No
elegí vivir así, solitario hasta morir. Sigo sin saber quién soy.
Simplemente actúo sin pensar, pienso en cómo actuar. Mis hechos
describen mi carácter, mis palabras definen mi personalidad. No le
tomo mayor importancia a cosas que no la tienen, vivo en paz,
tranquilo, solo y sosegado, con una sistemática calma que dirige
cada uno mis pasos. No sé a dónde voy, tampoco es que le preste
atención a ese detalle, mentiría si afirmara que la vida me
resultara interesante. He vagado sin rumbo durante demasiado
tiempo... con el instinto apagado, olvidado. Creí estar ciego, pero
básicamente nunca abrí los ojos.
Hasta ese día.
Hasta ese
día en el que tú cambiaste mi destino. Cambiaste mi vida, mi rumbo,
lo cambiaste prácticamente todo en mí.
Los amigos para mí
nunca han sido más que mis compañeros del día a día, los que me
ayudaban a soportar esta gris monotonía. No tenía motivos para
mantenerme en pie hasta que te conocí. No sabía lo que era
necesitar a una persona hasta ese día.
Ese día en el que me
hiciste verlo todo de otra manera. Me tendiste la empuñadura mi
espada y me sonreiste, y desde entonces, he querido más que nunca
continuar caminando. Para protegeros a todos, para protegerte a ti.
Para luchar por lo que creo necesario, para tomarle importancia a mi
existencia.
He de admitir que muy en el fondo te admiraba, que te
apreciaba, que agradecia oir tu voz todas las mañanas.
Discusión
tras discusión. Desde ese día, esa es la nueva rutina. Te veo y se
me encienden las mejillas. No aguanto nada de lo que haces, no
soporto tu simple presencia; pero me duele todavía más tu ausencia.
Hasta ese día, creí tenerlo todo controlado, vivir en el pacífico
equilibrio en el que había reposado siempre... hasta ese día. Hasta
que te conocí, cambiaste mi vida, mi destino, me cambiaste a mí. La
balanza se bolcó.
Siempre tratando de sobreprotegerme, como una
madre a su cachorro. Siempre detrás mía, ayudándome, apoyándome.
Siempre que caía, tus brazos estaban ahí para sostenerme.
Siempre... siempre... hasta ese día.
Ya ni siquiera sé qué
hago, en qué pienso. No sé porqué actúo, y mucho menos, cuáles
son mis sentimientos. He vuelto a mi punto inicial. Mi salvación me
ha perdido de nuevo. ¿Por qué me haces esto?, ¿por qué dejo que
me lo hagas?
No sé... no sé nada...
Sólo sé que te he
fallado. Por favor, no me lo perdones; igual que nunca me perdonarás
el que me haya jugado la vida para salvarte en aquella ocasión. Tus
amenazas siempre me llegan, aun así no sé cómo lo haces, pero
siempre consigues que vuelva a ti; como las fuerzas de atracción de
dos imanes opuestos. Tan diferentes... tan iguales... No puedo estar
contigo más de dos minutos, pero no puedo estar ni uno sin ti.
He
mirado atrás, pero mi rastro no lleva a ningún lugar. La sangre
marca mis pisadas, y tu imagen guía ahora mis pasos, tus palabras
labran mi camino.
Gracias a ti...
Yo...
Yo...
Lo
siento...
Te he fallado...
Más dolor para ambos, eso es lo que
te proporcioné en cuánto te abracé y dejé que me devolvieras el
gesto.
¿Por qué he tenido que llegar esto?
Se supone que no
hay nada, nada más que gratitud detrás de la fría máscara de
nuestra relación. Y sin embargo, no puedo dejar que te ocurra nada,
al igual que no puedo dejar de acariciar tu cintura.
Yo...
Me
perdí en tu mirada aquel día, al igual que hoy me pierdo entre tus
piernas. No pensé que incluso en un momento así siguieramos
discutiendo, para luego acallar nuestros gritos con un delicado
beso.
Quién iba a decirlo. La imagen que tanto me costó crear,
totalmente destruida.
Por ti. ¿Por quién si no? Después de
todo, fuiste tú quien lo cambió todo en mí.
Yo...
No sabría
decirte si ya se escondió el sol; entre tus oscuros cabellos siempre
es de noche.
Lo siento...
Tan delicada, tan fuerte a la vez,
eres tú quién marca el ritmo de mis caricias. Tus mordiscos dejan
huella entre mis antiguas cicatrices de batalla. Esas cicatrices que
me hice para evitar tu muerte. Aquel día... ese día... Parece que
ha pasado una eternidad desde entonces. Una eternidad junto a ti que
no cambiaría por nada. Pero ya es demasiado tarde. Quizás fui
demasiado impulsivo, el caso es que lo he echado todo a perder.
Ódiame. Después de todo, siempre he sido así, siempre he
vivido así hasta que te conocí. Solitario hasta morir. Nunca pude
imaginar que mi soledad sería acunada por los besos de una mujer, y
enterrada entre los senos de ésta. Jamás imaginaría que esa mujer
se trata de ti.
Pero ahora, ahora que he recuperado la cordura y
he mirado desafinate a la luna, cerciorándome de que no seguía a tu
lado. Ahora que me he separado de ti, me recorre una repentina
sensación de frío. ¿Es así como siempre me he sentido?, ¿es así
cómo se siente la soledad?
Llueve.
Yo...
Las gotas
repiquetean contra el alfeizar de la ventana de mi habitación.
Hoy
no había nadie en casa, sólo tú y yo, enrredados entre las sábanas
con la única compañía de la pasión.
Lo siento...
He de
irme...
Yo...
Te quiero...
