¿La cuenta?

No sabe con exactitud cuántos días han pasado desde el descenso de lady Marianne, su precipitado funeral, los latigazos que descargó en la espalda de Gottwald hasta que Sir Darlton le sujetó las muñecas y aulló para que se detuviera, con el ojo ya seco, igualmente árido de repente el corazón. Pero C.C. lo llama a su celular y suena fría, resoluta como siempre, solo ligeramente irritada al pedirle una cita en un parque local, reconocido por ser en una zona donde los nobles ubican a sus amantes en la ciudad. Él va de incógnito, con lentes oscuros que disimulan el hecho de que casi no parpadee. C.C. parece, para variar, una muñeca rusa que ha cobrado vida, bajándose de una repisa para ajustar cuentas, más que cometer asesinatos. El niño viene agarrando sus faldas y mira a Lord Waldstein con recelo, algo de pena, como un animal constantemente apaleado.

-Usé tu tarjeta de crédito para comprarlo a unos inmigrantes chinos que iban a ser deportados.

Bismarck suspira.

-¿Y tu cautiverio? Oí que V.V. te acusó de traición y mandó que te prendieran. Esta reunión puede ser considerada un complot.

C.C. le da un dulce al pequeño, que empieza a comerlo frunciendo el entrecejo y sin dejar de mirar a Bismarck, como si pudiera observar cada proceso mental a través de un vidrio en su cerebro. El hombre, que ya no es tan joven, lo permite sin más que una leve molestia. En comparación con el dolor que corroe los cimientos de su sólida moral, aquello es casi inexistente y toda la escena, de por sí, onírica.

-Me aburrí de estar ahí y me fui. Quizás esta sea la última vez que nos vemos en términos amistosos, Bismarck Waldstein. Debo decir que me quedo con mejor concepto de ti que de Marianne. Tu contrato dependía del de ella y lo firmaste sin saber sus términos. Al ser el suyo anulado con su...situación actual, consideremos el tuyo también disuelto. Solo recalcaré que muchos habrían matado por tener un poder como el tuyo. Según he oído, ni siquiera le das un uso en batalla.

"Buenos días. No te preocupes por esta gente. Para ellos no eres más que otro padre negligente que no reconoce a su bastardo.

(Las mujeres alrededor, con hombres igualmente mal disfrazando su status, lo observaron con cierto resentimiento ante lo poco demostrativo que era con la que suponían su amante y el fruto de una unión clandestina)

C.C. se pone de pie, acariciándole la cabeza al niño y dejando a Bismarck solo en la banca de piedra. Él tendría que decirle que está arrestada pero por algún motivo, lo último que pronuncia, con aire ausente es...

-¿Dónde está mi tarjeta?

C.C. Se encoge de hombros al voltear para decirle, módicamente...

-Te dije que se la dí a una mujer china. Nunca he entendido cómo se usan.

(Bismarck tuvo que vender su colonia para pagar la cuenta y no pudo importarle menos)