Capítulo 1

Las palabras que Jim Moriarty le había dicho en la piscina, aún rodaban en su cabeza pero le seguían sonando estúpidas.

"Si no dejas de fisgonear. Te destrozaré. Quemaré tú corazón."

Sherlock suspiró profundamente y se acomodó en el asiento. Habían pasado dos meses desde entonces y no había señales algunas de Moriarty. Gregory le había dado algún caso que lo entretuvo algunas horas pero nada había captado verdaderamente su atención como lo relacionado con James.

Esa noche y estaba viendo algún programa de cotilleo en la tele, ni siquiera sabía el nombre todos les resultaban iguales, John había salido de nuevo a una de sus insufribles citas con una camarera y ya había cenado.

Su teléfono sonó en su bolsillo y lo miró.

"¿Se derretirá o se despedazará?"

Sherlock enarcó las cejas, sin entenderlo. No conocía el número y no era nadie pidiéndole ayuda así que probablemente habría sido un error. Acabó apagando el televisor y se tumbó en la cama, siendo sinceros se sentía algo inútil cuando tenía un horario normal de sueño.

La puerta comenzó a sonar con fuerza a las tres de la mañana, al igual que el timbre. Sherlock bufó y se dio la vuelta en su cama cuando oyó a la señora Hudson.

—Inspector Lestrade —dijo sorprendida —. ¿Qué hace aquí? ¿Tiene un caso?

—¿Está Sherlock arriba? —preguntó.

Ella se apartó y escuchó a Lestrade subir escaleras arriba. Sherlock se tapó hasta la cabeza y suspiró profundamente. Había oído a John bajar las escaleras, esperaba que no le molestaran.

—Sherlock —dijo Greg abriendo la puerta de su cuarto.

—Déjame en paz —se quejó este.

Greg encendió la luz y le quitó las sábanas de encima. Sherlock se volvió indignado, dispuesto a coger sus sábanas y seguir durmiendo pero cuando miró al inspector de policía vio que estaba pálido como la cera y que tenía las mangas de la camisa llenas de sangre.

—¿Qué diablos te ha pasado? —preguntó alzando una ceja —. ¿Han atacado a alguien y te hiciste el héroe?

—Sherlock —exclamó Greg —. Cállate, solo cállate y déjame hablar.

El nombrado tomó aire y apretó los labios en una fina línea.

—Hubo un accidente —le dijo Greg —. Y…

—Es evidente que alguien resultó herido, supongo que quieres que investigue. Necesitaré ir a la escena del crimen y…

—Es Mycroft —le cortó Greg casi gritando.

Sherlock le miró extrañado.

—¿Qué quieres decir?

Greg suspiró aliviado de que por fin tuviera toda la atención y tomó aire.

—Recibimos una llamada, una explosión ocurrió en la "Club Diógenes", tu hermano fue a entrar en el coche y este explotó.

—No puede ser él, mi hermano siempre usa chófer…

—Ocurrió hace una hora, era tan tarde que según Anthea, Mycroft le dijo sobre las doce que se fuera a casa. Así que estaba solo. Han atentado contra tu hermano, Sherlock —le aclaró.

El detective miró al vacío unos segundos, notando como su cerebro apenas podía funcionar. John estaba a su lado mirándole, dispuesto a acercarse si necesitaba ayuda.

—¿Está en la morgue de Barts o…? —preguntó Sherlock.

—Está vivo —dijo Greg —. Al menos estaba vivo cuando llegó al hospital.

Sherlock se levantó de un brinco y le miró.

—¿Cómo que está vivo?

—Sobrevivió, abrió la puerta y el coche explotó, está mal Sherlock pero está vivo.

John suspiró aliviado y salió de la habitación rumbo a su cuarto para vestirse. Sherlock le miró fijamente.

—¿Hospital?

—King's College London School of Medicine.

Sherlock lo empujó con fuerza haciendo que chocara con la pared, salió de su habitación, cogió el abrigo y se fue sin más.

—No se ha vestido —comentó Greg a John cuando este bajó.

—Le cogeré un poco de ropa —susurró John —. Ya te vale coño, haber empezado con que estaba bien y no haber dejado ese silencio.

Greg suspiró y salió de la casa.

Sherlock llegó en diez minutos en un taxi y se precipitó contra el mostrador de información.

—Mycroft Holmes, lo han traído a este hospital. ¿¡Dónde está!?

—Señor, espere un momento voy a buscar en…

—¡DÍGAME DONDE ESTÁ! Es el único paciente que ha entrado por la explosión de su vehículo, dígame dónde está —le gritó a la joven recepcionista.

—Eh… En el quirófano señor, segunda planta pero no puede su…

Sherlock ya había echado a correr por el pasillo, entró en las escaleras y subió con rapidez. Gracias a los carteles encontró el quirófano, en la puerta sentada en una silla estaba Anthea.

—¿Cómo está? —preguntó Sherlock enfadado al llegar.

—Siguen operándole —le dijo ella que tenía las mejillas húmedas de las lágrimas —. Tenía quemaduras por el rostro y el torso, no estaba consciente… No creen que…

—Cállate —pidió Sherlock sentándose al lado —. No le va a pasar nada, así que cállate.

Anthea no dijo nada, solo se quedó mirando al vacío en completo silencio.

John llegó un rato después y dejó la ropa al lado de Sherlock pero este no le hizo caso se quedó mirando al vacío horas. Cuando Greg llegó, a tomar declaraciones oficiales a Anthea, Mycroft aún no había salido del quirófano y lo único que sabían era que le habían llevado sangre para transfundírsela.

—Bueno —oyó decir a Greg —. Iremos ahora a revisar las cintas de seguridad y ver cuando se pudo poner la bomba y…

—Lestrade —le dijo Sherlock poniéndose de pie.

—¿Sí?

—Recibí un mensaje de James Moriarty a las diez de la noche —le dijo dándole su móvil —. No supe quién era, ni a que se refería pero ahora que ha pasado esto sé que es él.

—¿Por qué sabes qué es él? —preguntó Greg tras leerlo.

—Porque le dijo que iba a quemar su corazón —respondió John.

Greg le miró confundido, movió el teléfono en la mano y se movió en el sitio.

—Te lo devolveré en cuanto pueda —le dijo —. Ya volveré.

Desapareció al final del pasillo, John suspiró.

—¿Por qué no has dicho nada? Ya sabes lo que nos pasó la última vez.

—John —dijo Sherlock —. Acompaña a Anthea a su casa por favor —pidió.

La chica levantó la cabeza y le miró.

—Quiero quedarme —le dijo ella.

—Yo soy su familia —le dijo Sherlock —. Duerme un rato, por tus ojeras calculo que llevas dos días sin dormir debido al trabajo que te ha dado Mycroft.

Ella asintió ligeramente y se puso de pie. John la imitó.

—Vístete —le pidió a Sherlock —. Volveré enseguida.

Sherlock asintió, se sentó en una de las sillas y se acomodó hacia atrás. Cuando John hubo doblado la esquina, se echó las manos a la cara y la frotó con fuerza.

Había una presión en su pecho que no le dejaba respirar, tragar. Su cerebro seguía bloqueado, angustiado. Se agachó rápidamente y puso la cabeza entre sus piernas mientras respiraba entrecortadamente. No podía tener un ataque de ansiedad.

La vista se le nubló un poco pero en cuanto oyó las puertas del quirófano abrirse se incorporó de un salto. Un médico salía, quitándose los guantes y la mascarilla.

—¿Familiar del señor Holmes? —preguntó cuándo llegó a su lado.

—Soy su hermano —respondió Sherlock y se sorprendió de que su voz sonara tan angustiada.

—Su hermano está vivo, pero en un estado muy grave. Tiene quemaduras de primer y segundo grado en el rostro y en el cuello y quemaduras de tercer grados en el torso. Son graves, y aunque dejarán cicatriz no necesitará piel de otros sitios. Además, tuvo un traumatismo cerebral que causó inflamación cerebral pero hemos logrado solucionarlo. Por otro lado, tiene algunos huesos de los brazos rotos, además de varias costillas pero no causó daños a los órganos internos.

Sherlock recibió cada dato como si se tratara de un golpe en el estómago, sintió nauseas.

—¿Se recuperará? —preguntó.

—Le tenemos puesto el oxígeno, con suerte puede respirar por sí mismo lo que supone un gran avance. Le llevaremos a la unidad de cuidados intensivos y esperaremos a que despierte, le haremos una evaluación acerca del dolor y luego pensaremos si lo dormimos entero o solo le suministramos calmantes.

Sherlock asintió.

—Gracias doctor.

El médico asintió y suspiró.

—Vaya a la sala de espera, en cuanto esté listo le diremos que suba a verle.

Sherlock asintió y se fijó como el médico desaparecía. Tomó aire, aliviado. Se iba a poner bien y eso era lo más importante. Las puertas del quirófano se volvieron a abrir y cuando miró se derrumbó.

En la camilla estaba su hermano, aunque era muy distinto a como lo recordaba. Tenía la cabeza vendada por encima de la frente, la parte derecha del rostro estaba quemada y brillaba gracias a la pomada que le habían puesto. El cuello también tenía esa pomada y por debajo de este, tenía gasas y vendas alrededor del torso.

Tenía una fina sábana que le cubría la parte inferior del cuerpo aunque estaba algo levantada debido a una escayola que le llegaba desde el pie hasta la parte baja de la rodilla.

Pasó de largo por delante de él y no fue capaz de moverse. Jamás había visto a su hermano en esa situación, normalmente era él quien iba al hospital por fracturas, o por sus problemas con las drogas pero jamás había estado en el otro lado y era horrible.

—He visto a Mycroft, ¿dónde se lo llevan? —preguntó John acercándose.

Sherlock no respondió, se sentó en la silla y volvió a poner la cabeza entre sus piernas. Tomando aire varias veces. John se sentó al lado y le acarició la espalda.

—Tranquilo —susurró el médico —. Se va a poner bien, seguro que sí.

Sherlock aguanto la respiración unos segundos antes de incorporarse.

—Será mejor que me vista, puedes irte a casa y llevarte el pijama. Te avisaré cuando despierte. Mañana trabajas, tienes que dormir algo.

—Me quiero quedar contigo Sherlock.

El detective suspiró profundamente y cogió su ropa.

—Vamos al baño, me vestiré…

John asintió y le siguió. Un poco más tarde ambos estaban en la sala de espera. Llamaron a Sherlock y le dijeron el número de habitación, cuando ambos se dispusieron a irse la enfermera lo detuvo.

—Solo puede ir uno —dijo dándole la tarjeta a Sherlock.

El detective miró a John, este sonrió. Le quitó el pijama de las manos y lo dobló tanto como pudo.

—Vendré con el desayuno. Hasta luego.

Sherlock se dio media vuelta y subió hasta la habitación. Dentro estaba el médico que estaba examinando las pupilas de Mycroft.

—Doctor —murmuró Sherlock.

El médico se apartó y le miró.

—Vamos a llevar a su hermano a hacerle un escáner.

—¿Por qué? —preguntó Sherlock viendo como entraban las enfermeras.

—Aún no ha despertado de la anestesia y nos preocupa que tenga alguna lesión cerebral que se nos haya pasado por alto.

Sherlock abrió la boca para responder, pero ningún sonido salió de ella. Asintió y se sentó en una de las butacas. Una hora más tarde el médico llego junto a la cama de Mycroft.

—Señor, no son buenas noticias —dijo al llegar.

—¿Ha ido a peor? —preguntó Sherlock antes de coger una bocanada de aire.

—Creemos que su hermano ha entrado en coma —explicó.

Sherlock abrió los ojos sorprendido.

—¿Cómo que ha entrado en coma?

—Me extrañó que los efectos de la anestesia no se pasaran así que por eso hice un escáner. Ha entrado en estado de coma y no sabremos cuando despertará.

Sherlock sintió un nudo en la garganta y miró a Mycroft.

—Mike… —murmuró.

—Señor, tenga paciencia. Fue un golpe fuerte el que recibió contra el asfalto y el que respire por sí mismo es un gran logro. Comprobaremos su estado, así que esté tranquilo. Se recuperará.

Sherlock asintió.

—Gracias, doctor.

El médico le dedicó una pequeña sonrisa y salió de la habitación. Sherlock se sentó en la butaca que había estado antes y acercó su mano a la de su hermano. Tenía cables que le proporcionaban sueros, pero la otra estaba vendada así que procuro ni apretarla ni moverla, solo acariciarle los dedos.

—Te pondrás bien —murmuró Sherlock —. Lo harás. Eres Mycroft Holmes, tienes que hacerlo.

Apenas dos minutos después, Sherlock se derrumbó y rompió a llorar. Se tapó la cara con las manos y se desahogó, intentando dejar todo el miedo y la angustia detrás.

Continuará...