¡Hola!
Después de apenas ocho horas vengo con otra viñeta, inspirado en un personaje que me gusta mucho y otro que, directamente, no es nada común en los fanfics, ya que es conocido. Vosotrosdi´reis qué os parece.
¡Los reviews ayudan a una a ser mejor escritora!
TE ENTIENDO
Las lágrimas empiezan a deslizarse inevitablemente por sus mejillas. Sin hacer caso ya a las risas y burlas, se da la vuelta y corre como nunca. Atraviesa pasillos, corredores y puertas, e ignora deliberadamente a Peeves cuando corre una alfombra debajo de sus pies, haciéndola tropezar. Sigue corriendo hasta llegar a su zona de confort personal, irónicamente. Porque ese lugar lo es todo excepto confortable. Flanquea la puerta y la cierra tras de sí con gran estrépito. Al oír esto, uno de los cubículos de aquel aseo abandonado de chicas se abre, dejando ver la figura de una joven aproximadamente de su edad.
Al verla, nuestra protagonista corre hacia ella. Abre los brazos para abrazarla y ahogar sus penas en su hombro, pero recuerda: es imposible. Ella no la puede sentir, no transmite ese calor humano que tanto puede reconfortar a una persona si se siente triste.
La fantasmagórica muchacha se da cuenta del gesto que hace su afligida amiga, pero no dice nada. Ella comprende que se siente demasiado mal para recriminarle acciones.
—¡Oh, Myrtle! —solloza su única amiga corpórea, o mejor dicho, su única amiga—. ¡Lo han hecho otra vez!
—Tranquila, tranquila —le dice ella con dulzura—. Cuéntamelo todo.
—Es lo de siempre —consigue articular después de sonarse la nariz—. Una rutina. ¿Qué culpa tengo yo de tener tanto acné? ¡Son los granos los que vienen a mi cara!
—Oh, querida —suspira Myrtle—. Recuerdo tan bien a Olive Hornby—. ¿Quién te lo hace mayoritariamente?
—¿Mayoritariamente?
—Siempre hay una o varias personas que lo lideran todo, y los demás las siguen. En mi caso era la estirada de Hornby.
Ella duda un momento, pero al final responde:
—Adeline Thompson —solloza.
—No te preocupes, esa Thompson no va a pasar un día más de su vida tranquilo —sonríe.
—No, Myrtle, esa no es la manera…
—Quieras o no, lo haré. Ella también se ha burlado de mis propios granos y de mis gafas. Será la próxima Olive. Oh, qué mal lo pasó cuando yo morí… ¡y cómo lo pasé yo!.
—De verdad, Myrtle, no tienes por qué hacer eso. No cambiará en nada cómo me siento —irremediablemente vuelve a echarse a llorar.
Su llanto es tan amargo, tan lastimero, tan familiar, que a Myrtle se le llenan los ojos de lágrimas también. Ella pasó por lo mismo, oh, cómo lo recordaba. Esos baños en los que se refugiaba y en los que ahora vivía, en los que descargaba su dolor y rabia, los únicos que veían caer cual torrencial lluvia sus lágrimas.
Porque Myrtle no tenía —ni tuvo— a nadie, pero con aquella chica eso cambiaría. Se prometió a sí misma que la tendría allí para lo que necesitara, y siempre le ofrecería su hombro —metafóricamente, claro— para llorar.
Porque al fin y al cabo, Eloise Midgen es ella, cincuenta años después. Las dos son unas chicas incomprendidas y despreciadas sólo por una mera diferencia física. Y las dos intentaron quitarse esos granos, raíz de sus problemas, con una maldición… que hizo exactamente lo contrario: acrecentar las burlas y dar paso a apodos e incluso agresiones físicas.
—Eloise —le dice con voz solemne— eres mi mejor amiga.
La muchacha, al oír esas simples palabras, sonríe. Y Myrtle también, porque ha logrado su propósito, porque ha conseguido que alguien sienta lo que ella no: ese calorcito tan agradable que notas cuando te sientes querido, esa sensación que te arropa y te hace sentir tan a gusto. Y a la vez, Myrtle la siente también, porque hacerla sentir así inevitablemente la hace feliz a ella.
