Si me vuelvo a quedar sin nada...
Si me vuelvo a quedar sin ganas...


La decepción y el dolor que experimentaba el Escuadrón de recnocimiento era palpable, incluso para aquellas personas ajenas al peligro de los titanes que se resguardaba en el interior de la muralla Rose. Muchos de ellos vivían con miedo, pero ninguno podía imaginar las cosas atroces que los soldados de dicho escuadrón vivían en cada expedición. Sus rostros sombríos eran el único reflejo de tal infierno. Los campesinos, comerciantes y demás ciudadanos podían verlo.

Al frente, con la cabeza en alto a pesar de las terribles circunstancias, iba el comandante Erwin Smith. Sus facciones duras eran lo que se esperaría de un líder como él, que tenía sobre la espalda la vida de todos los otros soldados. Un poco más atrás, como resguardandolo, un hombre y una mujer cabalgaban con los hombros semi-caídos. Hanji Zoe, la capitana del cuarto escuadrón de reconocimiento, parecía más frustrada que deprimida; tan mala era su condición, que ni gastarle una broma podía al hombre de su lado.

Levi, con su baja estatura y su pequeña complexión, era probablemente el soldado más duro de todo el escuadrón. Ni qué decir de ser el hombre más fuerte de la humanidad. Pero eso no lo exhumaba del sentido de pésame que reinaba en el ambiente, mientras él y sus compañeros se abrían paso a través de la ciudad y su gente, observando rostros ilusionados y otros decepcionados.

Habían perdido a más de la mitad en esta ocasión.

Nadie volvía de las misiones fuera de los muros sin una anécdota, sin pesadillas, sin el peso de una perdida. Nadie volvía con la dulce inocencia que algunos pudieran albergar en un principio. Ni siquiera Petra Ral, una novata a quienes sus compañeros consideraban un pequeño rayito de luz en medio de la escoria. Les animaba en los entrenamientos más duros, mostrando una gran fuerza de voluntad ante ellos; incluso era la primera en limpiar una estación al saber lo mucho que le desagradaba al capitán la suciedad. Llevaba poco tiempo con ellos, era su primera expedición. Y esa alegría y determinación había quedado opacada tras el encuentro con los titanes. Recordaba el momento exacto en que vio los gigantescos ojos de la criatura, a unos pocos metros de ella y su caballo; no había árboles a los cuales saltar ni edificios en los cuales resguardarse. Sólo podía seguir cabalgando tan rápido como pudiera. La pelea que le siguió a eso, en el "Bosque de titanes", fue bestial.

La capitana Hanji obtuvo un avance considerable en su investigación, pero ni siquiera eso valió la pena. Ella debía saberlo, y por eso no podía ni levantar la cara. Petra miraba preocupada a sus superiores. No esperaba que todo fuese de esa manera, ni que la gente los recibiría con tanta hostilidad. Los acusaban de las muertes de los caídos, del gasto innecesario de sus impuestos, de ser una inutilidad para la humanidad. A Petra se le llenaron los ojos de lágrimas.

Recordaba el pan que comió antes de partir a la expedición, y comenzó a sentir nauseas otra vez, aunque ahora no había titanes cerca. La comida que les asignaban, su uniforme, las armas y el sueldo... todo eso provenía de los impuestos de estas personas. La sensación de pesimismo se extendió también hacia ella, que por lo general era muy optimista. Estaba devastada.


En los cuarteles generales, dentro de la muralla Sina, se les permitió a los soldados sobrevivientes de la última expedición descansar y recuperar fuerzas. Unos días más tarde se les asignaría un destino al cual vigilar bajo las ordenes de sus respectivos capitanes. Hanji no aparecía por ningún lado, pero el comandante Erwin tranquilizó a todos explicando que, probablemente, la capitana del cuarto escuadrón estaría recopilando la información obtenida y comparandola con la ya existente en la Biblioteca.

"Una actitud firme y racional ante una situación desesperada", pensó la novata de cabellos rojizos. Así debía actuar un líder en el Escuadrón de reconocimiento. Frío, calculador, completamente ajeno a las necesidades individuales, especialmente las propias. Una descripción así no parecía encajar muy bien con Hanji, pero sí con Levi.

Petra no había llegado a conocerlo muy bien aún, llevaba sólo un mes bajo sus ordenes y era muy poco tiempo para determinar su personalidad. Especialmente al ser él un hombre tan reservado. Sabía que era unos años mayor que ella, cuando menos cinco, si no le informaron mal. Sabía de cuenta propia que tenía una obsesión por la limpieza y que exigía una gran atención de sus subordinados hacia este punto. Sabía que era velóz, tanto en movimientos como en desiciones. Y eso era todo. Algo dentro de ella se oprimió al pensar que su superior pudiera ser el tipo de líder que dejaba atrás a sus compañeros caídos con la única intención de salvarse. "Me pregunto... si yo daría mi propia vida para salvar la misión". Su mente era un disturbio de pensamientos referentes a la muerte y al deber; lo que vio ese día y el anterior, jamás podría olvidarlo.

Para colmo de males, estaba avergonzada. Cuando la batalla se sitió en el Bosque de titanes, uno de ellos consiguió sujetarla de la pierna por un efímero instante. Vio el fin de su vida frente a ella. Sólo recordaba las lágrimas saladas que resvalaban por sus mejillas, los violentos temblores por todo el cuerpo, el corazón latiendo como un loco... y sus pantalones, empapados. Sí, el miedo se apoderó de ella de tal forma, que mostró una de las peores vergüenzas que se le pudieran ocurrir. Peor incluso que vomitar. Fue salvada por Eld y Gunter, quienes reían a carcajadas aunque no con verdadera malicia. Auruo se vio en la misma situación, pero al menos él resguardó las lágrimas que ella no pudo contener. Recordarlo sólo hizo que se sintiera peor. Por ello, sola en medio de su habitación temporal, hundió el rostro en la almohada y lloró con ganas, descargando así todo el miedo, la frustración y el enojo que sentía.

Nunca había llorado de tal manera.

Entonces, cuando sus ojos hubiesen estado lo suficientemente hinchados y su pecho descansara de la enorme opresión que minutos atrás la abrumaba, levantó la mirada. Alguien la observaba desde la puerta. Recargado en el marco de madera, se encontraba el capitán Levi; y su mirada fría y despreocupaba distaba de ser cálida. Petra comenzaba a temer estar en problemas debido a su propia debilidad, miedo que se reflejó en sus manos aferrando con más fuerza la almohada. Los grisáseos ojos de Levi no pasaron por alto ese pequeño detalle. ¿Por qué su mirada, que al principio parecía indiferente, resultaba ser tan intensa? Quería desaparecer ahí mismo. En vez de eso, y recurriendo a toda su fuerza de voluntad, se puso de pie y formó el característico saludo militar, con el puño temblando sobre su corazón.

Levi permaneció en silencio un rato, calculando cuanto tiempo su subordinada podría mantener aquella posición. Había novatos que permanecían durante días enteros con el saludo firme, pero ninguno de ellos había salido nunca a una expedición. Ni qué decir de una tan salvaje como esa. Petra Ral, si no mal recordaba su nombre, temblaba de los pies a la cabeza, y fingía no tener lágrimas secas sobre las coloradas mejillas. La había visto antes en el entrenamiento, y recientemente en batalla, y debía admitir que era habilidosa. Sin embargo, se requería algo más que la habilidad para formar parte de su escuadrón.

Se acercó a ella lentamente, poniendo un pie frente al otro con tanta calma, que resultaba tormentoso para la joven. Procuraba mirar al frente, a un punto inexistente de la pared del pasillo, ignorando que Levi comenzaba a rodearla como si se tratara de un buitre y su presa moribunda. El pelingro tenía sobre Petra una mirada escrutadora que comenzaba a ponerla nerviosa. Justo cuando creía que moriría a falta de aire, o su corazón dejaría de latir, él se apartó.

Levi descubrió, al estar frente a ella de nuevo, que había cerrado los ojos con fuerza.

Soltó un suspiro.

Descanse. —ordenó con firmeza. Petra dudó un momento, pero al final optó por bajar los brazos y abrir los ojos. El capitán parecía extrañamente satisfecho, dibujando una cansada y pequeña sonrisa sobre los labios. En ese momento la joven fue consciente de las sombras oscuras que rodeaban los ojos del superior, y pensó en todo el infierno por el que habían pasado no hacía más de doce horas.— Gunter me contó sobre lo que le ocurrió en el primer combate en el bosque, Ral. —declaró sin suavidad. Sin embargo, sus ojos no mostraban enfado.— Le ocurre a la mayoría. Otros vomitan. —lo dijo fuerte y claro. De pronto desvió la mirada como si el tema hubiese dejado de interesarle. En medio de la pausa, Petra creyó ver un atisbo de diversión en el rostro del capitán. Pero, si la hubo en algún momento, no lo supo. Ésta desapareció al instante que los serios ojos grises se clavaron en ella por segunda vez.— Por más vergonzoso que pueda resultar, voy a decirle esto. Vomitar o mojar los pantalones no es la peor reacción al miedo que puede sufrir. —las lentas palabras de Levi hicieron abrir con sorpresa los ojos ambarinos, y Petra supo con certeza lo que el pelinegro diría a continuación.— Lo peor es desmayarse. ¿Sabe por qué?

Sí, lo sabía. ¿Cómo no lo pensó antes? Que tonta había sido.

S-Sí. —susurró.— En medio de un combate, las probabilidades de supervivencia de un soldado desmayado disminuye a un 10%, ya que sus compañeros pueden no disponer del tiempo u oportunidad para rescatarlo. Un cuerpo inerte es mucho más difícil de salvar. Además, si alguien intenta cargar con el soldado caído, puede poner en riesgo su propia vida. —dijo con honestidad. Las estadisticas no mentían, ni tampoco la lógica. Las expediciones no eran un juego, y cualquiera que se aventurara a ellas debía saberlo. Petra recordó los rostros opacados de los soldados que habían perdido a sus amigos, de las familias que debían conformarse con un sangriento cádaver o sólo una parte de éste. Bajó la mirada hacia sus manos, que sólo conservaban algunos rasguños.

Creo que lo entiende. —inquirió Levi.— El hecho de que volviera no se debe sólo a sus habilidades como soldado. También hay un poco de suerte en esto. Pero... —se acercó tanto hacia ella que sus labios estaban casi sobre su oído.—, si hay algo que puede mover la asquerosa balanza de la suerte, es la concentración. No me importa si vomita, moja los pantalones o llora. Nunca suelte su equipo de maniobras ni pierda el conocimiento. —se apartó de ella.— ¿Queda claro, Ral?

¡Si, capitán! —exclamó, y en esta ocasión recreó el saludo con firmeza y seguridad. No había lugar para las dudas o las vergüenzas. La carga que en un principio creyó propiedad exclusivamente de los altos rangos, también recaía en ella. Ya no era una cadete más. Era un soldado en las fuerzas de reconocimiento. Sus ojos ambarinos, aún enrojecidos por el llanto, mostraron la determinación de una mujer valiente.

Y Levi pudo distinguirlo sin demoras.

Por ahora mantén limpio este lugar. —ordenó en un tono mucho más aburrido y sórdido. Pasó un dedo por debajo de la mesita de noche de la muchacha y, al ver sus dedos impecables, dijo:— Mantente cerca de Eld y Gunter. Y de Auruo. Creo que necesitan un poco tu influencia. —dicho esto, hizo un vago saludo con la mano y se marchó de la habitación. Petra creyó distinguir una sonrisa en su voz, pero no podía estar segura.

Por otro lado... ¿la tuteó?


Esa noche, Petra durmió tranquilamente sobre la cama que alguno de esos días abandonaría. Una sensación de paz que la embriagó, se debía única y exclusivamente a Levi. Por primera vez, la joven de cabellos castaño-calabaza creía que su capitán no era tan malo como aparentaba. Algo en sus palabras consiguió reconfortarla, y supo que él jamás abandonaría a sus compañeros y subordinados.


Si me vuelvo a quedar sin nada...Sé que te tengo a ti.
Si me vuelvo a quedar sin ganas...
Sé que te tengo a ti.