¡Hola!

Hacia mucho tiempo que no me pasaba por aquí y tengo que decir que os echaba de menos.

Comparto esta historia que ya está totalmente terminada y comencé a escribirla hace algunos años.

Aunque no va a ser la tónica de esta historia, este primer capítulo contiene un lemmon muy necesario para la trama.

Como siempre, espero no ofender a nadie, que os guste la historia y que os divirtais leyéndola tanto como yo me he divertido escribiéndola.

Disclaimer: ninguno de los personajes me pertenece, ni el mundo en el que se mueven, todos los derechos son de J.K. Rowling, yo tan solo los tomo prestados y trastoco un poco sus vidas.

¡Un besote!

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Capítulo 1: El colgante de Láquesis

Los pasillos del Ministerio de Magia estaban desiertos, todos se hallaban en el Gran Baile que conmemoraba el final de la guerra contra Voldemort y los mortífagos. Tal vez por eso, ella corría de manera tan acelerada. Había terminado su trabajo más tarde de lo que esperaba y se había tenido que cambiar en el despacho. Cuando había salido ya todos sus compañeros se habían ido. Sin embargo, sus ojos ambarinos captaron un movimiento al otro de lado de la puerta del Departamento de Leyes Mágicas. Con tan solo veintiséis años era la máxima responsable de él. Y como tal, tendía a controlar a todo el que entraba.

La figura le pareció familiar, pero no de un modo fraternal o amistoso. Esa forma de moverse ella la había visto antes y sabía lo peligrosa que podía llegar a ser. Se agachó con presteza cuando la cabeza del individuo se levantó y escrutó la zona de su despacho. Solo Merlín sabía de lo que era capaz si la encontraba allí. Se podría decir que tenía los minutos contados. Y allí agachada, con el vestido dorado de cóctel y el bolso de lentejuelas del mismo color, ella solo era consciente de los latidos acelerados de su corazón. De cómo los segundos se le hacían eternos y las gotas de sudor comenzaban a mojar su frente perfectamente empolvada.

Un ruido cercano la hizo acurrucarme mejor en el hueco del escritorio. Desde allí solo podía ver los zapatos negros y lustrosos del individuo. Abrió mucho sus ojos mientras contenía la respiración. Cualquier mínimo movimiento podría delatar su posición. Ahogó un escalofrío cuando los papeles de su mesa salieron volando por los aires. El desconocido había barrido todo lo que había en la superficie de caoba. No parecía importarle el ruido. El ordenador también cayó al suelo, y es que ella había insistido en tener tecnología muggle, que lo hacia todo más fácil. El desconocido estaba buscando algo que aun no había hallado. Abrió y cerró los cajones del escritorio mientras ella se hacia cada vez más pequeña.

¿Quién le había mandado a ella trabajar hasta tan tarde?

La verdad es que no había sido algo fuera de lo normal. Siempre se iba a casa pasada la hora del cierre del Ministerio. Pero no tenía a nadie que velara por su regreso, así que… ¿qué más daba? Era mejor matar el tiempo adelantando faena. En su casa tan solo estaba Crookshanks y los recuerdos de personas que ya no estaban o no eran las mismas que antes. Se le hacia todo más llevadero, más fácil. Tratar con el resto del mundo era un reto que asumía día a día. Se preguntó dónde estaría Ron y si la echaría de menos. Era raro que no se hubiese presentado en el despacho, con esa jovialidad que le caracterizaba, para obligarla a que bajase ya al baile.

El desconocido seguía barriendo su escritorio y todo lo que había a su alrededor. Todos los archivos, todos los libros, todas las carpetas…todo lo que ella tenía organizado meticulosamente, ahora estaba tirado por el suelo. Se obligó a no pensar en lo que aquello significaba. Solo quería que el desconocido encontrase lo que había venido a buscar y se marchase. Había dejado de pensar en él como una figura conocida. Después de todo, estaba demasiado confusa y asustada. Escuchó más pasos que se acercaban con urgencia. Le parecía increíble como aún no la habían descubierto. Tal vez alguien estaba ejerciendo de ángel de la guarda para ella.

- Señor, no hemos encontrado nada sobre Las Moiras1. Ni en esta planta ni en la de arriba. ¿Está seguro de que…? –había comenzado a decir el recién llegado. Se notaba que era un mandado más dentro de la organización que había irrumpido en el Ministerio.

- Silencio. Sé que está aquí, tiene que estar por aquí. La perfecta de Granger nunca viajaría sin él. El colgante de Láquesis tiene que estar por aquí. Es de vital importancia que lo encontremos. –la voz del desconocido se le antojó espeluznantemente familiar.

- Pero…señor…-la voz del trabajador tembló. Otra indicación más de que el desconocido era alguien digno de temer.

Si no hubiera sido porque estaba totalmente conmocionada, se habría desaparecido. Pero entonces sabrían que ella había estado allí en todo momento, y no quería arriesgarse. Además, la mención al colgante de Láquesis la había intrigado sobremanera. ¿Quién podría querer una antigualla como aquella? Bajó el mentón hacia su pecho. Allí, donde comenzaba el valle entre sus pechos, descansaba el colgante de una mujer con túnica griega y una pluma en la mano. Había sido un regalo anónimo para su último cumpleaños. La curiosidad le había llevado en su momento a investigar sobre la moira Láquesis.

Pero lo que ese desconocido quería rayaba más que un simple colgante. Parecía como si la imagen dulce de aquella mujer guardase algo más que escapaba al entendimiento del resto. Sea como fuere, ella se quedó muda y estática en su sitio, notando como las gotas de sudor ya bajaban por su espalda.

- Si tan solo supiera donde vive…pero esa sangre sucia es más escurridiza que una rata. –escupió el desconocido con odio en la voz. No cabía duda de que la conocía.- Será mejor que nos vayamos. El discurso del Ministro Shacklebot está a punto de comenzar y no quiero que noten nuestra ausencia.

- ¿Y qué hacemos con todo este desaguisado? Se darán cuenta de que alguien ha estado aquí.

- Y eso es precisamente lo que queremos que piensen. ¿Qué clase de idiota eres? Repliega al resto y ordena una retirada ordenada, no desearía que los sensores del Ministerio captaran a demasiadas personas desapareciéndose a la vez.

- Muy bien, señor. –el trabajador se marchó hundiendo sus botas en el suelo y produciendo un tenue ruido homogéneo.

- Sé que lo tienes, Granger. Sé dónde te escondes. Algún día el colgante de Láquesis será mío y el destino cambiará para la humanidad. –con estas palabras, el desconocido se desapareció del despacho.

Tardó unos minutos en salir de debajo de la mesa del despacho y para entonces las piernas le temblaban de una manera muy poco elegante. Los zapatos de tacón dorados que llevaba tampoco hacían ningún bien a su estado. Con su mano derecha agarraba con demasiada fuerza el bolsito de lentejuelas, mientras que la izquierda estaba en su pecho, junto al colgante. Se lo quitó con cuidado y después de mirarlo fijamente durante unos segundos, lo metió en el bolsito. Era mejor no llamar la atención esa noche, y mucho menos si el desconocido iba a estar entre los presentes, tal y como le había anunciado a su compañero.

Consiguió salir del despacho sin tropezar ni una sola vez. Estaba claro que antes de llegar al gran salón abovedado del Ministerio, tendría que serenarse. Y sobretodo, por encima de todas las cosas, no debería dejar que Ron notase que estaba nerviosa o rara o que ocultaba algo. Seguro que al día siguiente, viendo las cosas con perspectiva, todo cobraba otro sentido mucho menos macabro. Con cada paso que daba más se concienciaba de que no había sido tan grave. Hasta que topó de bruces con el enemigo.

Era uno de los trabajadores del desconocido, de eso no había duda. Vestía de negro y llevaba una máscara que cubría su rostro. Imposible de identificar. Estaba a punto de desaparecerse por una de las chimeneas homologadas del Ministerio. Cuando la vio, sacó su varita y apuntó en su dirección, pero ella fue más rápida y salió corriendo. Sería una insensatez ponerse a echar maldiciones en el vestíbulo del Ministerio. Por eso se encontraba corriendo por aquellos pasillos vacíos.

El ruido de la orquesta que tocaba en el Gran Salón cada vez era más perceptible. Pero ella seguía con la oreja puesta en su espalda. Cualquiera era lo suficientemente listo como para saber que ningún grupo saboteador dejaba testigos con vida. Si tan solo pudiera llegar al lado de Ron…estaba segura de que todo estaría mejor, mucho mejor. No comprendía como estando su vida en juego no podía dejar de pensar en Ron. El pelirrojo tan solo era su mejor amigo, no la persona que le había jurado amor eterno. Pero si que era cierto que desde lo ocurrido a Harry habían estrechado más sus lazos de amistad. Se comprendían el uno al otro y se tenían mucho cariño.

Por fin llegó hasta las puertas del Gran Salón. La luz que inundaba el interior era devastadora, se notaba que habían echado mano de sus mejores organizadores y decoradores. Todo era simplemente perfecto, digno y festivo. Allí se reunían las personas más importantes del mundo mágico. Todos con el único fin de homenajear a los caídos en la guerra y celebrar esa nueva era libre de oscuridad.

Con los ojos muy abiertos por la impresión anterior y algunas gotas de sudor aun en su frente, Hermione Granger se abrió paso entre el gentío. Muchos la reconocieron, pero ella se limitó a pasar de largo. De vez en cuando miraba hacia atrás, pero fuera quien fuese el que la perseguía, ya no estaba. Llegó hasta la barra del fondo y se sirvió un generoso vaso de whisky de fuego. Con el bolsito de cuentas fuertemente agarrado en una mano, se llevó el vaso a la boca con la otra. El líquido ambarino le produjo ardor al bajar por su garganta y cerró los ojos con fuerza durante un instante. Al abrirlos, se llevó la impresión y la sorpresa de su vida al encontrarse con unos ojos azules que la estudiaban de manera demasiado penetrante.

- ¿Dónde estabas? –le preguntó Ron con delicadeza y dulzura. Siempre tenía ese tono cuando se dirigía a ella. Excepto cuando se peleaban o discutían, cosa que hacían día si día no. Las cosas no habían cambiado tanto después de todo. El pelirrojo se sentó en un taburete al lado suyo.- Te has perdido el discurso de Kingsley, aunque se parecía bastante al del año pasado, así que no te has perdido nada. –con tono más preocupado, añadió.- Me tenías preocupado.

- Estoy bien, Ron. Es que…tenía mucho trabajo pendiente. Y ya me conoces, no dejo para mañana lo que puedo hacer hoy. –intentó sonreír lo mejor que pudo, aunque las arrugas que se formaron en su cara eran de tensión.- ¿Cómo va la fiesta?

- Es un autentico coñazo, como cada año. Pero bueno, es lo menos que podemos hacer por la sociedad mágica del mundo. Hacerles saber que no olvidamos lo que ocurrió hace ocho años y que recordamos a todos los que murieron. –los ojos de Ron se entristecieron momentáneamente al recordar a sus hermanos Fred y Percy. La castaña le puso una mano encima de la suya y se la apretó cariñosamente.

- ¿Quieres una copa? –le ofreció, aunque más fue porque no le gustaba beber sola. Merlín sabía que ella necesitaba más de una aquella noche.

- Si, claro, ¿porqué no? –Ron se encogió de hombros y sirvió una generosa porción de whisky de fuego en los vasos de ambos. A continuación los levantaron con la mano e hicieron chocar el vidrio.- Chin chin.

- Chin chin. –correspondió Hermione.

Ese fue el primero de muchos brindis. La noche era joven cuando el alcohol entraba en contacto con la sangre del cuerpo. Ron y Hermione lo sabían, y aunque no estaban acostumbrados a beber, siempre había tiempo para una excepción de última hora. Los dos guardaban secretos inconfesables que por una razón u otra les impedían ser felices del todo. Sin embargo, la desinhibición que ofrecía el alcohol les proporcionaba unas horas de felicidad, despreocupación y nula conciencia. El paraíso para alguien como ellos dos.

Tal vez fuera el alcohol, tal vez no.

Tal vez fuera esos secretos inconfesables, tal vez no.

Pero lo cierto es que Ron y Hermione terminaron desapareciéndose en el apartamento de ella. Sus cuerpos unidos eran un revoltijo de manos, brazos y piernas. De bocas que se buscaban con desesperación, de lenguas que nadaban en un mar de inconsciencia y pasión. La castaña había conseguido olvidarse del altercado en su despacho y ahora solo tenia tiempo para acariciar el cabello rojo que se arremolinaba en la nuca de Ron. Era sumamente placentero sentir su cuerpo contra el suyo, y en ningún momento se paró a pensar que ese cuerpo era el de Ron.

El bolsito de lentejuelas yacía olvidado en el suelo, cerca de la chimenea, así como sus zapatos y la chaqueta de Ron. ¿Cómo podía ser tan jodidamente sexy con el cabello revuelto y ese ardor en la mirada? Eso era lo que se preguntaba Hermione cada vez que se aventuraba a mirarlo. Los besos que el pelirrojo repartía con su cuello y el valle de sus pechos eran sumamente excitantes, era como si quisiera emborracharse de ella, de su cuerpo, y no solamente de whisky de fuego. Hermione elevó una pierna, quería sentirlo más cerca, aplacar ese dolor que sentía en su interior. Ron pareció entenderlo enseguida, porque una mano suya la elevó por el muslo y ella terminó subida en su regazo mientras iban dando tumbos hacia la pared más cercana.

Hermione dejó escapar un gemido cuando el miembro de Ron chocó contra su ombligo y abrió un poco más las piernas para acortar del todo la distancia. Las manos del pelirrojo parecían tener vida propia mientras palpaban sus senos y jugueteaban con sus pezones por encima de la fina tela del vestido dorado. Era todo demasiado impetuoso, inconsciente, y como toda relación así, la pasión y la lujuria rayaban la locura. La castaña llevó sus manos hasta el cierre del cinturón del pelirrojo y lo abrió, al igual que bajó la cremallera y desabrochó el pantalón. Ahora el que gimió fue Ron.

Cambiaron de posición y la espalda del pelirrojo quedó pegada a la pared mientras que con sus manos sostenía el cuerpo menudo de Hermione desde el trasero. Ella seguía besándolo con ansia y urgencia, deseando que se contacto de lenguas fuera mucho más íntimo y profundo. Rozando con sus pechos el suave y trabajado torso del pelirrojo. Notando como cada vez estaba más mojada y más lista para él.

Las piernas de Ron se doblaron al tiempo que iba bajando por la pared. Quedaron sentados en el suelo, con ella encima de él. Ron bajó la cabeza para enterrarla entre sus pechos al tiempo que luchaba por deshacerse del bonito vestido que no le permitía admirar el impresionante cuerpo de la castaña. Había soñado demasiadas veces con que aquello le ocurría, pero ahora estaba pasando de verdad y a la mañana siguiente no iba a ser capaz de recordarlo. Cuando finalmente el vestido desapareció, los dos exhalaron un suspiro. Los pechos de Hermione apuntaban hacia arriba, como exigiendo ser besados, cosa que el pelirrojo no dudó en hacer. Mientras, ella introdujo la mano dentro del pantalón. Con su mano derecha cogió el suave miembro de Ron y comenzó a acariciarlo de arriba abajo. El grado de excitación era tal que sentían dolor al no unir sus cuerpos ya.

Los dos parecieron pensar lo mismo, porque cuando sus miradas se encontraron después de unos segundos, el pelirrojo dejó de lamer sus pechos y ella dejó de estimular su miembro. Había llegado el momento de la verdad. Hermione ya no podía ocultar más su ansiedad, ni tampoco lo mojada que estaba. Cuando Ron encaminó su miembro hacia el lugar donde confluían las piernas de ella, el calor que emanaba era devastador. Nunca podría haber imaginado que hacer el amor con Hermione iba a ser tan desgarradoramente perfecto. Entró en ella sin ningún problema y ambos dejaron salir sendos gemidos de placer y urgencia.

La castaña comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo, hacia delante y hacia atrás. No estaban pensando, no estaban calculando, ni siquiera elucubrando. Tan solo sintiendo. Sintiendo como el placer que derrochaban sus cuerpos se les iba de las manos. Sintiendo como dos viejos amigos daban rienda suelta a deseos mudos que habían vivido demasiado tiempo encerrados en su interior. Sintiendo como el mundo era más bonito cuando todo parecía cobrar sentido entre los dos. Sintiendo que estaban hechos el uno para el otro y que emborracharse tan solo había sido una excusa para acelerar lo que tenia que pasar.

Esa noche hicieron el amor tres veces, en el salón, en el sofá y en la cama. Ninguno puso medios, ninguno calibró las consecuencias. Pero cuando la luz del sol comenzó a entrar a raudales por las ventanas del dormitorio de la castaña, el efecto del alcohol ya había pasado y pronto dejaría paso a la conciencia, mala o buena, dependiendo de la persona.

Sin embargo, vistos desde fuera, acostados en la cama, desnudos y abrazados, tan solo tapados por una fina sábana de algodón malva…todo pintaba demasiado perfecto, demasiado como debería de ser. La melena de la castaña se arremolinaba en el pecho del pelirrojo que ejercía de almohada. Sus brazos extendidos por encima de la sábana descansaban encima del estómago de Ron. Él, por su parte, tenía un brazo caído hacia fuera de la cama, mientras que el otro rodeaba la cintura de Hermione de manera posesiva.

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