Disclaimer: Si fuera Himaruya, no estaría escribiendo tonterías. Tendría a medio fandom a mis pies esperando porque hiciese X o Y cosas con tales personajes y ganaría dinero por hacer esto, ¡ya quisiera que me pagaran! Todo esto, sin el fin de lucrar con su obra y como mero entretenimiento para mí y tonterías con los Headcanons.

Advertencias: Básicamente, el 80% de esta historia es comedia y parodia; así que, hasta como el último capítulo será en donde ponga todo el dramón que quería para hacer sufrir a nuestro querido GerIta.

Comentarios: Porque sabemos que Alemania tiene una vida intensa más allá de su amor (unilateral, ¡los odio OVAs de San Valentín!) hacia Italia. Si quieren ni se tomen en serio la mitad de la historia y dejen comentarios si es que alguno de los párrafos les hizo el día. A mí me lo hizo el escribir esto, fue como un relax de toda la seriedad que están tomando mis historias y puedo hacer todo lo que quiera con esta. Serán alrededor de cinco capítulos, aún no tengo bien situada la historia, pero estoy segura de que no será demasiado parloteo. Más transfondo y Bad Joke Trio que nada (se supone que es Bad Touch Trio pero verán porque le digo así xD).

¿Puedo besarte?

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Parte 1: Del cómo Ludwig conoció la fórmula mágica para desaparecer los tomates (O, de cuando quiso vengarse de Gilbert)

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—Esto es una estupidez. —murmuró el menor de los hermanos. Gilbert le observó durante un par de juzgantes segundos para después comenzar a reírse estrepitosamente.

— ¡Kesesesesese! —Ludwig siempre pensó que su hermano era retrasado, pero no sabía a qué grado. Después de que sus amigos suspiraran de resignación comprendió que no sólo era retraso, también era rutina. Francis comentó algo a Antonio en voz baja, cosa que hizo al español reírse por lo bajo. El francés no tardó demasiado en imitarle. Ludwig ahora comprendía porque los tres eran amigos.

— ¿Qué tan necesario es probar puntería con las ligas? ¿No creen que sería mejor probar en campo libre en vez de ir tirando PIEDRAS al azar en una casa, al poner botellas frente a ella? —Los tres negaron al mismo tiempo. Ludwig comenzaba a recordar la razón detrás del por qué su padre le había insistido tanto en que acompañase a su hermano a vigilarle. Aquel trío de imbéciles podían ser un peligro latente para la humanidad si no se les tenía la vigilancia necesaria. Incluso, llegaba a creer, sin darse cuenta.

Francis, después de pensarlo un poco (cosa que dudaba que hiciese su propio hermano, y no creía que Antonio estuviese muy lejos de seguirle) se encogió de hombros.

—No es buena idea probarlo en el campo. Las piedras pueden caer para donde sea. Hay vacas y demás ganado en los campos (sin olvidarnos de la hermosa cosecha de Vid) y es peligroso dispararles al azar, a pesar de no saberlo. —bueno, al menos el rubio agradecía que alguien con mente estuviese en compañía de su hermano. Observó cómo el albino y el hispano se miraban entre sí y después asentían con la cabeza, señalando que lo que decía su amigo era cierto.

Ludwig decidió que se conseguiría a alguien que le ayudase a lidiar con aquél Bad Touch Trio, como escuchó una vez de alguien. Pero no recordaba quién.

Se sentó con su rostro de mal humor en la fuente en la que se encontraban las resorteras preparadas para disparar rocas. Tan ensimismado estaba observando ponerse el sol, que no se había dado cuenta que ya habían destruido la mitad de las botellas propuestas, y menos que su hermano le ofrecía una liga.

— ¿No creen que el dueño se vaya a enojar con todo el ruido? —inquirió con una ceja alzada. Su hermano simplemente se encogió de hombros con indiferencia.

— ¡Para nada! El asombroso yo ya lo ha hecho antes, y con esta misma casa. No te preocupes. —a pesar de eso, no pudo dejar de sentirse inseguro. Observó con atención su propia resortera. No pasó demasiado tiempo hasta que escuchó un gran estallido de vidrio, observó a su lado y no había nadie. Observó ahora a la casa a la que estuvieron apuntándole, por alguna extrañar razón, todos y cada uno de los trozos de vidrio parecieron caer en cámara lenta. Fue tan irreal y de cierta forma hermoso…

…hasta que observó la cerradura comenzar a moverse. Se congeló en su lugar y observó cómo la puerta se abría, un hombre de mediana edad salía, observando un papelito en su mano para después encogerse de hombros. En una de sus manos llevaba una cesta.

Apenas pareció notar el vidrio roto a su lado. Después de darle una mirada con la ceja arqueada, ver a su alrededor, clavar la mirada en él y luego en la resortera en su mano, le hizo señas para que se acercase. Ludwig tragó grueso. Para su buena suerte, había prometido vigilar a su hermano para que no se metiese en problemas, no le dijo nada a su padre acerca de meterse a sí mismo en problemas.

Ahí es cuando se dio cuenta de que estaba absoluta y totalmente jodido.

Caminó durante un par de minutos, sintiendo como sus pies se volvían uno con la tierra con una rapidez asombrosa. Al llegar frente a él, agradeció que no hubiese ninguna clase de expresión en su rostro, señaló al vidrio roto.

— ¿Tú lo hiciste? —inquirió señalando la ventana rota. Ludwig, viendo el aprieto en el que se había metido, negó con la cabeza.

—N-No señor. —el hombre volvió a observarla.

— ¿Sabes quién lo hizo?

—Tampoco.

— ¿Entonces porque hay una resortera en tus manos?

Ludwig lo pensó un poco.

—No estoy muy seguro de eso, señor.

El hombre negó con la cabeza para sí.

— ¿Cuál es tu excusa?

—…pasaba por aquí y… ¿me encontré la resortera?

—No es para que contestes con una pregunta, chaval.

Ludwig juraba, que si salía vivito de esa, asesinaría a Gilbert y al otro par que conformaba el Bad Joke Trio. El hombre, al ver la reticencia que tenía el joven por contestar suspiró.

—Te propongo un trato. Harás lo que yo te pida por un mes, y no te cobraré el cristal. ¿Te parece? —Ludwig comenzó a musitar por lo bajo.

—Bueno… yo…

— ¿Te molestaría darme el número de tu padre? —de alguna sorprendente manera, había sacado un móvil de la nada y comenzaba a teclear números. El rubio abrió los ojos sorprendido… ¡¿de dónde carajos…?!

—Lo haré. —inmediatamente, el hombre sonrió, cerró la tapa del teléfono y le extendió la mano.

—Rómulo Vargas. Gusto en conocerte, Chico-mala-suerte. —hizo cara por el apodo, pero le entregó la mano y le saludó.

—Ludwig Beilschmidth. —El hombre sonrió. Se preguntó qué es lo que el hombre planeaba y qué tan vergonzoso sería. O qué sería de plano.

—Bien, comenzarás de inmediato. Lo primero que necesito que realices será comprar 3 kilos de Tomates, ¿comprendes?

— ¿En dónde puedo comprar 3 kilos de Tomates a ésta hora? —Comenzaba a pensar que el hombre perdió la cordura. Además… ¿para qué tanto tomate? ¿Acaso planeaba ahogar a alguien en salsa?

—Entra a la casa, mi nieto Feliciano te puede acompañar a comprar los tomates. —aseguró. Le entregó la canasta que antes sostuvo en sus manos y le dio un par de palmadas en la espalda, deseándole suerte.

—Eh… de acuerdo. —con pasos inseguros, cruzó el umbral de la casa y observó a su alrededor temeroso. El edificio por dentro era acogedor e iluminado. Se quedó tan ensimismado en el lugar y su arquitectura (así como tapizado) que no se había dado cuenta de que un tío con el rostro enfurruñado le observaba.

— ¿Qué haces en mi casa, bastardo? —Ludwig arqueó una ceja. Levantó la canasta un par de minutos y el tío se quitó la manzana de la boca asintiendo ligeramente. Manzana que el rubio apenas había notado. ¿Cómo podía hablar con la boca llena?

— ¿Feliciano? —inquirió indeciso.

—Buen tino bastardo. Pero no, Lovino. Mi Fratello idiota se encuentra en su estudio, pintando. —al ver que Ludwig le arqueó una ceja le hizo señas con las manos para que le apurase— ¡Vamos! Que no me gustan las manzanas.

—Pero… ¿por qué comes una? —Lovino apenas pareció darse cuenta de lo que había en su mano. Se encogió de hombros.

—Es roja y jugosa. No compara un tomate pero lo reemplaza momentáneamente. ¡Apúrate!

Al ver que no se llevaba bien con el tío, decidió que la mejor idea frente a todo eso sería evitarle. ¿A qué estudio se refería? Ludwig desearía saberlo. Después de probar con varias puertas en la casona, se decidió por abrir la de hasta el fondo del pasillo. Ahí, se encontró con el aíre combinado con disolvente de pintura, pintura y cubierto de cuadros sin terminar.

Probablemente, ese sea el estudio del que le habló el tío bastardero. Cerró la puerta detrás de sí y admiró los retratos durante varios minutos. Después de asegurarse de que era la habitación correcta (y el ambiente no le podía decir lo contrario), observó a su alrededor buscando al niño del que le habló el Abuelo Rómulo.

Al encontrarlo, observó que estaba pintando algo, no tenía demasiada forma, no tenía un contexto específico, sin embargo, al notar al chico de cabello terracota, de estatura mediana y complexión delgada tan atrapado al pintar eso; notó que sería el cuadro más hermoso que jamás saliera de esa habitación.

Espera… ¿en qué cosas pesaba? Su respuesta jamás fue obtenida, debido a que el niño se volteó. El miedo estaba clavado en su mirada.

— ¿Q-Quién… eres? —dijo con la voz temblándole.

— ¿Feliciano? —probó suerte. Si lograba encontrar el niño correcto, se aseguraría de intentar tranquilizarle.

— E-Eso dice el abuelo. ¿Quién eres?

—Ludwig Beilschmidth. El Señor Rómulo me ha pedido que compre tomates pero como no sabía dónde se encontraba un lugar que los vendiese a estas horas, me dijo que te buscara. —al instante, una sonrisa se formó en los labios del niño. Si era un niño… ¿no?

— ¡Oh ya veo! ¿Entonces conoces al Abuelo Roma? —Ludwig no preguntaría la razón del por qué le dice así—. Debí haberlo supuesto. No es posible que entre un ladrón si el Abuelo Roma está aquí.

—Perdón por preguntar pero… ¿qué parte de mí parece un ladrón? —la curiosidad es poderosa, y pudo lo suyo en Ludwig.

—La canasta. —aseguró señalándola.

— ¿Y por qué un ladrón cargaría una canasta?

Feliciano no dudó de su respuesta.

—Para llevarse las cosas con mayor facilidad.

Ludwig suspiró.

—Mejor dejemos el tema de lado. —sobre todo, para no enojarse con el niño (o el de apariencia de niño)—. Tu abuelo me mandó a comprar tomates, y no sé dónde los venden, ¿tienes tú alguna idea?

Feliciano, después de pensarlo un poco, asintió con la cabeza.

— ¡Por supuesto! El abuelo nos manda a mí o a Lovi cada tanto cuando él no tiene ganas de ir. ¡Sígueme!

Ludwig, sin oponer demasiada resistencia, caminó fuera del estudio y siguió al de cabellos terracota. Al estar fuera de la casa, Ludwig comenzaba a pensar, que debió haberse quedado en su casa. Al menos, lo decía al ver lo ensimoso que se había vuelto el otro y lo alegre que se encontraba.

— ¿Y qué hacen con 3 kilos de Tomates? —quiso saber.

— ¿Qué se hace con los tomates? Se comen.

— ¿Y por qué tantos?

—Dos kilos son para preparar salsa y el kilo restante es para reemplazar los tomates que Lovi se comió mientras estaba distraído buscando las especias al preparar la salsa.

—Ya veo… —murmuró sorprendido. Llegaron a un pequeño local en el que había diferentes tipos de verduras y algunas frutas. Feliciano saludó con entusiasmo y la encargada le respondió de la misma manera animosa.

— ¿3 kilos nuevamente? —inquirió la encargada, Feli asintió con la cabeza—. Me sorprenden Feli, ya van tres veces lo mismo en esta semana. Creo que tendré que comenzar a pedir más tomates para encargo especial de ustedes. Nunca conocí a alguien que comiese tantos tomates.

—Gracias Eli~ —decía el menor. La castaña se reía por lo bajo y buscaba un paquete pre-empacado para entregárselo a Feliciano. Ludwig le entregó la cantidad que el Señor Rómulo le había dado a lo que la chica asintió con la cabeza.

—Aquí tienes. ¡Vuelvan no tan pronto! Espero que les dure algo. —Ludwig esperó lo mismo. Caminaron en silencio durante el trayecto y se encontraron con el señor Rómulo esperándoles en la entrada de la casona. Feliciano corrió a sus brazos y comenzó a hablar sobre lo asustado que estaba cuando vio a Ludwig, y que después de que le asegurase que venía de parte suya se había sentido seguro.

— ¿Acaso crees que dejaría entrar al primer idiota que pasara por mi casa? —Ludwig arqueó una ceja recordando cómo se habían conocido. Obviamente, no le llamaría idiota en frente de su nieto desde que ambos se llevaban bien pero… decirlo indirectamente dolía.

—Ve~ Luddy, ¿cuántos años tienes? —Le preguntaba… a él, ¿no? ¿Desde cuándo era Luddy y no Ludwig? Rómulo se apresuró en contestar.

—Te tomó confianza chaval, respóndele con propiedad.

—Er… quince señor.

— ¿Escuchaste eso abuelo? Por fin tengo amigos de mi edad y no sólo a Lovi~ —no sabía qué decir frente a eso. A menos que…

— ¡¿Quince?! Pero si… ¡no lo parece!

El señor Rómulo se rio de él… en su cara. Oh sí, el hombre nos salió cínico.

— ¿Por qué crees que es el preferido del abuelo, bastardo? —dijo Lovino alargando el brazo para tomar un tomate de la canasta que sostenía Ludwig. ¡¿En qué jodido momento había aparecido?! ¡¿Cómo demonios logró abrir la bolsa si estaba fuertemente cerrada?! Mil dudas parecidas acudieron a su cabeza. Se concentró en observar incrédulo a Lovino comerse el tomate.

—Er… —de tantas cosas ocurridas en menos de una hora, con la misma familia… no podía esperar para llegar a su casa y poder descansar.

—Por cierto chaval... ¿cuál es el móvil de tu padre? —Ludwig le observó incrédulo, ¡le había prometido no llamar a su padre si cumplía! ¡Y lo estaba haciendo! Rómulo notó la duda en los ojos de Ludwig por lo que agregó—. Tendré que avisarle que te quedarás a comer en la residencia Vargas. Desde que eres un amigo de Feli, no puedo dejarte ir sin asegurarme de que hayas cenado con propiedad.

¡¿Desde que él era qué?! Lentamente, comenzó a dictarle el número de su padre. Poco a poco, el rostro del señor Rómulo comenzó a metamorfosearse. Primero, con evidente sorpresa, después, cuando faltaba un par de dígitos sonrió.

—Termina en 14, ¿no es así?

Ludwig asintió. Escuchó el móvil de señor Vargas timbrar y después cómo del otro lado de la línea su padre contestaba.

—Hola… ¿sí? ¿Hablo con Germán Beilschmidth? —Rómulo sonrió.

¡¿Cómo en el infierno conocía el nombre de su padre?!

—Ajá. Aquí habla Rómulo Vargas. Ajá, mira, aquí está tu bastardo… —ahora veía, de tal palo… tal hijo de astilla— sí, quería saber si me permitirías quedármelo hasta después de la hora de la cena. ¡No! Ha sido un amor… sí, es el rubio. ¡Ah, veo! Por supuesto, te lo regresaré hoy, no me lo quedaré. Sí, completo… no le haré nada… no le mostraré… ¡eso fue en la preparatoria!

Ludwig, Lovino y Feliciano observaban confundidos a Rómulo pelearse con un Nokia 113.

— ¡Nunca lo dije enserio! Eso… yo no… ¡no soy ningún fetichista! Además… —suspiró—. Te prometo que no le haré nada… sí, le enseñaré a cocinar pasta… no le pasaré el acento italiano.

—Ve~ Luddy… ¿el abuelo conoce a tu padre?

—… —Ludwig permaneció estupefacto.

— ¡Eso fue mientras estaba ebrio!... Sí, será cena con comida… ¡gracias!

Después de que Rómulo terminase la llamada telefónica, fue cuando Ludwig comenzó a temer por su integridad. Tragó grueso y observó al que pensó que le ayudaría si la situación se iba de control: Lovino.

Olvídalo, no creía en él. Pero era una buena excusa para decidir no ver a Rómulo Vargas.

—Bien chicos, ¡a preparar la cena!

Durante aquella media hora observó a los tres kilos de tomates que había comprado desaparecer tal y como Feliciano había predicho. Mientras Feli se había distraído buscando las especias en el armario observó cómo el recipiente de salsa había bajado en menos de lo que Lovino le decía Bastardo, y eso daba miedo. No por mencionar la resignación de Feliciano al ver cómo su trabajo siempre daba frutos a la mitad y cantaba una vieja nana sobre el mundo y pinceladas. Nana de la que él nunca había escuchado hablar en un lenguaje que no era italiano, ni ninguno que conociese. Estaba seguro, que ni siquiera era un idioma de Europa.

Cuando estuvieron todos reunidos en la mesa, el señor Rómulo no paraba de preguntarle por su casa, su hermano (del que había hablado accidentalmente) y de su padre. Sobre todode su padre.

—Disculpe si soy grosero pero… ¿qué hay entre mi padre y usted?

—Éramos inseparables hasta que terminó la preparatoria y él decidió buscarse una novia. Con lo que le urgía…—aquello último no fue escuchado por Ludwig, aunque no había demasiado misterio detrás debido a la cara sardónica de Rómulo y aquella mirada inquisitiva.

Comieron hasta que la salsa de tomate restante de sus platos desapareció cuando Lovino recogió la mesa. Feliciano y el señor Rómulo le despidieron en la puerta y el mayor comenzó a explicarle de qué se trataría lo que le pedía.

—Quiero que vengas todos los días y pintes con él. Igual, si necesita algo que vayas a comprárselo. —observó a Feliciano—. Al inicio no pensé en eso pero ahora veo que es una buena oportunidad. Él no es muy sociable que digamos y tampoco es como que su hermano le deje hacer lo que él quiere.

— ¿Voy a ser su… niñera?

—Llámalo así si prefieres. Pero hoy Feli estuvo muy contento y eso me hace confiar en que así harás que se mantenga.

Llegando a su casa, Ludwig fue recibido por su padre con comentarios de: ¿Te mostró algún álbum escolar o algo así? ¿No te dijo nada relacionado con la secundaria? ¿Qué comieron? ¿Quién lo preparo? ¿Qué ingredientes llevaba? ¿Intentó enseñarte italiano? Entre otras cosas que prefiere no recordar.

Oh, no olvidemos que el señor Beilschmidth preguntó por su hijo más irresponsable. No olvidemos que estuvo preocupado por el rubio durante mínimo unas tres horas preguntándose qué tanto duraría su inocencia (lo que para él signifique eso, hemos de ver que el chico es un adolescente y no cae en la historia del pájaro y la abejita), así que por poco había olvidado que tenía otro hijo que si se juntaba con sus amigos lograba un holocausto mundial a la semana. Por ejemplo, hace dos semanas estaban en clase de deportes, el entrenador les había regañado por traer corbata con el uniforme de deportes (se la habían puesto para bromear), les había sacado de la pista de atletismo y estos, siendo de los que les importa poco lo que les regañe y replique el profesor salieron de su clase para ir a uno de los jardines, tomar las mangueras y meterlas en el salón de química. Oh sí. Digamos que comprobaron qué tan resistentes y eficaces (en el sentido de que no dejaban salir nada) eran las puertas y las ventanas. Y también digamos, que después de eso tuvo que venir un camión del equipo de bomberos para evacuar a todo el salón y tuvo que asistir la Comisión Federal del Agua para sacar todo lo que se haya metido en el salón.

Y hace unos tres días, lograron que el agua de todos los sanitarios de mujeres se tornase roja (no pregunten cómo es que entraron en ellos, Francis tiene sus formas de entrar desapercibido), al igual que el de profesoras del edificio B (no vean mal al mon ami, que esta vez es maña de Tony), provocando el mejor concierto de sopranos con notas altas que alcanzaras a notar en toda tu vida. ¡Mira! Rompieron un cristal de lo alto que llegó aquella nota.

Y mientras tanto, los padres de ambos rezaban a todos los dioses posibles porque no causaran un malentendido que provocase una tercera guerra mundial. Con lo perdidos que se encontraban los chavales y de pasada provocar un conflicto bélico sin sentirlo (sorry not sorry, dude), sería lo que les diera el paro cardiaco a los familiares.

En resumen, estos chicos eran peores que todas las maldiciones (literal y no en el sentido de utilizar lenguaje soez) que su vecino angloparlante le gritaba cada mañana. Y lo más increíble de todo aquello, es que Ludwig era callado, disciplinado, respetuoso y, sobretodo, racionaba.

No quería decir que su hermano no lo hiciese pero… era un imán de catástrofes y eso le quitaba puntos en la escala. Así que quedaba en algo así de un… ¿adolescente prome…? ¿Sabes qué? Olvídalo. Era un caso perdido con todo su historial. Curioso que su expediente (policiaco, obviamente) siguiese limpio. Suertudo hijoeputa (lenguaje de Tony).

— ¡Se supone que lo estabas cuidando! —más que reprenderle por haber abandonado a su hermano, parecía querer encontrar a un culpable y deshacerse de toda la responsabilidad que cargaría después; más tranquilo, suspiró—. Dime que al menos no rompieron algo, por favor.

—Espero que no. —dijo Ludwig, no sabiendo si hablaba a su padre, o al dios que le escuchase rezar en las noches. Necesitaban más de uno para lidiar con su hermano, tal parece.

Pero, incluso con todo aquél estrés, Ludwig sentía una clase de tranquilidad en su fuero interno. Algo le decía que la conservase.

Ya luego se encargaría de hacérsela pagar a su hermano. No sólo existía el castigo físico.

Es recalcable y, hasta cierto punto, admirable, el sadismo que puede residir en la cosmogonía del menor de los hermanos Beilschmidth.

Aunque al final, no utilizó más castigo psicológico además de esconderle a Gilbird (el polluelo estaba con el perro que adoraba a los pájaros, Blacky) mientras este buscaba desesperado por toda la casa. Después de media hora, lo encontró peleándose por un juguete con el perrón negro y, con el Jesús en la boca corrió para tomar al polluelo antes de que el animal le soltase el mordisco. Si era mascota de Ludwig, capaz y que le soltaba el mordisco al asombroso de él en versión ovípara.

Y mientras tanto Ludwig, Ludwig escuchaba desde la ventana que daba la cocina cómo su hermano maldecía en cinco idiomas distintos a su perro (español, alemán, italiano, francés y… ¿portugués? Parecía tener una extensa gama de amistades), preparándose para escucharle maldecir al perro para hacer acto de aparición y hacerle recibir un castigo de su propia elección.

Y Germán Beilschmidth tampoco se le quedó atrás. Como el hombre también amaba a los perros y acababa de cruzar el umbral del jardín, había observado como el albino regañaba en lenguas romance a uno de sus nietos favoritos (considerando que eran como los hijos de Ludwig y que el nombrado era su hijo) comenzó a soltarle la Biblia de tanta palabra que le lanzó.

Pobre de aquél que toque a los perros de Ludwig Beilschmidth. Que no sólo encarará a la furia de un alemán que habla italiano y está musculoso, sino que también la furia de los otros dos perros (parecían manada de lobos, tocas uno te metes con todos) y, por si no era bastante la furia de cuatro individuos, también se enfrentaba con Germán Beilschmidth.

Gilbird observaba extrañado a su dueño y la expresión tan extraña que era el poema de su rostro. Desearía volver a jugar con Blacky pero… sería en otro momento. Ahora tenía que escuchar a el adulto blasfemar y a su dueño temer por sí.

Ludwig, por dentro admitió que, tal vez y, de una forma mínima, había sobrepasado el límite de lo que era un castigo aceptable y lo que era acudir a medidas extraordinarias. Se mordió un labio e intentando no hacer ruido comenzó a subir las escaleras a su habitación, dándose cuenta de que todo eso había sido ocasionado por él y relacionándolo con una frase curiosa.

Tenía que contárselo a alguien. Había hecho que Troya ardiese.