei epistrépsei.*

Mandy Brocklehurst no entendió su significado en ese momento, pero se estremeció igualmente. Sabía que no auguraban nada bueno.


Valle de Godric, Inglaterra. 10 de septiembre de 2017.

Harry Potter tenía por costumbre observar su cicatriz todas las mañanas justo antes de afeitarse y asearse para ir a trabajar. Atrás quedaron los tiempos en los que tantos quebraderos de cabeza le dio y, aunque no siempre había sido fácil, había terminado por aceptarla y olvidarse de que esa imperfección con forma de rayo alguna vez le mantuvo cruelmente ligado a lord Voldemort, el monstruoso ser muerto tantos años atrás. La guerra le había arrebatado muchas cosas, pero por suerte se había terminado y ahora todo marchaba bien. La cicatriz no había vuelto a dolerle en años.

Sonriendo, recordó la dicha de la que había disfrutado en los últimos tiempos. Su matrimonio con Ginny, el nacimiento de sus tres hijos, sus logros en el trabajo. Harry Potter no había tenido una infancia fácil y definitivamente su adolescencia había sido un asco en ciertos momentos, pero ahora era feliz. El brujo estaba seguro de que se lo había ganado y no le pedía al destino nada más. Quería que sus hijos fueran felices y que todo siguiera igual. Sólo eso.

Tras prepararse para afrontar un nuevo día en el Departamento de Aurores, Harry se dispuso a desayunar. Durante todo verano se había encontrado una escena de lo más familiar en la cocina, con Ginny intentando que la comida no se le echara a perder y con sus hijos charlando despreocupadamente y bromeando entre ellos. Harry adoraba ser recibido con besos y abrazos. Aunque los chicos se estaban haciendo mayores y cada vez se hacían más los remolones, aún tenía fe en Lily. Su niña era una preciosidad pelirroja y de ojos castaños, muy parecida a Ginny y con un carácter de lo más encantador. Harry siempre la había considerado su princesita y no se cansaba de jugar con ella y consentirla.

Imaginaba que su hija no tardaría ni un segundo en recibirlo al pie de la escalera porque era lo que solía hacer cada día, atenta como estaba al ruido que sus zapatos hacían al entrar en contacto con la madera del suelo, pero en esa ocasión no hubo abrazo ni beso de buenos días. En su lugar, Harry se sobresaltó cuando escuchó los gritos desesperados.

—¡QUÉ NO! ¡DÉJAME! ¡GUARRA! ¡ESTÚPIDA! ¡HE DICHO QUE NO!

Alarmado, Harry corrió hasta la cocina. Se imaginaba alguna clase de ataque, pero nadie había irrumpido en su casa. La que gritaba era Lily quien, subida en su silla de todos los días, amenazaba a Ginny con un tenedor. Harry se quedó absolutamente pasmado porque su hija nunca jamás se había comportado de esa manera. De hecho, la situación se le antojaba tan extraña que no supo muy bien qué hacer. Lo único que tenía claro era que no podía consentir que Lily amenazase a su madre.

—¡LILY! —Su voz atronadora se escuchó aún más que los gritos de la niña—. ¿Qué estás haciendo? ¡Deja ese tenedor ahora mismo y bájate de ahí!

La niña giró la cabeza para enfrentar a su padre. Siempre había sido una criatura alegre y dulce y Harry se estremeció cuando vio aquel odio dirigido a su persona. Sintió la tentación de retroceder y volver a la habitación para empezar de nuevo el día, pero se quedó allí quieto, enfrentado a los ojos enfurecidos de la menor de sus hijos. Pensó que Lily simplemente no le haría ningún caso, pero después de unos segundos de absoluto silencio, la pequeña dejó el tenedor con cuidado sobre la mesa, se bajó de la silla de un salto y salió de la cocina sin mediar palabra.

Harry aún tenía la boca abierta. Algo le decía que lo que tenía que hacer era ir tras ella y exigirle explicaciones, pero toda su atención se centró en Ginny, que también estaba paralizada y más pálida de lo que había estado en años. Consciente de lo mucho que lo necesitaba en ese momento, el brujo se acercó a su esposa y le dio un fuerte abrazo.

—¡Por Merlín, Ginny! ¿Qué ha pasado?

—No lo sé, Harry. Estaba bien, tomándose su desayuno, y de pronto se puso así. Le pedí que se bajara de la silla y empezó a gritar y a insultarme —Ginny se mantenía firmemente sujeta a él y su voz temblaba un poco al hablar—. No sabía qué hacer, me quedé totalmente bloqueada.

—No te preocupes —Harry le besó la cabeza y la instó a mirarle—. Hablaré con ella cuando vuelva del trabajo, pero estoy seguro de que no ha sido nada. Un arrebato infantil, sólo eso.

—Ojalá.

Tras intercambiar esas breves palabras, Harry besó a su esposa, desayunó rápidamente y se fue al Ministerio. En realidad estaba muy preocupado, pero un caso relacionado con el contrabando de ingredientes para pociones prohibidas le mantuvo bastante entretenido. Al mediodía le envió una carta a Ginny para averiguar cómo iban las cosas por casa y ella le respondió al cabo de un rato asegurando que Lily estaba tranquila pero taciturna.

Cuando volvió al Valle de Godric, lo primero que hizo Harry fue subir a la habitación de su hija. La niña no había sido oficialmente castigada, pero parecía ser consciente de que su sitio estaba allí después de lo ocurrido por la mañana. Estaba sentada sobre la alfombra, peinando a su muñeca favorita y, aunque la ira se había ido de sus ojos, a Harry le pareció que no era la misma de siempre.

—Hola, Lily. ¿Puedo pasar? —La pequeña le dedicó una mirada y finalmente se encogió de hombros. Harry se sentó a su lado en el suelo como ya había hecho muchas otras veces antes y le sonrió. No hubo beso de bienvenida—. ¿Qué estás haciendo?

—Jugar —Su voz sonó dulce como siempre, pero no lo fue tanto cuando añadió otras palabras—. ¿Es que no lo ves?

—¡Lily! No seas maleducada.

—No soy maleducada. Eres tú, que preguntas tonterías.

Harry se quedó con la boca abierta. Tuvo la sensación de que aquello era una pesadilla porque Lily nunca había sido una niña insolente y no entendía qué le estaba pasando.

—¿Te sientes bien?

—Pues claro que sí, ¿por qué lo preguntas?

—Porque hoy no te estás comportando como siempre.

Lily, que hasta ese momento había estado abstraída en su muñeca, miró a Harry. La furia parecía estar volviendo a pasos agigantados. Harry optó por seguir hablando antes de que ella pudiera decir nada.

—¿Por qué le has gritado esta mañana a mamá?

—Porque me ha dicho que me bebiera la leche y yo no quería.

—¿Qué?

—Es una estúpida. No quiero hacer lo que ella me mande.

—¡Lily Potter! —Harry estaba cada vez más sorprendido y preocupado—. ¡No hables así de tu madre!

—¿Por qué no? —Lentamente, Lily se puso de rodillas y se fue acercando a él—. Es la verdad. Es una estúpida y una golfa que se casó contigo porque eras el gran héroe del mundo mágico. ¿No te parece que estaríamos mejor nosotros solos, Harry Potter?

Tras pronunciar esas palabras, Harry observó con horror cómo la mano infantil de su hija se dirigía directa a su entrepierna. Paralizado y demasiado impresionado como para reaccionar, se puso en pie de un salto. Podía notar su corazón latiendo a toda velocidad e intentó buscar una forma de afrontar tan sorprendente situación. Mientras tanto, Lily seguía de rodillas en el suelo, con una sonrisa taimada en el rostro que ninguna niña de nueve años debería tener. Harry parpadeó y durante una milésima de segundo le pareció ver algo rojo en los ojos infantiles de su hija.

—Estás castigada, Lily —Acertó a decir al cabo de unos segundos. Tenía la boca seca y sus manos temblaban ligeramente—. No saldrás de esta habitación hasta que yo te lo diga, ¿entendido?

Lily le observó con diversión durante unos segundos que se hicieron eternos. Finalmente se encogió de hombros y volvió a sentarse.

—Como quieras, papá.

Cuando Harry salió de la habitación, se sentía al borde del desmayo. Definitivamente aquel estaba resultando ser el peor día de su vida y esperaba de todo corazón que entre Ginny y él lograran encontrar una solución para el problema de Lily.

—Harry —La voz de su mujer le hizo llevarse un buen sobresalto—. ¿Te encuentras bien, cariño? Estás muy pálido, ¿ha pasado algo?

El brujo parpadeó y miró con consternación la puerta de la habitación de su hija. Su estado de nervios no había mejorado ni un ápice desde que la había abandonado.

—Creo que Lily está enferma —Musitó sin ser capaz de mirar a Ginny—. Tenemos que llevarla a San Mungo. No me gusta nada lo que he visto ahí dentro.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Lily siempre ha sido una buena chica y de repente comienza a… —Harry se interrumpió, horrorizado ante el recuerdo de esa pequeña mano que pretendía cosas que eran simplemente impensables—. Haremos que mañana mismo la vea un sanador. Estoy preocupado.

—¿Qué ha pasado, Harry?

No podía decírselo. Abrazó a su esposa con todas sus fuerzas y le besó la frente.

—Todo se va a arreglar, Ginny. Te lo prometo.


Hospital Mágico de San Mungo, Londres, Inglaterra. 11 de septiembre de 2017

El sanador Anthony Rickett llevaba más de dos horas atendiendo a Lily. Harry estaba seguro de que su niña estaba siendo tratada con especial atención porque él mismo así lo había exigido. Por lo general no le gustaba aprovecharse de su fama para obtener beneficios personales, pero en esa ocasión se trataba de su hija. Se había pasado toda la noche teniendo pesadillas relacionadas con la extraña actitud de la niña y no pudo quitarse el brillo rojo de sus ojos ni un solo segundo. Seguramente a Lily no le pasaba nada y lo del día anterior se debía a un arrebato de rebeldía pre-adolescente (aunque le faltara un poco para serlo), pero el brujo necesitaba quedarse tranquilo.

Ginny estaba sentada a su lado en una de las salas de espera. Estaba muerta de preocupación y su madre ya le había mandado un par de lechuzas para preguntar por Lily. Harry temía que los Weasley en pleno se presentaran en San Mungo e invadieran el hospital, pero por fortuna Molly les había convencido de que lo mejor era esperar noticias en casa. A Harry le gustaba formar parte de una familia unida de verdad, pero en según qué situaciones prefería contar únicamente con la íntima compañía de su mujer.

Ginny se comía las uñas. Harry la mantenía abrazada y se dijo que aquel parecía un buen momento para empezar a fumar. Necesitaba una explicación para lo que le había pasado a Lily y al mismo tiempo le daba miedo escucharla. ¿Y si esa actitud se debía a alguna enfermedad mágica grave? Al fin, cuando prácticamente llevaban allí tres horas, el sanador llegó a la sala con Lily cogida de la mano. La niña observó a sus padres con indiferencia y fue a sentarse al lado de Ginny. Ni siquiera le dio un abrazo.

—¿Y bien, sanador? ¿Ha encontrado algo?

Rickett miró de reojo a la niña. Ginny acababa de ponerse a hablar con ella y le estaba haciendo preguntas sobre lo que los sanadores le habían hecho. Lily no respondió ninguna.

—Su hija está perfectamente sana, señor Potter. Le hemos hecho todas las pruebas posibles y no hemos encontrado nada extraño en ella, ni a nivel físico ni a nivel mágico. Su estado es del todo normal.

Harry se sintió aliviado, aunque la preocupación no desapareció.

—Entonces, ¿por qué se comportó de una forma tan violenta ayer?

—Tal vez sea una forma de llamar la atención. Lily me ha comentado que sus hermanos se marcharon hace poco a Hogwarts, ¿es cierto? —Harry asintió—. Lo más seguro es que los eche de menos y se sienta triste. Ser insolente con sus padres le garantiza que se preocupan por ella ahora que sus hermanos no están.

—¿Cree usted que es sólo por eso?

—Ya le he dicho que está perfectamente sana. Si continuara comportándose de esa manera, tal vez podrían plantearse la opción de llevarla a un psicomago, pero yo esperaría. Por lo que me ha contado sobre la niña, lo ocurrido fue un hecho aislado.

Harry miró a su hija. Seguía obstinadamente callada y sus ojos no eran los de antes. Ni mucho menos.

—Muchas gracias por todo, sanador Rickett —Harry estrechó la mano del brujo, convencido de que éste había hecho todo lo posible por ayudar a Lily—. Será mejor que nos marchemos.

—Hasta luego, señor Potter. Mucha suerte.

El sanador se fue y Harry sintió cierta aprensión mientras se acercaba a su mujer y a su hija. Ginny seguía intentando hablar con ella, pero la niña no le prestaba la más mínima atención. Una vez que se había asegurado de que la pequeña no estaba enferma, Harry quiso acabar con el problema de raíz. Y olvidarse de la mano infantil con intenciones horripilantes.

—Lily, tu madre te está hablando.

La aludida alzó la ceja y giró lentamente la cabeza para enfrentar a Ginny, quien se había quedado callada y estaba en tensión.

—¿Se supone que tengo que hacerle caso?

Ginny se llevó una mano al pecho y se puso en pie. A Harry le pareció que un aura extraña empezaba a rodear a Lily y se obligó a no retroceder. Debía acabar con esa tontería cuanto antes.

—Ya es suficiente, Lily. Sé que para ti es muy duro que James y Albus se hayan ido a Hogwarts, pero no te vamos a consentir esta actitud, ¿entiendes? Pídele perdón a mamá ahora mismo.

—No —La niña no dudó en responder. Sus ojos refulgían—. Es una zorra.

—¡LILY! —Harry alzó la voz. No le importaba estar en San Mungo ni armar un escándalo. Ese vocabulario era inadmisible—. Ya está bien. ¡Discúlpate!

—He dicho que no.

—¡LILY!

Fue justo en ese momento, cuando Ginny fue hasta él y se aferró a su brazo, cuando ocurrió. Lily se había puesto en pie. Tenía los puños apretados y los ojos brillantes de ira y una brisa mágica se levantó de repente agitando su pelo rojo. Dando un paso hacia delante, enfrentó la mirada de Harry y habló.

—¡HE DICHO QUE NO!

No fue la explosión lo que hizo gritar a Ginny y la que estuvo a punto de provocarle un síncope a Harry. Fue la voz de Lily. Porque ya no era la voz de su pequeña hijita. Era la voz de un hombre, grave y oscura, firme y aterradora, como recién salida de otro mundo. Una voz que, pese a todos los años transcurridos, a Harry le resultó terriblemente familiar.

La voz de Thomas Ryddle. Lord Voldemort.


* O daímonas èchei epistrépsei. Esta frase significa "El demonio ha vuelto" en griego (o eso me gusta pensar a mí). Quisiera aclarar que, aunque a día de hoy un demonio se identifica con Satanás, los griegos utilizaban esa palabra para referirse a cualquier tipo de espíritu, bueno o malo.

Pensaba seguir un poco más, pero creo que justo ahora es un buen momento para interrumpir la narración. ¿Cómo se llamaba esto en las series de televisión? ¿Cliffhanger? Sí, creo que sí. Pues eso, que ahí lo dejo y la semana que viene habrá más. Procuraré actualizar lo antes posible y estoy casi segura de que el segundo capi será más largo que el primero; probablemente llegue al máximo de palabras porque quiero contar muchas cosas, jeje. ¿Qué os ha parecido? Ya sabéis lo que hay que hacer para dejar vuestras impresiones^^. Nos leemos pronto.