It's a beautiful day.

Mary Jane: Gracias por entrar a leer esto, espero que os guste, es un reto que pretendía ser de pagina y media, y ya voy por la 30 o algo así.

Marta se dirigía como de costumbre hacia la universidad. Era alumna de intercambio en Londres, y estaba muy ilusionada con el tema, las clases eran casi mejores de lo que esperaba, y había hecho algún que otro proyecto de amistad, pero nada del otro mundo.

Odiaba el metro londinense casi tanto como odiaba tener que levantarse tan temprano, pero ya se sabe, ¿a quién le gusta tener que coger un tren a las siete y media?

Cuando vivía en Barcelona, las cosas eran más fáciles en ese aspecto, despertarse por la mañana comportaba coger el tren más tarde de lo que lo hacía en Londres y no significaba, casi nunca un esfuerzo tan grande, exceptuando, claro está, las noches que se pasaba casi trasnochando con su prima Maria, aquellas mañanas eran auténticas pesadillas.

Como en un flash back Marta se acordó de su prima aquella dichosa mañana cuando se despertó. Al sonar el despertador, abrió los ojos, miró el teléfono y pensó: " ¿Cómo lo hizo para mantenerme al teléfono hasta las tres de la madrugada?" y la respuesta se le presentó como si su prima estuviera allí, al ponerse en pié y coger la camiseta que se había puesto la tarde anterior descubrió un panfleto de la compañía de teléfono: "Llamadas internacionales a teléfonos fijos gratis, díganos a quién quiere llamar y se lo ponemos fácil."

Como anuncié al principio, Marta se dirigía hacia la universidad, como de costumbre, con su mochila bandolera y su pelo alborotado, que le hacía acordarse de su prima cada vez que pasaba cerca de cualquier cosa que pudiera reflejar la luz. Se metió en el tren, como siempre, pensando que al menos en Barcelona, de vez en cuando, se sentaba cerca de algún joven atractivo y podía dejar volar su imaginación durante unos minutos.

Pero lo único que veía Marta hasta que alcanzaba la vista era gente de mediana edad que dormitaba entre los asientos vacíos, por no haber, a aquellas horas no había ni overbooking.

Puso en marcha el mp3 y empezó a sonar "It's a beautiful day", puso los ojos en blanco y después los clavó en el exterior, llovía a cántaros. Tras aquel despertar, aquello era lo peor que los dioses le podían deparar: ironía.

Bajó del tren y esperó el siguiente, el trasbordo no era lo que más le molestaba, podía observar a la gente pasar e imaginar a dónde se dirigían.

Pasó un tren y bajaron los pasajeros, alguien se sentó a su lado pero tenía la música demasiado alta y estaba demasiado dormida para importarle. Fuera quien fuere, llevaba unos pantalones de pana marrón, en su mundo, Marta estaba sentada al lado de unos pantalones de pana marrón.

Hasta que alzó la cabeza para volver a mirar cuanto faltaba para el próximo tren. Los pantalones de pana marrón se convirtieron en un muchacho pelirrojo que le llevó a condenar a la empresa telefónica entera por poner los mensajes internacionales tan caros. No podía mandarle un mensaje a su prima diciéndole "Hoy he visto a tu amor platónico, y se ha sentado a mi lado en la estación, muérete de envidia". La que se moría de rabia era ella.

Disimuladamente cambió la canción a "One vision" rezando por que el chico supiera qué era lo que ella estaba escuchando y subió el volumen hasta el nivel de casi contaminación acústica. Volvió a observarle y sonrió al ver que no llevaba reproductor de música.

En cuanto vino el tren desistió, él no se ponía en pié para subirse, y no parecía tener ninguna intención de hacerlo. Paró el mp3, le miró, sus miradas se cruzaron, nada, un instante como ocurre con todo el mundo al que se observa en un tren, él parecía cansado y suspiró, las puertas del tren se abrieron, subió y con disimulo Marta se dio la vuelta, el chico ya no estaba allí.

Hacia las tres y media Marta llegó a la residencia en la que pasaba un 25 del día. Se metió en la ducha inmediatamente y después, fiel a las tradiciones españolas que jamás había seguido, se echó una siesta. Lo último que quería era ponerse a estudiar, apenas llevaba una semana en la cuidad y pasaba olímpicamente de ponerse en cuarentena estudiantil tan temprano. Así que decidió salir a dar una vuelta y se encontró a si misma, sin siquiera proponérselo frente los dos cuadros de JWWaterhouse de la Tate Gallery. A medida que pasaba el tiempo fue dándose cuenta de que aquello no era lo mismo sola. Así que volvió a la residencia y sin quitarse siquiera la chaqueta descolgó el teléfono. Después de dos horas de conversación, con sus padres, su hermano y su prima decidió irse a cenar, pues a las ocho cerraban el comedor, e irse a dormir.

A la mañana siguiente aún tenía bastante sueño y pensó que, al menos, para su prima eran aún las seis.

Por inspiración divina, se peinó, pensando que, a lo mejor, por casualidad, y si los dioses le eran propicios, volvería a ver a los pantalones de pana o, al menos no iría a clase como recién levantada, aunque en realidad sí iba a clase recién levantada.

Volvió a subirse al mismo tren de siempre y se volvió a sentar en el mismo banco de siempre en la estación. Pero, aquel día dejó pasar 3 trenes, aunque debería haberse subido, al menos a uno de ellos, si quería llegar a tiempo a clase. Pensó que no pasaría nada si llegaba un poco tarde.

La estación empezaba a llenarse de niños pequeños que iban al colegio acompañados por sus padres. Y cuando Marta ya no albergaba esperanzas, y realmente se hubiera conformado con ver a una sola persona de su edad, los pantalones de pana volvieron a sentarse a su lado, solo que ya no eran unos pantalones de pana, sino unos tejanos oscuros. Marta paró instintivamente el reproductor. El chico miró el reloj algo impaciente y se puso en pie. Antes de que Marta le observara por segunda vez él ya estaba de pié y caminaba hacia la salida.

Sin pensárselo ella miró el reloj también, ya llegaba media hora tarde, y aquello, no era su estilo, ella no interrumpía las clases a mitad de la explicación. Le siguió, salieron de la estación ella con la música puesta para disimular, y con la mirada en el infinito, pero asegurándose de vez en cuando de que seguía detrás de él.

Pero, al mp3 se le ocurrió cambiar a "I can't get no satisfaction", bajó la cabeza para cambiar la canción y cuando volvió a alzar la vista, tubo que pararse de repente, no veía al chico, no estaba allí, miró hacia atrás, nada, buscó en las calles que torcían cerca de allí para ver si el chico se le había perdido, pero no, absolutamente nada, se había evaporado.

Su mente hizo una pausa, dos encuentros eran suficientes, en algún reglamento interior que seguía, para ponerle un mote al chico, así que volvió a clase, interrumpiéndola no media sino una hora tarde y en cuanto volvió llamó por teléfono a su prima.

- ¿Te he contado lo del chico aquel?- le preguntó no muy segura.

- ¿Cuál de ellos?- contestó María con su típico aire despreocupado.

- El del tren.

- Wow.. ¿has visto un chico en un tren?

- Si, bueno, no, en la estación...- comenzó Marta.

- Pues siento informarte de que ellos también pueden utilizar el transporte público.

- El caso es que se llama Will.

- ¿Will? – se extrañó- Pero ¿has hablado con él?- dijo como si Marta le hubiera comentado un encuentro en la tercera fase.

- No, pero es inglés, tiene que llamarse Will.

- Bueno, desde luego algo parecido sí, también puede llamarse Harry, o Henry o cualquiera de esos nombres de aristócrata.

- Ni le he dicho hola, a lo mejor es holandés o sueco o ...- dijo Marta.

- Entonces le llamaremos... ¿te sabes algún nombre sueco?

Siguieron hablando durante, al menos, una hora, Maria terminó diciendo que lo que había hecho podría ser acoso y que la próxima vez le saludara y le pidiera permiso para seguirle, con toda naturalidad.

Los días pasaban cada día más lentamente y los efímeros encuentros con el pelirrojo al que Marta llamaba Will quedaron en… eso, en dos efímeros encuentros que podría haber tenido con cualquier otra persona. Y sí, Marta seguía pensando "Will, ven a saludarme a la estación, ¿porqué no apareces?" cada mañana, pero ella se repetía que lo hacía por puro aburrimiento.

Hasta que estando en la estación, escuchando "All you need is love", notó la vibración del teléfono móvil, de nuevo, su prima querida.

- Hola Marta, ¿dónde estás?- era una pregunta muy corriente cuando vivían ambas cerca de Barcelona y podían encontrarse en cuestión de minutos.

- En Londres, ¿dónde quieres que esté?

- Ya lo sé, tonta que estás en Londres. – le contestó entrecortada la voz de María- digo dónde de Londres exactamente.

- En la estación de Hyde Park Corner, ¿Por?

- Pues… - la sonrisa de María se notaba en su voz- Porque por casualidad estoy en Heathrow haciendo trasbordo y tengo unas… ocho horas antes de recoger los billetes.

Aquello de casualidad no tenía absolutamente nada.

Acordaron que Marta cogiera un taxi hasta Heathrow y pagarlo a medias, pero el precio no era nada comparado con la sorpresa que Marta se llevó.

Tomaron algo en un café, muy cerca de la entrada, y charlaron un rato. A Marta no pareció importarle demasiado perderse las clases, así que decidieron brindar por los viejos tiempos y dar una vuelta por las tiendas que había en el aeropuerto.

Los zapatos de suela de madera de María resonaban en el suelo cristalino a aquellas horas de la mañana y hacían que Marta enrojeciera y se riera al ver como algunos la miraban somnolientos. Empezaban a abrir algunas tiendas y los tres cafés que llevaba Maria en el cuerpo contrastaban mucho con el ambiente soporífero del aeropuerto al amanecer. Marta pensó que ahora mismo estaría escuchando un rollo insoportable en inglés y prefería ese incómodo pero natural contraste. Pero como es normal, también había algún que otro pasajero que llegaba tarde y uno de ellos le dio un soberano empujón a Maria que lo esquivó como pudo y se quedó clavada de cara a un aparador.

- Me he enamorado. – le dijo a su prima en tono confidencial.

- ¿Otra vez?- le dijo Marta bromeando.

Pero María le tiró del brazo y le hizo un gesto con la cabeza señalándole al aparador. Detrás del aparador, se dibujaba una figura muy familiar, más de lo que debería. Efectivamente, era el chico que se había encontrado ya dos veces en la estación de Hyde park Corrner y al que había seguido sin mucho éxito.

- Ese es Will, el de la estación. – dijo en tono tajante.

- ¿Quién?

- El pelirrojo al que seguí.- aclaró sin cambiar el tono.

- No, si yo hablaba de las sandalias del aparador… pero el chico también se las trae.

Sin mediar palabra y con complicidad absolutamente tácita entraron en la tienda como el que no quiere la cosa. Naturalmente, como todas las mujeres hacen en situaciones parecidas, comentaron en susurros los pormenores del atuendo del pobre chico.

- Y tú ves esto cada mañana, creo que me voy a desmayar, ¡lo bien que le quedan esos pantalones!

- Le he visto dos veces.- corrigió Marta convencida de que el chico las estaba oyendo. Ley de Murphy, ya se sabe.

- Yo también le hubiera seguido.

- Y ¿le has visto de perfil?

Total: el examen rutinario.

Solo que, al terminar el examen rutinario, el chico aún no se había movido de la tienda. Raro, muy raro. Empezaban a pensar en irse, porque la dependienta por poco las obligaba a probarse algo, hasta que se les cayó el alma a los pies.

Con una sonrisa radiante y ojos de buena persona, una muchacha de su estatura y de la edad del chico entró en la tienda, se saludaron, se abrazaron, se dieron la mano y salieron fuera.

- Guarra asquerosa.- dijo instintivamente María en cuanto se aseguró de que no la oían.

Aunque aún no les habían perdido de vista, pero una especie de rotulador rojo invisible acababa de tachar al chico de una lista tremendamente larga que Marta ni tenía escrita en papel.

María se fue a recoger los billetes cuando ya estaban hartas de ir de compras. Hartas, sí, se puede decir eso de vez en cuando sobre las compras sin ofender a nadie y es que el armario londinense de Marta quedó casi renovado.

Se despidieron, María entró en la Terminal, despidiéndose con un largísimo "hasta luego" y Marta consiguió meter todas las bolsas en una, y cargó con algo de dificultad la bolsa hasta la parada del tren que llevaba al centro de la cuidad.

"Si es que soy gafe" Pensó al bajarse en King's Cross para hacer trasbordo. Porque allí estaban el pelirrojo inalcanzable y la muchacha. El viaje había sido suficientemente largo como para que Afrodita la martirizara de aquella manera.

Pasó por su lado poniendo en marcha el mp3 de nuevo y sonriendo al pensar que su prima seguramente llamaría "¡William!" desde el otro extremo del andén solo para ver si el chico se giraba.

Al querer encender el reproductor, la bolsa simplemente le resbaló de los dedos y fue a parar lo suficientemente cerca de la pareja para que los paquetes cayeran prácticamente a los pies del pelirrojo.

Los tres se agacharon para recoger las cosas, Marta, sin dejar de pedir perdón, roja de vergüenza y muy patosa vio como el chico, sin querer, pisaba una de las bolsas y con algo de dificultad se atrevió a decirle:

- Perdona…

Pero la chica le interrumpió al ver a qué se refería.

- Ron, no seas torpe, le estás pisando las cosas. – dijo con sutileza.

Pensando en que llamaría a su prima en cuando supiera que había llegado a su destino, Marta les dio las gracias encarecidamente y volvió a poner las cosas en una sola bolsa con la ayuda de la chica.

- Oye, ¿nos hemos visto antes?- le preguntó el renombrado Ron.

"Tres veces más aquella en la que te seguí contando esta" pensó Marta.

- En el aeropuerto.- respondió con una sonrisa algo estúpida.

Ron se quedó pensativo por, al menos cinco segundos.

- ¡Oh! Sí, ibas con alguien ¿verdad?

Marta asintió.

- Siento mucho que te haya pisado la compra,- dijo la chica señalando a Ron- ¿te gustaría quedarte a tomar algo con nosotros y te lo recompensamos?

"¡Tres es multitud, tres es multitud!" Pensó Marta, pero no pudo hacer más que asentir.

La llevaron a un local que Marta no había visto en su vida, es más, no recordaba que estuviera ahí la última vez que pasó por King's Cross.

- No puedes traerla aquí…- dijo el chico susurrando, e intentando que Marta no se enterara.

Cuando esta le miró inevitablemente extrañada el chico sonrió impulsivamente.

Marta volvió a asentir asustada.

- Todavía tenemos media hora.- le contestó la chica en voz alta- ve a buscar unas jarras de hidromiel- el chico se alejó hacia la barra- Por cierto, yo soy Hermione.

- Marta.- consiguió articular, no sin dificultad al ver que algunos de los cuadros del local se movían.

"Muy bien, Marta, eso es que no has desayunado bien, mañana ¡huevos revueltos!" se dijo.

El chico volvió y le trajo lo que ella pensó sería una bebida típica, porque no tenía ni la más remota idea de qué podía ser. Pero no era ni mucho menos peor que la coca cola, así que se la bebió muy a gusto mientras conversaban y descubrió que Ron era tan atractivo como inocente y que solo le faltaba que se le cayera la baba cada vez que Hermione hacía alguna observación.

Pasaron más bien cuarenta y cinco minutos en que intercambiaron una información, según el punto de vista de Marta, algo extraña, no estudiaban, ni trabajaban, ni conocían la universidad en la que ella estudiaba. Simplemente estaban de paso por King's Cross.

Cuando a los tres se les acababa el tema de conversación, Marta se puso en pie y decidió que el hombre de detrás de Ron no podía estar moviendo la cuchara del café sin tocarla. Así que se despidió y sacó el mp3 de la bolsa (para descubrir que no iba ni queriendo), enfadada y sin mirar por donde iba fue a volver a chocarse y, de nuevo (maldiciendo la Ley de Murphy) los paquetes cayeron al suelo con un estruendo que no hubieran hecho ni cayendo de un quinto piso. Y naturalmente ella también cayó al suelo, con el pertinente grito involuntario.

- Lo siento.- dijo la pared con la que había chocado.

Marta tenía los ojos cerrados y un "que vergüenza" metido en la cabeza. Oyó a Hermione y a Ron levantarse de la silla y recoger de nuevo sus cosas mientras ella reunía el valor para abrir los ojos y ponerse en pié.

- Vaya con los Weasley.- dijo Hermione cuando, por fin Marta se puso en pie y vio con quién había chocado.

- Lo siento, de verdad.- le dijo un chico de la misma altura que Ron, pero algo mayor, dándole la mano- ¿Estás bien?

- Ha sido culpa mía.- dijo ella entrecortadamente.

Se hizo el silencio. Marta miró a Hermione, Hermione a Ron, Ron le devolvió la mirada, Marta solo veía personajes de cuadro que se movían, esta vez más claramente que nunca, la pared con la que había chocado la miraba a ella con curiosidad, Ron miró de nuevo a aquel hombre y le dio la mano con decisión.

- Charlie, - le dijo – hará una hora le he tirado yo las bolsas al suelo a la pobre chica.- dijo señalándola.

Y entonces tosió, obviamente ocultando algún mensaje oculto entre la carraspera. (Nota de la Autora: ¡Ejem!¡Muggle!¡Ejem!)

- ¡Oh!- sonrió Charlie- Entonces, quieres ir a tomar algo a… ¿un Bup?

- ¿Un bup?- "pasmada" esa era la palabra que la mente de Marta guardaba para después contarle la experiencia a su diario.

- Un Pub.- corrigió Hermione con una sonrisa.

- Abren por la noche.- dijo Marta con una lógica aplastante.

Hermione asintió lentamente.

- ¡Oh! Pues… ¡Por la noche!- dijo Charlie ingenuo.

Cuando Marta descolgó el teléfono, aquella tarde, lo primero que dijo al oír el "¡hola! Cuanto tiempo!" de su prima fue:

- Hoy he aprendido que cada vez que te chocas con un inglés tiene la imperante obligación de invitare a una copa.

- Pues haré el viaje expresamente para "chocarme" con Orlando Bloom.

Charlie, Ron y Hermione siguieron esperando en aquel local que según Charlie le traía tan buenos recuerdos de su temporada adolescente. Esperaban a Harry, que como buen amigo, se retrasaba unos 45 minutos y para cuando se sentó junto a ellos casi nadie se dio cuenta.

- Por cierto, ¿cómo se te ha ocurrido traerla a un local mágico?- dijo Ron recriminándolo por enésima vez.

- Le has pisado las compras, Ron.- Harry conocía demasiado bien esa mirada de Hermione.

Charlie saludó a Harry con la mano y este se cogió una silla para seguir oyendo la conversación.

- Vale que le pida yo perdón, - dijo Ron con especial retintín en el "yo"- pero no eres mi madre, ¿Sabes?

Charlie y Harry intercambiaron miradas de "otra vez no".

- Bueno, tranquilos, que el que la ha cagado pero bien he sido yo.- interrumpió Charlie.

- ¿Qué ha pasado?- dijo Harry viendo la esperanza de colarse en la conversación.

Ron y Hermione dejaron de mirarse el uno al otro por un segundo y se vinieron a dar cuenta de que Harry estaba allí. Y la discusión volvió a comenzar, por lo que Harry no tuvo más remedio que escribirle a Charlie una nota en una servilleta pidiéndole que se lo contara más tarde.

Decidieron que el modo más agradable de ir hacia La Madriguera, era coger un tren muggle, porque Harry se había pasado el día apareciéndose y desapareciéndose, y empezaba a tener náuseas.

Pero la discusión terminó al entrar en el tren, Charlie no pudo evitar una sonrisa de oreja a oreja al ver como las quejas de Ron se apagaron en cuanto Hermione le dio la mano sin siquiera decirle nada. Harry entornó los ojos y suspiró.

Charlie conocía muy bien a su hermana y sabía perfectamente lo que sentía por Harry, aunque al no poder verla la mayoría de los cotilleos familiares siempre pasaban por su madre antes de llegar a él, y algunos de los supuestos hechos parecían más de novela rosa de lo que Charlie se imaginaba que eran.

El viaje era suficientemente largo así que esperaron a que Ron empezara a roncar para contarle a Harry lo sucedido con la muggle patosa.

- Así que por alguna norma divina que dice que cuando se le cae algo alguien hay que invitarle a algo, Charlie tiene una cita con una muggle. – concluyó Hermione.

- Yo no lo llamaría… - empezó Charlie.

- Pobre chica, debió de alucinar con los cuadros del bar. – comentó Harry, para nada en tono de reprimenda.

- ¡Otro igual!- se quejó Hermione.

- Es que infringiste una ley. – se atrevió a decir Charlie.

Al llegar a La Madriguera a Charlie solo le quedaban unas dos horas para tener que volverse a aparecer en Londres, lo que no le hacía ninguna gracia, pero él no era la clase de persona que deja plantada a una chica porque tiene miedo de vomitarle encima en cuanto llegue.

Charlie abrió uno de los armarios de la cocina antes incluso de saludar a su madre.

- Yo cenaré antes, ¿de acuerdo?- soltó ante la mirada represora de su madre y cogiendo una

caja de pastelitos, hechos por la Señora Weasley- es que tengo que irme porque…

- Tiene una cita.- dijo Hermione.

Ron se llevó las manos a la cabeza. La cara de la Señora Weasley cambió totalmente en cuestión de segundos hasta convertirse en casi una sonrisa radiante por entero.

- ¡Así que una cita!- dijo como si hubiera perdido las esperanzas de casar a su hijo muchos años atrás- pues para empezar, no cenarás, la invitarás a cenar.- y le quitó los pastelitos de las manos tan rápido que Charlie ni se enteró.

- ¿Dónde?- dijo él, al cabo de unos segundos de perplejidad.

- Es que es muggle.- comentó Harry, a lo que Ron negó con la cabeza con ánimo catastrofista.

- ¡¿Muggle?!- Arthur Weasley, que parecía haber estado leyendo el periódico hasta entonces, desveló tener un tercer oído en la nuca.

Charlie bufó. "Otra vez, no" pensó por segunda vez aquel día. Le había ocurrido lo mismo siempre desde sus dieciséis años, empezada a echar de menos Rumania, por el simple hecho de que su madre no le planeara las citas. "Aunque citas, citas, lo que se dice citas, en Rumania…."

Se desapareció y fue directo a la que había sido su habitación. Se había olvidado de que Ron lo tenía todo de naranja chillón. Oyó a su madre desde abajo gritarle "¡y dúchate que no tienes mucho tiempo!".

No le apetecía ir, para nada, estaba cansado, pero era un hombre de palabra y ahora ya, si no iba a su madre le daría un ataque. Abrió el grifo de la ducha y miró el reloj, eran las seis y media, tenía una hora escasa.

Fin del Capítulo

Mary Jane: ¡Gracias por llegar hasta aquí!