Disclamer: Death Note, tristemente, no me pertenece. O estos dos serían canon.


Mello sujetó la cajetilla y sacó un cigarrillo. Lo encendió, y le dio una calada.
Y tosió, pero no porque se ahogara.
Tosió para ahogar los sollozos, que no eran por el humo.
Su primer cigarro en veinte años es de la cajetilla de Matt.
Y es cuando le cae sobre los hombros que Mail Jeevas está muerto.


Chapter I.
Black Cigarettes and Chocolate.


Mello abrió la cajetilla que había sobre el asiento del acompañante y sacó un cigarrillo.

Era extra largo, y negro. El mismo tipo de cigarrillo que Matt siempre estaba fumando. Mello jamás había llegado a comprender la obsesión que Mail Jeevas, su único mejor amigo, tenía por los cigarrillos. Fumaba desde que lo conocía, desde que aún estaban en la casa de Wammy, y hasta hoy, no lo entendía. Los videojuegos eran una cosa que incluso comprendía, ¿pero cigarros? ¿Llenarse la boca de humo y destrozarse los pulmones?


—Jamás voy a entender cómo puedes fumar cigarrillos —la voz de Mihael retumba dentro de la habitación del hotel, mientras mira sobre su hombro al pelirrojo. Matt tiene los goggles puestos, por lo que Mello no sabe si lo está mirando. Probablemente no. Todavía tiene su videojuego en las manos—. Son asquerosos.

Tú vives comiendo chocolate, y yo nunca te digo nada —tiene razón, en parte. Matt no habla mucho (excepto con él), pero cuando lo hace, siempre son afirmaciones. Como si supiera todas las respuestas, como si jamás pudiera equivocarse.

Rara era la vez donde Mail Jeevas se equivocaba.

Pero a ti también te gusta el chocolate —el tono sugestivo en las palabras de Mello se hace obvio; le trae recuerdos a ambos. De la noche anterior, y de las noches anteriores a esa—. En cambio, yo jamás he sido capaz de ponerme un cigarro en la boca.

Ayuda a los nervios —Matt apaga el videojuego, deja el cigarro a medio acabar sobre el cenicero y se retira los goggles. La sonrisa divertida encaja demasiado bien con esos ojos verdes—. Deberías probarlo alguna vez, a ver si dejas de gritar tanto.

Mello le lanza un almohadón a la cara, y las risas de Matt cortan la conversación.


Es ahora, tiempo después (semanas, meses), que Mello entiende las razones que Matt podía tener. Riéndose entre dientes, probablemente de un chiste que solamente el pelirrojo y él entendían, observó el cigarro entre sus dedos. Su mano se estiró un poco más, todavía conduciendo, y alcanzó el mechero. Se atrevió a soltar el volante cuando, finalmente, colocó el filtro entre sus labios, apretándolo un poco (e incluso mordiéndolo debido a nervios, emociones, inexperiencia), y el fuego del mechero encendió la punta.

Aunque no se ahogó con el humo, tosió, a propósito. Tosió para ocultar los sonidos que podían ser fácilmente identificados como sollozos, y que tampoco eran por el humo. Tosió para no parecer débil ante los oídos de Kiyomi Takada, que estaba desnuda en la parte de atrás del camión. Tosió para dejar de gritar tanto, y también es por eso que estaba fumando.

Su primer cigarro en veinte años de vida es cuando, por fin, se da cuenta que preocuparse por sus pulmones es estúpido si no le queda mucho tiempo caminando por la tierra. Es cuando, por fin, el peso de la misión suicida que había planeado le cae sobre los hombros. Es cuando se da cuenta de que no tiene sentido preocuparse por su salud. No más, no ahora, no nunca.

Su primer cigarro es de la cajetilla de Matt. Y es en el momento en que le cae sobre los hombros la realidad de que Matt está muerto.

De que él va a ser el siguiente.

Al demonio —lo piensa, con una media sonrisa triste, y los ojos azules aguados, brillantes. El ruido y sus pensamientos nublan el sonido de las manos de Takada sobre el papel—. Te invitaré con esta misma cajetilla cuando nos volvamos a ver, Matt.