Inesperado Encuentro – Jim Mizuhara
Capítulo 1
Personajes: Kai & Max
Contenido: Yaoi, Lemon, AU
Disclaimer: Ya saben.
Observaciones Generales: Más un K/M para la colección! Y este está especial, lo descubrirán más adelante. Espero que les guste y díganme qué opinaron.
Era un verdadero fastidio ver cómo el otoño comenzaba más temprano aquel año. Los robledales soltaban sus hojas amarillentas, esparciéndolas con el viento frío que insistía en transformar la tarde más desagradable que lo normal; era como si todos los árboles y arbustos conspiraran para cubrir las calles y aceras con sus arrugadas y resecas hojas, acentuando el tono amarillento, casi grisáceo, que la luz del atardecer adquiría a aquellas horas. Los transeúntes, indecisos, vestían abrigos que serían más adecuados en el invierno, mientras que otros parecían ignorar por completo el cambio del tiempo. Algunas tejas de las casas traqueteaban, medio sueltas, con el ventarrón que los sacudían, barriendo lejos la hojarasca cuando la ráfaga se intensificaba.
El horario vespertino atraía las personas con más frecuencia a los bares y restaurantes, quizás en búsqueda de un sitio más abrigado o de una socialización más amena, lo cierto es que ciertos locales estaban abarrotados por los parroquianos que deseaban entrar. Las conversaciones en voz baja, el tintineo discreto de las tazas de café y el crujir de los periódicos era presencia constante en todos esos lugares; muchas de esas personas tenían intenciones de permanecer allí, muy cómodas, hasta el horario de cierre del establecimiento.
Uno de los circunstantes era el bicolor Kai Hiwatari, con una expresión de profundo aburrimiento estereotipado en sus facciones. Había bebido tres tazas de café expreso y no se sentía mínimamente impelido a abandonar su sitio, ya que no tenía lugar donde ir; en horas más tempranas sintió un deseo inmenso de marcharse de su silenciosa y poco acogedora mansión para ocupar un lugar en uno de esos cafés que plagaban la ciudad, tan fácilmente reconocibles por sus letreros de neón y puertas de vidrio con muelles. Sus ansias de ver movimiento no estaban plenamente satisfechas en aquel lugar, a pesar que había mucha gente allí. Necesitaba acción, y ninguno de los presentes parecía apto a ofrecerle algo digno de atención.
Su rubiácea mirada escudriñó todo el recinto, esperando hallar algo que captara su interés al menos durante algunos segundos, en vano. El café estaba actuando de forma positiva, la modorra en el que se estaba sumiento desaparecía, se sentía mejor dispuesto. Consideró que, si no tuviera negocios tan importantes para atender y personas fastidiosas que escuchar, sacaría un breve tiempo diariamente para sentarse en una cafetería, pedir una taza y observar através de la vidriera cómo se escurría el tiempo, de modo casi dulce y tranquilo, mientras esperaba el anochecer para retornar a su casa. Con un plan de esos, pensó Kai, tendría asegurado un siglo de vida, como mínimo. Sin embargo ese día en especial no reservaba nada de interesante ni digno de recordar, excepto las hojas secas que insistían en colarse por las rendijas de las puertas, o cuando algún parroquiano la abría y dejaba cerrar de golpe.
Con la cuarta taza de café frente a sí, Kai se dispuso a estudiar los perfectos desconocidos que ocupaban las otras mesas, tan abstraídos con sus asuntos personales que no pensaron en hacer lo mismo que el bicolor. El anciano que ocupaba la cuarta mesa al parecer cabeceaba más de sueño que leía su periódico, su cabeza calva era cubierta por un sombrero que amenazaba caerse si su propietario descuidara mucho; la quinta mesa ocupaban una pareja de jóvenes que, por la expresión que exhibían, estaban mucho más absortos uno con el otro que con los demás, el bicolor enarcó las cejas ante la escena, nunca antes había comprendido los sentimientos que empujaban a las personas al relacionamiento, matrimonio y demás cosas, esa no sería la ocasión en que comprendería todo. Habían dos hombres de negocios sentados en la séptima mesa, conversando en un tono casi confidencial, mientras en la octava dos mujeres hablaban también, con el mismo volumen que los otros, aunque con gesticulaciones que denotaban exageración. La décima mesa era ocupado por un chico rubio, perteneciente al grupo de los despistados relacionados al clima, ya que vestía apenas una playera azul y shorts de igual color. Su rostro presentaba una expresión de genuína preocupación, había una montaña de papeles sueltos sobre la mesa y él escribía nerviosamente en uno de ellos, desviando a cada momento la mirada a la calle, como si esperara a alguien.
El delgado y atractivo chico prendió la atención de Kai por varios minutos, aunque el bicolor no sabía si lo miraba por la expresión casi sufriente que presentaba el rubio, por el movimiento casi automático que hacía al voltear la cabeza y observar, o por la relativa facilidad con que podía ver sus blancas y tersas piernas desde su sitio. De todas formas, el chico rubio presentaba un rostro bastante agradable a pesar de la preocupación, con hermosas orbes azules que parecían ansiosas, mirando hacia todos los lados. Por enésima vez el rubio miró afuera, tuvo un sobresalto al observar y, con un frenesí incontenible, arregló como pudo sus papeles y se marchó a toda carrera, pasando delante de Kai y dejando tras sí una estela de un fragante aroma que el bicolor no pudo evitar aspirar y guardarlo en la memoria.
El bicolor, interesado, siguió observando al chico corriendo por la acera, hasta verlo que se acercó a otro hombre, de cabellos castaños y cutis blanco, aparentemente mayor que el chico. Debido a la distancia Kai no pudo acompañar el diálogo que se desarrolló entre ambos, aunque percibió la tensión que había entre ellos; el chico rubio extendía los brazos, como si intentara explicar algo, mientras el otro individuo parecía no escuchar, con los brazos cruzados y la cabeza meneando negativamente. El rubio parecía verdaderamente desesperado.
Algunos minutos después, como si el hombre mayor se hubiera hartado de la situación, comenzó a hablar y a imponerse sobre el rubio, apuntándole algunas veces con un dedo acusador. El mayor parecía bastante enojado mientras que el rubio hacía un esfuerzo para mantenerse a la altura de las circunstancias, escuchando en silencio de esta vez. La situación se remató con un empujón propinado por el mayor al rubio, haciendo que el menor trastabillara y casi perdiera el equilibrio, acompañado de una imprecación furiosa. El individuo de pelo castaño se marchó por un lado y el rubio por otro, arrastando los pasos. "Una pelea", meditó Kai, algo molesto. Deseaba ver algo de acción, aunque no específicamente de ese tipo, figurándose lo mal que el rubio parecía estar mientras se alejaba.
Quince minutos después el bicolor se dispuso a marchar, convencido de que el día no le reservaría más sorpresas y que lo mejor era dormir. Hurgó en sus bolsillos para pagar la cuenta, sacó el dinero y, cuando se puso de pie, algo crujió debajo de ellos; un examen más cuidadoso por parte de Kai resultó en un descubrimiento: acababa de pisar en un sobre cerrado. Hiwatari levantó el sobre, ahora sucio por haber pasado encima, lo examinó cuidadosamente y concluyó que estaba pegado ya. Miró hacia todos los lados, intentando hallar al dueño del sobre, sin embargo ninguno de los presentes no parecía haber perdido nada; como no tenía ganas de anunciar en voz alta que había encontrado un sobre perdido, lo guardó en su bolsillo y se encogió de hombros, pagando la cuenta.
Tomó un taxi para llegar a su casa, el complemento perfecto al aburrimiento comenzó a caer del mismo cielo, una fina llovizna se cirnió sobre la ciudad ahora nocturna, ahuyentando a los peatones y haciendo que las tiendas se cerraran. Al día siguiente Kai tendría importantes asuntos que atender y sólo de pensar en ellos sentía un peso en la cabeza, nunca antes había sido fácil lidiar con ellos y estando solo era peor aún; su expresión sombría se volvió más intensa cuando ese fugaz pensamiento tomó su mente: debía hacer frente a los problemas él solo, y cuando llegaba a su casa era la misma cosa, estaba solo y nadie lo esperaba, la horrible sensación de ser una nulidad en relacionamientos carcomía sus pensamientos, secretamente ansiaba ser el centro de la atención de alguien, alguna persona que se interesara por él más que por su dinero, su posición social, sus bienes; .¡Cómo sería tan bueno llegar a casa y que alguien devotara sus sentimientos a él, deseando que lo reconfortaran, lo animaran, lo hicieran sentir importante en su vida!. Pero tales cosas no habían, llegaría y su habitación estaría fría como siempre, su lecho sin arrugas, mudo testigo de la ausencia del amor o placer que dejara las sábanas deshechas, su cocina estaría limpia y su sala impecable, prueba incontestable de la inexistencia de vida social, una casa inmensa y tan llena de vacío como ninguna podría ser.
Arrojó su sobretodo en una percha a la entrada, cansado. Había pocas opciones para el bicolor, quizás dormir o asistir televisión, aunque todos los programas en exhibición le fastidiaban, o talvez recorrer el catálogo de películas que recogió la semana anterior de un establecimiento de alquiler, pero era poco probable que hallara algún título interesante. Se desplomó en uno de los sofás cuando algo en sus bolsillos crujió de nuevo, era el sobre que casi olvidó.
Más despierto, Kai lo sacó, observando detenidamente contra la luz el papel. Durante algunos segundos titubeó en abrir o no, pero como el sobre no consignaba destinatario ni remitente, consideró que estaba en su derecho hacerlo; rasgó uno de los bordes y extrajo un papel cuidadosamente doblado en cuatro, de fina textura, lo abrió y leyó su contenido.
Era una carta. Comenzaba con Peter, daba unos rodeos y finalmente comenzó en el asunto que había llevado a la persona a escribirlo. Con una bella caligrafía, las líneas iban componiendo un cuadro que enternecía a Kai, donde las frases más profundas aparecían como el velo de un inexpresable e idólatra amor que no cabían en un simple trozo de papel. Nunca antes el bicolor había leído una carta así, jamás recibió siquiera algo parecido y sin embargo esas palabras ajenas destinadas a un desconocido lo estremecían como si fueran para él, como si alguien resolviera declarar todo su afecto de modo casi abrupto. Durante algunos instantes Kai sintió envidia y deseó ser el Peter a quien iba la misiva, tal era el efecto que producían las frases en él. Era hermoso que aquella inocente declaración fuera acompañada de una tímida solicitud de correspondencia, todo lo que la persona que escribió tal carta deseaba era afecto recíproco, reconocimiento, prácticamente el calor de un abrazo que la envolviera. Toda la gloriosa y celestial alegría que Kai comenzaba a sentir se vio interrumpida por la escueta firma final, Max.
El bicolor hizo una mueca de contrariedad, .¿Cómo podría una carta de esas comenzar y terminar por nombres masculinos?. Sin embargo, su mente comenzó a divagar, intentando establecer hechos pasados… volvió a su cabeza la imagen del rubio en la cafetería, corriendo, apresurándose para salir y encontrarse con el indivíduo afuera. Había una cierta probabilidad que se le hubiera caído el sobre a ese chico, inadvertidamente. .¿Sería él el remitente, o el destinatario?. Kai ensayó ambos nombres en la imagen mental que tenía del chico rubio, él podría ser Peter, o Max… decidió que Max parecía encajar mejor, la lógica de la pelea que presenció a distancia le sugería que él intentaba declararse y que Peter sería el otro sujeto tan enojado que lo empujó y se marchó. Después de recordarlo y leer la misiva, la piedad que inspiró a Kai tal comportamiento fue mayor aún. Sintió un cosquilleo en el estómago al decidir que entraría en contacto con Max.
El teléfono del rubio aparecía al final de la carta, no tuvo que esforzarse mucho el bicolor para tomar el teléfono y oprimir los números. Era increíble cómo aquel tono de llamada se eternizaba, carraspeó un poco, intentando concentrarse en lo que diría, sin embargo lo primero que le vino en la mente fueron las piernas desnudas y llamativas del chico, cosa que lo ahogó en el preciso momento que atendieron del otro lado de la línea.
– .¿Hola?. – saludó Kai, indeciso.
– .¿Peter, eres tú?. – saltó la ansiosa voz del otro lado.
– Ehm… no.
– .¿Quién eres tú?. .¿Y cómo has conseguido este número?. – cuestionó la voz, desconfiada.
– Mi nombre es Kai – replicó el bicolor, no se sentía mínimamente intimidado por la voz del otro lado que parecía hacer un esfuerzo para aparentar mayor edad – y tú debes ser Max, .¿verdad?. Bien, el caso es que encontré una carta y…
– .¿Qué?. – interrumpió sonoramente la voz, se oyó un desesperado revuelo de papeles por el auricular - .¡Tú lo encontraste!. Estoy buscándolo como loco hace rato, me has hecho el favor de no leerlo, .¿verdad?.
– Bueno, a eso voy – reanudó el bicolor, titubeante – tuve que hacerlo para descubrir este número.
La línea enmudeció. Kai se sintió el peor de los seres ante el silencio de su interlocutor.
– Escribes cosas bonitas, Max – atinó el bicolor, sin saber qué decir – supongo que tu novio Pe…
– .¡Peter es mi amigo y nada más!. – replicó la voz del rubio, casi ofendido.
– No se escriben frases como estas a amigos – razonó Kai, cuyo instinto de lógica era mayor que el de la diplomacia.
– E-Él y yo… nosotros… - tartamudeaba el chico, sintiéndose sin recursos – eso es un asunto particular, señor Kai. Posiblemente no entienda nada de eso y… y… .¿Sería tan amable de devolvérmelo?. No diga nada a nadie, le pagaré a usted la molestia de devolverme la carta.
– .¿Pagarme?. – replicó Kai, como si le hubieran hecho una propuesta indecente – te lo devolveré sin necesidad de eso, apenas espérame en la última mesa de la cafetería donde estabas hoy, mañana en horas de la tarde. Y no te preocupes, no se lo diré a nadie.
– Es usted muy amable, señor Kai – agradeció el rubio, la voz aliviada parecía tener un tono más infantil y hacía cosquillas en los oídos del bicolor – es realmente importante para mí recuperarlo, tardé mucho en escribirlo y no creo que consiga hacer otro parecido.
– De modo que eras tú quien lo escribió – rectificó Kai – ciertamente no es de mi cuenta, pero me parece admirable como te expresas.
– Gracias – replicó el chico, feliz.
– Y también, tienes un nombre bonito… Max.
– G-Gracias de nuevo – murmuró el rubio, de esta vez aparentando bochorno – bien, espero verlo mañana.
Con un profundo suspiro el bicolor cortó la comunicación. Tenía un nudo en el estómago que parecía crecer a cada minuto, había hablado con el chico rubio que tanto le llamó la atención, al final de cuentas. Guardó con cuidado la carta dentro del sobre original y lo dejó sobre la mesita, convencido que al día siguiente tendría mucha utilidad para él.
Continua...
