Pairing: ReiEndou

Raiting: K

Beta: Rika Hiwatari

Estándar disclaimer aplicado, Inazuma Eleven no me pertenece, esta historia esta creada sin fines de lucro.

Capitulo uno

Normal no es todo lo que se dice que es

Cazadores de Sombras

Como siempre todo había terminado igual: Platos rotos, lágrimas secas y disculpas en voz baja. Últimamente las peleas se estaban desatando con una facilidad increíble. Con una palabra fuera de lugar, un silencio prolongado o incluso sin motivo alguno. La imagen familiar perfecta que había tenido en mente en el momento que dijo "Acepto" se estaba haciendo añicos frente a sus ojos y no podía hacer nada para enmendarlo.

Sabía que para discutir se necesitaban dos personas, pero ese no era su caso. Él solo se limitaba a asentir y sonreír calma y forzadamente admitiendo todos los errores mientras ella continuaba culpándolo de cosas nimias y sin sentido. Tal vez ella tenía razón. Tal vez, como siempre decía, era su culpa; por empujarla a una vida a la que no estaba acostumbrada, por no responder a sus quejas, por cualquier cosa. Y entonces tan rápido como había comenzado todo, terminó. Como siempre, repitió con pesar.

Exhaló todo el aire que había retenido cuando escuchó el portazo de la habitación principal. Recogió los pedazos de vajilla que estaban dispersos por el suelo y barrió un poco para que no ocurriera ningún accidente. Cuando hubo terminado caminó hacia la salida sin mirar atrás y dibujó en su rostro la mejor sonrisa que pudo. Él era el entrenador, se supone que debía animar a los jugadores, no deprimirlos sin importar por las cosas que pasara, no se permitiría afectar al equipo.

—Bien, ¡a practicar! — exclamó cerrando la puerta tras de sí.

Revisó una vez más la fecha de vencimiento de la lata que tenía en sus manos, había vuelto a hacer gastos innecesarios y tontamente extensos en comida y todo volvió a dañarse en la nevera sin siquiera ser probado. Justo en frente de sus narices. Últimamente el trabajo la mantenía tan ocupada que no se tomaba el tiempo para prepararse una comida decente, porque por más que lo anunciaran el ramen instantáneo no lo era. Y su amplio conocimiento del grupo alimenticio "sobras" comenzaba a aburrirle sino es que ya le había jodido definitivamente el estomago.

Suspiró pesadamente mientras cerraba la nevera con más fuerza de la necesaria. Sabía quién tenía la culpa de eso, no es como si no fuera a admitir que tenía parte de la responsabilidad, pero no había sido todo cosa suya. Y ahora tendría que ir al supermercado, dejando de lado la montaña de cosas que tenía que hacer, para comprar algo si es que quería sobrevivir lo que quedaba de mes.

Pero como no todo había sido su culpa, ese alguien también tomaría parte en todo aquello. Rebuscó en su bolsa hasta que consiguió lo que quería. Una tarjeta de crédito, que no era suya. Hiroto pagaría todos los costosos alimentos que ella iba a comprar, y no podría hacer nada para evadir ese castigo. Después de todo, por su culpa ella no había podido parar un solo día en casa. Tomó las llaves del departamento dispuesta a salir de allí para gastar una ridícula suma de dinero, no es como si él pudiera molestarse por eso.

Úsala como quieras.

Eso es lo que él había dicho y no planeaba hacer más que esa simple cosa.

Dio una última mirada a su departamento, estaba desarreglado y podía ver una fina capa de polvo sobre sus muebles. Daba la impresión de no estar habitado. En realidad había decidido mudarse sola solo por llevarle la contraria a muchas personas, y un año después allí estaba, no sabía si podía llamarse hogar a un lugar donde no pasaba la mayor parte de su tiempo.

Pero no estaba sola, en algún rincón del inmueble había un pequeño gato blanco al que Kui insistía en llamar "Shiro", un regalo de Haruya para que aprendiera a convivir en paz con otros seres. Aquel animal nunca pareció muy a la labor de ser domesticado y ella no tenía el tiempo ni las ganas de obligarlo. Era muy arisco y desafiante, ella supuso que la razón por la cual aun no lo había regalado era porque sabía que en el fondo se parecían un poco.

Suspiró, también tenía que comprar alimento para Shiro.

Cuando sonó el silbato que anunciaba el final de la práctica sintió una opresión en el pecho. Esa también era su señal para volver a casa. Se despidió de todos y cada uno de los jugadores, hasta había dado prácticas especiales a algunos de los chicos y ayudó a Haruna con la planificación de futuras prácticas.

Eran tan obvias sus ganas de no ir a casa que le daba vergüenza. Podía quedarse un rato jugando solo como solía hacer cuando era más joven o dar un paseo por la ciudad para refrescar su mente aunque fuera por unos pocos minutos, pero esas ideas solo le recordaban que estaba evadiendo un problema y eso le hacía enfadar. Él nunca fue del tipo de personas que evaden sus conflictos, no lo fue antes y no pensaba comenzar a serlo ahora.

Tomó sus cosas de la banca dispuesto a enfrentar sus demonios pero un sonido conocido le distrajo. Era su teléfono. Sonrió. Quizá si podía retrasarse un poco más.

Le indicó al conductor la vía que debía tomar para llevarle al supermercado. Quedaba lejos de casa pero era una de esas costumbres que había adquirido siendo más joven y no podía simplemente dejarla.

El viaje transcurrió en silencio, de su parte, ya que el conductor no paraba de decirle lo buenos que eran los jugadores del Raimon; adjudicándose el titulo de fan número uno y comentándole que no se perdía ningún partido. No terminaba de entender cómo es que había caído en esa plática unilateral si desde que puso un pie en el auto ella no había abierto la boca, ni una sola vez. Posiblemente tuviera que ver con el adorno que pendía de su celular. Una pelota de soccer. Estúpido Hiroto y sus regalos.

Ella hubiera podido cortar todo aquello desde un principio, decir que no le importaba en lo más mínimo Raimon y su equipo, como lo había planeado en un principio, pero la verdad es que aunque lo negara sentía un poco de curiosidad. Llevaba años sin saber de soccer, excepto por las charlas que algunas veces mantenía con los chicos. El conductor seguía explicándole estrategias que ella recordaba, muy a su pesar, y diciéndole que el equipo había cambiado mucho desde que reemplazaron al entrenador.

A penas el taxi se detuvo, pagó y prácticamente huyó del lugar. Un par de minutos más allí y seguramente terminaría enfrascada en una discusión con ese hombre.

Levantó un poco la mirada y a unos metros del suelo, en unas brillantes letras de neón podía leerse: "Inazuma C.C." bajo un extravagante rayo que simulaba caer sobre la inscripción para darle más luz. Todo, definitivamente todo de esa ciudad era estrafalario y brillante. Al pasar por la entrada una fría ráfaga de viento desarregló su cabello y la repentina claridad del lugar le obligó a cerrar los ojos unos segundos hasta que su vista se acostumbrara a la luminosidad del lugar.

Todo estaba tan acomodado y limpio como lo recordaba. Comenzó a recorrer los pasillos, lista de compras en mano, repitiéndose a sí misma que solo llevaría lo que sabía iba a ingerir. Aunque quizá tomara algunas cosas extras solo para fastidiar un poco a Hiroto.

— ¿Dónde están los enlatados?

El señor del estacionamiento le saludó amablemente, lo mismo que todas las cajeras cuando ingresó al lugar. Llevaba tanto tiempo frecuentando ese sitio que su foto seguramente estaba justo al lado de la del empleado del mes.

Tomó una cesta y comenzó a caminar por los pasillos con calma. Sabía exactamente donde debía buscar una lata de melocotones en almíbar y hasta ahora no se preguntó para qué quería Natsumi algo como eso exactamente. Eso era lo de menos, aquella petición solo le dio el tiempo necesario para pensar un poco más fríamente lo que haría una vez estuviera en casa. Y ahora estaba dando vueltas allí simulando no saber cuál era el pasillo de los enlatados.

Escuchó a la señora que limpiaba reírse cuando pasó por enésima vez frente a las frutas, probablemente tuviera una expresión graciosa en el rostro.

Cada vez que se acercaba un poco a donde realmente debía ir daba media vuelta y volvía sobre sus pasos. Tal vez solo estaba esperando a que otra cosa le robara el tiempo necesario, ¿Necesitaría Kidou ayuda con algo? La planificación nunca fue su fuerte, su estilo era más de atacar directamente y dejarse guiar por su instinto, pero estaba seguro que algo podía hacer.

Una pequeña mano en su hombro lo sacó de su ensoñación. Era una vez más la señora que limpiaba, esta vez con una mueca preocupada en el rostro.

— ¿Estás bien, Mamoru-kun? — Ella lo conocía desde que era un bebé prácticamente así que no le extrañó la familiaridad de su voz—. Sabes que los enlatados no van a hacerte daño. Al menos que le hayas hecho algo muy malo— agregó riendo levemente.

Endou se rascó el cuello y correspondió al gesto de la mujer, se debía ver bastante tonto como para que ella interviniera. La mujer le cogió del brazo y lo arrastró hasta la entrada del pasillo del cual no podía pasar y lo giró para quedar frente a él.

— No importa cuánto huyas de las cosas— le dijo con voz pausada y amable, como si intentara explicar algo realmente complicado a un niño—, tarde o temprano terminaran atrapándote. Así que es mejor enfrentar los problemas.

No supo cómo reaccionar, ella parecía saber que era lo que le pasaba. Todo lo que había dicho era cierto pero de alguna forma estaba cansado de esa destructiva rutina. Como si el volver a casa significara que se había resignado a eso.

— Ahora debes buscar lo que necesitas— concluyó la anciana con voz solemne antes de marcharse. Endou se quedó petrificado en su lugar, ¿Qué estaba haciendo allí?

— ¡Cierto! ¡Los melocotones! — seguramente su grito se escuchó en todo el supermercado pero no le importó mucho. Giró sobre sus talones dispuesto a darle un fin a aquello, ahora un poco más animado, y sus ojos se encontraron con alguien a quien pensaba no volver a ver nunca.

La última persona que había pensado podía encontrarse algún día.

Cambiaron el orden de las cosas. Eso había pasado y por culpa de eso ella tenía unos treinta minutos de búsqueda infructuosa, un carrito a medio llenar y muy poca paciencia luego de encontrarse con un par de dependientas malhumoradas que no estaban muy a por la labor de ayudarla a encontrar sus alimentos. Además, aquel lugar era tan grande que por más que lo visitara regularmente, una vez al mes como mucho, siempre terminaba perdiéndose como si de una niña pequeña se tratara.

Miró su lista de comprar, no tenía ni siquiera la mitad de las cosas que necesitaba. Y estaba molesta. Ahora miraba con desconfianza un par de latas de sopa inspeccionando su fecha de vencimiento, no daría oportunidad a nadie para que se burlara de su incapacidad de mantener su alacena llena con comida en buen estado.

— ¡Ulvida!

Un escalofrío le recorrió la espalda. Como el presentimiento de que todo a partir de allí solo iría en picada. Su memoria auditiva inconscientemente solo la llevo de vuelta a un viejo y derrumbado campo de futbol y eso solo hizo que sus nervios se pusieran peor. No quiso mirar el lugar de donde provenía el grito, porque eso era, había gritado tan escandalosamente como habían podido. Su instinto le gritaba: ¡Corre!; pero su parte recelosa le recordaba en susurros que no tenía motivos para hacer algo tan infantil.

Ella no era ninguna cobarde pero realmente sentía en impulso de arrojar las latas como proyectiles hacía el sitio de donde venía la voz y huir. Y una parte de sí misma se preguntaba a que venía el repentino ataque de pánico. Pero estaba mal, estaba mal porque sus manos estaban temblando. No de miedo, no por nervios. Algo mucho más mundano y carnal. Ira.

Estaba molesta, enojada y nada bueno saldría de ello.

— ¡Ulvida! — esta vez se escuchó peligrosamente cerca y antes de darse cuenta estaba girando hacía la voz por mero instinto. Solo recordaba a una persona con una voz tan chillona e irritante. Y sus sospechas se había confirmado en el momento en que él gritó: ¡Ulvida!

¡Ulvida! Había dicho ¡Ulvida! Y eso solo hizo que la sangre le hirviera más. El mirarlo provocó que esa persona sonriera con más ganas. Ah, recordaba vagamente ahora porque no le había agradado antes. Ella se preguntó entonces si algunas personas escapaban exitosamente de la madurez. ¿Por qué tenía que ser Él tan alegre?

— No me llames de esa forma — masculló los más bajo que pudo en un tono peligrosamente molesto. No pretendía ponerse a su nivel y comenzar a gritar como tonta, pero Él sólo sonrió con más ganas. No huyó como lo haría cualquier persona con un poco de sentido común, estaba allí, tan cerca que ella podía alzar el brazo y tocarlo o abofetearlo, cualquiera que fuera la intensión de su cuerpo.

Suspiró resignada pero se mantuvo estática, no había otra forma de salir de algo como eso.

— Endou— susurró en una especie de saludo no muy amistoso, pero Él sólo continuó sonriendo. ¡Definitivamente algunas personas eran exasperantes!

TBC (¿)

Aun no sé si agrada, así que la continuación la dejo a su elección.

Y recuerden, un review nunca está de más.